En la oscuridad

Nunca supe quien era ella. Nunca antes había hecho nada parecido. Tampoco volví a hacerlo después.

EN LA OSCURIDAD

Nunca supe quien era ella. Nunca antes había hecho nada parecido. Tampoco volví a hacerlo después. Pero fue una de las experiencias más maravillosas que he disfrutado nunca. Reconozco el peligro de la situación.

Aquella mujer podría haber sido mi madre, mi hermana o incluso mi hija. Podría haber sido una compañera de trabajo. La dependienta del supermercado. La vecina del quinto. Cualquiera. Pero creo que no era ninguna de ellas. Nunca llegué a ver su rostro pero recuerdo perfectamente el sabor de su piel, el olor de su sexo y la calidez de sus besos. Conozco de memoria la rotundidad de sus senos y el tacto de sus nalgas. Todavía retumban en mi cabeza sus gemidos como una sinfonía de placer y morbo incontrolado. Sucedió como suceden las mejores cosas en esta vida. De casualidad.

Un día en mi casa. Solo. Un sábado por la tarde. Navegando por Internet. Recibo un correo. Es de una mujer que ha leído uno de mis relatos eróticos que publico asiduamente en la red. Respondo inmediatamente agradeciendo sus (inmerecidos) elogios y entonces ella responde inmediatamente a mi correo con una sola pregunta. "¿Que es lo que nunca has hecho?". Respondo sin demasiado convencimiento "follar con una desconocida a oscuras sin verle nunca la cara". Su respuesta no llegaba. Pero estoy acostumbrado a eso. Muchas personas vienen a mí con preguntas a las que no tengo respuesta. En otras ocasiones yo soy quien pregunta cosas que no obtienen respuesta. Estoy acostumbrado a eso.

Lo asumo como parte del juego. Yo escribo. La gente lee. El resto es circunstancial. Dos horas después recibí un correo de la mujer. Simplemente me daba una dirección y después añadía "te espero a las 21.00, a oscuras y desnuda. No respondas a este correo". Después supe que el hecho de no contestar había hecho que su espera fuese aun más excitante. ¿Vendría o no vendría el escritor desconocido? Por supuesto que fui. Estaba relativamente cerca de casa. A veinte minutos caminando. De camino compré una caja de condones en una farmacia y la deje caer sin demasiado convencimiento en el bolsillo de mi americana. No estaba seguro de que aquello fuese una broma. Pero no tenía nada mejor que hacer y sentía una terrible curiosidad. Resumiendo, podía más la curiosidad que las ganas. Llegué y oprimí el timbre del portero automático, eran las 21.00, ni un minuto más ni un minuto menos. Quienes me conocen saben de mi asquerosa e irreflexiva puntualidad. Quienes me conocen también sabe de mi terror a la oscuridad. ¿Que hacia allí? Era una locura.

Algo me decía que nadie contestaría a mi llamada. De improviso la puerta se abrió. Entré en el edificio con cierta sensación adrenalinica oprimiéndome el corazón. Algo que hacia mucho tiempo que no sentía. Subí al piso. La puerta estaba entreabierta. Entré. Oscuridad. Al fondo se escuchaba la respiración de una persona. Una mujer (o al menos eso esperaba...). Me acerque a ella y la rodee con mis brazos, no era pequeña pero tampoco grande. Nuestras bocas se buscaron y después de dos intentos fallidos nuestras lenguas se convirtieron en una sola. Olía a perfume fresco.

Mis manos se deslizaron por su camisa cuyos botones desabroche torpemente. Sus pechos eran grandes, blandos, su pezón duro. Su mano se metió dentro de mi pantalón. Mi erección era descomunal, imparable, un ejemplo de rotundidad repleta de deseo. Me bajó los pantalones y me sacó la polla. Yo metí una mano dentro de los suyos y mis dedos se empaparon de una humedad fuera de toda lógica. Un mar de morbosidad y deseo. Se arrodillo y se metió mi polla en su boca.

Yo puse mis manos en su cabeza. Tenía el pelo largo y enmarañado, como una melena. No podía verla pero sentía su boca succionando con autentica pasión mi pene, notaba los rizos de sus cabellos entre mis dedos y el olor de sexo y perfume de rosas. La obligue a levantarse, no porque no me gustase lo que estaba haciendo, todo lo contrario, su boca era maravillosa. Pero necesitaba follarmela. Busque la americana por el suelo y saque un condón que me puse torpemente. "Date la vuelta". Ordené. Ella obedeció. Abrir sus húmedas nalgas y la penetré.

Mi pene entró en su vagina sin apenas trabajo. Como si hubiesen estado hechos el uno para la otra. O viceversa. Comencé a follarla con lentitud. Metiendo y sacando mi pene en toda su longitud. Sus caderas eran anchas pero su culo no era grande. Aunque todo esto es teoría. Era la primera vez que le tomaba las medidas a una mujer en la oscuridad. Sus gemidos acompañaban al masajeo que estaba haciendo de sus grandes pechos. Como una música celestial.

Me aferraba a aquel cuerpo como se aferra una lapa a la roca. No podía ser de otra manera. Una follada auténticamente deliciosa. Nos corrimos varias veces, gastamos todos los condones. Hicimos todo lo imaginable (e inimaginable) que puede hacerse en una habitación a oscuras. Y finalmente nos despedimos en la misma oscuridad que nos había saludado. Nunca más volví a saber de ella. Ahora camino por la calle y miro a todas las mujeres.

Cualquiera podría ser ella. Y cuando las veo sonrió con una sonrisa de complicidad que ninguna entiende. Quizás algún día una de esas mujeres me devuelva la mirada cómplice. Entonces la habré recuperado.

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amo_ricard@hotmail.com