En la Copa Davis
Estaba ya en mi asiento, con un grupo de amigos madrileños, disfrutando del ambiente antes del primer partido de la Copa Davis
Estaba ya en mi asiento, con un grupo de amigos madrileños, disfrutando del ambiente antes del primer partido de la Copa Davis. Se jugaba la semifinal, España contra Francia, y se notaba en el ambiente una mezcla de emoción y de nerviosismo. Córdoba es la ciudad ideal para este tipo de competiciones. Las mujeres cordobesas son guapas, morenas y con unos cuerpos de escándalo.
La vi llegar, junto con un grupo de amigos, chicos y chicas. Ella se sentó a mi lado, a su otro lado quedó quien yo interpreté que era su pareja, con quien venía hablando por la escalera de acceso a la grada. No me dijo nada al sentarse, ni siquiera me miró. Pero, yo sí me fijé en sus ojos negros, en sus labios rojos, en su pelo negro largo y ondulado, en su figura, marcada por unos vaqueros ajustados, que dejaban adivinar unos muslos tersos y un culo precioso y prieto. "¡Qué buena compañía, lástima que esté acompañada!"
Comenzó el partido y tras los primeros gritos de ánimo al tenista español, comenzamos a hablarnos, sólo monosílabos y gestos de aprobación o de disgusto ante los puntos que se iban disputando. Pero, en el tercer juego, noté que su muslo se apretaba al mío. Estábamos todos los espectadores demasiado juntos, pero, hasta ese momento, no nos habíamos rozado. Esto ya era diferente. Notaba el calor de su muslo pegado al mío. Notaba cómo lo movía, quizá por la emoción del partido, quizá por la emoción del roce. En un momento de alegría general por un buen tanto, nos quedamos de frente, con los brazos en alto e, instintivamente, ambos chocamos nuestras palmas. Fue un momento de alegría compartida, que nos sorprendió a los dos. Rápidamente separamos nuestras manos y aplaudimos, con todo el público, el momento del éxito. Nos volvimos a sentar, a la orden del juez árbitro, y ahora fue mi muslo el que buscó el encuentro con el suyo. Y ella lo recibió con agrado, sin oponer resistencia, y me miró. Nos miramos, sonreímos, y volvimos nuestras miradas a la pista.
De pronto, recordé, con un poco de nerviosismo, a su acompañante. Lo cierto es que no los había visto tener ningún gesto que revelara su relación, sólo algunas palabras cruzadas. Pero, la morena, cada vez intercambiaba conmigo más gestos de complicidad, compartiendo los aciertos y los fracasos de los raquetazos de la pista. Miré al acompañanete, por detrás de ella, y, en efecto, le vi hablando con otra morena que había más allá, en su grupo. Me dio cierta tranquilidad, y seguí cruzando detalles de complicidad y simpatía con la belleza que estaba a mi lado.
De nuevo, otro tanto a favor del equipo español, y ya, sin ningún freno y sin ninguna espontaneidad, volvimos a chocar nuestras palmas. Esta vez, fue un choque de palmas y entrelazamos los dedos mientras dábamos botes de alegría, con la misma alegría que todos los espectadores festejaban el tanto a favor. Noté que alguna atracción, alguna simpatía, circulaba entre nosotros. Tanto que, sin soltarle las manos, me atreví a acercarme a su oreja y le dije suavemente: "este partido lo vamos a ganar". Ella se acercó a mí, y también, suavemente me dijo "tú y yo, lo vamos a ganar". Me dejó helado. Había dado un paso sorprendente, que no esperaba y me quedé un poco paralizado.
Atendimos la orden del juez árbitro y nos sentamos. De nuevo, muslo contra muslo. Estaba realmente caliente y me contagiaba el calor de su muslo, que me inundaba todo mi cuerpo. De repente, echó su brazo por mi espalda, me acercó a ella y me dio un beso en la mejilla. El calor me subió de las piernas, y el cuerpo a la cara. Creo que debió notar mi perplejidad y mi rubor. ¡Por supuesto que me apetecía un beso así!, pero no me lo esperaba. No me lo esperaba de un bombón así. Pensé en su frase, y me dio la sensación de que el "partido lo estaba ganando ella sola".
Aprovechamos el descanso para salir, al mismo tiempo, a tomar una cerveza. En el pasillo, fuera del alcance de nuestros grupos, nos presentamos. Me preguntó si era de Madrid, me dijo que era de Córdoba, todo sin dejar de sonreirme con una sontisa amplia, con una boca amplia y unos labios rojos que me dejaban embobado. Volvimos juntos a las gradas. Nos sentamos juntos, de nuevo muslo contra muslo, y muy ardientes, y comenzó el siguiente juego.
El resto del partido fue de un continuo compartir emociones, abrazos, alegrías por los aciertos del juego, disgustos por los errores. Y la emoción del final fue en continuo aumento, hasta terminar en un abrazo estrecho y apretado, muy muy apretado, que me puso a cien. La miré a los ojos y me besó en los labios, con un beso cálido, sensual, que me hizo flotar sin tocar el suelo. Le devolví un beso corto, pero cariñoso, y nos separamos para aplaudir con fuerza al vencedor. España había ganado el primer partido de la competición y todos estábamos eufóricos. Yo creo que mis amigos y los suyos se dieron cuenta de que nos estaba yendo muy bien y respetaron nuestro encuentro.
Antes de iniciarse el siguiente partido, sonó una música aflamencada y ella se puso a bailar, todos los espectadores estábamos de pie, pero la música en ella parecía que fluía por los poros de su cuerpo y la verdad es que me tenía hipnotizado. El segundo partido fue triunfal, no sólo volvió a ganar el tenista español, sino que los abrazos, besos y caricias fueron en aumento. Parecía que había surgido una relación muy intensa, muy cercana. Casi a punto de terminar el primer día de competición, me había echado el brazo por el cuello, me tenía muy cerca de su cara y me preguntó: "¿Qué vas a hacer esta noche?". Si no me lo hubiera dicho ella, se lo había propuesto yo, así que la respueta fue directa: "Voy a pasar toda la noche contigo".
Pero, eso ya es objeto del siguiente relato... ¿No os parece?