En la disco
Un joven heterosexual se da cuenta, en la penumbra de la discoteca y con los efluvios del alcohol, que su mejor amigo tiene aficiones "orales" que no le conocía.
Aquella noche fue para mí inolvidable. Antes que nada os pongo en antecedentes: tengo novia, los dos tenemos 22 años, y hasta aquella noche todo nos iba estupendamente. Fuimos a una discoteca de moda en mi ciudad, junto con otra pareja amiga.
El caso es que estuvimos toda la noche bailando; llegó un momento, hacia las 6 de la mañana, que ya no podíamos con nuestra alma. Las chicas se fueron al servicio y nosotros, Rubén y yo, nos quedamos en la discoteca.
A esas horas ya quedaba poca gente, y nuestra mesa estaba en uno de los rincones más oscuros, como corresponde a las parejitas. Bien, pues el caso es que los dos estábamos derrengados, como digo, hasta el punto de que Rubén estaba recostado sobre mi regazo; yo hubo un momento en que me quedé dormido. Fue un sueño placentero, porque además, cosa curiosa, resultó ser uno de esos sueños húmedos que suceden cuando se ha tenido una sesión de "petting" (como había ocurrido aquella noche) pero no se había podido llegar a mayores. Soñé entonces que mi chica me la mamaba.
Pero lo curioso es que me la chupaba mucho mejor que lo había hecho nunca. Mis relaciones con Patricia, mi novia, siempre han sido buenas, aunque debo reconocer que no me satisfacía plenamente: una mamada de ella, o una follada, siempre me dejaba el mismo sabor de boca que si me hubiera hecho yo una paja. No sé si era problema suyo o mío. Bien, el caso es que en aquel sueño Patricia me la estaba chupando como nunca lo había hecho: se la tragaba enterita, me lamía por debajo del glande, en esa zona tan sensible junto al frenillo, me lamía los huevos, regodeándose en cada bola, en cada poro de mi escroto.
¡Qué maravilla! Pero, como ocurre en algunas ocasiones (supongo que a vosotros también os habrá pasado), en un momento del sueño me di cuenta de que aquello era demasiado real, y, con un clic, desperté; me encontré entonces con una visión que jamás imaginé contemplar. En la densa penumbra que envolvía aquel rincón de la discoteca, Rubén, mi amigo, me había abierto la bragueta y me estaba chupando la polla. Mi primera reacción fue no tener reacción alguna, porque la verdad es que me quedé tan absolutamente sorprendido que no acerté a hacer ni decir nada; por otro lado, el placer que me estaba proporcionando mi amigo era realmente extraordinario. Ajeno a que yo había despertado, arrebujado en las sombras que nos cubrían, Rubén proseguía su tarea, con una dedicación y una experiencia que evidenciaban que el mío no era el primer nabo que se comía.
En mi confusión opté por no hacer nada, máxime cuando, con la excitación, noté cómo me corría; horror, ahora sí que se iba a complicar la cosa. Él se retiraría al notar mi leche, y me pondría todo pringado. A ver cómo le justificaba a Patricia después que estaba todo manchado de semen... Sin embargo, la actitud de Rubén lo solucionó todo: tal y como yo me corría, él me recibía en su boca y se tragaba mi semen. Si antes estaba sorprendido, ante aquella muestra de gula (porque me oprimió el glande con la lengua, exprimiéndomelo a la búsqueda de la última gota) me quedé auténticamente patidifuso. En buen momento me corrí, porque al fondo se vislumbraron las siluetas de Patricia y la novia de Rubén. Éste, tras sacarse mi nabo de la boca, me miró un momento, pero no pudo darse cuenta de que yo lo veía todo desde mis ojos entrecerrados, simulando estar aún dormido. Me cerró la cremallera y el botón del pantalón y se recostó para el otro lado.
Llegaron las chicas y nos zamarrearon para que nos despertáramos.
Salimos de la disco y nos fuimos en nuestro coche. Rubén en ningún momento hizo comentario alguno ni me miró de otra forma de la habitual, y yo también simulé que no había pasado nada (aunque para él que no me había enterado de lo que había hecho, amparado en el sueño y en la medio borrachera que ambos teníamos encima). Como ya habíamos hecho en otras ocasiones, decidimos ir a un descampado donde poder achucharnos un poco. Teníamos confianza y no nos importaba joder juntos, aunque no revueltos.
Ya en el coche, yo estaba excitado, aunque ciertamente no por la perspectiva de follarme a mi novia; lo que realmente me apetecía es que Rubén me la volviera a mamar como antes, y que se tragara mi leche, aunque ahora me gustaría verle la cara y contemplar mi semen en su lengua. Era imposible, desde luego, pero era lo que me apetecía. Total, estuvimos magreándonos las dos parejas, cada una por su lado, pero ni a Rubén ni a mí se nos levantaban las pollas. Las chicas, entonces, se enojaron bastante. Rubén pretextó que tenía ganas de orinar, porque había bebido mucho. Patricia dijo entonces:
--Pues, venga, id los dos a mear por ahí, a ver si volvéis entonados.
Así que Rubén y yo salimos al exterior y nos encaminamos hacia un bosque cercano. Allí me saqué la polla y me puse como a mear. Pero realmente lo que quería es que mi amigo me la viera, por eso prácticamente me puse delante de él, como si estuviera aún medio dormido. Con los ojos entrecerrados lo miré y me di cuenta de que estaba absorto en mi nabo, que había alcanzado de nuevo su máximo poder (que, dicho sea de paso, no está nada mal: "calzo" 20 centímetros de rabo a toda potencia). A Rubén no se le debió escapar el hecho de que con Patricia no se me empinaba, y sin embargo ahora sí, así que debió entender que allí había algo que él no sabía...
Abrí los ojos y vi que me miraba fijamente. Casi sin darme cuenta, le guiñé un ojo pícaramente, y entonces Rubén no pudo resistirse más: se arrodilló ante mí y sumergió mi sable en su boca. Aquel era un espectáculo impresionante: mi amigo tenía una capacidad para tragar increíble; mi rabo, que ya he dicho que tiene unas proporciones bastante respetables, desaparecía enterrado en sus labios hasta que éstos me rozaban el vello púbico, por arriba, y los huevos, por abajo. Ahora Rubén, ya totalmente desinhibido, me había bajado los pantalones hasta la mitad del muslo y me acariciaba las cachas del culo, buscándome el agujero negro que se oculta entre ambas. Yo estaba tan excitado que ni me di cuenta de que me había metido un dedo por el culo, y cuando lo hizo no sólo no me rebelé sino que, a la vista del gusto que me estaba dando, le acaricié la mano instándole a que siguiera. Él no se hizo de rogar y me metió otro dedo, una vez que el esfínter se había relajado lo suficiente para ello. Rubén seguía mamándome la polla como un maestro, y por detrás yo sentía un placer exquisito con aquellos dos dedos que hurgaban en lo más íntimo de mí, donde no había tocado ni mi novia.
Sentí que me corría, y entonces lo tomé del pelo y lo retiré un poco, lo suficiente para que el glande se colocara sobre la lengua. Rubén entendió enseguida lo que pretendía y me esperó así; el primer trallazo le cruzó el labio superior y la nariz, pero los otros se fueron depositando lujuriosamente en la lengua de mi amigo, que temblaba de gusto y de deseo de engullir aquella materia viscosa. Cuando ya quedó claro que no quedaba más leche por salir, Rubén se introdujo aquella sustancia lechosa en la boca, relamiéndose como si se estuviera tomando el más suculento de los manjares. Me pareció tan excitante aquello que percibí, recién eyaculado, como mi polla pugnaba por ponerse dura de nuevo. El cabrón de mi amigo lo notó y se la metió de nuevo en la boca. Pero le obligué a salirse, porque me di cuenta de que nuestras novias debían estar extrañadas de nuestra ausencia. Se lo dije y él comprendió, aunque vi en sus ojos el pesar por no poder mamármela por tercera vez en poco más de media hora.
Nos dirigimos en silencio hacia el coche, sin saber qué decirnos, aunque muriéndonos de ganas de volver a hacer lo que estábamos haciendo.
Pero, ¡oh, sorpresa!, cuando llegamos al coche resultó que Patricia y Yolanda, la novia de Rubén, estaban dormidas profundamente: el cansancio y las generosas dosis de cubatas habían hecho su efecto. Rubén y yo nos miramos y nos sonreímos; salimos corriendo, procurando no hacer ruido, hacia el cercano bosque. Cuando llegamos al sitio donde habíamos estado un momento antes, Rubén se abalanzó a mi bragueta, mientras yo notaba cómo mi polla se llenaba de sangre y se ponía otra vez a tono, como si no me hubiera corrido dos veces en los últimos 60 minutos. Esta vez mi amigo me hizo tumbarme sobre la hierba, y me bajó los pantalones hasta la rodilla. Se metió mi rabo en la boca, donde ya era como de la familia, y comenzó a mamarme por tercera vez en un rato. Pero ahora me di cuenta de que él también se había abierto la bragueta y se había bajado el slip; nunca había visto a mi amigo desnudo, pero ahora me di cuenta de que Rubén estaba sobradamente armado: se masajeaba una herramienta que calculo debía estar en torno a los 23 centímetros, un pedazo de carajo rezumante de zumos eróticos que, a pesar de que jamás había tenido sueños ni fantasías gays, me pareció absolutamente irresistible. Pero aún quedaba dentro de mí (a estas alturas...) algún resto de inhibición y deseché la idea de inmediato. Yo no era maricón, sólo que... bueno, digamos que otro tío me la estaba mamando, pero eso no me convertía en gay...
Rubén dio un giro inesperado a la situación cuando, de repente, con sus manos hizo que yo elevara las rodillas y los tobillos. Sin dejar de chuparme el rabo, me levantó la parte inferior del cuerpo, de tal forma que mi culo, hasta entonces ocultó, quedó en primer plano. Expertamente, abandonó la mamada de mi nabo para centrarse primero en mis huevos (¡qué delicia, cómo chupaba!) y enseguida en mi agujero del culo. ¡Qué sensación! La primera vez que noté que me estaba lamiendo el agujero sentí una oleada de placer brutal que me subió del culo hacia el resto del cuerpo. Me podría haber corrido con aquella primera lamida, pero, sorprendentemente, conseguí aguantarme; no quería perderme aquel nuevo placer. Rubén continuó metiéndome la lengua en el estrecho agujero de mi culo, cada vez más adentro, y con cada lengüetazo me hacía contorsionarme de gozo... Aquellos lametones consiguieron lo que yo pensé que no era posible: me desinhibí totalmente, y abrí la boca, babeando, buscando algo que "comerme". Rubén, desde su posición, vio mi estado y acudió en mi socorro: sin soltar su "presa", continuando metiéndome un palmo de lengua en mi recto, giró sobre el eje de su cabeza y se colocó boca abajo sobre mí, en posición de 69.
Me encontré así el enorme carajo de Rubén a sólo unos centímetros de mi boca: desde esta postura aquella verga de exposición parecía aún mayor, un monstruoso mástil de carne que dudaba fuera capaz de meter en mi boca. Pero lo intente: no tenía idea de cómo se hacía, pero recordé cómo había visto hacerlo a mi amigo, abrí la boca todo lo que pude y sepulté aquel gran pedazo de carne dentro de mi boca. La sensación fue excepcional: me sentí lleno, como si hasta ese momento me hubiera faltado algo en mi vida.
Pero sentir aquella cantidad de carne caliente, palpitante, dentro de mi boca, me espoleó para avanzar más: con gran esfuerzo (no en vano aquel era un vergajo de dimensiones más que notables) comencé a tragar más y más de aquella delicia en forma de proyectil. Noté como me llegaba la punta del carajo a las amígdalas, y pugné por metérmelo aún más adentro. Tras un momento en el que creí que las arcadas me iban a hacer rechazar el nabo, éste finalmente traspasó las resistencias de mi garganta y avanzaron hacia la faringe. Tenía ya muy cerca la pelambre púbica de Rubén, mientras el chico, con gran excitación, procuraba empujar su rabo más y más adentro en mi boca. No descuidaba sus labores, y por mis partes bajas seguía metiéndome la lengua por el culo, consiguiendo, cada vez que me follaba con la lengua, una oleada de placer que me sacudía entero.
Yo, finalmente, alcancé a meterme todo aquel rabo enorme dentro de la boca. Sentía el glande más allá de la faringe, pero el mero hecho de tocar los huevos de mi amigo con mi labio inferior me puso aún más excitado. Quería más, y sabía bien lo que quería: la imagen de mi amigo, hacía un rato, con la lengua totalmente fuera de la boca y recibiendo mi descarga de leche... Yo también quería experimentar aquella sensación; recordaba el rostro de mi amante marcado por la gula, por la lujuria, por la más absoluta desinhibición; en aquel momento a Rubén no le importaba nada en el mundo más que recibir mi leche y tragársela, y en ese momento yo también lo comprendí y quise hacer como él.
Tuve suerte, porque Rubén, pocos segundos después, dejó de chuparme el culo y empezó a jadear fuertemente; supe entonces que se corría y me saqué de la boca a toda prisa aquella herramienta palpitante: la coloqué a unos diez centímetros sobre mi boca. Así podía verlo todo, y no perderme nada. De aquel glande grande y gordo, rojo y vibrante, surgió un churretazo de leche tremendo, que me cayó enterito en la lengua ansiosa que tenía desplegada delante del nabo. Saboreé un momento el líquido lechoso, sabiendo de antemano que me iba a encontrar con un néctar exquisito; pero todas las previsiones se quedaron cortas: aquella leche de sabor macho era lo más delicioso que había probado en mi vida, una mezcla de leche condensada, aunque algo menos dulce, con vainilla y almíbar.
Al primer tremendo churretazo siguieron otros ocho o nueve, decrecientes pero también exquisitos, y no sabía si me gustaba más saborearlo y paladearlo en mis labios o verlo cómo caían sobre mi boca. Cuando parecía que ya no había más, alcé la cabeza, con gula, y sepulté el rabo entre mis labios; con la punta de la lengua indagué en el ojete del nabo, consiguiendo aún tres gotas riquísimas. Rubén, que había dejado de lamerme el culo para contemplar el espectáculo, estaba con la boca abierta. Lo vi cuando abrí los ojos mientras seguía lamiendo su rabo, del que ya no salía semen pero que, de todas formas, me seguía pareciendo exquisito. Mi amigo, como ya me pasó antes a mí, con aquella visión volvió a entonarse, y noté el nabo en mi boca cómo se volvía a hinchar. Redoblé mis mamadas, pero esta vez él tenía otra idea.
--¿Quieres que te la meta por el culo? -me preguntó, como si tal cosa.
Yo, aún con el rabo entre los labios, asentí. ¿Qué podía hacer? Nunca había sentido mayor placer que aquella noche, y aún esperaba recibir más.
Rubén me sacó entonces el nabo de la boca. Yo protesté en silencio, en una muda queja, pero pronto no tendría de qué quejarme; o sí... Me quitó los zapatos y los pantalones, y me hizo ponerme a cuatro patas. Después se agachó detrás de mí y volvió a meterme la lengua como antes; otra vez las oleadas orgásmicas por todo el cuerpo, aunque ahora tenían una finalidad distinta, más utilitaria. Rubén me metió entonces dos dedos en mi agujero, ya suficientemente distendido por su saliva y por el placer proporcionado.
Casi de seguido me metió un tercero, que le costó algo más de trabajo; comenzó entonces a follarme con esos tres dedos, y yo entreví entonces un destello de lo que me esperaba. Culeé con desvergüenza, y Rubén entendió. Me sacó los dedos y me colocó en el umbral algo grande, muy grande, caliente, muy caliente, y de un solo golpe, me metió hasta la mitad su espada de carne. El dolor fue espantoso, pero tan fuerte como el dolor fue el placer que aquella bomba humana me había producido dentro del culo. Era como una barrena dura y blanda al tiempo, como un martillo pilón hecho de venas y sangre, de carne y piel, como un ariete caliente y nervudo, que me traspasaba, que me empalaba. Pero aún no había llegado lo mejor; me tenía metido el carajo, como digo, hasta la mitad, aproximadamente, de su tremenda envergadura, y, de otro golpe, me lo encalomó hasta dentro. De nuevo un dolor fortísimo, pero esta vez el placer lo superó.
Quise gritar, no sé si de dolor o placer, pero Rubén me tapó la boca y apenas pude gemir. Mi amigo comenzó entonces a follarme sin piedad, y yo me apretaba contra él, buscando que me la metiera cada vez más adentro. No sé cómo me di cuenta de que estaba babeando, me corrían los chorros de saliva por la boca desmesuradamente abierta, y no me importaba lo más mínimo. Introduje mi mano entre mis piernas y conseguí tocar la polla que me follaba; parecía increíble que una cosa tan grande cupiera en un cubículo tan pequeño. Tocar con mis dedos aquella superficie de carne sedosa y férrea a un tiempo entrar en mi culo fue otro de los grandes descubrimientos de aquella noche. ¿Querréis creerme si os digo que tenía aquella zona tan sensible que era capaz de sentir el glande dentro de mi culo, cómo se restregaba aquel capullo dentro de mí, cómo raspaba deliciosamente cada vena, cada pliegue de su rabo?
Rubén continuaba metiéndome aquel carajo espectacular por el culo cuando sucedió lo inesperado.
--Pero, ¿esto qué es...?
Patricia y Yolanda, a tres metros escasos, nos miraban con la sorpresa pintada en sus rostros. El espectáculo debía ser de órdago: sus novios estaban follándose, y además estábamos de lado con respecto a su ángulo de visión, de tal forma que tenían forzosamente que ver la verga de Rubén entrando una y otra vez dentro de mi culo. Los dos nos quedamos instantáneamente quietos, casi tan sorprendidos como las chicas; sin embargo, yo actúe casi de inmediato. Comencé a culear descaradamente, autofollándome con la polla de Rubén, que seguía estático; pronto entendió, y me siguió el juego. Juntos habíamos encontrado el placer perfecto, y ninguna novia nos iba a separar de aquella maravillosa sensación que habíamos elaborado entre ambos.
Las mujeres, al ver que continuábamos con lo nuestro, a pesar de su presencia, se marcharon furiosas, largando insultos por la boca como nunca las habíamos oído.
Rubén siguió entonces con más entusiasmo, como antes de la interrupción, y poco después se corrió dentro de mi culo entre grandes jadeos. Sentí dentro de mí como una explosión líquida, un torrente de fuego delicuescente que me puso mi propio rabo de nuevo a tope. Pero, goloso, quería que mi boca compartiera algo con mi culo, y me salí para enchufarme el nabo de mi amigo entre los labios, cuando aún chorreaba leche. Él, por su parte, se las arregló para mamarme la polla, los dos ligados en un excitante 69; pronto me corrí, mientras yo aún mantenía la polla de mi amante, ya exhausta, dentro de mi boca. Mientras sentía como Rubén se tragaba por tercera vez mi leche en poco más de una hora, me di cuenta de que había encontrado mi auténtico camino sexual.
Algo más tarde, cuando llegamos a donde estaba el coche, éste se lo habían llevado las chicas; era de Yolanda y está claro que no tenían intención de llevarnos de vuelta. Regresamos andando, y os mentiría si os dijera que no aprovechamos alguna paradita en el camino, por la carretera, para perdernos entre los arbustos y meternos una "dosis" de leche en la boca...
Por el camino Rubén me contó que se había hecho novio de Yolanda porque ésta era amiga de Patricia y ésta, a su vez, novia mía, pero que él lo que buscaba desde el primer día era encontrar el momento de follar conmigo. Desde aquella noche, Rubén y yo somos pareja; soy feliz, y sexualmente me siento totalmente realizado. En una sola de las mamadas de aquella noche inolvidable, recibí de Rubén mil veces más placer que todas las ocasiones en que había follado o me la había chupado mi novia. Así que, ¿qué duda había?