En la montaña me estrené como mujer (y 8)

Finaliza mi estancia en la montaña con mis primos, durante la cual MArtin, Isabel y yo nos entregamos la flor de nuestra virginidad.

EN LA MONTAÑA ME ESTRENÉ COMO MUJER (8)

El día de ayer fue y será un día para no olvidar jamás, ya que hice el amor por primera vez con mi primo Martin; fue un día memorable del que guardaré siempre un muy grato recuerdo. Al acostarnos, Isabel se acurrucó junto a mí bajo la manta, y así estuvimos un buen rato charlando sobre lo sucedido; como es de lógico suponer, al estar desnudas bajo la manta y con la conversación sobre el acto del amor y todo ello, nos fuímos animando y empezamos a acariciarnos y besarnos hasta que nos quedamos profundamente dormidas.

A la mañana siguiente, yo fui la última en despertarme y al caer de los brazos de Morfeo me di cuenta que estaba en los de Isabel; Laura y Martin ya hacía rato que se habían levantado y, por el ruído, supimos que estaban fuera en la piscina; al abrir en los ojos me di cuenta que continuábamos como nos habíamos dormido: medio abrazadas; cuando Isabel vio que me había despertado me dio un beso y me dijo: "Despiértate, ya, dormilona"; yo no tenía ningunas ganas de levantarme y estiré todos mis músculos para desperezarme; tal y como estábamos, era inevitable que al hacer esto, nuestros cuerpos se acercasen más y nuestros sexos se pusieran en contacto, lo cual nos produjo un agradable cosquilleo y a raíz de ello, Isabel dijo:

Mira, nos hemos juntado como ayer Martin y tú al hacer el amor.

Sí, es cierto; pero lo de ahora sólo ha sido un roce, pero ayer fue mucho más intenso porque Martin estaba encima mío y me introdujo su pene.

¿cómo? ¿así?

Justo cuando acababa de decirlo, Isabel se giró y se colocó encima mío; en un principio me la quise quitar de encima y le dije que no era correcto, que éramos chicas y además primas, a lo que ella contestó que no había ningún peligro y que no había ninguna diferencia entre estar así las dos una encima la otra y lo que habíamos hecho hasta ahora al besarnos y acariciarnos. Pensándolo bien, tenía razón, y cada vez me sorprendía más la madurez mental de mi prima; a pesar de sus 15 años, tenía las ideas mucho más claras que muchas personas mayores que ella; y, realmente, tenía razón, no había ningún peligro.

La sensación era muy agradable al tener a mi prima encima mío como si hiciésemos el amor; nos besamos tierna y cálidamente procurando recrearnos al máximo de todos y cada uno de estos instantes de placer; nuestros senos se tocaban, y habían dejado de lado su antigua consistencia esponjosa y blanda para estar firmes y duros. Nuestros pezones ya se habían puesto como garbancitos y parecía que quisiera jugar entre ellos; tal como estábamos, nuestros sexos se tocaban el uno al otro y parecía como si nuestros vellos púbicos quisieran entrelazarse; recordando la noche anterior, Isabel fue moviendo su pelvis, como si fuera Martin haciéndome el amor; cuando llevábamos un rato así, me preguntó qué se sentía cuando se rompía el himen, y yo le contesté que era una sensación parecida a la que teníamos cuando al arreglarnos las uñas veíamos que nos salía una pielecita y tirábamos de ella para arrancarla; le dije que al principio se notaba como el pene iba entrando por la vagina y al llegar al himen se quedaba bloqueado sin poder pasar; si se continuaba empujando se iba notando como el miembro hacía fuerza para liberar el paso y, cuando lo conseguía, era como si la membrana que lo frenaba se agrietara y acabara por romperse; al principio escocía como cuando nos arrancábamos esas pielecitas, pero luego proporcionaba una gran sensación de placer.

Ella estaba muy intrigada en ello y por un lado deseaba hacer el amor y sentir este placer supremo, pero por el otro temía que doliera demasiado. Viéndola tan dudosa e indecisa le pregunté:

Si antes de notar este escozor supieras el placer que te da, ¿te sería más fácil decidirte?

Creo que sí, pero ¿cómo?

No sabía si decidirme o no. Por un lado deseaba poder acariciar a Isabel más íntimamente de lo que hacíamos hasta ahora, pero por el otro temía que me rechazara, que me dijera que no o que se enfadara. Lo cierto es que ya nos habíamos visto desnudas, nos habíamos besado y acariciado, pero esto significaba apretar un poco más las tuercas. Cierto que se podría enfadar, pero también era cierto que proporcionaba un gran placer, con lo que, armándome de valor, le dije:

Bueno…no sé si debemos

No seas misteriosa, dímelo ya.

Bueno, estaba pensando que si te acaricio y te introduzco un dedo como si fuera el pene de Martin podrías notar algo parecido.

Por mí no hay problema, pero lo hacemos sin que ellos se enteren ¿vale?

Isabel se tumbó en el suelo boca arriba a mi lado, y bajo la manta empezamos a acariciarnos; recordé que Laura había dicho que antes de la penetración era mejor que el sexo estuviera excitado para que se lubricara bien y no doliera; para ello, nos estuvimos besando y acariciando el pecho la una a la otra, hasta que creí llegado el momento y bajé mi mano; al llegar a su entrepierna; poco a poco iba acariciando su Monte de Venus y la excitación iba en aumento; Isabel se recostó de lado y nos quedamos cara a cara; mis dedos fueron recorriendo cada uno de los rincones de su anatomía más íntima, hasta que el dedo índice fue penetrando poco a poco en su cueva del placer; de vez en cuando tenía que decirle a Isabel que procurara no hacer tanto ruído, puesto que sus gemidos podrían llegar hasta la piscina; mientras, ella me iba acariciando el pecho que, por otra parte, ya hacía rato que estaba duro y firme. A medida que me iba acariciando, fue bajando su mano hasta dejarla en mi entrepierna; viendo el placer y la gran satisfacción que sentía cuando yo le introducía un dedo, ella hizo lo mismo y quedamos las dos así unidas; cada vez se lo iba introduciendo más, hasta que noté que algo me impedía avanzar; apreté un poquito más y noté como este algo era ligeramente flexible y se curvaba cada vez que yo lo apretaba; ¡claro! Mi dedo estaba delante del himen de Isabel, y era lo único que la separaba del camino que la llevaría a ser toda una mujer.

¿Lo notas? – le pregunté, presionando ligeramente con mi dedo la frágil membrana

Sí, que lo noto ¿qué es?

Es el himen, y si continuara apretando se rompería.

¿Duele?

Supongo que dependerá de las personas; más que dolerme, cuando Martin y yo hicimos el amor, lo que noté fue una especie de escozor, como si me hubiera arrancado una piel; pero enseguida notas un gran placer que te hace olvidar estas molestias.

Si tu me lo haces, ¿también lo notaría?

Sí, claro, pero supongo que te gustaría más hacerlo con Martin porqué el pene es más grueso que el dedo y te acariciaría más.

¿Y si no quiere?

Ay, tía, no seas tontita; claro que va a querer, y si no, ya nos las arreglaremos para que disimuladamente volvamos a las prendas o algo así.

OK

Para no levantar sospechas, nos levantamos y fuímos a reunirnos con Laura y Martin en la piscina; como habíamos hecho anteriormente, fuímos descalzas caminando por encima de la nieve, y el contraste entre el frío de la misma y el calor de nuestro cuerpo nos hizo ir de puntillas y soltando algún chillido de vez en cuando; cuando llegamos al borde de la piscina, saltamos al agua y, la verdad sea dicha, fue un gran alivio notarla alrededor de nuestro cuerpo; ellos dos estaban sentados en uno de los escalones bajos charlando amigablemente y nos invitaron a reunirnos con ellos; sentados así, podíamos descansar tranquilamente y, como estábamos con el agua casi a la altura de los hombros, apenas notábamos la sensación de frío.

Estuvimos un rato charlando hasta que Laura, en su papel de hermana mayor, nos recordó que hoy por la noche llegarían nuestros padres con lo que, en algún momento, tendríamos que recoger la casa e ir a comprar comida, puesto que habíamos dejado la despensa casi vacía. No es que tuviéramos la casa hecha una leonera, cada día la recogíamos y ordenábamos; por muy bien que la tuviéramos siempre podíamos haber dejado algo tirado por ahí; además, si reponíamos la nevera y acabábamos de recoger la casa pronto, antes podríamos ponernos a jugar o a ver la televisión.

Nos subimos al coche y, mientras Laura iba conduciendo, en una lista íbamos repasando lo que nos faltaba; mirándolo bien, tampoco tendríamos que comprar demasiado, y si nos apresurábamos y nos lo combinábamos bien, podríamos terminar enseguida; nos repartimos en dos grupos para ganar tiempo y, a la hora convenida nos encontramos junto a la caja con toda la compra a punto de colocarla en las bolsas y de pagar;

Por el camino de regreso a casa íbamos comentando que, a pesar de tener ya ganas que llegaran nuestros padres para acabar de pasar las vacaciones con ellos, era una lástima que esta noche estuvieran ya en casa; nos lo habíamos pasado muy bien estos días juntos y el tiempo nos había pasado volando; los cuatro teníamos ganas de llegar a casa, dejarlo todo bien ordenado y recogido y, si la ocasión era propicia, jugar a algo más; a pesar de la confianza que nos teníamos, puesto que estos días íbamos desnudos por casa, nos habíamos besado, acariciado y Martin y yo hecho el amor, aún nos costaba un poco romper el hielo; al final fue mi primo quien agarró el toro por los cuernos y, ante nuestra sorpresa por una pregunta tan directa, dijo:

Laura, ¿ayer por qué dijiste que Isabel e Ingrid casi hicieron un 69¿ ¿qué es?

Es que dos personas se coloquen una encima de otra invertidas y que ambas su chupen sus sexos; ayer cuando, antes de que hicierais el amor, Isabel le estaba lamiendo el sexo, Ingrid la colocó encima de ella para hacerle lo mismo; se puede hacer entre dos chicas, entre dos chicos o chico y chica.

Pues ya sabemos una cosa más –dijo Isabel.

Como el hielo ya estaba roto, dije que si estaban de acuerdo, y antes que llegaran nuestros padres, a lo mejor a Isabel le gustaría probar qué se siente al hacer el amor por primera vez; yo ya sabía que ella tenía ganas de "estrenarse", ya que esta mañana me lo había dicho cuando bajo la manta nos estuvimos acariciando y besando un rato, pero preferí hacerme la despistada como si yo no supiera nada, para que Laura y Martin no sospechasen nada; un tanto sorprendidos por mis palabras, le preguntaron si era cierto aquello, a lo que, un tanto ruborizada, contestó que sí; como el acto del amor no es cosa de uno sino que intervienen dos, a continuación le correspondía a Martin dar su opinión al respecto. Contestó que por él no había ningún inconveniente.

Así, entre charlas y bromas llegamos a casa; descargamos el coche y empezamos a distribuir la compra entre las estanterías de la despensa y los armaritos de la cocina. Subimos los colchones que habíamos dejado en el salón delante del fuego y lo dejamos todo a punto para que cuando vinieran nuestros padres no pudieran echarnos en cara que no hubiéramos dejado bien la casa.

Cuando creímos que ya estaba todo a punto vimos que se nos habían hecho cerca de las 3 de la tarde y nos preparamos unos simples bocadillos para comer; entre bocado y bocado estuvimos recordando lo bien que nos lo habíamos pasado estos días y nos hizo gracia cómo habíamos empezado con nuestros juegos; sonreímos un poco al recordar cómo al principio de mi estancia con mis primos empezamos jugando inocentemente a las prendas en la piscina y cómo en aquel entonces ya nos parecía toda una proeza o una osadía desprendernos de nuestra ropa por unos momentos; luego, poco a poco fuímos ganando en confianza y pudimos llegar hasta donde habíamos llegado; estuvimos de acuerdo en que por nada del mundo nos hubiéramos podido imaginar ni un ápice que todo sucedería así; estábamos de acuerdo en ello, pero también coincidíamos en que nos quedaban pocas horas ya que pronto iban a llegar nuestros padres y entonces ya no tendríamos la libertad y mucho menos la confianza necesarias para poder ir sin ropa por casa ni tampoco para poder experimentar con nuestro cuerpo e ir descubriendo nuestra propia sexualidad.

Precisamente porque nos quedaban unas pocas horas y un poco para recordar cuáles y cómo fueron nuestros inicios, empezamos a jugar a las prendas; con las prisas de arreglar la casa y tenerlo todo a punto, aún no nos habíamos cambiado y llevábamos la misma ropa con la que habíamos llegado de la compra; tal y como hicimos el primer día empezamos con las prendas, pero esta vez no utilizamos ningún dado; esta vez nos lo jugábamos a la carta más alta y quien perdía tenía que quitarse alguna prenda de ropa. Como si fuera la primera vez que nos encontrábamos en esta situación, a medida que íbamos perdiendo, nos desprendíamos de alguna prenda e intentábamos que fueran las más banales y las de menor importancia; como si quisiéramos retrasar al máximo el momento que tuviéramos que enseñar más de la cuenta, nos quitábamos pulseras, relojes, calcetines, etc. Parecía como si no nos hubiéramos visto nunca desnudos y cada vez que a alguien le tocaba quitarse algo arreciaban los silbidos, las bromas y los comentarios al respecto; parecíamos unos críos con la excitación de su primer momento, como si fuésemos a desnudarnos por primera vez; aunque no fuésemos primerizos en ello, a medida que iban cayendo las prendas aumentaba la excitación que planeaba por el ambiente.

Quien tuvo que enseñar algo por primera vez fue Laura; en un momento del juego en que estaba toda ella en ropa interior, perdió y tuvo que quitarse el sujetador; sin que previamente nos hubiéramos puesto de acuerdo en ello, todos estábamos pendientes de cada momento en que caía alguna pieza, y la persona que había perdido se la iba quitando poco a poco intentando retrasar al máximo el momento; Laura su puso las manos a la espalda y fue desbrochándose su sujetador hasta que éste cayó al suelo; rápidamente se cubrió con sus manos el pecho como si quisiera que no lo viéramos, y, evidentemente, los tres protestamos que bajase las manos que no se podía tapar nada. Al final las bajó y se quedó delante nuestro con el pecho al aire; parecían dos manzanitas y, como habíamos podido comprobar anteriormente, nos cabían en la palma de la mano. Sus senos se habían puesto duros, y sus pezones rígidos y firmes nos apuntaban amenazadoramente; en mi familia todas hemos tenido poco, y cuando nos quedamos las tres con el pecho al aire lo pudimos comprobar: Laura e Ingrid tenían unos senos redonditos como si fueran manzanas bien formadas, pero en cambio yo tenía una especie de huevo frito que a duras penas podía competir en volumen con ellas dos.

Poco a poco nos fuímos quitando la ropa, y la primera en quedarse sin nada fue Laura; se levantó de donde estábamos nosotros y se fue a la mesa del comedor con unas hojas de papel, unas tijeras y un bolígrafo. La miré intrigada intentando averiguar qué estaba haciendo pero no atinaba a ver nada; para no interrumpir la partida, por llamarla de alguna manera, la dejé estar y continué con Martin e Isabel. Continuamos con las cartas y la siguiente en perder fui yo; ya sólo llevaba unas braguitas, parecían unas braguitas de niña pequeña, blancas, sin encajes ni blondas, y sólo con unos dibujitos de flores; puse las manos a ambos lados y tirando poco a poco hacia abajo me fui desprendiendo de ellas; conscientemente procuraba ir lo más despacio posible; no tanto por la vergüenza que pudiera darme, sino para seguir el juego y para darle la mayor carga sensual al momento; a medida que iban bajando, iban apareciendo los pelitos de mi Monte de Venus hasta que mi sexo quedo completamente al descubierto.

Tal como vine al mundo, completamente desnuda y sin nada con que ocultar mis vergüenzas, me levanté lentamente y me dirigí hacia donde estaba Laura; dejé a Isabel y a Martin con las prendas; no creía que fueran a durar mucho, puesto que Isabel estaba sólo con las braguitas puestas y lo más probable es que perdiera pronto; pero parecía que el destino quiso que no fuera así y la "partida" duró más de lo normal entre que quedaron empatados varias veces y tuvieron que desempatar, y que Martín había perdido muy pocas veces y aún llevaba casi todo su atuendo encima. Un poco picada por la curiosidad, le pregunté a Laura qué estaba haciendo y me respondió que era un secreto; acerqué mi silla hacia donde ella estaba e inclinándome hacia ella me dispuse a oír la confidencia: estaba haciendo un juego para variar un poco las prendas. Hicimos dos grupos de papelitos: en uno de ellos escribimos nuestros nombres, y en el otro escribimos las prendas que podíamos hacer. Por turnos, cogeríamos un papelito con el nombre de alguien de nosotros con quien haríamos la prueba y del otro montón tomábamos otro papelito para saber qué prenda haríamos; mientras, la pareja restante cogería el papelito de su prenda y la haría al mismo tiempo.

Cuando Isabel y Martin se quedaron sin nada, vinieron hasta donde estábamos nosotras y les explicamos el juego que habíamos estado preparando. La idea les pareció buena, y también estuvieron de acuerdo en que estaría bien que pudiéramos participar todos. Leímos los papelitos de las prendas y nos los pasamos unos a otros para ver si faltaba alguna o si alguna de las que habíamos escrito alguien no estaba de acuerdo en ella. No hubo ningún problema; cuando nos íbamos a levantar, me di cuenta que disimuladamente Isabel me hacía un gesto con los ojos; enseguida comprendí de qué se trataba. Por gestos me estaba indicando lo que ya me había comentado por la mañana: a pesar de que al principio podría notar un cierto dolor, o cuanto menos escozor, quería hacer el amor por primera vez. Así lo hice saber y hubo unanimidad en que era lógico el interés de Isabel. Como para ello era absolutamente imprescindible la participación de Martin, se lo pregunté, y contestó que no tenía ningún inconveniente en absoluto; el único problema era que le daba un poco de vergüenza; cierto era que se habían desnudado el uno ante el otro, se habían besado y acariciado, pero hacer el amor eran palabras mayores; pero a pesar de ello, también le apetecía y merecía la pena intentarlo.

Los cuatro nos disponíamos a iniciar el primer acto de amor entre Isabel y Martin, y nos dirigimos al salón delante la chimenea. Los cuatro estábamos sin ningún tipo de ropa encima y parecía que fuéramos hacia una especie de ritual de iniciación. Isabel y Martin se tumbaron en el suelo y acordamos que los estimularíamos Laura y yo respectivamente. Unas horas antes, le habíamos preguntado a Laura qué era un 69 y más o menos nos lo había explicado, dijo que ya era hora de ponerlo en práctica y que la acompañara en todos los movimientos intentando imitarlos al máximo; ella y yo nos acercamos hacia Isabel y Martin, nos colocamos encima de ellos en posición invertida; poco a poco fuimos bajando nuestras caras hasta que pudimos besar suavemente el sexo de Isabel ella y el de Martin yo; entonces, bajamos nuestra cintura hasta que ellos pudieran hacer lo mismo con nosotras. De reojo miré a mi lado y pude ver como Laura recorría todos y cada uno de los rincones de la anatomía más íntima de su hermana Isabel con los suaves movimientos de su lengua.

Comprendiendo que había llegado mi hora, bajé mi cabeza hasta llegar a besar la puntita del sexo de Martin; poco a poco fui abriendo mis labios y mi boca fue tragando su pene hasta que casi llegó a tocarme la campanilla de la garganta; con movimientos suaves chupé aquel miembro carnoso que iba adquiriendo una consistencia firme y dura; por el jadeo y los suspiros que se oían, se notaba que Martin estaba disfrutando de lo lindo y, queriendo devolverme el favor del goce, con un movimiento rápido a la vez que preciso colocó su cara en mi entrepierna y empezó a reseguirla con su lengua. En este momento yo me sentí como si estuviera en el paraíso; por un lado en mi boca tenía el pene ya erecto de Martin y cada vez que el calor y la suavidad de su piel rozaban mis carrillos grandes descargas de placer recorrían mi cuerpo desnudo; por el otro, su lengua estaba recorriendo las intimidades de mi Monte de Venus y me hacía gozar de lo lindo, una sensación que se vio acrecentada cuando alargando sus manos empezó a acariciarme el pecho convirtiendo los pezones un par de garbancitos firmes, duros y rígidos. En este momento la sensación de placer era indescriptible: su lengua estimulaba las interioridades de mi ser y sus manos acariciaban mis pechos firmes y duros ya como una roca; al mismo tiempo, yo intentaba devolverle con creces el placer que me estaba proporcionando.

Estábamos tan absortos en nuestros quehaceres, que no nos dimos cuenta que Laura nos estaba avisando que Isabel ya estaba a punto para entregar la flor de su virginidad a su hermano. Tuvo que darme unos golpecitos a la espalda para que me diera cuenta, mientras Isabel me decía en broma

No seas egoísta, tía; deja algo para mí y no te lo comas todo.

La intervención de Isabel nos hizo gracia por la naturalidad con que lo dijo y porqué al decir que no me lo comiera todo parecía que se refiriera a un pastel o a algo por el estilo. La miré y, pasándole cariñosamente la mano por la espalda, la atraje hacia mí y besándola suavemente en los labios le dije que no se preocupara, ya que había para todas; esta vez fue Martin quien intervino:

¿Cómo que hay para todas y que deje algo para ti? ¿Es que os pensais que soy un helado o algo por el estilo?

No seas bobo –le dije-, estamos en plan de broma y para ti también hay.

Como si quisiera que no se pusiera celoso, le di también un besito en sus labios y nos pusimos manos a la obra. Como, entre una cosa y otra yo había dejado de chuparle su pene, para evitar que estuviera flácido de nuevo, Laura empezó a acariciarlo suavemente; cuando recuperó su firmeza dijimos a Isabel que ya estaba todo a punto; en un principio estaba un tanto dudosa puesto que se acercaba el momento de la verdad, pero el deseo de experimentar las sensaciones que nosotras le habíamos descrito se fue superponiendo a los posibles temores que ella pudiera tener. Un poco para facilitar las cosas, sugerimos que fuera ella quien se tumbara al suelo y Martin se colocara encima; una vez que se hubo colocado un preservativo, acercó su pene a la cueva del placer de Isabel y poco a poco fue proporcionando un suave masaje a su hermana; aunque la diferencia de edad entre ellos dos era mínima, Isabel nació unos segundos después y siempre había sido la hermana pequeña, con todo lo que ello comporta. Y ahora Martin se veía en el papel de hermano mayor y procuraba ir con un cuidado exquisito para no lastimar a Isabel; poco a poco, la punta de su miembro fue entrando en el Monte de Venus; al principio sólo era la cabeza suave y rosada de su pene la que se aventuraba en las intimidades de Isabel, pero paulatinamente le fue siguiendo el tallo; los movimientos de Martin eran muy suaves y, más que embestidas, eran caricias con un cuidado supremo de no lastimar a la pequeña Isabel; la caras de ambos hermanos reflejaban el gran placer que sentían en este momento, se notaba que los dos estaban gozando; cuando el pene de Martin se encontró con la membrana del himen, disminuyó la presión de su miembro y miró a su hermana interrogándola con los ojos sobre si seguía o no; ella le dijo que no parara y, viendo que su hermano no acababa de profundizar para no lastimarla, en un rápido movimiento con sus manos lo atrajo hasta ella al mismo tiempo que arqueándose ligeramente subía su pelvis forzando la abertura de su más preciado tesoro; este movimiento repentino de Isabel aceleró lo que por prudencia Martin no se atrevía : la ruptura de su himen. En este momento Isabel hizo una mueca con su cara acompañada de un ligero gemido; ya había entregado la flor de su virginidad a su hermano y, deseando continuar con el placer que ello le proporcionaba a pesar del lógico escozor, continuó arqueando su grácil cintura y adecuando sus movimientos pélvicos a los de su hermano.

Mientras mis dos primos estaban haciendo el amor, Laura y yo estábamos, también, la una sobre la otra, con nuestros sexos en contacto y frotándose entre sí; ella estaba encima mío y a cada movimiento nuestro, los pechos se rozaban; nuestros senos ya habían adquirido una consistencia firme y estaban duros, al igual que nuestros pezones que ya habían adquirido la lógica rigidez.

Cuando ellos dos llegaron al orgasmo, Martin retiró su pene de la vagina de Isabel para evitar que se pudiera desprender el preservativo; los dos estaban sudorosos y con la respiración entrecortada; a Isabel se la veía con cara de felicidad y con un suave "Gracias, Martin, ha sido maravilloso" le besó en los labios. Los cuatro estábamos felices y contentos porque en estos días que habíamos estado juntos nos abrimos nuestros corazones y nuestros espíritus, consiguiendo que entre nosotros naciera un gran cariño como antes no había estado; antes nos veíamos como unos extraños, como aquel pariente lejano al que se va a ver por puro compromiso; ahora nos veíamos como aquel pariente lejano al que se quiere mucho y al que, precisamente por esta lejanía, se le echa mucho de menos. Esta unión que había nacido entre nosotros nos llenaba de felicidad por todo esto, porque entre nosotros había nacido una gran confianza y también, ¿por qué no reconocerlo? por los buenos ratos que habíamos pasado juntos mientras descubríamos nuestro propio cuerpo y nuestra sexualidad.

Sudorosos y un tanto emocionados por todo lo que habíamos vivido juntos estos días nos dispusimos a darnos un último baño en la piscina hasta que viniesen nuestros padres; una vez dentro, y mientras la cálida agua acariciaba la desnuda piel de nuestros cuerpos fuímos recordando cómo fueron nuestros inicios y cómo al principio nos poníamos colorados como tomates sólo de pensar que teníamos que desnudarnos; y en cambio, ahora veíamos la desnudez como algo natural e, incluso, la buscábamos así como el contacto mutuo.

Una vez más, fue la "voz de la experiencia" de Laura quien nos despertó de nuestros pensamientos y nos recordó que teníamos que arreglarlo todo un poco antes de la llegada; tenía razón y, de nuevo, fue una de las ocurrencias de la inocente Isabel la que nos hizo reír:

Aparte de arreglarlo todo, supongo que tendremos que vestirnos, ya que no creo que nos haga mucha gracia que nuestros padres nos vean así, tal como nos trajeron al mundo. ¿o no?

Realmente tenía razón; estos días, nos habíamos acostumbrado tanto a convivir los cuatro en plena desnudez que, ahora que estaban nuestros padres a punto de llegar, en lo primero que pensamos fue en arreglar la casa sin caer en la cuenta que no llevábamos nada encima. Subimos a las habitaciones y, arriba en el rellano, antes que entrara Martin a la suya y nosotras tres a la que en teoría había de ser la nuestra, nos miramos los cuatro como si quisiéramos vernos desnudos por última vez antes que vinieran nuestros padres.

Nos vestimos y bajamos al salón para esperarlos. Alguien encendió la televisión para pasar el rato, pero dudo que ninguno de nosotros la mirara realmente. Estábamos un poco tristones porqué sabíamos que el momento que tanto habíamos rehuído estaba a punto de llegar: la entrada de nuestros padres por la puerta y el final de nuestros juegos, de la expansión de nuestro amor como primos. Ninguno de los cuatro había querido que este momento llegara, o cuanto menos que lo hiciera tan pronto; pero el reloj del tiempo es el único que no se puede parar; el tiempo nos había pasado volando, pero, de hecho, esto era una buena señal, ya que de esta forma significaba que nos lo habíamos pasado muy bien.

Cuando llegaron nuestros padres y oímos que se abría la puerta, fuímos corriendo a echarnos en sus brazos. Ellos se quedaron sorprendidísimos ante tal recibimiento, ya que, según nos comentaron luego, no se esperaban estas muestras de alegría; en cuanto dejaron las maletas en el suelo, nos dijeron que nos pusiéramos las chaquetas porqué nos invitaban a cenar fuera; no hay que decir que nos hizo una ilusión enorme y subimos corriendo las escaleras; mientras íbamos saltando de un escalón a otro, oí como comentaban:

Caray, si que están alegres. Han subido las escaleras como si fueran el Séptimo de Caballería. Y pensar que nosotros creíamos que estarían peleados y discutidos.

Durante la cena hubo las preguntas lógicas de "¿Cómo os lo habéis pasado?", "¿Qué habéis hecho?", etc. Es de lógico suponer que no les contamos absolutamente nada de nuestros juegos eróticos ni de nuestras actividades amorosas; si lo llegaran a saber, se habría juntado el cielo con la tierra en el terremoto que hubieran organizado. Mientras les contábamos sobre estos días en que habíamos estado solos, sus temores sobre posibles peleas y discusiones quedaron disipados y vieron como, lejos de lo que habían pensado en un principio, entre nosotros había habido un ambiente muy bueno.

Llegó la hora de acostarse y mis tíos se fueron a su habitación, mis padres a la de invitados, Martin a la suya y nosotras tres a la de mis primas; yo dormí en un plegatín que tenían, y mientras nos desnudábamos para ponernos el pijama por primera vez desde que nuestros padres se fueron nos acordamos de Martin y pensamos que esta noche se encontraría bastante solo después de haber estado todos estos días los cuatro juntos. Habríamos querido ir a buscarlo, pero no podíamos por miedo a levantar la liebre. Poco a poco nos fue venciendo el sueño y al final nos quedamos profundamente dormidas.

Por la mañana siguiente nos despertó un agradable olor de chocolate caliente que mis tíos nos tenían preparado; bajamos al salón y entre cucharada y cucharada, esta vez fueron nuestros padres quienes nos estuvieron explicando su viajecito; con el estómago lleno, fuímos a pasear un ratito por los alrededores del campo, pero no pudimos estar mucho tiempo puesto que debíamos regresar a nuestra casa; se acababan las vacaciones y teníamos que volver para remprender el curso escolar; además teníamos que pasar por casa de mis abuelos para recoger a mi hermano pequeño de 11 años; aún no era lo suficiente mayor para venir de viaje con nosotros.

De nuevo en casa, y mientras mis padres acababan de hacer las maletas, mis primos me hicieron subir al cuarto de Laura e Isabel, diciéndome que era un secreto y que tenían una sorpresa para mí. Miré sorprendida a mis tíos y con un gesto de la cabeza me dijeron que los siguiera. Laura cerró la puerta y de su armario sacó una cajita envuelta y me la dio diciéndome que los tres querían que me llevara un grato recuerdo de ellos y que dentro tenía una sorpresa pero que no la tenía que abrir hasta que ya estuviera de camino a casa. No sabía qué me habían preparado, pero seguro que era algo bueno y, sin que pudiera evitarlo, me eché en sus brazos y la besé con gran pasión y ternura; luego, hice lo propio con Isabel y Martin; no fueron unos simples besos de despedida en la mejilla; fueron unos besos en los labios con todo el amor y cariño que nos podíamos dar.

Con unos toques en la puerta, mi tío nos avisó que teníamos que bajar para que pudiera acompañarnos al aeropuerto; el momento que tanto habíamos temido, y tanto habíamos intentado inútilmente en retrasar, ya había llegado; teníamos que marcharnos y no lo podíamos evitar. Mis padres ya estaban en la puerta y ya habían cargado las maletas en el coche; los cuatro bajamos las escaleras triste y compungidos y, ante la puerta abierta, nos abrazamos y nos despedimos con un pudoroso beso en las mejillas; los cuatro teníamos que hacer un gran esfuerzo para no llorar y no pudimos evitar que unas lágrimas nos cayeran resbalando cara abajo. Para nada queríamos que este momento llegara, puesto que para sorpresa de nuestros padres, había nacido entre nosotros un gran cariño.

Mi tío puso el coche en marcha y arrancó hacia el aeropuerto; yo abrí la ventanilla y saqué un poco la cabeza para despedirme por última vez de mis primos; a medida que el coche se alejaba por el camino veía como sus siluetas al pie de la puerta me saludaban moviendo las manos y se iban haciendo cada vez más pequeñas hasta desaparecer por completo de mi vista, pero no de mi pensamiento y de mi corazón. Subí la ventanilla y, sentada al lado de mi madre, me di cuenta que tenía en mis manos el regalo de despedida que me habían preparado mis tres primos. Cuidadosamente lo abrí y vi que dentro había una carta; en ella me decían que al principio me veían como una especie de canguro, como una prima mayor que viene a cuidarlos cuando los padres se van pero que después de estos días me consideraban como una persona excelente, casi como una especie de hermana adoptiva; me extrañó un poquito al notar que la carta estaba un poco mojada, pero cuando acabé de leerla lo comprendí; habían puesto unos copos de nieve para recordar cómo había empezado todo, aún a sabiendas que la nieve se fundiría enseguida pero no así el recuerdo de estos días; también vi como había un paquetito envuelto; al abrirlo, me di cuenta que era un colgante hecho con un dado y una tarjetita al lado que decía "Este dado que un día rodó para nosotros procura que no se pare nunca"; no hay que decir que esto me emocionó mucho; con este mensaje me decían que habían estado muy bien conmigo y que querían que nos volviéramos a ver; yo también los quería ver de nuevo; me puse el colgante al cuelo y, para sorpresa de mis padres, me cayeron las lágrimas de nuevo.

¿Por qué lloras así, cariño? –me dijo mi madre-; en vacaciones os volvereis a ver;

Ya lo sabía que nos volveríamos a ver, pero aún faltaba mucho para que llegaran, puesto que aún no habían acabado las de Navidad. Arrodillándome en el asiento, me quedé mirando por el cristal trasero del coche mientras por mi cabeza iban pasando los recuerdos y las imágenes de todos los buenos momentos pasados y vividos estos días con mis primos. Para mis adentros pensé "Os quiero. No cambiéis nunca, sois maravillosos así como sois", y recordando la película Casablanca me vino a la memoria la frase final de la película cuando los personajes de Rick y el capitán Renault caminan el uno al lado del otro alejándose entre la niebla y musitando:

"Espero que éste sea el principio de una larga amistad"

Un besote a tod@s l@s amig@s de amor filial

Ingrid