En la lista de pasajeros

Hacer alguna trampa para colocarse el primero no parece muy ético, pero da resultado.

EN LA LISTA DE PASAJEROS

He estado trabajando unos años en la empresa de autobuses OrbeBus, que sólo hacía algunas rutas entre Madrid, Toledo, Ciudad Real, Guadalajara y Cuenca. Casi toda la Mancha, pero sólo a las capitales. Mi trabajo era cómodo, aunque sin mucho descanso, pues me dedicaba a comprobar las reservas que se hacían para los viajes a través de Internet.

Sólo en una ocasión encontré un fallo de registro. Había más reservas que asientos. Mi compañero Ramón, un señor bastante divertido pero de aspecto muy serio, revisaba también, de vez en cuando, las listas que había registradas. Hasta un miércoles de junio, el primero del mes, no supe qué le llevaba, de vez en cuando, a estar un buen rato delante de la pantalla repasando unos datos de los que yo mismo me encargaba. Me acerqué a él con curiosidad:

―¿Puedo ayudarte en algo o has encontrado algo interesante? ¿Algún error?

―No, no, Pablo ―me miró instantáneamente al responder―. He descubierto algo un tanto extraño que me parece muy divertido.

―¿Podría saber qué es eso que te divierte tanto? Como te pillen jugando al solitario…

―¡Qué va!  ―exclamó con un cierto misterio―. ¿Sabías que hay gente que se da de alta usando su cuenta de Facebook?

―Pues, sí. Para mí tiene poco sentido, pero es una opción.

―Quizá sea por comodidad ―dijo seguro―. El caso es que la gente lo hace. Ahora bien, si pulsas Tab en el campo AltaFB , mira lo que sale.

Me acerqué intrigado para ver qué era aquello que tanto le divertía a Ramón y observé, no sin sorpresa, que aparecía un enlace al perfil de Facebook de la persona que se había registrado.

―No lo sabía ―comenté sin darle más importancia―. De todas formas, es mejor recordar que existe una Ley de Protección de Datos.

―¡No pasa nada! ―dijo mientras buscaba―. No voy a copiar dato ninguno, pero… ―Pulsó la tecla Intro y apareció Facebook en la pantalla―. Mira esta tía. En su perfil tiene cosas públicas… Las fotos, por ejemplo.

Vi aparecer en la pantalla las fotos de una señora joven, de muy bien ver, que pareció haberle gustado a mi compañero. Creí que no era muy correcto incluir esa información en el registro de los pasajeros, sin embargo, era algo parecido a buscar a una persona en la propia página. Me detuve unos instantes a mirar las fotos de aquella mujer y comenzaron a pasar cosas por mi cabeza. No; yo jamás me había dedicado a ese tipo de trampas y no se me ocurriría mirar perfiles personales. A Ramón parecía divertirle.

―¡Vamos, Ramón! ―le dije con paciencia―. Deja eso que tengo que seguir haciendo estadillos.

Se levantó de la silla quitando aquellos datos de la pantalla, miró el reloj y me hizo un gesto de que tenía que irse. Salió por la puerta decidido y, como era habitual, la dejó abierta. Me acerqué a cerrarla antes de que el jefe me achacara a mí tal descuido y me volví pensativo a la máquina para sacar una botellita de agua.

Eché la moneda ensimismado y, hasta que no oí los golpes de que salía por la parte de abajo, no me di cuenta de lo que estaba pensando. También yo podría mirar de vez en cuando el perfil de algún pasajero por ver si me gustaba aunque, por supuesto, miraría el de algún joven y no el de una chica.

Deseché la idea al instante y abrí la botella casi con desgana. ¿Qué clase de seriedad era esa?

Bebí unos tragos para refrescarme sin dejar de mirar a la pantalla. ¿Me iba a pasar algo por echarle un vistazo a algún perfil público? Me acerqué a mi puesto, eché la botella de plástico a la papelera y me senté a comprobar por mí mismo qué se podía y qué no se podía ver. Elegí una reserva al azar, teniendo en cuenta que fuese un hombre. Al abrir el enlace que se incluía en su registro apareció el perfil de un joven, aparentemente hombre de negocios, que viajaría el lunes siguiente a Toledo. Hm, parecía interesante.

Tuve cuidado de buscar los perfiles en los que se hacía una reserva para una sola persona y, después de mirar muchos perfiles sin demasiado interés, abrí uno de un joven que viajaría el viernes por la tarde a Cuenca; con vuelta el domingo por la noche. Casi todos sus datos eran públicos, así que supuse que podría ser alguien conocido o que quisiera serlo. Mirando más atentamente, empecé a comprender que había encontrado a alguien muy particular…

Pude ver todas sus fotos y, además de que era un joven atractivo, se dejaba ver, en casi todas, con ciertas posturas insinuantes, el torso al aire y vistiendo unos calzoncillos ajustados. Los que comentaban sus fotos eran todos hombres. Me detuve a pensar… Ese joven, son toda seguridad, estaba buscado rollo y decía que iba a pasar el fin de semana en Cuenca. ¿Solo… o quizá no tan solo?

Entre los últimos comentarios que pude leer, encontré con sorpresa que preguntaba a otros chicos si querían quedar con él en algún sitio. Algunos le respondían y otros no. Lo de siempre: había muchos like, porque estaba muy bueno , y pocas palabras. Finalmente, en una conversación con otro, podía descubrirse una cierta complicidad. Cuando le preguntó que si podían verse el fin de semana, le respondió con una sola palabra: “privado”. Evidentemente, no pude leer el resto de la conversación.

Miré sus fotos con más detenimiento y comenzó a gustarme. Parecía un chico bastante alto, de cabellos cortos y peinado extraño. Pude ver su torso bien formado y musculoso, sus hombros fuertes y redondeados y un sexy lunar en su mejilla derecha. La mayoría de aquellas fotos eran selfies que se había hecho delante de algún espejo muy grande o usando algún otro sistema, de forma tal, que parecía que se las había hecho otra persona.

En ese mismo instante podría haberle escrito para saber qué buscaba, pero eso significaba dejarme ver haciendo algo que no iba a gustar a mis contactos. Se me pasó enseguida otra idea por la cabeza. Podría ser más interesante acercarme a él de algún otro modo y, una vez sabiendo qué buscaba, conectar de forma más discreta. Por supuesto, estaba jugando con una cierta ventaja, pero aquel perfil abierto y con esas fotos no se andaba con rodeos. Kike, que ponía como su nombre, decía que iba a pasar un par de días en Cuenca y, ¿quién me decía que no había quedado con el que le pidió un privado?

Busqué rápidamente en su registro y, tal como había visto antes, comprobé que viajaría el viernes por la tarde. Iba a tomar el pasaje CU800616 y había reservado el asiento 2D, que correspondía a la segunda fila y a la ventanilla derecha. El asiento 2C, justo a su lado, en el pasillo, estaba libre. Lo bloqueé inmediatamente.

Me paré a pensar otra vez. Podía hacer ese viaje con Kike a mi lado. Tenía tiempo y dinero de sobra pero, ¿qué iba yo a hacer en Cuenca dos días si ya me la conocía más que de sobra? Kike, cuyo nombre real era Enrique Pozo, iría a pasarlo bien con alguien y yo a aburrirme. Por otro lado, si no hacía ese viaje, me iba a quedar en casa sin salir y perdiendo la oportunidad de conocerlo de cerca antes de conectar con él en Facebook (cosa que pensaba hacer). ¡Decidido! Reservé el asiento 2C para ese viaje.

Después de seguir trabajando un buen rato, aunque sin dejar de pensar en lo que había tramado, se me ocurrió llamar al hostal donde tantas veces me había alojado. No quería hacer una reserva de habitación por si surgían otros planes, sino que me aseguré de que habría sitio sin problemas.

Preparé lo suficiente para el viaje del viernes; tenía tiempo de sobra. Cuando llegó el día y la hora, sobre las cinco de la tarde, estaba en la estación de autobuses mirando disimuladamente por ver si encontraba al Kike que aparecía en las fotos. Creí que iba a tener que hacer el viaje solo o perder el dinero del billete porque no aparecía. Al final, ya hechos los gastos y preparado el equipaje, preferí subir al autobús y acomodarme en mi asiento correspondiente. El conductor ya se había colocado en su sitio y, según mi reloj, debería estar a punto de partir. Fue entonces cuando subió ese chico precipitadamente llevando colgada una pesada bolsa, sudando, resoplando y con la cara roja del sofoco.

Recorrió el poco pasillo que había hasta su asiento, me miró sonriente y me pidió permiso para pasar. Me levanté para dejarle paso y le ayudé a poner su bolsa arriba:

―Creo que es demasiado abultada para meterla ahí ―le comenté―. Quizá sería mejor que sacaras alguna cosa.

―No creas ―me respondió seguro―. Es ropa y no me importa que llegue arrugada. ¿Tú eres de Cuenca?

―No, no ―quise ser muy amable―. Soy de Madrid y voy a pasar el finde, como otras veces. ¿Tú eres conquense?

―No; tampoco ―comentó mientras nos sentábamos―. También voy de finde, aunque no sé muy bien qué me voy a encontrar allí…

―¿Por qué? ―indagué―. No es una ciudad grande. ¿No la conoces?

―¡No! Nunca he estado allí aunque no esté lejos… ¿Sabes? No me gusta demasiado viajar solo y a la aventura.

―¡Ah, vaya! Creí que al menos conocías allí a alguien…

―Sí, claro… Ya veremos…

―Bueno ―dije casi con desidia y un tanto confuso―. Por lo menos ya me conoces a mí. Soy Pablo ―Le tendí la mano y la estrechó satisfecho.

―Yo soy Enrique. Encantado.

―Igualmente, Enrique ―di un primer paso―. Si necesitas algo… ¡Ah! También vamos a tener tiempo, así que puedo decirte sitios que merece la pena no perderse.

―O sea ―contestó mirándome con cierta gracia―, que serías un buen cicerone. Creo que voy a ver lo más atractivo. Un amigo quizá me lleve a todos esos sitios.

―¡Claro! Si ya has quedado con alguien…

No hubo respuesta a esa pregunta insinuante y tuve que contestar a otras muchas. También tuve cuidado de no dejar escapar ningún dato sobre lo que sabía de él.

Cuando llegamos a Cuenca, ya de noche, bajamos juntos del autobús, salimos de la estación y noté que parecía no querer separarse de mí.

―Oye, Pablo… ―preguntó― ¿Nos tomamos algo en aquel bar con terraza? ¡No me digas que no tienes hambre!

―¡Pues sí! ―empezaba a gustarme la conversación―. Ese bar es el Coto de San Juan; un restaurante. Podemos tomar algo ahí…

Caminamos despacio hacia la esquina del bar cargando con las bolsas y, una vez allí, pedimos unas cervezas y unos aperitivos y nos sentamos en una mesa.

―¿Y dónde está ese hostal que dices? ―preguntó ya comiendo―. Yo pensaba que iba a llegar antes… Hasta las doce no puedo poner un WhatsApp a mi amigo para que venga a recogerme.

―¿Hasta las doce? ―inquirí extrañado―. ¿Dónde se mete tu amigo?

―Me ha dicho… Verás… ―lo vi claramente dudoso―. Es que trabaja hasta esa hora y me ha pedido que no le moleste. Lo que no sé es qué voy a hacer hasta las doce.

―Pues verás, Enrique… Yo me voy caminando hasta el hostal Castilla, que está ahí cerca, para asegurarme de que no me dejan sin habitación. Si quieres, me acompañas y damos una vuelta luego, hasta las doce.

―¡Claro!

No quedaba tanto tiempo para dar paseos. Fuimos al hostal y notó enseguida que allí me conocían de otras veces. Le gustó el sitio.

―Oye, Pablo ―me susurró cuando pudo―. ¿Es caro este hostal?

―Hmm… No. Está bien.

―¿Y vas a ocupar una habitación doble o las hay simples?

―¿Por qué lo dices? ―me sonó raro.

―Verás… ―lo pensó dos veces―. No me gustaría molestar en casa de mi amigo y no conozco nada por aquí. Se me ocurre que a lo mejor no sería mala idea dormir en este hostal y pasar el día con él. ¿Tú qué crees?

―¡Yo qué sé! No sé qué amistad tienes con la familia de tu amigo. Esto no es caro… Unos cincuenta euros… A mí no me importa dormir acompañado.

―Podríamos pagar a medias, Pablo ―dijo en cuanto vio aparecer a quien iba a atenderme.

Me acerqué a dar mis datos, como siempre, y pedí una habitación doble, me volví hacia Enrique y le pedí que se acercara:

―Tenemos una doble. Te va a gustar ―No disimuló su alegría.

Subimos a la habitación y entramos. Ambos dejamos las bolsas en el suelo y nos asomamos a curiosear.

―Está muy bien ―dijo―. Ya sé por qué vienes aquí de vez en cuando. Tomaré nota.

―Me parece estupendo… Tendríamos que ponernos cómodos, ¿no?, aunque, si vamos a salir… ¡Vamos a refrescarnos!

El agua fresca en la cara nos hizo sentirnos mejor y, al mirar el reloj por instinto, vi que casi eran las doce:

―¡Oye! ¿Sabes qué hora es?

―Las doce, ¿no? ―farfulló mirando su reloj―. Es que… He pensado que estoy muy cansado y preferiría dar un paseo corto y, mañana ya veremos… Te estoy jodiendo tu finde.

―¡Que no, Kike! ―se me escapó su nombre ficticio―. ¿Qué tonterías dices?

―¿Kike? ―preguntó confuso arrugando la nariz―. ¿Tú eres el de Facebook?

―¿El de Facebook? ―me sentí pillado y tenía que disimular.

―No me engañes… ―bromeó el tunante―. Lo de Kike sólo lo tengo puesto en Internet y, la verdad, pensaba que me ibas a decir tu nombre real y que eras de Cuenca.

―A ver, Enrique… ―le hablé con sinceridad y tranquilidad―. Es que me llamo Pablo de verdad. Vamos a sentarnos ahí… Espero que no me tires los trastos a la cabeza. Tu perfil de Facebook es público. Pensaba decirte que si podíamos conocernos, pero ya habías quedado con alguien… Alguien de aquí. ¡Escribiste claramente que ibas a venir a Cuenca! Decidí venirme, como otras veces. Y he venido en el autobús precisamente contigo… ¡A tu lado!

―¿Dices que querías conocerme y quedar? ¿Y te vienes a Cuenca?

―Sí, por supuesto que quería conocerte ―musité con la vista caída―. Pensaba escribirte.  Sé que te sonará raro, pero ha surgido así.

―¡Eh! ¡Oye! ―dijo entre risitas― ¡Esto es muy raro, pero no me digas que no es una suerte! ¿Sabes que no sé a quién he venido a ver? ¡A ti ya te conozco!

―¿Y vas a dejar al otro colgado?

―No creo que tenga mucho interés, la verdad ―protestó mientras apagaba el teléfono para no recibir mensajes―. ¿Te parece normal que no pueda escribirle hasta las doce y que él no me llame?

―Muy normal… no es. Yo no lo haría.

―¡Joder! ―exclamó mirándome ilusionado―. ¡Qué cosas me pasan! No me gusta dejar tirado a nadie, pero es que llevamos juntos toda la tarde. Eso sí ―Juntó las manos rogándome―, no te vayas a hacer ilusiones conmigo porque yo no soy de pareja fija.

―¿Por qué?

―No lo sé, tío ―me pareció muy sincero―. Desde siempre soy así. Me gusta estar con uno unos días y… cambiar. Sin repetir. Es como si no me gustara ver siempre lo mismo. No me pidas explicaciones porque no las tengo. En cuanto lo hago unas cuantas veces con uno… ¿Me comprendes?

―Creo que sí ―musité contrariado―. A mí me has gustado para algo más. Cada uno es como es, Kike…

―No me llames Kike ―me habló con cariño acariciándome la mano―. Eso es lo que tengo puesto en Facebook. Mejor, Enrique, ¿vale?

―¡Claro que sí! Y no te preocupes. Me alegra mucho estar aquí contigo ahora. Lo que te surja mañana, es cosa tuya. No puedo cambiar eso.

―Me haces sentirme mal, Pablo. Hemos hablado lo suficiente para saber qué clase de tipo eres. Me alegro de estar contigo ahora pero no puedo hacer algo que no sé. ¿Te importa si es así?

Dijo aquellas frases con tal dulzura y tanta sinceridad que no tardé en plantearme que, lo que realmente debería hacer, era disfrutar de su compañía mientras él quisiera. Siempre habría la posibilidad de poder seguir siendo amigos:

―No importa. Eres sincero y ya te he dicho que no quiero cambiar nada de ti.

―¿Vamos a pasarlo bien, entonces?

―Me gustaría mucho. Si no fuera así, no estaría aquí.

―¡Qué coincidencia más rara! ―exclamó―. Me gusta.

―¿Damos un paseo antes de acostarnos?

―¡Me encantaría!

Los dos habíamos pasado mucho calor pero, viendo su interés por dar un paseo, no hablé nada de ducharnos antes. Cuando salimos del hostal le dije que tendríamos que andar un poco y también le gustó:

―En el centro, en la calle Carretería, hay hostales baratos y más ambiente. Yo prefiero estar un poco más retirado. Mañana, cuando desayunemos, tomaremos un taxi para subir al Parador.

―¿Un taxi? ―exclamó―. Así no vamos a ver nada…

―¡Que sí, hombre! ―respondí con paciencia―. Vamos a tener que andar bastante, así que es mejor no subir demasiadas cuestas. Desde el parador podrás ver las casas colgadas y la Hoz del Huécar. Pasaremos el puente de San Pablo.

―Ese se llama como tú ―rio.

―Sí. Es mi santo…

―¿Hoy es tu santo? ―me preguntó ilusionado.

―No, no. Mi santo es el día 29. Todavía queda…

―¡Ah! Pues me lo recuerdas para hacerte un regalo.

¿De qué estaba hablando Enrique? Hacía planes para regalarme algo un mes después. Tenía que darle tiempo al tiempo para saber si aquello no había sido nada más que una mala jugada de su subconsciente. Me había hecho a la idea de que iba a poder acostarme con él un par de veces y lo perdería de vista para siempre:

―Cruzaremos ese puente que te he dicho, que es alucinante, y subiremos por la calle de los Canónigos hasta la Plaza Mayor. Esa calle tiene barandas porque está muy inclinada…

Continuamos andando y escuchó con atención todos los planes que hice. En una esquina bastante solitaria, me empujó levemente con su hombro y me besó. Me sentí muy bien. Siempre había pensado que los tíos así, que jamás quieren ningún tipo de compromiso, deberían ser gente fría y… antipática. Estaba descubriendo que una persona así no era alguien infiel, sino una persona normal con gustos distintos. Quizá por eso me extrañó que se olvidase del conquense, por un lado, y que hiciera planes para comprarme un regalo a fin de mes, por otro.

Tomamos algunas copas ―entre ellas, algunas de resolí , que es el licor típico de allí― y volvimos tranquilamente y conversando hasta el hostal. Los dos estábamos derrotados. Había que ducharse, relajarse y… no tenía ni idea de lo que podría pasar.

Nos desnudamos despacio uno delante del otro y no hubo insinuaciones ni comentarios sobre nuestros cuerpos. Por supuesto que me fijé en su pecho, en sus costados atrayentes, en su culo… Estaba buenísimo y no le dije nada. Tampoco él dijo nada a pesar de que estuvo observándome. Como dos simples amigos nos metimos en la ducha, nos enjabonamos y nos secamos. Me miró inclinando la cabeza, resbaló su dedo por mi pecho hasta el ombligo y suspiró:

―Me gustas. Me gustas mucho.

Se acercó despacio, sin brusquedad alguna, y me besó en la mejilla. Luego, tomándome de la mano, apagó la luz del baño y caminamos hasta una de las camas. Nos sentamos, nos cogimos por la cintura acariciándonos lentamente y volvió su cara para besarme con timidez en los labios:

―Me gustas demasiado ―susurró.

―Y tú a mí ―respondí sin querer pensar en ciertas posibilidades―. Más de lo que pensé al ver tus fotos.

―¿Sabes por qué? ―Entornó los ojos― ¿Sabes por qué digo que me gustas demasiado?

―Dime.

―Si hacemos algo juntos esta noche y mañana, por ejemplo, acabaré deseando ver una polla distinta… y no me gustaría que fuese así.

―Bueno. Siempre podremos ser amigos, ¿no? ―quería saber si también iba a perder esa oportunidad―. ¿Crees que si lo hacemos ya no vas a querer verme más?

―¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? ―dijo seguro―. He conocido a alguien que me gusta; alguien que me merece la pena. Otra cosa es que… estoy seguro de que el sexo va a durar pocos días.

―A mí me gustaron tus fotos de Facebook, pero no es tu cuerpo lo que más me gusta ahora de ti. Podemos hacerlo, ¿no crees? Si mañana necesitas cambiar no vamos a poder hacer otra cosa. ¿Significa eso que ya no querrías ser mi amigo?

No dijo nada. Se abrazó a mí y comenzamos a besarnos. Nuestros cuerpos reaccionaron de inmediato. Nos deseábamos y eso era lo que estábamos satisfaciendo; nuestros deseos. Hubiera preferido conocer a alguien que estuviera dispuesto a compartirlo todo y, sin embargo, creí que lo mejor era hacer lo que queríamos hacer en ese preciso instante. Dejarlo por temor a perderlo, podría ser perderlo sin haberlo saboreado.

Si solía cambiar a menudo y hacía con los otros lo que estaba haciendo conmigo, habría dejado ya más de un corazón roto en la estacada. Los besos parecía no haberlos dado nunca o ser los últimos de su vida; sus caricias me parecieron las de un amante y el movimiento de su cuerpo cuando llegó al orgasmo, fue como si jamás lo hubiera sentido así. Y yo no hice nada extraordinario. Fue él.

Nos dormimos abrazados y hubo un paréntesis de sueño largo y placentero hasta el amanecer. Desperté al notar que me besaba el cuello rozando con su flequillo mi nuca mientras me abrazaba por la espalda:

―Buenos días.

―Buenos días, Pablito… Mi Pablito. ¿No vas a llevarme a ver esas cosas?

―¡Claro que sí! ―exclamé volviéndome hacia él―. Desayunaremos antes aquí cerca.

―Tú eres el que conoces los planes ―dijo―. Yo ya no sé siquiera si me conozco. ¿Sabes lo que pienso ahora?

―¡No! ―me interesé muchísimo al oír su tono de voz.

―No he podido dormir a tu lado. No quiero decir que haya estado a disgusto o que hubiera preferido estar toda la noche dale que te pego. No he podido dejar de mirarte aunque apenas hubiera luz. Y estos besos…

―¿Quieres hacerlo ahora otra vez?

―¡No, no! ―dijo muy sonriente―. Vamos a pasear juntos. Ya habrá tiempo.

―Sí. Nos queda esta noche.

―No creo ―susurró y tuve que aguantar mi malestar.

―Haremos lo que digas tú. Así lo acordamos anoche. Me gustaría que se cumpliese eso, al menos.

―Y se va a cumplir, Pablo, pero no creo que sea sólo esta noche. Déjame intentarlo. Quiero volver a Madrid contigo y seguir contigo. Si algún día te decepciono porque me ves buscar a otro… Dímelo. No me apetece nada engañarte.

―¿Has cambiado? ―me incorporé al escuchar esas palabras―. ¿Quieres estar algún tiempo conmigo?

―Tampoco ―sentenció―. En algo debo haber estado equivocándome. Pienso que siempre he quedado con alguien y, sin hablar, como lo hago con mis verdaderos amigos, nos hemos dedicado a follar uno o dos días. No más. Contigo no ha sido igual. Primero te he conocido. Me gustaste, sí, pero estábamos en un autobús. Muchas horas después, hartos de hablar, me pareces como un amigo. Más que un amigo. ¿Puedo intentarlo?

―Por supuesto ―respiré muy tranquilo―. Aquí me tienes para ti.

―Enséñame todo eso que desconozco. No quiero que seas uno más en la lista.

Enrique, mi mejor amigo un tiempo después, supo la trampa que había hecho para conocerlo antes de que lo conocieran otros. Cuando se lo confesé, tuve miedo y, sin embargo, le hizo mucha gracia y se sintió halagado.

Siempre he aprendido mucho de Enrique; desde entonces. A él le gusta que yo haga planes de viaje o de ir al cine o al teatro. Hace tan solo unos días, lo vi un poco serio y le pregunté qué le pasaba. Mirándome con cierta picardía y rascándose la nariz, me respondió tajantemente:

―Si me voy a buscar otra polla, te vas a ir tú con otro… y eso ya no me gusta tanto.