En la capital (3)

Continua mi aventura con Rubén y Marcos.

Ha sido un fin de semana perfecto. Lo vivido ayer con Rubén me colma de felicidad. El descubrimiento de Marcos, aunque con cierto recelo, ya que no me apetece compartir a mi chico, ha supuesto una experiencia única.

Antes de desayunar voy a dejar todo preparado, pues comeré con mis padres, como todos los domingos.

Hemos quedado en vernos con Rubén en el parque a mediodía. Me apetece despedirme de él como se merece, pero creo que no será posible, así que tendré que conformarme con estar juntos ese rato y esperar la siguiente ocasión.

-Que, ¿ya estas despierto? –es Marcos, que entra en mi habitación.

-Llevo un rato preparando mis cosas. Quiero aprovechar bien el tiempo antes de irme.

-Bien, voy preparando el desayuno.

Después de desayunar y charlar un rato con mis tíos nos dirigimos al parque antes de lo previsto ya que mis tíos nos han pedido que a la una en punto estemos en casa para dar un paseo todos juntos, pues mis padres van a venir a buscarme y de paso a visitarles. Por supuesto nuestras protestas no han servido de nada.

Llegamos al portal de Rubén y le avisamos que ya estamos allí. No se hace esperar, viste unos nuevos vaqueros anchos y una sudadera azul celeste con capucha, que le sienta perfectamente. Su cara desprende una felicidad contagiosa.

Entramos en el parque. Estamos los tres solos, si algún amigo aparece, seguramente será mas tarde.

-Esta noche no he dormido mucho –nos comenta Marcos.

-¿Y eso? –le respondemos a un tiempo intrigados.

-He estado pensando en lo que hicimos ayer. La verdad que estuvo bien. Pero no creo que quiera repetirlo.

-No tendrás miedo o algo así –Le comento.

-No, no es eso. Me alegro mucho por vosotros. Se que os queréis un montón, se os nota en la cara en cuanto os juntáis – yo le miro a Rubén y le sonrió, el me guiña un ojo -y me da mucha envidia como lo disfrutáis. Yo tenía ganas de probar y hacerlo con vosotros dos ha sido genial. Pero se que no me va. No es lo mío.

-Pues tus gemido de ayer no decían eso –digo entre risas, a lo que el me responde con un simpático empujón haciéndose el ofendido, pero entre bromas.

Rubén esta pensativo. Parece analizar las palabras de Marcos.

-Me parece genial que seas tan maduro, Marcos. Mucha gente que conozco no reaccionaría así. Seguramente nos hubiese dejado de hablar y andaría por ahí contando no se que cosas. –dice al fin –de todas formas, si algún día te apetece, no dejes de pedírnoslo, verdad Iker, que estaremos encantados de complacerte en lo que sea –añade entre risas y abrazándome fuertemente a él con uno de sus brazos.

Yo estoy encantado. Rubén vuelve a ser todo para mí. Mi primo sabe lo nuestro y nos respeta. Es genial.

Cuando por fin aparece alguno de los chicos, dejamos de lado este tema y por supuesto las carantoñas, aunque no nos separamos más de medio metro ni un segundo.

Ha llegado la hora de ir a la cita con nuestros padres y de despedirme de mi amor hasta la próxima. Le he pedido su número de móvil, tengo la sensación que nos costara volver a vernos y necesito estar en contacto. Seguro que los próximos fines de semana no puedo escaparme tan fácil a casa de mi primo. No tendré una justificación lógica y tampoco hay que forzar la situación. Aunque le prometo que me lo voy a currar y teniendo a Marcos de cómplice, la cosa no pinta mal.

Las semanas pasan sin pena ni gloria. El curso avanza. Rubén y yo seguimos en contacto vía Internet y soñamos con nuestro próximo encuentro. Sea por mail o en el Chat nos decimos lo mucho que nos queremos y fantaseamos con las cosas que vamos a poner en practica en ese encuentro. Yo le hablo de pasión y de cariño. Él me contesta con posturas imposibles y corridas inagotables. En resumen todo lo bueno de una relación adolescente.

Al fin se nos presenta la oportunidad. Las navidades están cerca y las compras son la excusa perfecta. Así que me pongo en contacto con Marcos, tras convencer a mis padres, logro organizar un fin de semana de basket, tiendas y lo que surja.

Como de costumbre, hago el desplazamiento en tren. Con mi mochila llena de ilusión me dirijo esta vez directamente al partido de mis chicos. Al llegar al campo, el juego esta iniciado. Rubén y Marcos están jugando. Que ganas tenia de verlos. Marcos me ha visto y me saluda, en cuanto puede llama la atención de mi chico, que rápidamente me busca en la grada y sonríe.

El juego se desarrolla normalmente, por todo menos por el detalle de que Rubén esta como descentrado, nervioso y excesivamente fallón. No le recordaba así. Antes de llegar el descanso, me dirijo hacia el vestuario, como en nuestra anterior experiencia.

Poco después de sonar la bocina de final del primer tiempo, aparece allí Rubén, con la llave mágica. Si llegamos a quedar no hubiese quedado tan bien. Sin decir palabra abre la puerta del vestuario y entramos.

Solo tenemos diez minutos –dice mientras cierra por dentro- así que vamos a aprovechar.

Al momento me planta un beso ansioso, que respondo del mismo modo. Mientras tanto nuestras manos se desviven por liberarnos de la ropa. Para él es sencillo, enseguida esta desnudo. Yo sufro un poco más intentando evitar despegar mis labios de los suyos.

Al fin desnudos, noto como sus manos sujetan mis hombros separándome de él. Mi boca instintivamente sigue buscando la suya.

Parece que me has echado de menos de verdad –me susurra- ya veras como disfrutas.

Entre aturdido y sorprendido, me dejo guiar. Me apoya contra la pared, el banco me obliga ha arquearme al golpear bajo mis rodillas. Rubén coloca un pie sobre él, a un lado de mi cuerpo. Sujetándose en el perchero, se alza, colocando el otro pie sobre el banco rodeando mi cuerpo con sus piernas. Intuyo lo que sucede, pero la postura no me da para alcanzar con mi boca su erecto miembro.

Quieto –me dice- acércamela al agujero.

Como puedo meto mi mano entre sus piernas y agarro mi empalmado pene, colocando la punta en la entrada de su hoyo.

Sujeta la ahí –susurra de nuevo, mientras se hinca poco a poco la cabeza – que vamos a flipar.

Cuando ya la tiene toda dentro, hace una demostración de fuerza y comienza a subir y bajar sobre mi miembro, consiguiendo una profunda penetración, que a pesar de la incomoda postura, esta haciendo que goce como nunca.

Es espectacular, observo como Rubén mirando al techo disfruta de mi follada. Como arquea hacia atrás la espalda de placer y vuelve a abrazarse a mí para rozar su miembro en mi vientre y así sentirme más próximo

Estoy apunto de acabar a pesar de hacer todo lo posible por continuar aguantando y disfrutando, pero es irremediable, en seguida le lleno de semen. El también esta exhausto y al notar la humedad en su interior, aprovecha las ultimas envestidas sobre mi todavía vivo pene, para rozándose en mi pecho, alcanzar su orgasmo y bañar mi vientre de jugos, pausando a continuación sus envite, quedando ambos abrazados.

Muy despacio, como el soldado agotado tras el duro combate, al que cada movimiento le supone un sufrimiento, va liberándose del auto-empalamiento, regresa sus pies a tierra firme, permitiéndome caer rendido en el banco.

Al girarse para acercarse al lavabo, donde se refresca, me muestra una imagen preciosa de su culo enrojecido chorreante de mis jugos, que me hace estremecer.

Despierta –me dice mirándome a través del espejo- tenemos que darnos prisa. En mi bolsa tienes una toalla para limpiarte. Ah, y te he traído tus pantalones, seguro que los has echado de menos.

Más te he extrañado a ti – le digo mientras me limpio – ¿los has usado?

Solo un par de veces –responde mientras me quita la toalla de la mano.

Con toda la delicadeza, termina de limpiar mi pecho y suavemente mi propio pene mientras yo disfruto de su maniobra, sentado.

No sería como en el cine con algún otro, ¿verdad?

Entre divertido y enternecido por mis celos, comienza a limpiarse el mismo y mirándome a los ojos, se acerca, besa mis labios.

Que va, solo lo hice para recordar aquel momento contigo –dice – me pase todo el tiempo empalmado.

Tras terminar de vestirme, salgo del vestuario dejando a Rubén todavía dentro. Ha sido mejor de lo que nunca hubiese imaginado. Al llegar a mi sitio en la grada, el partido esta apunto de comenzar. Marcos me mira inquisitivo, recriminándome la tardanza de Rubén, que hace su entrada por el fondo del campo, lo que le hago notar para que se tranquilice.

El segundo tiempo discurre con normalidad. Esa en la que Rubén vuelve a ser el de siempre, ese jugador perfecto, castigo insalvable para sus rivales y valuarte de sus compañeros, lo que les permite remontar y ganar el partido con comodidad.

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