En la cama de los padres de sam

Un escritor siempre debe complacer las peticiones de sus lectoras.

  • Me encantan tus relatos. Ojalá algún día pudieras dedicarme uno.

Ése fue el mensaje que recibí hace un par de días de parte de una lectora. Siempre me alegro cuando, quienes leen mis textos, valoran mi trabajo y me dejan algún comentario para hacérmelo saber. En agradecimiento, le respondí a la chica y le pregunté si se refería a nombrarla en un futuro relato o a que apareciera como un personaje.

  • ¿Eso quiere decir que me harás esa dedicatoria? ¡Gracias! Si no es mucho pedir, preferiría que fuese mediante un personaje en el relato. Sería mucho más excitante- me respondió.
  • Perfecto, te dedicaré gustoso una historia, pero tendrías que decirme al menos tu nombre para ponérselo al personaje en cuestión y darle mayor realismo a la trama.

Ella me comentó que se llamaba Sam y añadió también la ciudad en la que vivía. Por casualidades de la vida, era justo de la misma localidad que yo y eso provocó que la cosa cambiase bastante.

  • Ahora que sé que somos paisanos, me parece que tendrás que hacer algo más para ganarte el relato- le indiqué.
  • No entiendo a qué te refieres.
  • Muy sencillo: deberás pensar en algo para compensarme la redacción y la dedicatoria del texto y sólo te daré dos horas de plazo- le señalé.

Sabía que Sam captaría la indirecta de mi propuesta y la chica no me defraudó: una hora más tarde volvió a ponerse en contacto conmigo.

  • Ve a la calle Fuentepío, a la plazoleta que hay allí. Encontrarás un sobre detrás del árbol más alto. Ábrelo y mira lo que hay dentro- escribió la joven.

Me gustó ese tono misterioso que le había dado al asunto y no tardé mucho en llegar a la citada plazoleta. Una vez allí, me acerqué hasta el árbol indicado, miré detrás y, en efecto, un sobre grande y blanco se encontraba sobre el césped, junto al tronco. Cogí el sobre y lo palpé sin abrirlo todavía: parecía que dentro había algo blando, además de lo que supuse que era una hoja de papel.

Me senté en un banco, abrí el sobre y me quedé asombrado al comprobar el contenido: un tanga negro apareció ante mis ojos junto con un folio escrito. Extraje primero el tanga y lo desplegué: era semitransparente por delante y acabado en en un minúsculo triángulo por detrás. Su tacto era suave, casi sedoso. De repente, noté en la yema de los dedos cierta humedad. Mi corazón comenzó a acelerarse y opté por leer la nota escrita: “Quiero que huelas el tanga y que inspires a fondo el aroma que mi sexo ha dejado en él. La prenda está empapada y es tu culpa, mejor dicho, de tus relatos. Acabo de leer un par de ellos y, como siempre, han hecho que moje el tanguita. Diariode un profesor acosado es mi preferido. Ahora no llevo ya nada debajo de la falda y siento cómo el frescor penetra hasta mi coño depilado sin obstáculo alguno. Necesito algo muy especial: una polla, una rica, hinchada y tiesa polla y, más en concreto, la tuya. Ni te imaginas la de veces en las que me he masturbado pensando en cómo sería la verga del autor de los relatos que leo: su grosor, su aroma, su sabor, si llevarás afeitado o no el pubis... La boca y el coño se me hacen agua sólo con pensarlo. Y así estoy ahora: con mi sexo destilando finas hileras de flujo que resbalan por la cara interna de mis muslos y deseosa de comprobar si mi escritor favorito será capaz de aplicar a la práctica todo aquello que plasma en sus relatos. Te dejo la dirección de casa. Mis padres no están, han salido de viaje todo el fin de semana, así que tenemos tiempo y tranquilidad para comprobar tu eficacia. Hasta dentro de un rato, supongo. Besos húmedos”.

Reconozco que me quedé un tanto impactado por lo que leí y que tardé unos segundos en reaccionar. Luego cumplí la petición de Sam y aproximé despacio su tanga usado hasta mi nariz: el aroma que había impregnado en él, ese olor tan intenso y ácido, me embriagaron por completo. Adoro cómo huele el coño de una mujer cuando está excitada. Volví a inspirar una segunda vez y lo que percibía por la nariz provocó que mi polla empezara a hincharse a golpe de palpitaciones, bajo mis jeans azules y mi ceñido bóxer rojo. Estaba caliente y tenía claro que debía ir a la dirección indicada, al encuentro de la chica. Unos diez minutos más tarde llegué al domicilio, que estaba situado en una pequeña urbanización. Me bajé del coche y llamé a la puerta. Instantes más tarde apareció una joven. Su cabello largo le caía hasta casi la mitad de la espalda; la tez morena y esos ojos marrones le daban a la chica un tremendo aire de sensualidad.

  • Hola, tú debes de ser.....
  • El que hace que moje tus tangas- interrumpí a Sam yendo directo al grano.

La joven me sonrió de forma pícara y ambos nos observamos mutuamente: ella iba vestida con el uniforme del colegio o del instituto en el que cursaba los estudios. Una blusa blanca cubría el torso de Sam y la falda a cuadros que lucía, bastante más corta de lo normal, me hicieron pensar que llevaba la cinturilla de la prenda doblada varias veces. Más de la mitad de los macizos muslos de la joven estaban al aire. La blusa, con un par de botones desabrochados, permitía ver a la perfección el canalillo del escote de Sam. Ella, por su parte, contemplaba mi camisa de cuadros y mis jeans azules.

  • Ummm.....Mucho mejor de lo que esperaba- dijo la chica, mientras abría la puerta y me invitaba a pasar.

Ni siquiera me puse a reparar en los detalles de la casa: caminando tras la chica, mis ojos iban clavados en sus caderas y en su culo respingón, que la joven contoneaba a cada paso que daba.

Sin preámbulos ni más palabras, me condujo directo a su habitación. Al entrar, me llevé una tremenda sorpresa: Sam no estaba sola en casa, sino que, sentada en la cama, había otra joven vestida exactamente con el mismo uniforme. Me quedé de piedra y miré a Sam para pedirle una explicación:

  • Te presento a Lía. Es una compañera de clase, bueno, realmente es algo más que eso: no creo que haya ninguna mujer que sepa comerle a una el coño como ella. Hoy no hemos ido a clase: había cosas más importantes que hacer....

La situación iba de sorpresa en sorpresa: no sólo no estábamos mi lectora y yo a solas, sino que acababa de descubrir la bisexualidad de Sam. Dicho descubrimiento y la presencia de Lía incrementaron mucho más el morbo. Miré unos segundos a la amiga de Sam: era algo más baja que ella, de cabello castaño recogido en una cola; no llegaba a tener las curvas tan atractivas de su compañera, pero el cuerpo de Lía era igualmente deseable y apetecible. Tenía delante de mí a dos auténticos bombones.

Fue entonces cuando opté por dar un paso al frente y arrebatarle a Sam el dominio sobre las reglas del juego.

  • Creo que a partir de ahora seré yo el que lleve la iniciativa y marque las pautas a seguir. A ver, Sam, ¿dónde guarda tu madre su lencería?- le pregunté a la chica.

Ella me observó un tanto extrañada.

  • ¿ Por qué? ¿Qué tienes en mente?
  • Algo muy sencillo: quiero que os quitéis el uniforme y que os vistáis de forma más provocativa, con la lencería de tu propia madre. Se acabó el papel de “Lolitas”. Deseo veros como lo que ya sois, dos auténticas y ardientes mujeres.
  • ¡Pero es la ropa de mi madre! ¡Como se dé cuenta de algo, me mata! ¿No podemos usar mis conjuntos de lencería?
  • No, no me valen. Estás acostumbrada a ponértelos. Con los de tu madre será más especial y morboso, tanto para mí como para ti misma y para Lía. Tu madre no se dará cuenta: tienes el resto del fin de semana para lavar las prendas que usemos.

Mis explicaciones parecieron tranquilizar un poco a la joven, mientras que Lía sonreía pícaramente ante mi ocurrencia. Sam aceptó la propuesta y los tres nos encaminamos hacia el dormitorio de sus padres.

  • Creo que es en ese cajón donde mi madre guarda la lencería- me indicó Sam nada más entrar en la estancia.

Su amiga se sentó en la cama de matrimonio y, al hacerlo, pude verle las preciosas bragas blancas que llevaba bajo la falda del uniforme. Abrí inmediatamente el cajón y ante mí apareció una amplia y colorida gama de ropa íntima. Una por una fui sacando y colocando sobre la cama las bragas, los tangas, los sujetadores, algún que otro sexy camisón y, por último, varios ligueros y bastantes medias y pantyhose. Con todas esas prendas delante, con la excitante mezcla de formas y colores, con esos tangas de hilo y de escuetos triángulos, con las insinuantes transparencias, llegó la hora de elegir cuáles usarían las chicas. Pensé unos instantes y decidí que se vistieran sólo con liguero y medias. Nada más: ni tangas ni sujetadores. Pretendía verlas con sus cuerpos desnudos pero adornados con un liguero y unas sensuales medias. Así que la elección final resultó más sencilla de lo previsto y escogí para ambas chicas lencería idéntica: liguero negro y medias finas del mismo color.

Cuando fui a guardar de nuevo en el cajón todas las otras prendas, mis manos tocaron en el fondo algo duro y largo. Lo atrapé y, al sacarlo, comprobé que se trataba de un majestuoso y grueso dildo azul. Me giré, se lo mostré a Sam y le dije:

  • Parece que tu madre también se divierte bastante en sus ratos libres.

La chica guardó silencio un breve instante pero luego reaccionó:

  • Bueno, yo ya lo sabía: en alguna que otra ocasión, sin querer y de refilón, la he pillado masturbándose sin que ella se diera cuenta.
  • Claro, sin querer y de refilón.....A mí me da que tú eres una buena y experta voyeur que ha espiado en más de una ocasión a su madre.

El tono rojo que empezó a dibujarse en las mejillas de la joven la delataron de sobra.

  • Creo que hoy te tocará probar el dildo de mamá- le indiqué para regocijo de Lía, que se mordía el labio inferior, imaginándose el momento.

Terminé por localizar también varios pares de zapatos de tacón.

  • Ummmm....Justo lo que necesitaba para rematar el vestuario.

Me acerqué hacia las dos chicas y le pedí a Lía que comenzara a desnudar a su amiga Sam.

  • Primero la blusa, luego la falda.

Me aparté un par de metros y me senté en un pequeño sillón que había en el dormitorio. Desde allí me dispuse a contemplar la escena como privilegiado espectador. Lía acarició primero con las manos el rostro de Sam. A continuación, acercó sus labios a los de su amiga y se fundió con ella en un primer beso, luego en un segundo mucho más duradero e intenso. Con la lengua recorrió el cuello de su amiga, dejando un fino rastro de saliva a su paso, antes de comenzar a desabrochar la blusa. Pronto la prenda se abrió en dos y dejó al descubierto el sujetador negro de Sam, que tapaba las dos firmes y generosas tetas de la chica. La blusa cayó al suelo y me di cuenta de que no había estado equivocado: por la cintura, la falda de la joven había sido doblada para acortarla así por las piernas.

Las manos de Lía se posaron sobre las copas del sujetador de su compañera y comenzaron a masajear aquellos grandes pechos. Haciendo círculos, los movía de un lado a otro y los apretaba sin miramientos. Mi mano empezó a moverse y se situó sobre mi entrepierna. Una vez en ella, me puse a restregar la palma por todo el bulto, sobre el jeans, mientras contemplaba las acciones de Lía sobre Sam. Ésta emitió los primeros gemidos y miró cómo yo magreaba mi paquete. Le hice un gesto a Lía para que le quitara la falda a su amiga y la joven me obedeció de inmediato: rozó con los dedos todo el torso, el vientre y el ombligo de Sam y agarró la cinturilla de la falda. Abrió el botón que la cerraba y dejó al aire el sexo de su amiga. El coño brillaba ya de humedad, de la misma que había olido un rato antes en el tanga que extraje del sobre. Bajé la cremallera del jeans y el color rojo intenso de mi bóxer se hizo visible a través de la abertura creada. Negué con la cabeza, cuando Lía intentó acariciar el coño de Sam: antes debía quitarle el sujetador y liberar los senos. Y eso fue lo que hizo: soltó el cierre del negro sostén, arrojó la prenda al suelo y los dos pechos de Sam quedaron desnudos y expuestos. Cada uno de ellos estaba culminado por una areola de tono marrón oscuro y por un pezón que apuntaba, ya tieso, hacia el frente. Mientras contemplaba el espectáculo del cuerpo completamente desnudo de Sam, me descalcé y me saqué el pantalón por los pies. La excitación que ya tenía hizo que el color rojo del bóxer tuviese una mancha de líquido preseminal a la altura de donde reposaba la punta de mi polla. Los ojos de ambas chicas también fueron testigos de dicha mancha, que se extendía lentamente sobre el tejido de la prenda.

Entonces, di vía libre a Lía para que tocase los encantos de su amiga y la joven empezó a hacerlo de inmediato: su boca se apoderó rápidamente de la teta derecha de Sam, mientras que con una mano palpaba los genitales de su compañera. Metí mi mano por dentro del bóxer, al ver las ganas con las que Lía chupaba y succionaba el pezón y al comprobar cómo tiraba de él, la manera en que lo lamía y la forma en la que con los dedos recorría de arriba a abajo la raja vaginal. Los gemidos de la joven se incrementaban minuto a minuto y, sin yo decirle nada, comenzó a desvestir a Lía. Desesperada por verla en pelotas, agarró la blusa y y le dio un brusco tirón por la parte delantera . Los botones que cerraban la prenda salieron despedidos sin control y el torso de Lía quedó al descubierto. La joven no llevaba sujetador bajo la blusa y mis ojos y los de Sam pudieron contemplar ya la la perfecta redondez de aquellas dos medianas mamas de cúspide rosada.

Sam se agachó un poco y deslizó de golpe la falda de su amiga, hasta sacársela. Mi mano ya había entrado en contacto directo con mi verga y con los testículos y los acariciaba con parsimonia. Dejé momentáneamente la polla y me quité la camisa. Sólo con el bóxer puesto, me levanté y me acerqué al borde de la cama, donde estaban de pie ambas jóvenes. Sin mediar palabra, le arranqué y rompí de un tirón las bragas a Lía, dejando a la chica con sus blancas nalgas y con su peludito coño al aire.

  • Siento interrumpir los tocamientos, pero quiero que os pongáis el liguero, las medias y los zapatos- les indiqué a las amigas. Sin rechistar, ambas empezaron a vestirse con la lencería. Mi verga no dejaba de palpitar, mientras yo contemplaba con deleite cómo las medias iban subiendo centímetro a centímetro por las piernas de las jóvenes hasta quedar sujetas al liguero. Por último se calzaron los zapatos para satisfacción mía.
  • Estáis realmente increíbles las dos- les piropeé, a la vez que posaban delante de mi teléfono móvil para que las inmortalizara en un par de instantáneas.

Cuando terminé de fotografiarlas, Sam y Lía aproximaron al mismo tiempo sus manos a mi bóxer y empezaron a bajármelo. No tardó mi miembro ni un segundo en salir empalmado, chocando su húmedo glande con el muslo izquierdo de Sam y dejando un pequeño rastro de humedad sobre la media. Por detrás, las manos traviesas de Lía acariciaban y pellizcaban mis glúteos, mientras que Sam envolvía con su mano mis bolas, cubiertas por una fina capa de vello castaño. Me dejé hacer por ambas jóvenes y permití que, durante unos segundos, manosearan con ganas mi culo y mi paquete.

Pero llegó la hora de usar el dildo: le pedí a Sam que se tumbase en la cama de sus padres y a Lía que se situara a los pies del lecho, pero también sobre la cama. Yo, por mi parte, me coloqué junto a la cabecera, en la parte derecha, cerca del rostro de Sam. Lía tomó el dildo azul, lo chupó varias veces y lo aproximó hasta la entrepierna de su amiga. Pasó el juguete por toda la raja vaginal, volvió a chupar el dildo y lo introdujo despacio en el sexo de Sam. El juguete se fue perdiendo dentro, engullido por los dos labios pringosos de la vagina de Sam, que suspiraba al sentir el avance del dildo por su cuerpo. Lía comenzó a empujar y a sacar el juguete, a la vez que su amiga estiraba el brazo, me agarraba la polla y comenzaba a agitarla. Inmediatamente me arrancó varios gemidos que se fueron haciendo cada vez más intensos a medida que la joven apretaba con más vigor y deslizaba la mano con mayor vehemencia sobre toda la superficie de mi venoso pene. Los testículos se bamboleaban al ritmo marcado por la mano de Sam, quien, a su vez, recibía entre sus piernas las fuertes acometidas del dildo. Lía lo desplazaba ya de forma frenética y Sam se “vengaba” masturbándome todavía más intensamente. Nuestros cuerpos se fueron bañando en sudor y yo comencé a notar los primeros espasmos en mi bajo vientre. Sabía que estaba a punto de eyacular y así se lo comuniqué a las chicas.

Sam giró, entonces, la cabeza, engulló mi polla con su boca, deslizó con habilidad un par de veces sus labios sobre la piel de mi tieso pene y no resistí más: tras un par de fuertes roces en mi glande por parte de Sam, llegué al éxtasis y varios enérgicos chorros de esperma caliente manaron del pequeño agujero central del glande. Sentí perfectamente cómo Sam trataba de tragarse todo el semen que mi verga expulsaba y lo consiguió sin desperdiciar ni una sola gota, justo antes de que la chica alcanzara el orgasmo, violentamente penetrada por el dildo.

No quise que se enfriara el ambiente creado y ordené invertir los roles: le tocaba a Lía tumbarse en la cama y a Sam hacer uso del juguete encontrado en el cajón de la madre. Mi verga había perdido parte de su dureza tras la eyaculación y necesitaba unos instantes para recuperarse y volver a empalmarse. Así que situé detrás de Sam y acerqué mi boca a su culo: a la vez que la joven comenzaba a penetrar el coño de Lía, yo le lamía con la lengua toda la raja del culo hasta terminar en el orificio anal. La punta de la lengua se perdía dentro del agujero, lo que hacía suspirar de placer a Sam. Los gemidos de Lía se oían también en la habitación y el flujo blancuzco y viscoso que manaba de su sexo ensuciaba la blonda de las medias negras. La chica, mientras soportaba las embestidas del juguete en su coño, tiraba de sus propios pezones y los friccionaba para proporcionarse mayor placer. Tras un último arreón de Sam, un interminable chorro salió disparado de la vagina de Lía, mojando las medias, el vientre y el ombligo de su amiga.

Apenas le ofrecí a las estudiantes unos momentos de recuperación antes del asalto final: me tocaba a mí tumbarme en la húmeda y sucia cama y le indiqué a Lía que se pusiera en cuclillas sobre mi cara. A Sam, por su parte, le pedí que se situase en la misma postura que su compañera pero sobre mi polla, con el encargo de que se la metiera hasta el fondo y empezase a cabalgar sobre ella. Rápidamente empecé a sentir cómo mi pene se iba introduciendo dentro del sexo de Sam y cómo ésta comenzaba a moverse hacia arriba y hacia abajo, iniciando la cabalgada. Saqué la lengua y me puse a acariciar con ella los labios vaginales y el clítoris de Lía. El constante sube y baja de Sam, alternado con rítmicos movimientos circulares de la cintura y de las caderas, me estaba enloqueciendo de gusto y ese deleite lo proyectaba yo sobre el sabroso y oloroso coño de Lía: aprisioné con mis labios el carnoso clítoris de la chica y tiré de él hacia fuera una y otra vez. Aún tenía la boca pegada a su sexo, cuando Lía comenzó a gritar y, segundos más tarde, empezó a llenar mi rostro con una abundante corrida. El squirt de la joven chorreaba por todo mi torso, descendiendo hasta mi vientre y entrando en contacto con la parte baja de los glúteos de Sam, que continuó centrada en su cabalgada, pese a la creciente humedad que sentía en sus nalgas.

  • ¡Ahhh....! ¡Dios...! ¡Como no pares, me voy a correr dentro de ti!- exclamé, avisando de mi inminente eyaculación.
  • Eso quiero: que me llenes entera de leche y sentirla llegar hasta mis entrañas- replicó ella.

Botó con tremenda fuerza un par de veces más sobre mi verga y exploté en medio de un alarido que no cesó hasta que no descargué la última gota de esperma dentro del cuerpo de la joven. Tras ello, Sam se levantó satisfecha y dejó escapar mi miembro de su coño.

Pensé que todo había finalizado, pero me equivoqué: Sam atrapó con una mano mi polla y no le dejó tiempo de recuperación. A pesar de que el pene había comenzado a deshincharse tras mi corrida, la joven no estaba dispuesta a que su amiga se quedara sin disfrutarlo. De manera que lo envolvió con la mano y se puso a agitarlo. De vez en cuando acercaba la cara y le daba a mi polla un par de lametones con la lengua, antes de volver a retomar el trabajo manual. Después de un par de minutos de insistente esfuerzo por parte de la chica, mi verga comenzó a empalmarse de nuevo. y, lentamente, fue adquiriendo su máximo esplendor. Fue entonces cuando Sam invitó a su amiga a probar mi miembro. Lía abrió la boca y se metió hasta el fondo mi polla tiesa y maciza. Como una auténtica posesa, inició una placentera felación, mientras Sam se apoderaba del dildo y aprovechó que su compañera tenía el culo en pompa para meterle el juguete entero por el ano. Al mismo tiempo que la cabeza de Lía continuaba moviéndose imparable sobre mi verga, Sam no dejaba de meter y de sacar el objeto por el orificio anal de su amiga.

Desde mi posición en la cama pude ver el ímpetu con el que Sam empujaba el dildo. Lía aceleró el ritmo de un modo increíble, hasta el punto de parecer que mi polla iba a estallar en pedazos de lo gorda y palpitante que me la había puesto. De repente, la chica liberó mi pene y me dijo:

  • ¡Métemelo dentro y riégame con tu leche!

Me sequé un poco el sudor de la frente, introduje mi polla en el sexo de la joven y empecé a empujar con las caderas, penetrando a la estudiante. Mientras tanto, el culo de Lía seguía siendo también follado a un ritmo frenético y la joven ya no lo soportó más: mientras suspiraba de placer, comenzó a mearse de gusto, mojando por completo mi cuerpo. El chorro parecía, en un principio, no querer detenerse y, cuando por fin cesó, la chica se sentó sobre mi polla y sólo con notar cómo mi pene se deslizaba por aquella mojada raja y se encajaba dentro, eyaculé, soltando la reserva de leche que aún me quedaba dentro. Cerré los ojos para relajarme y para tratar de recuperar el ritmo normal de respiración. Las dos chicas hicieron lo mismo, aunque no dejaban de acariciarse: Sam extendió la pierna derecha y con el pie envuelto en la media, rozaba la todavía goteante vagina de Lía, quien no tardó en imitar el mismo movimiento que su compañera.

Me vestí y, antes de salir de la habitación en la que se mezclaba el olor a sudor, a sexo y a todo tipo de flujos, le dije a Sam:

  • Te has ganado tu relato con creces. En los próximos días aparecerá publicado.

Me marché de la habitación y abandoné la vivienda, dejando allí a las dos insaciables jóvenes que habían juntado de nuevo sus cuerpos y estaban empezando a frotarse el coño, pegado el uno al otro.

Hoy, un día después de lo narrado, me encuentro sentado en mi escritorio a punto de comenzar a escribir el relato que le prometí a Sam. Estoy desnudo y con el móvil en una mano. En la otra llevo el tanga negro de Sam, lo huelo y me pajeo con él, a la vez que miro las fotos que les tomé a las chicas y también el vídeo que dejé grabando con el teléfono sin que las jóvenes se dieran cuenta y mientras los tres follábamos y nos corríamos en la cama de los padres de Sam.

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