En la montaña me estrené como mujer (3)
Después de haber jugado a las prendas en la piscina, vemos un reportaje en la televisión sobre un pueblecito naturista de la provincia de Tarragona y decidimos probar qué se siente al practicar el nudismo en casa
EN LA MONTAÑA ME ESTRENÉ COMO MUJER (3)
A medida que nos fuímos despertando, bajamos al salón para merendar; yo fui la primera en bajar, y como vi que el fuego se estaba quedando casi en las brasas, le agregué un par de troncos para reavivarlo; cuando las llamas empezaron a brotar de la leña, me senté en el suelo de madera y me quedé mirando absorta el baile de las llamas; estaba tan concentrada mirando el fuego que ni me di cuenta de que hacía un rato que Martin estaba sentado a mi lado;
Hola, Martin!; no te había visto; ¿hace mucho que estás aquí?
No mucho, unos cinco minutitos, más o menos,
Se estaba muy bien con la chimenea encendida y estuvimos hablando un buen rato; el juego de las prendas que habíamos hecho por la mañana nos había hecho tener más confianza el uno con el otro, y al mismo tiempo que desnudábamos nuestro cuerpo, desnudábamos nuestro espíritu de todo tapujo y de todo rasgo de timidez; ahora ya nos sentíamos libres de hablar de cualquier cosa, incluso de nuestros sentimientos más íntimos; empezamos hablando de la mañana, de cómo habíamos empezado a jugar a las prendas, de cómo Martin había sido el primero en salir del agua y con Isabel lo habíamos estado mirando, de cómo habíamos salido nosotras y nos había mirado él, de cómo nos habíamos sentado en los escalones y habíamos acariciado el pene de Martin cuando se le puso duro, etc; cuando le comente esto último, le subieron un poquito los colores y, aunque intentó disimularlo, me di cuenta de ello y pasándole el brazo por la espalda cariñosamente le dije:
No te preocupes, bobito; si no fue nada; sólo lo tocamos un poquito para ver si estaba duro o no; además, antes te lo preguntamos y nos dijiste que sí.
Ya lo sé que sólo fue un momento y que antes me lo preguntasteis, pero es que nunca antes había hecho nada así, y me daba mucha vergüenza.
A mi me pasaba igual; cuando tuve que salir del agua y tumbarme delante vuestro, creía que me moría; como al principio dijimos que llegaríamos hasta el final, no tuve más remedio que salir.
Igual que a mí contestó él-, pero a ti no te hemos estado mirando fijamente y te hemos acariciado, y en cambio a mí sí.
No te preocupes; mira, el día que me pase también lo podrás probar.
¿El qué? ¿Mirar cómo se te han puesto los pechos de duros?
Sí, Martin.
Justo cuando lo acababa de decir, empecé a arrepentirme de ello; si ya era "gordo" lo que habíamos hecho por la mañana al jugar a las prendas y desnudarnos, ahora le estaba diciendo a Martín que podría acariciarme los pechos; ahora sí que estaba hecha un mar de dudas; por un lado estaba invitando a mi primo a que me acariciara el pecho con todo lo que ello representaba; pero por el otro lado, por la mañana habíamos perdido el sentido del pudor y veía que no lo hacíamos con ninguna malicia, era más bien curiosidad por lo desconocido, una curiosidad sana e inocente; y era precisamente esta inocencia la que provocaba que no viera aquellos juegos nada pecaminosos; era plenamente consciente que la mayor parte de las personas verían estos juegos como algo muy erótico y lascivo, pero para nosotros en absoluto era así; los tres estábamos en una edad en que empezábamos a descubrir nuestro cuerpo, aunque, esto hay que reconocerlo, con bastante más retraso que muchos otros jóvenes de nuestra misma edad; y este pensamiento fue el que tuve en mi cabeza todo el rato después de comer cuando estuve tumbada en mi cama; comparaba mis pensamientos de ahora con los que tenía antes y me felicitaba del gran cambio que había hecho, puesto que mientras que antes era incapaz de mostrarme ante nadie ni que fuera en ropa interior o de hablar de temas personales o íntimos, ahora me veía capaz de estar desnuda delante de mis primos y de hablar con ellos de cualquier tema; estábamos descubriendo nuestro cuerpo, y en absoluto nos molestaban las preguntas que nos planteábamos los unos a los otros, porque eran preguntas inocentes; cuando a Martin le pregunté cómo se atrevió a que le acariciáramos su pene erecto, me contestó que como nos había visto tan intrigadas lo permitió; vio que teníamos una duda, que teníamos ganas de descubrir cosas nuevas, y que la única forma de averiguarlo era dejarnos que se lo acariciáramos; a él le había gustado podernos resolver nuestra dudas, del mismo modo como le gustaría que nosotras le pudiéramos resolver alguna que él tuviera.
Claro que sí, le respondí; no dudes en preguntarme cualquier cosa, sea lo que sea, que por poco que yo lo sepa, intentaré explicártelo lo mejor que pueda; ¿por esto somos primos, no?
Y le di un cariñoso beso en la mejilla; él se acercó un poco más y nos pusimos a hablar de nuestras cosas, de si habíamos tenido pareja, de cuáles eran nuestros gustos y aficiones, de qué nos gustaba hacer en nuestro tiempo libre, etc; en cuanto a gustos no coincidimos mucho, mientras que a mí me encanta escribir, él se chiflaba con los deportes; pero en lo que sí coincidíamos era en nuestra experiencia amorosa; bueno, mejor dicho, inexperiencia amorosa, puesto que ni él ni yo no habíamos tenido novios o novias, y nunca habíamos pasado de un simple beso en la mejilla; en una palabra, nuestra experiencia era nula; nunca habíamos estado ante un cuerpo desnudo, esto era algo absolutamente nuevo para nosotros, y de aquí nuestra curiosidad.
Estábamos así, sincerándonos el uno con el otro, cuando se nos acercó Isabel y se puso a charlar con nosotros. Nos preguntó de qué hablábamos y le dijimos que de nada en particular y de todo a la vez; le comentamos que habíamos estado hablando de lo que habíamos hecho por la mañana, que había sido nuestro primer desnudo y nuestras primeras prendas, a lo que ella contestó que también estaba como nosotros, sin ningún tipo de inexperiencia.
Martin dijo que iba a ver una película del oeste y, mientras yo me sentaba a su lado, Isabel se fue a preparar la merienda; como estábamos los tres solos, apartamos la mesita baja que había entre el sofá y la chimenea y nos habíamos sentado allí encima de la alfombra con la espalda apoyada en el sofá mirando la televisión. Para estar más cómoda, me había puesto una camiseta larga que me llegaba hasta un poco más debajo de las rodillas; como había confianza, no me puse el sujetador, ya que como tengo poco pecho, si puedo no me lo pongo; además de no tener a los padres que nos decían cómo teníamos que vestirnos, esta mañana habíamos dado un paso muy grande como había sido el de quitarnos la ropa y de mostrarnos desnudos; esto nos había permitido tener una mayor confianza entre nosotros y poder vestir como quisiéramos, sin tener que fijarnos en qué ropa era la más adecuada. Martín se había puesto su chándal de deporte y su hermana vestía un vestido largo de algodón que le habían traído mis tíos de Egipto.
Cuando Isabel acabó de preparar la merienda vino donde estábamos nosotros, dejó la bandeja en el centro y se sentó a mi lado; mientras mirábamos la película íbamos merendando; en un momento que Isabel vio que su hermano y yo estábamos concentrados mirando la televisión, estiró un dedo y lo puso en mis costillas de golpe; aquello me hizo pegar un salto, puesto que tengo muchísimas cosquillas; yo me giré, le devolví las cosquillas y empezamos a pelearnos en broma; sin darnos cuenta tiramos por el suelo la bandeja de la merienda, y armábamos tanto alboroto que Martín se giró y nos dijo:
Dejad ya de enredar; haceis mucho ruido y no me dejais ver la película.
No le hicimos caso y continuamos haciéndonos cosquillas; en un momento, yo me quedé tumbada panza arriba con Isabel sentada encima de mi barriga inmovilizándome y haciéndome cosquillas sin parar; con las cosquillas y con el roce de la camiseta me di cuenta que los pechos e me estaban poniendo duros y que se me erizaba un poco el vello del brazo; no le di más importancia hasta que en medio de las cosquillas Isabel me rozó un pecho y exclamó:
Ingrid, pero si se te ha puesto el pecho duro;
Sí, supongo que será por las cosquillas que nos estamos haciendo.
Isabel se levantó de mi barriga y las dos nos incorporamos sentándonos como estábamos antes, con las piernas dobladas y la espalda apoyada en el sofá. Nos miramos y vimos que era cierto; a mi se me habían puesto los pezones duros y se me marcaban completamente a través de la camiseta, mientras que a Isabel sólo se le intuían sus pechos por la ondulación del vestido. Martín nos miró y dijo:
Es cierto; a Ingrid se le notan mucho, en cambio a ti, Isabel, casi nada.
Es cierto respondió Isabel; vaya diferencia; si quereis los comparamos.
¿cómo? pregunté yo.
Pues quitándoos la camiseta y el vestido dijo Martin.
No me refería a esto continuó Isabel-, pero si quereis, por mí no hay problema; total, no va a ser la primera vez que nos veamos desnudos.
En aquel momento me sentí un poco turbada, sin saber muy bien qué hacer o qué decir; pero enseguida pensé que el mal trago ya lo había pasado esta mañana cuando me había tenido que quitar la ropa por primera vez delante de mis primos, y que desnudarme ahora tampoco era tan grave; por otra parte, también pensé que si por la mañana había sido Martín quien había hecho de conejillo de indias para mostrarnos como se había puesto duro su pene, lo más lógico era que ahora le correspondiéramos nosotras.
Yo tampoco tengo ningún inconveniente dije-; tampoco vamos a ver nada que no hayamos visto antes.
Agarrando mi camiseta con ambas manos, tiré de ella hacia arriba y me la quité, quedando sólo con mis braguitas y sentada entre Martin e Isabel; los dos me miraron y vieron como mis pechos estaban duros y firmes, y de ellos se destacaban dos pezones como dos garbancitos. Enseguida Isabel me imitó y se despojó de su vestido; entonces la miramos a ella y nos fijamos como su pecho parecía suave y esponjoso.Vi como Martín nos miraba fijamente y comparaba los dos pechos; se le veía un tanto nervioso y, armándome de valor le dije:
Puedes tocarlo, si quieres.
Miré a mi prima y como vi que asentía con la cabeza, apoyé bien la espalda en el sofá y bajé los brazos para que mis primos lo pudieran ver mejor. Al principio, Martín estaba un poco temeroso y no sabía muy bien como hacerlo, hasta que, recordando como su hermana le había acariciado su pene erecto por la mañana, alargó un dedo y me lo pasó suavemente por el pecho; primero uno, luego el otro; el contacto del dedo de Martin con mis pechos me iba provocando una especie de cosquilleo muy agradable; le dije que si notaba cómo se habían puesto duros, y me contestó que sí; luego le dije que si quería notarlo mejor, podía acariciarlos con los dedos de la mano como si les pusiera crema; poco a poco, él fue perdiendo la vergüenza de acariciar un pecho, y yo de que una mano me los acariciara; a medida que me los acariciaba, se me iban poniendo más duros, y los pezones se destacaban más.
Ahora compáralos con los de Isabel le dije;
Como vio que Isabel no ponía ningún impedimento, dirigió su mano hacia su pecho; lentamente lo fue acariciando, empezando por la base, luego por las aureolas y finalmente por el pezón; poco a poco fue notando la diferencia entre uno y el otro. Mientras Martín iba acariciando el pecho de Isabel, ella me preguntó:
Isabel, ¿puedo pedirte un favor sin que te enfades?
¿De qué se trata?, y tranquila que no me enfadaré para nada.
Eeeeh pues ¿puedo acariciarte el pecho y ver cómo se te ha puesto? Si tú quieres también puedes hacérmelo.
Claro le dije, no hay problema.
Lo que hace la confianza. Estos días pasados nos veíamos como un tanto extraños, como aquel pariente lejano que viene a casa y al que hay que soportar, y en cambio ahora nos encontrábamos así; Isabel y yo desnudas de cintura para arriba, y acariciándonos el pecho para ver como a mí se me había puesto duro a Isabel no. Al principio me dio un poco de reparo que Isabel me tocara porqué en casa siempre se había hablado de la homosexualidad como algo negativo, y para nada era algo malo; lo cual no significa que mi prima o yo lo fuéramos; lo que en realidad pasaba era que, como ya había dicho antes, estábamos conociendo nuestros cuerpos; y al mirarnos y acariciarnos, estábamos descubriendo nuevas sensaciones que antes jamás habíamos soñado. Mientras mis primos me acariciaban el pecho y yo hacía lo mismo con el de Isabel, iba notando un cosquilleo que me recorría todo el cuerpo, a la vez que una sensación muy agradable, y a medida que pasaba el tiempo notaba como se me iba poniendo más duro y firme; a Isabel también le iba pasando lo mismo.
Mira, a Isabel también se le pone el pecho duro.
Entonces, los tres nos fijamos en el pecho desnudo de Isabel, y vimos como el pecho que antes era como dos manzanitas suaves y esponjosas, cada vez se le iba poniendo más firme y duro, y sus pezones se iban destacando más hasta quedar como un par de garbanzos. La miré a la cara y vi que ponía una expresión de bienestar, de placer y de felicidad y, por lo que me comentó más tarde, mientras su hermano y yo le íbamos acariciando aquel pecho tan dulce, suave y hermoso, también experimentó una sensación de placer y de bienestar. Cuando entonces pensé en ello, caí en la cuenta que todas estas sensaciones las sentíamos cuando nos quitábamos la ropa delante de los otros, nos acariciábamos o nos mirábamos fíjamente el cuerpo y nos hacíamos preguntas sobre ello. Entonces se me planteó la duda de si era correcto lo que estábamos haciendo, si estaba bien que nos desnudáramos así, que nos tocáramos, o que con mi prima nos acariciáramos los pechos. Pensándolo bien vi que no había nada malo en ello, puesto que los tres éramos inocentes y puros de espíritu, y lo único que hacíamos con nuestras caricias era descubrir y conocer nuestros cuerpos.
Volvimos a sentarnos como antes, viendo la televisión, y nos pusimos a hablar de lo mucho que habíamos evolucionado desde esta mañana y de la gran confianza que poco a poco íbamos teniéndonos. Los tres estuvimos de acuerdo en que nada de lo que había pasado allí entre nosotros no tenía que salir de aquellas cuatro paredes, puesto que lo que para nosotros era algo inocente, para otras personas podría ser algo malo y si nuestras familias llegaban a enterarse, nos podía caer una bronca de campeonato. Evidentemente, nadie diría nada.
En un momento dado, alguien sacó a la luz el reportaje que habíamos visto el mediodía sobre aquel pueblecito naturista de la provincia de Tarragona donde todas las personas iban desnudas sin ninguna ropa encima. Los tres estábamos de acuerdo en que, una vez vencidos los temores lógicos de quitarnos la ropa ante los demás, ahora ya éramos capaces de desnudarnos sin ningún problema; pero la duda que teníamos era si seríamos capaces de ir desnudos todo el día por casa haciendo las actividades habituales que hasta ahora habíamos hecho siempre vestidos. Al final nos dijimos que por probar no se perdía nada. Una vez más, me sorprendió la bromista de Isabel cuando dijo:
Esta vez Martin, somos nosotras las que estamos en desventaja; nosotras sólo llevamos las braguitas y tú andas en chándal.
Y sin esperar respuesta, empezó a bajarse sus braguitas y las dejó en un rincón; me giré, y al mirarla vi a toda una adolescente ya formada, delgadita, con un pecho pequeñito y redondo, un pelo rubio y lacio que le llegaba hasta los hombros, y un triangulito entre las piernas aparentemente con muy poco vello, pero si me fijaba veía que tenía una suave pelusilla rubia. Luego fui yo quien se quitó las braguitas quedándome toda desnuda allí delante de mis primos; como es lógico, el último fue Martin puesto que él si iba vestido, aunque sólo con el chándal de deporte. Cuando se quitó los pantalones e iba por bajarse los calzoncillos Isabel y yo nos fijamos en que el pene se le había vuelto a poner derecho; y cuando se quitó la última pieza de ropa vimos como era cierto; al sentarse al suelo como nosotras ya estábamos, pudimos ver como su pene apuntaba directo a la pared; al igual que a nosotras se nos había puesto el pecho duro, primero a mí con las cosquillas, y luego a Isabel con las caricias, supusimos que a Martin le había pasado lo mismo cuando con su mano nos había acariciado nuestro pecho; además, como por la mañana ya le habíamos visto el pene así empinado y se lo habíamos tocado, esta vez no le dimos la menor importancia y continuamos charlando sin más.
Cuando estaba a punto de levantarme para ir a preparar la cena, Isabela nos sorprendió una vez más con sus ocurrencias cuando dijo:
Anda, Martin, vuélvete un momento de espaldas, por favor.
¿Por qué? ¿Qué pasa ahora?
Nada, sólo que tengo que vestirme para sacar a la calle la bolsa de la basura.
No hay que decir que esta ocurrencia nos hizo reir a todos, puesto que en vez de decirle a su hermana que se girara para cambiarse de ropa como haría la mayor parte de la gente, Isabel dijo que se diera la vuelta para que ella se pudiera vestir, dando a entender de esta forma que lo normal era la desnudez y no al revés. Aún con la sonrisa en los labios por lo que había dicho, se puso el vestido, se calzó y sacó la basura a la calle. Estábamos en invierno, y había nevado, y como Isabel tuvo que cruzar la calle para dejar la bolsa en el contenedor de basura, vino helada; cuando entró, se quitó la ropa quedándose de nuevo desnuda y se sentó con nosotros junto al fuego para calentarse; me sorprendió ver como su hermano le frotaba la espalda para que reaccionara y entrara en calor; lo que me sorprendió de este gesto aparentemente sin importancia fue que antes ellos dos estaba como perro y gato, discutiendo contínuamente, y en cambio ahora él había tenido este detalle cariñoso de frotarle la espalda a su hermana para que entrara en calor. Realmente, cada vez me convenzo más que el juego de prendas que hicimos esta mañana, aparte de hacernos ganar mucha confianza entre nosotros y permitirnos estar desnudos y hablar de nuestros pensamientos e intimidades con la mayor naturalidad del mundo, lo mejor de todo fue que había estrechado los lazos que había entre nosotros y había favorecido que atuviéramos reacciones cariñosas entre nosotros que antes no habrían sido posibles.
Como a mí me tocaba preparar la cena, me levanté y fui hasta la cocina; ésta estaba en un rincón del salón donde estábamos y tenía una ventana que comunicaba con él y se utilizaba para pasar los platos de una habitación a otra; como medida de precaución me puse un delantal de cocina, y mientras estaba cortando la lechuga para preparar una ensalada, miraba por esta ventana y me fijé como estaban Isabel y Martin, los dos hermanos charlando amigablemente al lado del fuego. Yo estaba muy contenta y feliz de estar aquí con mis primos; me lo pasaba bien y se me estaba despertando un gran cariño hacia ellos; estaba absorta en mis pensamientos cuando oí que la revoltosa de Isabel estaba gritando:
Camarero, ¿que no viene la cena?
.
Me quité el delantal que llevaba y, con la bandeja de la comida en las manos, fui hasta el salón y me senté junto a ellos en el suelo; con la mano le hice unas caricias en el hombro de Isabel y le dije
- Isabel, eres incorregible; siempre tan bromista.
Estábamos como si hubiéramos ido de acampada: comíamos sentados en el suelo delante de la chimenea encendida; la luz de las llamas se reflejaba en nuestros cuerpos desnudos y el calor del fuego nos acariciaba suavemente. Los tres estuvimos de acuerdo en continuar desnudos mientras fuera posible, y de esta forma experimentar la sensación que se podía experimentar realizar las actividades cotidianas en casa sin llevar ropa. Comentando el tema, nos acordamos que en el reportaje que habíamos visto por el mediodía, habían dicho que los naturistas siempre llevaban una toalla con ellos y que por cuestión higiénica, siempre se sentaban encima de ella; acordamos que a partir de mañana haríamos lo mismo.
Estábamos muy bien así, y charlando el tiempo se nos pasó volando; por ello, Martin propuso que nos bajáramos los colchones al salón, los pusiéramos al suelo y que durmiéramos los tres juntos al lado del fuego. La idea nos pareció perfecta y nos preparamos para pasar así la noche. Nos tumbamos en los respectivos colchones y estuvimos charlando un buen rato, hasta que Isabel quiso ir a la cocina para beber un poco de agua. Al incorporarse miró a su hermano y vió que el pene que antes estaba recto apuntando hacia la pared, ahora se había encogido y descansaba entre las piernas. Nos lo hizo notar y nos incorporamos para verlo; realmente era asombroso como había cambiado tanto en tan poco tiempo. Picada por la curiosidad, alargué la mano y dije:
¿Puedo?
Martín asintió con la cabeza y le puse la mano encima de su pene; comprobé como ahora estaba flojito y un poco esponjoso, un poco como estaba el pecho de Isabel antes de que lo acariciáramos; le estuve pasando la mano de arriba y abajo extrañada que pudiera cambiar tanto de tamaño; mientras, Isabel estaba mirándolo toda curiosa y para que pudiera comprobarlo por ella misma la acerqué hasta donde estaba Martin; le puso la mano encima y le empezó a acariciar como había visto que hacía yo, y también pudo comprobar como el pene que esta mañana y hace un rato estaba duro y firme ahora estaba flojito y chiquitín; pero por obra y gracia de las caricias y del hecho de estar los tres desnudos y tan cerca, el pene empezó a crecer y a quedarse como antes; ahora ya no nos cabía en la mano;
Riendo por estos cambios, y comentando todo lo que habíamos hecho durante el día, nos tumbamos en los colchones y, después de desearnos las buenas noches, nos dispusimos a dormir; Martín estaba en un extremo, yo en el otro, e Isabel en medio. Había sido un día de muchas emociones y de cambios en nuestras vidas y en nuestra forma de ser, y mirando como las llamas de la chimenea se reflejaban en los cuerpos desnudos de mis dos primos, me quedé profundamente dormida.
(continuará)
Un beso muy grande a tod@s l@s practicantes del amor filial.
INGRID