En la mili

Todo ocurrió cuando yo estaba en la mili, que la hice en un enclave militar en África, separado de todo núcleo urbano.

Todo ocurrió cuando yo estaba en la mili, que la hice en un enclave militar en África, separado de todo núcleo urbano.

Después de terminado el campamento, donde cada mañana en las duchas tenía que pasar por el gozo de ver desnudos a todos mis compañeros, me colocaron en el almacén de aprovisionamiento.

Llevaba varios meses trabajando en aquella dependencia, cuando un día por la tarde llegaron los nuevos reclutas y los distribuyeron en las literas que había situadas en diferentes lugares de los almacenes. Es decir, que en cada uno de los cuatro almacenes habían instalada una litera para que durmiéramos los soldados.

Javier era el nombre del recluta que habían colocado en mi almacén. Sintonizamos desde el principio y aunque las horas libres, que en la mili eran muchísimas, las pasábamos con charlando y jugando cartas todos los compañeros del almacén de víveres, también, con frecuencia echábamos la siesta o leíamos tumbados en las literas.

Muy pronto me sentí atraído por Javier. No era alto, pero tenía un torax y unos hombros muy bien formados, era rubio y tenía unos ojos azules con una mirada muy pícara.

Cuando se desnudaba para acostarse yo le miraba disimuladamente y me frotaba la mano por la polla para que se animara.

A veces en la siesta nos sentábamos en el borde de la litera y nos contábamos historias de cuando estábamos en la vida civil. El tenía novia y además era muy ligón y me contaba lo que le gustaba hacer con las mujeres. El gozo que sentía cuando las notaba húmedas y les metía el dedo en el chocho.

Yo le preguntaba para que me contara. Me ponía cachondo escucharle y notaba que él también se excitaba.

En una ocasión le miré con descaro a la entrepierna y se lo dije: "Estás empalmado".

Él se agarró la polla por encima del pantalón y dijo que estaba muerto de ganas. Yo notaba que aquel era un momento álgido. Como quien está cansado me tumbé sobre la litera inferior, donde los dos estábamos sentados y me abrí la camisa. Hacía mucho calor. A esa hora todo el mundo estaba durmiendo y sólo se oían ruidos de insectos entre las maderas del barracón.

Él también se tumbó.

Como tengo unos pectorales muy abultados, se los mostré y dije:

-Mira, casi los de una tía.

Él me pasó la mano y se relamió los labios.

Yo esperé a que siguiera y acaricié mi miembro. El corazón me latía velozmente, pero no me atrevía a dar el siguiente paso.

Se levantó y echó una carcajada.

Pasé la tarde pensando en aquellos momentos. Por la noche, ya acostados, yo inicié una conversación sobre los ligues que él había tenido. Le gustaba mucho hablar de eso. Nos pasamos un buen rato hablando hasta que nos dormimos.

Con la luz apagada yo estaba tan caliente que no podía dormirme. Bajé a la altura de su litera-él dormía en la inferior- y estuve un rato escuchando su respiración pausada. Con cuidado metí la mano por debajo de la sábana y me acerqué a su verga. La tenía totalmente empinada, la cogí y comencé a masturbarle. Por un rato él no se movía. Luego con un movimiento rápido apartó la sábana. Yo pensaba que iba a gritar o a enfadarse, pero siguió callado y quieto. Seguí machacándole la polla. Acerqué la boca y le chupé el glande, luego el tronco. Me la metí en la boca y oí un gemido. Pronto me cogió la cabeza con las manos y me oprimió. Le chupé los huevos, le babeé el pubis, le mordisqueé las tetillas y yo notaba que me iba a correr. Me monté sobre él y me corrí. Javier aguantaba mucho, no se corría. Me pidió que me pusiera a cuatro patas. Me abrió el culo y me forzó un poco. Yo me escupí en la mano y me lo pasé por el agujero. Pero él tenía un frasquito de crema solar, porque era rubio y el sol le afectaba amucho en aquel lugar, y me frotó. Sentí su verga avanzar por mi esfínter y el gusto me puso otra vez a cien. Cuando hubimos terminado nos dormimos juntos. Al amanecer yo me pasé a mi litera. Fue el principio de un amor que duró lo que dura una mili.