En la montaña me estrené como mujer (7)

En la montaña, junto con mis primos, es tan grande el cariño que nos tenemos, que mi primo y yo decidimos entregarnos la flor de nuestra virginidad.

EN LA MONTAÑA ME ESTRENÉ COMO MUJER (7)

Después de todas las emociones que vivimos ayer y de nuestros "juegos", por la noche me costó muchísimo dormirme; supongo que mi estado era perfectamente lógico si se tiene en cuenta que a penas quince días antes nunca me había mostrado desnuda ante nadie; como mucho, alguna compañera de internado a lo mejor me había visto sin ropa, pero siempre de refilón y por poco tiempo, siempre al cambiarme de ropa; jamás había tomado parte activa en nada que se pareciera remotamente a lo que estábamos haciendo estos días; reconozco que para muchas personas, incluyendo nuestras familias, esto era algo absolutamente reprobable y pecaminoso; pero para nosotros cuatro, ya lo hemos hablado en alguna ocasión, ha sido algo muy hermoso, bonito y dulce; ha sido la máxima expresión que puede tener el cariño y/o el amor entre primos y hermanos; lo que también es cierto, y sería tonto negarlo, es que nos proporcionaba una sensación absolutamente placentera y muy agradable.

Por la mañana me desperté tarde y al empezar a abrir los ojos vi como la luz del día ya entraba entre los visillos de la ventana; aún medio dormida, oí como Laura y Martin ya se habían levantado y estaban trasteando en la cocina preparando los desayunos. Como la mañana estaba fría, habían encendido el fuego y como Isabel y yo aún dormíamos, nos habían tapado con una manta; durante la noche, supongo, Isabel se había acurrucado a mi lado y me había pasado dulcemente su brazo por mi cintura; las dos estábamos recostadas de lado frente a frente, y mis brazos doblados rozaban sus senos; allí estábamos las dos debajo la manta apurando los últimos momentos de sueño, yo medio dormida aún, e Isabel aún con los ojos cerrados; al notar que mis brazos rozaban su pecho, quise moverme para podérselo acariciar mejor y sin que se notara; ésta no era la primera vez que nos acariciábamos, pero sí la primera en que alguien de nosotros lo hacía de una forma espontánea; antes, cuando lo habíamos hecho durante las prendas, no me importaba que me vieran puesto que formaba parte de las reglas del juego, pero ahora era diferente, no estábamos jugando; me moví disimuladamente como si aún estuviera dormida, y le puse una mano en su pecho; la dejé inmóvil esperando si alguien se había dado cuenta; al no ser así, continué haciéndome la dormida, pero ahora mis dedos ya iban acariciando sus senos; primero, suavemente, fueron recorriendo la base del pecho, para ir subiendo poco a poco por sus flancos; cuando las yemas de mis dedos se llegaron a sus pezones, se encontraron con dos garbancitos duros y firmes; yo procuraba moverme el mínimo posible; yo me sentía en la gloria, bajo la manta, notando el calor de la chimenea y, hay que reconocerlo, acariciando a mi prima; llegó un momento en que Isabel se despertó; las dos estábamos con los ojos cerrados, pero me di cuenta de que ya no dormía, porqué el brazo que me rodeaba la cintura fue bajando y su mano empezó a acariciarme el estómago; ella también se encontraba muy a gusto y, según me contó más tarde, le fue muy agradable despertarse y notar mis caricias en su suave piel; creyendo que no querría que continuara mis caricias, bajé mi mano, pero al momento ella me la agarró colocándola de nuevo encima de sus pechos para que siguiera con las caricias; ella fue subiendo su mano hasta llegar a mis pechos que empezó a acariciar con una gran suavidad; entonces si que creí estar en el paraíso; las dos estábamos haciéndonos las dormidas, pero al mismo tiempo nos estábamos acariciando la una a la otra con una gran delicadeza, pero al mismo tiempo con un gran cariño y con mucho disimulo para no levantar la liebre,

No sé cuánto rato estuvimos así; lo que si sé y recuerdo es que se acercó Laura para despertarnos, puesto que hoy por la mañana habíamos previsto una excursión en coche a un pueblecito cercano; ni me acordaba; abrí los ojos como si me acabara de despertar y empecé a estirarme para poderme desperezar bien; alargué los brazos por encime de mi cabeza y estiré mis piernas como si quisiera forzar mi cuerpo a crecer un poquito más; estos estiramientos hicieron el efecto deseado, pero a la vez también provocaron que mi cuerpo se estirara y rozara el de Isabel; a raíz de ello, nuestros sexos se tocaron y nuestros pechos se rozaron, produciéndonos una especie de escalofríos que recorrieron nuestros desnudos cuerpos de la cabeza a los pies; si este simple roce nos hacía sentir así, ¿qué no sentiríamos el día que hiciéramos el amor con otra persona?

Nos levantamos de la cama y empezamos a recogerlo todo; Laura y Martin ya hacía rato que habían subido sus cosas al dormitorio, y ahora nos tocaba a nosotras; teníamos que dejar la casa siempre a punto de revista por si viniera alguien de improviso; colocamos los colchones en sus respectivas acamas, nos vestimos para salir de excursión y bajamos a desayunar. Con un tazón de leche y cacao en la mano, me explicaron que a unos 30 km de donde estábamos había un pueblecito en el valle en el que por estas fechas organizaban una gran fiesta para celebrar el día de no sé qué santo.

Por el camino me fui enterando de más detalles de la fiesta donde íbamos, y al llegar al pueblecito pude ver la gran carpa plantada en un descampado en la que había unos grandes bancos de madera y mesas para poder comer y tomar algo, y una orquestra típica de los Alpes suizos tocando música popular; al pagar la entrada vi que había un cartel escrito y que no entendí muy bien, puesto que aunque pudiera hablar un poco de alemán, no lo conocía suficientemente. Martin me explicó que con el precio de la entrada se podía tomar toda la cerveza y comer toda las salchichas y carne de barbacoa que se quisiera, pero pedían que se tomaran las raciones que realmente se fueran a consumir y que no se tirara comida. Una vez dentro, encontramos a unos amigos de mis primos que nos estaban esperando y ya habían guardado sitio en una mesa; después de hacer las presentaciones de rigor, fuímos a buscar nuestras consumiciones y, cuando empezó a sonar de nuevo la música, todos salieron a la pista de baile; al principio yo me quedé sentada en el banco dejando que fueran ellos quienes se movieran al compás de la música, ya que yo no conocía aquellos bailes locales; al darse cuenta de ello, Martin vino a buscarme y me dijo que no me preocupara; abrieron el corro para que yo pudiera estar con ellos y empezaron a enseñarme cómo bailar aquellas danzas locales.

Allí estuvimos todo el día bailando comiendo salchichas y carne asada y tomando cerveza; bueno, todos no; como después teníamos que regresar, Laura y yo nos sorteamos quien conduciría de regreso; como le tocó a ella, durante toda la fiesta sólo tomó bebidas sin alcohol y ni tan siquiera quiso tomar un sorbito cuando uno de los amigos propuso un brindis. Cuando, después de todo un día de estar bailando y moviéndose al son de los grupos musicales que fueron actuando, las fuerzas empezaron a escasear, decidimos que ya era hora de irnos para casa; subimos al coche y regresamos a casa.

Al entrar al salón, nos desplomamos en el sofá muertos de cansancio por toda la actividad del día y, también hay que decirlo, por la cerveza que habíamos tomado; ninguno de nosotros estaba borracho, pero sí teníamos un cierto puntito de euforia y de alegría. Para despejarse un poco, Isabel dijo que quería ir a darse un baño, a lo que Martin también se apuntó; al final, los cuatro empezamos a desvestirnos para ir a la piscina; a medida que se iban quitando la ropa me los miraba e iba pensando que cada vez me atraían más aquellos cuerpos desnudos; el primer día cuando empezamos con las prendas, los veía con curiosidad, como algo nuevo, pero ahora eran para mi unos cuerpos, los de mis primos, que me invitaban a acercarme, a estar con ellos, a buscar su cercanía; cuando nos habíamos abrazado, besado, acariciado, había notado una sensación muy placentera y de gran satisfacción, que provocaba como un escalofrío que me recorría todo el cuerpo. Poco a poco nos habíamos acostumbrado a nuestra desnudez, ahora ya éramos capaces de quedarnos sin ropa sin que manifestáramos ningún signo de excitación; ahora, para nosotros el estado de desnudez, al llevarlo de una forma pura y honesta, era un estado natural en el que vivíamos todo el día en casa cuando no había nadie más que nosotros cuatro.

Una vez nos hubimos quedado como nuestras madres nos trajeron al mundo, abrimos la puerta del patio y salimos para la piscina; ya no nos acordábamos de la sensación de caminar descalzos por la nieve y sin ropa, y cuando dimos los primeros pasos, empezamos a dar chillidos de frío hasta que estuvimos dentro del agua; estaba anocheciendo y habíamos encendido las luces, lo que proporcionaba una imagen un tanto extraña; encima nuestro estaba un cielo cada vez más oscuro y a nuestro alrededor un par de farolas difuminaban su luz amarillenta por el patio cubierto de nieve; al haber encendido también las luces de la piscina, el halo de vapor que emanaba del agua difuminaba un poco nuestras siluetas, mientras que nuestros cuerpos desnudos aparecían brillantes bajo el agua;

¿Cómo te encuentras?

Era la voz de mi primo que se interesaba por mi estado; le contesté que estaba bien y encantada de encontrarme aquí con ellos; le fui un beso en la mejilla en señal de agradecimiento y al verme acercar se giró un poco hacia mí, y el beso que iba a ir a su mejilla fue a sus labios; "Los siento, no era mi intención ", le contesté; él me dijo que no importaba, que él también estaba muy feliz y contento de ver como habían prosperado nuestros sentimientos y de ver como nos habíamos abierto los unos a los otros y la confianza que habíamos ganado. Entonces, me abrazó y me besó como anteriormente hizo Laura con él; fue un beso suave pero profundo testigo del gran cariño que nos teniamos; a pesar de ser primos, nos besamos en los labios, y, apoyando mi cabeza en su hombro continuamos así un rato abrazados; con las manos abiertas nos íbamos acariciando tierna y suavemente la espalda, mientras nuestros cuerpos permanecían juntos, pegados, casi fundidos en uno sólo; mi pecho tocaba su pecho y a cada leve movimiento mis pezones le acariciaban su pecho a duras penas cubierto por un escaso vello; al estar tan juntos era inevitable que su pene rozara mi sexo; al principio estaba flácido y caído, pero a medida que fue pasando el rato, se fue hinchando y endureciendo pugnando por abrirse camino entre mis piernas; noté como levemente y por un momento se introdujo un poco dentro de mí; la sensación de aquel momento fue maravillosa, como si miles de campanillas sonaran encima de nosotros; creo que los dos estábamos como volando allí abrazados, nuestros cuerpos fundidos en uno solo, rodeados por el agua termal de la piscina, cuando una vocecita nos despertó de nuestros pensamientos.

Eh!, tortolitos; vayamos para dentro al salón.

Era Laura que quería salir del agua; el contraste entre el calorcito del agua y la fría noche pisando la nieve era muy grande, con lo que es fácil imaginar lo a gusto que nos quedamos al sentarnos delante de la chimenea; entonces, Isabel preguntó

Laura, ¿por qué has dicho que saliéramos del agua con lo bien que estábamos allí?

Pues precisamente por esto, porqué estábamos muy bien.

No te entiendo –le dije-; ¿qué inconveniente hay en estar tan bien?

En estar bien nada, -continuó Laura-, el problema está en que tú y Martin estabais abrazados muy juntos y entonces hubiera sido muy fácil que su pene hubiera entrado en tu sexo;

Bueno, un poquito sí entró, y la sensación era muy agradable.

Tienes razón –continuó Laura-, cuando el pene se te introduce proporciona una gran sensación de placer; pero antes hay que colocar un preservativo para evitar quedarse embarazada.

¿Y si utilizamos un preservativo, lo podemos probar?, -intervino entonces Isabel-;

Con un preservativo puesto no pasa nada, pero hacer el amor ya son palabras mayores; los tres, ¿estais absolutamente seguros de querer hacerlo?

Martin, Isabel y yo nos miramos como buscando la opinión de los otros sobre lo que estábamos a punto hacer; por un lado queríamos probarlo y experimentar si era cierta el gran placer y satisfacción que se obtiene con ello; pero por el otro nos daba una especie de "no sé qué" dar el primer paso; los tres estábamos dudosos no sabíamos qué decir y no nos atrevíamos a ser los primeros en manifestarnos al respecto; viéndonos en el estado en qué nos encontrábamos, Laura volvió a preguntar: "¿quereis probar? ¿sí o no?. Si quereis, perfecto, y si no, también"; al final me decidí y dije que si a los otros les parecía bien, yo me apuntaba a probarlo; en seguida Isabel me secundó; sólo faltaba Martin, pieza clave en todo ello; al final también asintió;

En todos nuestros juegos eróticos, nunca nos habíamos planteado que estuviéramos obrando mal ni que hiciéramos nada pecaminoso; siempre nos habían educado en el sentido que el sexo por el sexo era propio de los animales, que sólo mantenían reacciones sexuales para satisfacer sus instintos; en cambio, las personas hacían el amor, lo cual significaba que se practicaba con la persona a la que se quería; y como nos queríamos mucho, y entre nosotros había nacido una gran confianza, vimos bastante normal practicar estos juegos entre nosotros; así, poco a poco, fuímos descubriendo nuestro propio cuerpo y viendo como despertaba nuestra sexualidad.

Como nos vio decididos a practicarlo, o al menos a intentarlo, Laura nos dijo que antes que nada teníamos que saber algunas cosas. Nos dijo que, en primer lugar había que esperar que el pene se pusiera rígido y duro para poder penetrar mejor, y que nuestro sexo estuviera lo suficientemente lubricado como para permitir la penetración sin que doliera; además, por ser nuestra primera vez, aún teníamos el himen intacto; según nos explicó, era una especie de membrana que bloqueaba ligeramente la entrada y que antes de completar la penetración, había que romperlo; al principio podía doler un poquito, pero luego era tan grande la sensación de placer, que las posibles molestias que pudiéramos sentir al principio quedaban pronto olvidadas. Para que viéramos cómo tendríamos que hacerlo, se sentó al lado de Martin y agarrándole el pene con una mano le fue subiendo y bajando la piel hasta que le apareció la puntita toda rosada y fina; nos dijo que teníamos que imaginarnos que sus dedos eran la vagina y que en vez de ser la mano la que subía y bajaba, era el pene quien tenía que entrar y salir repetidamente; cuando llegara el momento cumbre, de esta puntita le saldría el semen tal y como le ocurrió el otro día, y que para evitar que nos cayera dentro Martin se tenía que poner un preservativo; luego, ella se sentó delante de nosotros y abriendo ambas piernas, con los dedos abrió los labios de su vagina y nos mostró como había que estimularla y cómo tendría Martin que penetrar.

Aclarada la teórica, ahora venía la parte un poco más difícil: la práctica; no hay que decir que dada la situación, los cuatro estábamos bastante animados y un tanto excitados; para ayudarnos a llegar al punto óptimo de excitación, según palabras de Laura, Isabel me ayudaría a mí, y Laura haría lo propio con Martin.

Dicho y hecho; Martin y yo nos tumbamos en el suelo delante de la chimenea, el uno al lado del otro; Laura se puso al lado de él, e Isabel se sentó a mi lado; Laura empezó a acariciar el sexo de Martin mientras le iba dando unos cálidos y suaves besos en sus labios; sus manos sostenían sus testículos como si de un frágil objeto se tratara y lo iba masajeando suavemente mientras con la yema de sus dedos iba acariciando su miembro; al cabo de un rato, le dio un par de besitos en su punta y empezó a lamerlo como si fuera un dulce helado.

Mientras, Isabel, que se había sentado a mi lado se inclinó poco a poco hasta quedar como en cuclillas dándome la espalda; me iba acariciando suavemente la zona del ombligo y poco a poco fue bajando a mi entrepierna donde fue pasando sus dedos por mi sexo; inclinándose aún más me dio un beso en el Monte de Venus y estirando su lengua empezó a moverla rozando mi anatomía más íntima; iba lamiendo el interior de mi sexo con una gran suavidad y dulzura, y parecía como si quisiera hacerme estallar de satisfacción devolviéndome todo el placer que yo le había proporcionado cuando hice lo mismo con ella; poco a poco me sentía transportada al paraíso y empezaba a ver lucecitas de colores por toda la habitación; alargué la mano y alcancé a acariciarle la suave piel de su estómago; poco a poco fui moviendo mi mano abierta hasta que llegué a tocarle su pecho pequeñito pero muy bien formado; ya se le había puesto duro y sus pezones parecían dos garbancitos;

Al poco tiempo, Laura nos sacó de nuestros pensamientos; Martin ya tenía el pene a punto y, dada la situación, creía que yo ya estaba dispuesta; nos dijo que si queríamos ya podíamos empezar; tanto Martin como yo estábamos un poco nerviosos por el paso tan importante que íbamos a dar; haríamos el amor por primera vez en nuestras vidas, y sería allí delante de Laura e Isabel, pero ninguno de nosotros se avergonzaba de nuestra desnudez ni de ver como se despertaba nuestra sexualidad; los cuatro éramos puros y honestos y teníamos la inocencia de quien nunca había hecho nada parecido (exceptuando a Laura) y de quien había sido educado en el respeto a la pureza de sentimientos; dirigiéndose a Isabel y a mí, nos dijo que sin saberlo, habíamos estado a punto de hacer un 69; intrigadas le preguntamos qué demonios era aquello, pero nos contestó que ya llegaría la hora de ello.

Como ya no nos podíamos echar atrás, Laura ayudó a su hermano a colocarse un preservativo en el pene, él se incorporó y me dijo que procuraría no hacerme daño, pero que si a pesar de ello, yo notaba algo malo, que lo disculpara. Le contesté que no fuera bobo y abrazándole le di un suave y tierno beso en los labios y me tumbé en el suelo dispuesta a entregar la flor de mi virginidad a mi primo. Un poco titubeando por el gran paso que iba a dar, se tumbó encima mío y me abrazó; le devolví el abrazo y los dos nos fundimos en un cálido y cariñoso beso; su lengua empezó a acariciar mis labios aún cerrados, hasta que los abrí ligeramente y nuestras lenguas se rozaron, se tocaron y, como si estuvieran en una especie de baile nupcial, empezaron a jugar entre ellas, a enredarse y a desenredarse; mi pecho estaba aprisionado por el suyo, y a cada movimiento nuestro, mis pezones acariciaban su piel tersa y suave; lo tenía aplastado, pero, aún así, no notaba ninguna molestia; lejos de dolerme, la situación me proporcionaba una sensación de lo más placentera y mis senos se habían puesto firmes y duros en contacto con su cuerpo y bao su peso; su pene, completamente duro y firme, se movía entre mis piernas proporcionándome un gran placer cada vez que rozaba los labios de mi vagina; los dos nos movíamos intentando infructuosamente llegar a la penetración;

Como ya he dicho antes, en nuestros juegos eróticos no nos escondíamos, no íbamos a ninguna habitación apartada; estábamos allí los cuatro juntos, sin llegar a ningún tipo de exhibicionismo, pero al fin y al cabo delante de todos; eso sí, de una forma natural, pura, inocente, honesta; Isabel y Laura estaban las dos mirándonos y, por le que nos contaron más tarde, notando como iba subiendo poco a poco la temperatura que flotaba por el ambiente. Laura se dio cuenta de que, por nuestra inexperiencia, no atinábamos a dar en el clavo y, para intentar arreglarlo, puso manos al asunto; tocando con la mano el hombro de Martin, le dijo que se separara y que siguiéramos sus instrucciones; se me acercó, y abriendo los labios de mi vagina, señalo dónde había que introducir el pene; a continuación, dijo a Martin que se colocara de nuevo encima mío y agarrándole el pene con las manos lo fue acercando hasta la boca de mi orificio; una vez colocado allí, sólo quedaba ir empujando poco a poco hasta completar la penetración.

Se notaba a una legua que, excepto Laura que tenía algo más de experiencia que nosotros éramos unos absolutos inexpertos en estas lides del amor y de la sexualidad. Siguiendo las indicaciones que poco antes nos había dado Laura, pero también siguiendo los dictados de su instinto, Martin fue moviendo su cintura en un suave vaivén para que su pene firme y erecto empezara a abrirse camino dentro del Monte de Venus; cuando empecé a notarlo dentro de mí sentí un gran placer mientras la puntita de su miembro se frotaba por las paredes de mi sexo; era una sensación absolutamente desconocida hasta entonces, pero a la vez muy placentera; a medida que avanzaba su pene dentro de mí aumentaba el goce de ambos; hubo en momento que el miembro de Martin encontró un impedimento en su lento y suave avance; se trataba del himen que antes nos había descrito Laura; recordando lo que nos había dicho hacía un momento, fue presionando cada vez más; su pene entraba y salía de mi cuerpo a un ritmo muy marcado, pero al mismo tiempo con una gran suavidad y delicadeza para no hacerme daño; según me contó después, en todo momento tuvo presentes las palabras que había dicho Laura en el sentido que la primera vez que se hace el amor al romperse el himen duele un poquito, y como no quería perjudicarme para nada, en todo momento actuó con una delicadeza exquisita.

Me parecía estar volando, y con su penetración, Martin me estaba transportando hacia el paraíso. Notaba como su pene estaba esforzándose por alcanzar el fondo de mi ser e iba empujando suavemente para abrir la última puerta que le faltaba; por un lado temía empujar demasiado fuerte por miedo a lastimarme, pero por el otro sabía que si no presionaba no lo conseguiría; para ayudarlo en su menester, fui moviendo mi pelvis al mismo ritmo que Martin, intentando aligerar un poco su responsabilidad; en un momento dado, gemí un poco cuando de golpe noté como su pene conseguía franquear el último obstáculo que le quedaba: el himen; en un primer momento sentí una especie de desgarro y un cierto escozor, como si me hubieran arrancado una pielecita; al notar este escozor y una cierta molestia, estuve a punto de pedirle a Martin que parara, pero enseguida una gran sensación de placer fue superponiéndose al pequeño dolor que había sentido; me parecía como si cada vez que el pene de Martin iba entrando dentro de mí y rozaba las paredes de mi sexo, fuera encendiendo un montón de lucecitas encima nuestro al tiempo que iban sonando un montón de campanillas; los dos empezábamos a estar un tanto sudorosos, el corazón se nos aceleraba, y la respiración se nos iba entrecortando. Una vez ya superado el obstáculo, ambos teníamos el camino libre y procurábamos disfrutar al máximo de aquel momento; de vez en cuando, juntábamos nuestros labios y nos besábamos dulce y amorosamente como queriendo certificar el gran cariño que nos unía y que nos hacía ver aquello como un simple acto de amor más que sexo puro y duro. Poco a poco iba notando como una especie escalofrío recorría todo mi ser y a medida que iba llegando a la punta de mis pies iba dejándome muy relajada y feliz; era así hasta que de golpe este escalofrío se volvió tan intenso que pareció como si hubiera sufrido una especie de descarga eléctrica; las lucecitas que antes me parecía ver ahora se volvían más intensas y fuera parecía que tiraran cohetes y fuegos artificiales. La sensación de placer era cada vez mayor y creía estar levitando por encima del suelo; de repente tuve como una gran explosión de placer y me quedé quieta y absolutamente relajada; al poco rato a Martin le paso casi tres cuartos de lo mismo.

Sin saberlo entonces, Laura nos lo explicó más tarde, habíamos tenido nuestro primer orgasmo y nos habíamos hecho entrega de nuestra virginidad; Martin lo tuvo un poco después que yo y sus sensaciones fueron muy parecidas a las mías; nos abrazamos y nos fundimos en un suave y largo beso; los dos estábamos muy contentos y satisfechos, pero, una vez más, sonó la vocecita de la experiencia; era Laura que nos avisaba que una vez hecho el amor, era mejor que Martin sacara el pene de dentro de mí puesto que cuando deja de estar firme y duro y empieza a estar flácido es muy fácil que el preservativo se desprenda y caiga alguna gota de semen en nuestro interior con el peligro que ello conlleva. Dicho y hecho, se separó un poco de mí y agarrando el preservativo con una mano, se lo sacó y lo tiró al fuego;

A pesar del leve dolor que noté al principio cuando Martin me rompió el himen, fue genial; cuando con Laura habíamos hablado de ello, ya nos había dicho que era muy agradable, pero no me imaginaba que lo fuera tanto; en este momento me encontraba muy feliz, contenta, eufórica, y cuando Martin me preguntó si no me había dolido, le dijo que no se preocupara, que sólo había sido un picorcito de nada; estaba muy contenta, muy agradecida a mi primo por haberme hecho disfrutar tanto y por haber sido tan atento y tan cuidadoso al penetrarme por primera vez. Me lo miré de arriba abajo y ahora ya no lo veía como mi primo pequeño con quien pasaba unos días; ahora, para mí, era todo un hombre hecho y derecho a quien yo había entregado mi virginidad y cuyo pene me había hecho disfrutar de unos momentos tan memorables; de algún modo deseaba devolverle el favor y el detalle de haber sido tan atento, y no se me ocurrió nada más que agarrar con mi mano su pene y acariciarlo; el que antes se levantaba ufano y hermoso, ahora estaba replegado como si fuera un caracol en su concha; tomándolo por la base le di un suave besito en su punta con todo mi cariño. Aún tenía restos de semen en su miembro y pude notar su gustito ligeramente salado. Poco a poco fui abriendo ligeramente mi boca y con los labios fui acariciando su pene de arriba abajo, de abajo a arriba; parecía como si quisiera sacarle brillo, y con la ayuda de mi lengua le iba limpiando los restos que le quedaban después de haberse sacado el preservativo; en aquel entonces poco me importaba que su gusto ligeramente salado no fuera precisamente de fresas, poco me importaba que de vez en cuando alguno de sus vellos fuera a mi boca; el caso es que con aquel trozo de carne calentito y suave Martin me había hecho el amor, a él yo le había entregado mi virginidad, y de alguna forma quería devolverle el gran placer y la enorme satisfacción que me había proporcionado.

Cuando levanté mi cabeza de él, Isabel se me acercó y pasándome su brazo por la espalda me preguntó qué era lo que se sentía; como es lógico suponer, ella estaba muy picada por la curiosidad; había visto en vivo y en directo como su primo y yo hacíamos el amor por primera vez y lo mucho que habíamos disfrutado, y quería saber que era lo que se notaba en aquel momento. Empecé a contárselo pero, como tanto Martin como yo estábamos sudorosos, antes de acostarnos teníamos que subir a ducharnos; él empezó a subir las escaleras y cuando yo iba a seguir sus pasos me di cuenta que ellas dos se quedaban allí en el salón.

Subid a la ducha con nosotros –les dije-, no pasará nada, y además no vais a ver nada que no hayais visto ya.

Parecía que fuera la indicación que esperaban e Isabel vino detrás de mí para continuar la charla que habíamos iniciado; como Laura ya sabía "de qué iba el asunto", dijo que se quedaría abajo arreglándolo todo y que cuando acabara subiría; el primero en entrar a la ducha fue Martin y, mientras, Isabel y yo nos sentamos en unos taburetes y empezamos a charlar con él recordando unos momentos antes cuando estábamos haciendo el amor; Isabel estaba quietecita escuchando y preguntando cómo nos sentíamos, qué se notaba; en fin, los mil y un detalles; parecía mentira: apenas hacía unos días éramos casi unos desconocidos que, a causa de la distancia, se veían unos días al año, y en cambio ahora estábamos los tres desnudos en el baño mientras Martin se duchaba; ninguno de nosotros nos avergonzábamos de nuestra desnudez, éramos capaces de llevar una vida cotidiana por casa sin ropa y no pasaba nada; hacía un momento había hecho el amor con Martin delante de sus hermanas y primas mías y no me había importado que estuvieran allí; ahora ya éramos capaces de hablar de cualquier cosa, de preguntarnos cualquier duda que tuviéramos, de contarnos nuestras intimidades sin que ningún tipo de rubor ni de vergüenza nos privara de ello; realmente, cada vez me maravillaba más del curso que iban tomando los acontecimientos y de la gran confianza y cariño que había nacido entre nosotros; lo único que me apenaba era que viviéramos tan lejos los unos de los otros y que nos viéramos tan pocos días al año; al pensar esto último, no me estaba refiriendo solamente al aspecto de nuestra sexualidad, sino que con ellos me encontraba tan a gusto que me apenaba que los días se estuvieran acortando y que el tiempo pasara tan rápido; pero por otro lado pensaba que era una buena señal que el tiempo hubiera pasado tan rápido puesto que indicaba que me encontraba muy a gusto aquí con ellos.

Cuando Martin salió de la ducha entré yo, y al poco llego Laura; mientras me duchaba, continuamos charlando y coincidiendo en mis pensamientos; cuando nuestros padres nos dijeron que íbamos a estar unos días juntos, ninguno de nosotros se podía imaginar que nos lo pasaríamos bien; al salir, Isabel me acercó una toalla para que me secara y nos lamentamos que mañana por la noche llegaran ya nuestros padres; habíamos estado pocos días pero nos habían sabido a gloria.

Bueno –dijo Isabel-, si mañana es nuestro último día, será mejor que bajemos a dormir ya que tendremos que aprovechar muy bien el día; además yo no he hecho el amor y me gustaría probarlo.

Es cierto –contestó Laura-; creo que vendrán a la hora de cenar, más o menos; además, aún os quedan algunas cosas para saber.

Los tres le preguntamos a qué se refería con esto, pero ella no quiso soltar prenda y dijo que mañana ya lo sabríamos. Como no hubo manera que nos dijeses nada, colocamos los colchones delante de la chimenea y nos preparamos para dormir. Para evitar que al apagarse el fuego notásemos el frío, nos cubrimos con nuestras mantas; nos dimos las buenas noches, apagamos la luz y nos dispusimos a dormir;

Como es lógico, me costaba conciliar el sueño dada la emoción que aún tenía por todo lo ocurrido poco antes; cuando más absorta estaba en mis pensamientos, noté como se movía la manta e Isabel se ponía a mi lado cubriéndose con la misma; me pidió que le continuara contándolo; no me importó en absoluto hablarle de mis intimidades dada la gran confianza y el gran cariño que había surgido entre nosotros cuatro; no nos dimos cuenta que con nuestra charla molestábamos a Laura y a Martin, hasta que con un cuchicheo ella nos dijo que si queríamos continuar hablando lo hiciésemos con voz más baja; le pedimos perdón y acercándose más, Isabel se acurrucó a mi lado; estábamos tan cerca que al respirar nos echábamos el aliento la una a la otra, y nuestros cuerpos se rozaron; me acomodé un poco y enseguida noté como nuestros sexos estaban rozándose; ambas notamos una sensación muy placentera y fue inevitable que nuestras manos buscaran el cuerpo de la otra e iniciasen un juego de caricias; con la yema de nuestros dedos íbamos recorriendo la suavidad de nuestra piel y al llegar a los pechos hacíamos un suave masaje a los mismo; mientras, continuábamos hablando, esta vez casi en susurros; ahora, nuestras caricias no buscaban estimular nuestra sexualidad, sino que lo que pretendían eran ser una muestra de cariño, de este gran cariño que había nacido entre nosotros; así, entre caricias, mimitos, besitos y confidencias nos quedamos profundamente dormidas pensando en todo lo ocurrido durante el día.

(Continuará)

Un besote a tod@s l@s amig@s de amor filial

Ingrid