En la mercería

Mi novia necesita un sujetador para un vestido para una boda y montamos un pequeño show.

En la mercería

Era verano y faltaba poco para una boda de unos amigos que nos habían invitado y a la que no teníamos ganas de ir. Además, Carolina, mi novia, no tenía nada para ponerse ni dinero para comprar nada elegante, por lo que, después de revisar los armarios de sus amigas, había encontrado por fin algo decente que ponerse. Sin embargo, quedaba un problema por resolver y era que no tenía un sujetador para el vestido que le habían dejado. Tenía un escote pronunciado y los que ella tenía eran muy cerrados por lo que se le veía demasiado sujetador. Si iba sin sujetador, aparte de verse más teta de la normal, había también peligro de que se le escapasen en cualquier momento. Por lo que, después de recorrer todas las cadenas conocidas de ropa interior, acabamos en una mercería de toda la vida con la esperanza de que lo clásico nos solucionase el problema.

Entramos y nos encontramos con un dependiente, lo cuál no es muy normal. Era un señor de unos 40 años, que resultó ser el marido de la dueña que estaba enferma ese día. Nos atendió y Carolina, un poco colorada, le explicó el problema y lo que necesitaba. El dependiente empezó a sacar modelos de sujetadores de todas las clases para poner con el vestido pero, visto el lío que se armaban entre los dos, le sugerí a Carolina que era mejor que se pusiera el vestido con el sujetador que llevaba puesto para que el dependiente pudiera saber mejor qué tipo de sostén necesitaba. El dependiente dijo que no era mala idea y nos mostró el probador. Este era de cortina y quedaba al lado del mostrador. Enfrente había unos espejos, supongo que para el control del dependiente pero que me dieron la idea para un juego que ya había empezado a imaginar nada más ver que el dependiente era masculino.

Carolina se metió en el probador, se quitó la camiseta y se puso el vestido. Yo miraba por una esquina de la cortina y ella me preguntó en voz baja si estaba planeando alguna de las mías. Le dije que sí, ella sonrió pero, como siempre, no dijo nada. No era la primera vez y ya sabía cómo tenía que actuar.

El vestido, como ya sabíamos de probarlo en casa, tapaba poco más allá del pezón, por lo que ahora salía del probador con medio sujetador por fuera. El dependiente la miró con detenimiento y su mirada ya empezaba a tener sus efectos en mí. Cogió entonces dos sujetadores y se los dio a Carolina. Ella se metió de nuevo en el probador. Yo esperé un poco, para darle tiempo a quitarse el que llevaba puesto, y corrí un poco la cortina. Se estaba colocando uno y no quisimos hacerlo tan evidente desde el principio, por lo que no le dejamos ver nada, aunque, al ser los únicos clientes de la tienda, toda su atención estaba en nosotros. El primero le quedaba algo pequeño y se lo dije al dependiente, el cuál puso cara de extrañeza, lo que me daba el argumento perfecto si volvía a ponerla. El segundo, en cambio, le quedaba bien pero no le valía porque se veía demasiado aun, por lo que salió a por otros dos más que le dio el dependiente. Uno era tipo wonderbra y el otro realmente minúsculo. Se metió de nuevo en el probador, pero esta vez dejé la cortina algo corrida mientras me iba a mirar otras cosas por la tienda. Observaba al dependiente por los espejos y cómo miraba de vez en cuando dentro. Carolina me llamó, sacando la cabeza por la cortina pero tapando su cuerpo. Cuando llegué, vi sus tetas, que son de bastante buen tamaño, sobresaliendo por el vestido por efecto del wonderbra. El sujetador, en efecto, no se veía, pero daba un volumen a su pecho que no necesitaba porque ya lo tenía natural. Le dije que saliese para que opinara el dependiente. Ella me sonrió, se las colocó bien, y salió afuera y así también verse en el espejo de frente con más perspectiva. El dependiente abrió los ojos como platos pero reaccionó rápido y le dijo que le quedaba bien pero quizás demasiado. Los tres nos reímos con el comentario y le dije a Carolina que se probara el otro. Volvió al probador pero esta vez ya dejó ella un buen trozo de cortina sin correr. Yo la veía desde fuera y, cuando vi que se quitaba el sujetador, fui a mirar algo al estante de enfrente para dejar al dependiente mirar con más libertad. Lo espiaba de reojo y no apartaba la vista. Carolina estaba de espaldas para no darle el gusto completo y oí como me llamaba. Estaba solo con el sujetador puesto que apenas tapaban medio pezón y, aun encima, realzaban su pecho. Me preguntó si no era muy atrevido y le dije que se pusiera el vestido. Lo hizo y salió afuera. La verdad es que estaba espectacular. Le quedaba perfecto para la ocasión y el dependiente y yo la animamos a que se lo comprara. Mostraba la parte de pecho del escote sin mostrar el sujetador pero al tiempo evitaba el efecto de la gravedad. Ella se convenció y volvió al probador. Justo antes de cerrar la cortina, el dependiente, intentando redondear la venta, preguntó si quería probar la braguita a juego. Ella dijo que sí y apareció, no con una braguita, sino con un tanga de encaje que no pegaba nada al estilo de mi novia, pero que aceptó. Se metió con el dentro, corrió la cortina y se lo puso. Salió de nuevo y comentó que así no se le notaban tanto las bragas en el vestido. Yo, mi único comentario, fue decir que así no le veía lo bien que le quedaba, que se quitara el vestido para verlo. Ella, sin darle importancia, me dijo que lo podría ver cuando se quitara el vestido para ponerse su ropa.

Se dio un buen repaso en el espejo y volvió al probador. La cortina quedó ahora a medio correr simplemente, pudiendo ver todo lo que pasaba dentro. Yo me acerqué al otro extremo, al que estaba corrido y asomé la cabeza, dejando así al dependiente la oportunidad de echar un buen vistazo desde el mostrador. Carolina se quitó el vestido, quedando con su conjunto nuevo que hizo que mi polla se empinase definitivamente sin remedio. Dio una vuelta para que la pudiera apreciar bien y le dije que se desnudara de todo. Ella me miró y empezó a desabrocharse el sujetador. Luego se quitó el tanga y dobló todo con mucha tranquilidad. Yo asomé la cabeza fuera y el dependiente miraba embobado hacia dentro, ni siquiera se dio cuenta de que me daba cuenta de su indiscreción. Carolina, para ponerlo más cachondo, se puso el vaquero sin bragas, que se las guardó en un bolsillo. Salimos, pagamos con una buena rebaja y buscamos el sitio más discreto, que fueron los servicios en un edifico de oficinas cercanos y calmamos nuestro calentón. Tremendo orgasmo.