En la otra acera

Cómo me gustan las mujeres. Tal vez sean lo que más me gusta. Pero en el parque me he cruzado con un tío que... Bueno, mejor será que lo leáis vosotros mismos.

LOS EVENTOS NARRADOS EN ESTE RELATO SON TOTALMENTE FICTICIOS.

CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES PURA COINCIDENCIA.


Lo reconozco: soy un mujeriego. No lo voy a negar. ¿A cuántas tías me he tirado en total? La verdad, no tengo ni idea. Nunca me he preocupado por llevar la cuenta. Y, por la misma razón, tampoco me he preocupado por tener una novia estable. Pudiendo gustar y satisfacer a una buena cantidad de chicas, ¿por qué iba a conformarme con una sola? Me encanta disfrutar de las conquistas fugaces y pasajeras. Y cuando me invitan a un trío, soy el único macho de esa noche frenética. ¡Qué puedo decir! Voy de flor en flor, soy una abeja insaciable con un aguijón que jamás se cansa de trabajar. Un galán lujurioso que está siempre alerta, en busca de tierras inexploradas que conquistar.

Con esta descripción que os he dado de mí mismo, podéis imaginaros al típico tío hetero promedio. O no tan promedio, más bien un Barney Stinson de manual, aunque lo de llevar trajes no es lo mío. Y, como tal, alguien que no estaría dado a relaciones con alguien de su mismo sexo. Ni en mis sueños más inconscientes se me hubiera ocurrido. Y, sin embargo, yo soy el primero que está sorprendido por los acontecimientos que se desarrollaron la semana pasada. Todavía sigo pensando en ello y no he conseguido averiguar cómo me dejé llevar o qué me impulsó a hacerlo. Pero me dejé llevar de manera inconsciente y lo disfruté. ¡Vaya que si lo disfruté! Dejad que os ponga en situación.

Todo empezó, como he dicho, la semana pasada. Junto a mi barrio hay un parque enorme, una zona verde de varias hectáreas con caminos de cemento, parques para los más pequeños, bancos, grandes áreas de césped ideales para un picnic… Os lo imagináis, ¿no? Mucha gente frecuenta este parque, y yo suelo ir a menudo a correr. Me gusta mantenerme en forma, sobre todo para gustarle a las féminas. Este suele ser además mi principal coto de caza, por mal que pueda sonar la expresión. A medida que troto por ahí, suelo ir observando el género, en busca de una nueva presa, carne joven como yo y libre de ataduras que quiera pasar una buena noche entre mis brazos. A ver, que sé que no hay tantas como para tener una nueva cada día. También he tenido períodos de sequía y con alguna he repetido. Pero tal y como voy, en camiseta de tirantes y luciendo mis brazos y mi pecho, soy todo un galán. Y para poner la guinda del pastel, mi miembro completamente libre bajo mis “shorts”, sin ropa interior que los mantenga en su sitio. Así, según voy trotando, mi “pequeñín” va rebotando ahí abajo y golpea contra la tela, dejando su marca a cada paso que doy. Una combinación ganadora que atrae a las fieras para que se pongan a tiro.

Pues eso, que iba yo por el parque corriendo y admirando el género, cuando de repente alguien captó mi atención. Era un pavo que estaba sentado en un banco, leyendo. Lo primero que me llamó la atención fue su pelo largo y pelirrojo y, cuando levantó la mirada de su lectura para devolverme la mirada, sus facciones andróginas. A ver, que sí, que era un tío. Era muy obvio que era un tío. Pero tenía algo en su aspecto que resultaba femenino y una mirada picaresca que hizo que me quedase mirándole… hasta que me di de bruces con un señor mayor que iba paseando por ahí. Casi derribé al pobre hombre, que empezó a abroncarme y a refunfuñar mientras yo me disculpaba. Cuando se marchó, volví la mirada al chico de antes, que seguía allí, ahora con una sonrisa burlesca; se estaba riendo de mí.

A ver, que sí, que soy una persona orgullosa, pero no de esas que te cruzan la cara si te ríes de ellas. Pues eso, que allí me quedé parado y, cuando me quise dar cuenta, todavía no había apartado la mirada de él, ni él de mí. Tuve que sacudir la cabeza para volver en mí y seguir con mi camino. Durante el resto del trayecto, el rostro de ese tío seguía en mi cabeza y yo no entendía qué cojones me pasaba. Yo, un mujeriego, un libertino, un faldero… ¿pensando en un tío? ¡Inconcebible! Pero allí seguía su cara, casi podía verle por todas partes, no pensaba en otra cosa. Y la dichosa imagen iba, de alguna manera, desde mi cerebro hacia mi entrepierna. Una erección que hubiera sido muy destacable y muy vergonzosa si alguien se hubiese dado cuenta. Por suerte, mi camino involucraba un bosquecillo, ideal para esconderse entre los árboles si te alejabas del camino principal. Por las noches era el lugar ideal para que los yonkis y las putas escondiesen sus secretos entre la vegetación, y ahí de día era el sitio idóneo para que yo me bajase los pantalones y descargase mi ardor en forma de un estallido blanco, sin que nadie me pudiese ver. Joder… Lo había hecho pensando en un tío. Si mi yo del futuro me hubiese visitado hace cinco años y me hubiese contado eso, le habría considerado un farsante y que él no era yo. Ni yo mismo me lo creía, y eso que estaba ahí mismo.

Para cuando había dado la vuelta y pasé junto al mismo banco, el chico se había marchado. En serio, ¿me había quedado con ganas de volverle a ver? Estuve a punto de darme una bofetada. ¿Qué narices me pasaba? A ver, que no soy homófobo, que ellos pueden hacer lo que quiera, pero yo no soy homosexual. Si hasta represento todo lo contrario de lo homosexual. Soy un mujeriego, un vividor, un romántico… Bueno, esto último no, no soy tan romántico, porque yo voy a lo que voy. A ver, que sí, que he dicho que ese tío tenía características andróginas, pero sólo era su cara. Le miras el cuerpo y no ves tetas, ves un pecho masculino normal, plano. Sus hombros son anchos, como los de un tío, y tendrá pene, vaya que si lo tendrá. Tan preciosote como el mío, aunque puede que no me supere y… Espera… ¿Estoy pensando en penes ajenos? ¿Qué cojones? ¡Esto ya sí que es muy raro en mí!

Intenté de mil y una maneras deshacerme de esa visión. Videojuegos, fútbol, un poco de porno… Nada, no había manera. Ahí seguían su melena pelirroja y su mirada picaresca, ocupando cada neurona de mi cuerpo, impidiendo que me concentrase en otra cosa. Dios, ni siquiera por la noche. No sé cuántas veces llegué a darme placer a mí mismo con esa cara, esa maldita cara que me estaba sacando de mis casillas. No podía ignorar su presencia en mi subconsciente. Tendría que plantar cara a ese recuerdo, y eso significaba plantar cara al dueño de esa mirada picaresca y esa melena pelirroja. No sé cómo lo haría, pero tenía que acabar con ello de una vez por todas.

Al día siguiente salí a correr de nuevo con mi vestuario habitual. El chico pelirrojo no estaba en el mismo banco que ayer, pero a medida que avancé un poco, lo encontré de nuevo en un banco distinto, uno que estaba situado justo en la linde del bosquecillo. Si conocieseis como yo lo que sucedió a continuación, se podría pensar que había elegido ese sitio de manera premeditada. Ahora os iré contando y ya veréis. Total, que allí estaba, todavía enfrascado en su libro. No sabía muy bien cómo iniciar la conversación, lo cual es toda una ironía; con las tías puedo romper el hielo al instante. Me acerco a ellas, un pequeño halago y, si están interesadas, la conversación continuará hasta llegar a las sábanas. Pero con él no sabía que decir, así que decidí improvisar, y lo primero que se me ocurrió fue detenerme delante del banco. Me arrodillé en el suelo, haciendo como que me ataba un playero, mientras le observaba por el rabillo del ojo. Una chorrada muy grande, pero noté algo curioso. Él también fingía leer, porque capté una mirada furtiva por encima del libro que parecía estar desnudándome con la mirada. Paseaba sus ojos por cada contorno de mi cuerpo y eso, por alguna razón, me estaba excitando. A ver, que las tías también lo hacen; todas me comen con los ojos, casi hasta me devoran. Y yo a ellas, claro. Pero que eso lo hiciese otro tío podía resultar hasta incómodo. Y, sin embargo, no lo era. Casi resultaba hasta atrayente.

Cuando me levanté del suelo, fingí estar cansado, aumentando el ritmo de mi respiración, y me senté junto al chico pelirrojo. A ver, que no me senté pegado a él, todavía cabía otra persona entre nosotros. Sólo me quedé a una distancia prudencial, mirando el paisaje como distraído, pero era sólo un pretexto para estar allí. De vez en cuando echaba una rápida mirada hacia él, para ver cómo reaccionaba. Pero posiblemente era tan mentiroso como yo, puesto que los minutos se sucedían y él no pasaba ninguna hoja. Era un día agradable, con una ligera brisa que acariciaba la piel, pero la tensión entre ambos lo iba sobrecargando. Tenía que romper el hielo como fuera y solté lo primero que se me vino a la cabeza sin pensar demasiado.

-¿Qué andas leyendo?-pregunté.

Una pregunta absurda, tal vez. Yo no soy muy lector, así que cualquiera que fuese la respuesta, poco me iba a interesar. Él pareció sorprenderse con mi intervención.

-“El nombre de la rosa”-respondió.

Me había respondido con bastante timidez. ¿Tal vez aparentaba ser tímido? ¿Esa era su táctica? No tenía ni idea. Pero no podía dejar la conversación ahí.

-Ah, qué interesante… ¿Y de qué va?

-De un monje que resuelve un asesinato en una abadía italiana.

Me sonaba el argumento, pero casi de pasada. Algún profesor de literatura tal vez me hubiese hablado de eso varios años atrás pero, como ya he dicho, no soy muy lector, y esas clases habían caído en el olvido.

No se me ocurría nada más y nos quedamos callados una vez más. De fondo se oían las risas de los niños, las conversaciones de las personas y, un poco más lejos, el ruido del tráfico. Podría jurar que lo que siguió fue completamente involuntario, porque empecé a actuar sin pensar. Mi mano derecha empezó a arrastrarse sobre las maderas del banco, en dirección a la mano izquierda del chico pelirrojo, que reposaba laxa sobre las tablas. Era un avance lento y apocado, como queriendo y no queriendo llegar al mismo tiempo. Pero él se percató de  ello, y también empezó a avanzar la suya de la misma manera. Íbamos avanzando poco a poco, uno hacia el otro, en ocasiones echábamos para atrás, tal vez por un pensamiento que nos cohibía. Al menos, ese era mi caso. Cualquiera podía vernos y preguntar qué narices nos pasaba. Pero la gente pasaba y no nos hacía caso y seguíamos avanzando. Era una especie de tango extraño, en medio de una música ambiental desafinada y desacorde. Tal vez pasaron unos minutos, tal vez una hora entera, hasta que nuestros dedos por fin se encontraron. He de decir que fue un toque extraño e incómodo. Su mano se deslizó debajo de la mía y nuestras miradas se encontraron una vez más. Ambos estábamos ruborizados, con la cara roja como la lava de un volcán que va a erupcionar en cualquier momento. No sé ni por qué hacía lo que hacía o por qué reaccionaba así.

Lo que siguió fue impulsivo. Ambos nos levantamos al mismo tiempo y corrimos hacia el bosquecillo. Sin importar que hubiese testigos, nos adentramos entre la vegetación, avanzando entre los árboles hasta que el camino y la gente se perdieron de vista y su ruido no nos llegaba. Creo que llegamos al mismo sitio en que me corrí el día anterior, pero no me llegué a fijar. Simplemente le acorralé contra un árbol y empecé a besarle apasionadamente. Las chicas con las que he estado dicen que beso muy bien, y me puse a comerle la boca con toda la experiencia que tenía, introduciendo mi lengua en un intento por llegar hasta la campanilla, aunque fuese físicamente imposible. Sí, era consciente de que era un tío, de que nunca me hubiera imaginado besando a un tío de esa manera. Y. sin embargo, no me importaba. Quería llegar hasta cada rincón de esa cavidad bucal, pasar los labios por cada centímetro de su paladar, contar sus dientes con la punta de la lengua. Estaba frenético, impulsado por un deseo impulsivo y exaltado. Sólo le solté la boca para retirar mi propia camiseta de tirantes y desabrocharle a él la camisa de cuadros. Nuestros pechos desnudos tomaron contacto y ahí seguimos. Luego, el beso fue bajando su ritmo poco a poco, hasta que se despegaron con un chasquido.

Yo ya estaba excitado, mi hombría en su máxima extensión marcando mis pantalones. Él se dio cuenta de ese detalle y descendió poco a poco, hasta situar su cabeza a la altura de mi entrepierna, al tiempo que me daba besitos en el pecho y el estómago. Me quitó esa última pieza de ropa lentamente, descendiendo la goma de la cintura a través de mis piernas. Mi miembro se quedó atascado ahí, hasta que se soltó con un rebote que casi le dio en la barbilla. Lo contempló durante unos instantes, tal vez calculando su extensión, y luego se lo introdujo en la boca. Antes había explorado ese orificio con la lengua y ahora lo exploraba con el pene. Palpó cada milímetro de mi miembro, duro y caliente, y yo sentía su humedad y su lengua. Era como darse un baño caliente tras un día de intenso ejercicio, pero sólo mi pene era el que se bañaba. No era una experiencia nueva, pero sí distinta. Él parecía disfrutar más con la felación que cualquiera de las mujeres con las que he estado. Metía y sacaba, pasaba la lengua, lo mordía con gentileza… Creí que me iba a correr allí mismo. Pero se detuvo antes de que toda mi tensión pudiese explotar.

Una vez más se levantó. Mis manos no lo dudaron ni un instante y le desabrocharon el botón de los vaqueros cortos que vestía. Cuando estos cayeron, deslicé sus calzoncillos como él había hecho conmigo. Los dos quedamos desnudos, con la ropa tirada por el suelo. Tan sólo nos quedaban los zapatos, un detalle sin importancia. Él tenía un miembro firme, de tamaño promedio que perfectamente podía satisfacer a una chica. Pero prefería que yo le satisficiese a él. Se apoyó de cara contra el árbol, dándome la espalda y poniendo el culo en pompa. Abrió esa raja sin pelos que tenía, descubriendo su agujerito de la felicidad. Y hacia ahí me dirigí yo sin ni siquiera preguntarme por qué me iba a tirar a un tío. Yo, que nunca me hubiera imaginado entrando en otro sitio que no fuese una buena mujer.

A ver, que no era la primera vez que tenía sexo anal. Puedo abrir el culo de las hembras igual que les abro el coño. Pero sí que era la primera vez que lo hacía de pie y la primera vez que, al hacerlo, rodeaba unas caderas masculinas, por muy andróginas que pudieran ser. Fui penetrando poco a poco, sintiendo su resistencia que se abría lentamente a mi presión. Allí dentro estaba como en casa; aunque era una casa distinta por fuera, pero no tanto por dentro. Empecé a balancearme para atrás y para delante, revisitando cada centímetro que mi hombría rozaba. Sin darme cuenta, iba aumentando el ritmo, mientras con los brazos le atraía hacia mí. Y lo que al principio fue una intromisión suave y dulce, pronto se convirtió en una agresiva y violenta que hacía uso de toda la fuerza de la que disponía. Con las chicas solía ser más amable y sólo hacía uso de toda mi potencia si ellas me lo suplicaban entre gemidos. Ahí no pedí ningún permiso y el chico pelirrojo, cuya melena se iba moviendo al son de mis acometidas, empezó a gemir con un chillido agudo que resultaba incluso femenino. Si alguien venía atraído por ese ruido y nos pillaban, no me importaba, y no cesé de empotrarle contra el árbol. Casi me recordaba a las zambombas de Navidad. Dios, cómo lo estábamos gozando. Sólo cuando estuve a punto de llegar al culmen del éxtasis extraje mi miembro y, como estaba acostumbrado a hacer, me sacudí para que mi semen lloviese sobre su piel. Glúteos y espalda quedaron marcados con mi leche espesa y él pareció agradecerlo. Respiraba con fuerza y sonreía con complacencia. Después le ayudé a limpiarse mi marca y nos vestimos mutuamente. Antes de marcharse de vuelta entre los árboles, el chico pelirrojo me dio un último beso. Cuando desapareció, me percaté de que había dejado un trocito de papel en el bolsillo de mis “shorts”. En él figuraba un número de teléfono. Sonreí con picardía; no era el primero que me dejaba su número para repetir otro día.

Y esta es la historia del primer polvo homosexual de mi vida. Algo que nadie hubiese esperado de mí, un mujeriego confeso que representa todo lo contrario a lo homosexual. Después de eso he empezado a ver las cosas con nuevos ojos y voy buscando género más variado. Ya no me considero un heterosexual de manual, sino un bisexual que alegra el día allí donde va y que puede entrar donde le plazca. Bueno, casi dónde le plazca. Y ahora, si me disculpáis, tengo que cortar aquí la narración. He contactado por Internet con una pareja liberal que me ha ofrecido hacer un trío. Ella es una perra que se acuesta con un montón de tíos a pesar de tener novio; él también es un buscón de mujeres y, como yo, va revoloteando de flor en flor. Pero digamos que él es… Bueno… Es un poco heterocurioso…