En la oficina con mi jefe
Aquella mañana me había levantado de buen humor. Había olvidado definitivamente a mi ex y empezaba una nueva vida.
Aquella mañana, me desperté antes de que sonara el despertador. Me senté en el borde de la cama, y a oscuras, intentaba recordar que era lo que había soñado el día anterior. Pero nada, no lo recordaba.
Encendí la luz. Miré el reloj y ví que todavía quedaban 30 minutos para dar la hora. "¡Da igual!", pensé, "Así evito las caravanas y adelanto parte del trabajo." Era miércoles y me sentía muy animada, la verdad. El viernes, a partir de las dos de la tarde, podría descansar. Descansar, sí, porque para ser sincera, mi agenda social se había vuelto un poco aburrida, sobre todo desde que me dejó él, y de eso hace ya unos cuatro meses. Y claro, mis amigos y amigas tienen todas sus vidas hechas, y nos vemos muy de vez en cuando.
De camino al trabajo, me sorprendía a mi misma cantando una canción muy animada que sonaba en la radio. Sorprendida porque, por primera vez, no pensaba en mi ex. Es más, me daba igual lo que hiciera, que ya no me afectaba. Eso me hizo que la mañana resultara un poco más alegre.
Como era de esperar, en la oficina no había nadie. De todas formas, mi compañero de trabajo estaría todo el día en un curso, por lo que estaríamos mi jefe y yo solos.
Mi jefe entró diez minutos más tarde que yo, tatareando una canción. Se le veía contento también. "Me da que hoy nos hemos caído los dos de la cama", me dijo mientras me hacía un guiño.
Hasta la hora del desayuno estuvimos cada uno en su despacho arreglando sobre todo asuntos atrasados. Como la mañana estaba siendo tranquila y no teníamos ningún cliente citado para hoy, mi jefe decidió que bajáramos los dos juntos a desayunar. Para mi genial, la verdad, no tenía ganas de desayunar sola.
Mientras desayunábamos, hablamos de todo: de cine, de libros, de teatro, En fin, que estuvimos unos tres cuartos de hora, hasta que nos dimos cuenta y volvimos al trabajo.
Una vez de vuelta, tuvimos que subir los tres pisos hasta la oficina caminando, ya que estaba el servicio del mantenimiento del ascensor haciendo una revisión. No me importó, es más, algo de ejercicio no me vendría mal. Mi jefe iba delante de mí, tarareando la misma canción que por la mañana. Presté un poco más de atención: era doce años mayor que yo, y a sus 42 años se le veía muy bien. No fumaba, tenía una familia maravillosa, hacía deporte vamos, lo que toda mujer espera.
Cuando llegamos al rellano de la escalera, él abrió la puerta y entró en la oficina. Yo entré buscando entretenida el paquete de chicles en el bolso, y fue por eso por lo que no me percaté en un principio lo que pasaba. Entré y oí como se cerraba la puerta de la oficina detrás de mí. "Le habré dado un golpe sin querer", me giré, alcé la vista, apartándola de mi bolso, y lo siguiente no lo vi, sino lo sentí: los labios de mi jefe, apoyados sobre los míos. No sabía qué hacer. Por un instante, el apartó de mí sus labios, y con mucha suavidad, apoyó su dedo índice sobre ellos. Mientras agarraba con suavidad mi cintura con la mano derecha, con la izquierda cogía mi bolso, colgándolo en una percha que se encuentra en la entrada. Sus ojos me miraban de una forma que no sabría explicar. Nuestros cuerpos se acercaban cada vez más. Con la mano que le quedaba libre comenzó a acariciarme la mejilla izquierda y volvió a besarme. Esta vez más intensamente que la primera. Sabía que yo también quería que sucediera.
Me llevó a horcajadas hasta la Sala de juntas y me apoyó sobre la mesa. Durante un buen rato, nuestras lenguas juguetearon. Hasta que ya no pude aguantar más: quería saber como sabía su cuerpo. Comencé a desabrocharle la camisa y los pantalones. Mientras, le iba besando el cuello y la parte del torso que quedara al descubierto. Él ya me había subido la falda y quitado las braguitas.
Cuando le quité su camisa, él aprovechó para quitarme la camiseta. Entonces noté que su erección era mayor, cuando miraba mis pechos bajo el sujetador de encajes. Apoyé mis pies en su trasero, de tal forma que su pene rozara más mi vagina. Fue entonces cuando notamos la humedad del otro.
Sin dudarlo ni un momento, me arrancó el sujetador, hizo que apoyara mi espalda sobre la mesa y me quitó la falda mientras se quitaba los pantalones. Antes de continuar con la penetración, y mientras se quitaba su ropa interior, me acarició el clítoris con su lengua, haciendo que me humedeciera mucho más. Cuando se irguió, me apoyé en la mesa sobre los codos y en ese momento vi que su pene estaba rojo e hinchado y susurrando le dije: "No lo pienses más, es todo para ti". "Y para ti también", me dijo él.
Me penetró con tanta suavidad y dulzura, que parecía que estaba flotando en aquella habitación. Al principio, el vaivén hacia delante y hacia atrás era suave. A medida que iba aumentando mis jadeos, al mismo tiempo que notaba cada vez mas hinchado su pene, el vaivén iba más rápido. Yo no podía aguantar más y en ese momento oí su voz preguntándome, "¿Estás preparada para los fuegos artificiales?". "Sí, lo estoy" grité yo. Llegamos los dos al orgasmo, entre jadeos y risas. Era lo mejor que me habían hecho en mucho tiempo.
Durante un rato, nos tumbamos sobre la mesa, mirándonos, dándonos besos y caricias. No hablábamos, sólo nos mirábamos. Mientras estábamos allí, me pregunté que hora sería, no habría pasado mucho tiempo. La última vez que ví la hora, fue al salir de la cafetería, marcaba las 10.30 a.m. Así que, no creía que hubiera pasado mucho tiempo. Miré mi reloj de muñeca. "uff", solté sin pensar. "¿Tienes prisa?", me preguntó. Sonreí, "No, ninguna. Son las dos de la tarde, ¿No tienes que ir a buscar a tus hijos al cole ?" Mientras me acariciaba las mejillas y en sus labios se dibujaba una sonrisa me decía: "Tú, como siempre, tan atenta. Esta semana no tienen clases mis hijos. Se han ido de campamento. (Guardo silencio unos segundos) ¿Tienes planes para el almuerzo? ¡Venga! Te invito" Me dio un beso en la boca y como si estuviera leyéndome la mente me susurro al oído: "Tranquila, mi mujer no me espera en casa. Está con unas amigas"
Sonreí, puse mi cuerpo sobre el suyo, obligándolo a echarse sobre la mesa, y comenzamos a hacer el amor de nuevo.
Esta historia continúa, pero la contaré en otro momento.