En la cama con mamá
Una cama caliente y una situación inesperada alegran la navidad a un adolescente friolero
Era ya de noche cuando aquellas navidades salíamos del teatro mi madre, mi padre y yo.
Yo debía tener unos quince años y mi madre, veintidós años más, unos treinta y siete.
Antes de volver a casa cenamos de tapas en un bar donde mi madre, que no estaba acostumbrada a beber, se tomó un par de cervezas por lo que volvió más alegre de lo habitual, quizá excesivamente alegre para lo que lo que ella era, siempre tan comedida y discreta.
Yo llevaba un par de días afónico y, al tomar bebidas frías en el bar, mi problema se agudizó y me quedé sin poder hablar.
Al llegar a casa, me fui directamente a la cama, pero descubrí horrorizado que no funcionaba el aparato eléctrico de calefacción que estaba atornillado a las paredes de mi gélido dormitorio.
Mediante gestos se lo comuniqué a mi padre que, infructuosamente, también intentó encenderlo, por lo que me dijo que a primera hora del día siguiente bajaría a la calle y compraría otro nuevo, uno portátil que utilizaría hasta que arreglaran el de mi habitación. Como no había otro aparato disponible mi madre me proporcionó un par de pesadas mantas, así como un vaso de leche muy caliente con miel, cerrando la puerta de mi dormitorio para que pudiera descansar. Se notaba que estaban deseando meterse en la cama. Inocente de mí, pensé que tenían también frío y querían disfrutar del calor de la cama de matrimonio. No andaba muy errado.
El peso de tantas mantas no me permitió dormir bien aquella noche y menos aun cuando me despertó a media noche los ruidos de una pareja follando. No localicé quienes podían ser ya que la mayor parte de nuestros vecinos eran personas de edad avanzada, por lo que supuse que debía ser la hija o la nieta de alguno de ellos a la que se estuvieran cepillando. La mujer no paraba de gemir y chillar durante el acto que duró más de media hora. Desde luego ella estaba gozando como una perra en celo, ¡la muy guarra!, lo que también me excitó y, después de escuchar cómo chillaba al correrse, me masturbé a placer, pensando que era yo el que se la follaba.
Debí dormirme poco después y me desperté cuando escuché por la mañana que mi padre salía de casa.
Pensando en la cama caliente y vacía que dejaba, me apresuré a cambiar de aposento. La suya debía estar mucho más caliente y sin mantas tan pesadas.
Suponía que mi madre también se habría levantado por lo que la cama de matrimonio estaría libre y calentita para que yo me acostara y pudiera dormir a pierna suelta durante algunas horas.
Al abrir la puerta del dormitorio de mis padres una agradable sensación de calor me invadió. Era evidente que el aparato de calefacción de la habitación de mis padres funcionaba perfectamente. Cerrando la puerta a mis espaldas, la habitación se quedó en la más absoluta oscuridad.
Sin encender la luz, me quité rápidamente el pijama de franela que llevaba y, llevando como única prenda un calzoncillo, me metí entre las desordenadas sábanas de la cama, tapándome con el suave edredón.
Al moverme en la cama, toqué algo que había también entre las sábanas. Estaba muy caliente y me di cuenta que debía ser mi madre, que no se había levantado y continuaba durmiendo. Me lo confirmó el escuchar su profunda respiración.
Tan bien se estaba en la cama que no me apetecía nada levantarme, así que aguanté sin moverme, intentando dormirme bocarriba.
Sin embargo, al moverse ligeramente mi madre, me tocó en el brazo. Estaba acostada de lado, dándome la espalda.
Moviendo mi mano la toqué suavemente y me di cuenta que había tocado no su ropa, sino su carne y … estaba muy caliente. Tanteando con mi mano, me di cuenta que era la nalga de mi madre lo que estaba tocando, ¡su nalga desnuda! ¡También la otra estaba desnuda! ¡No llevaba bragas! ¡Estaba desnuda de cintura para abajo!
En contra de mi voluntad noté como mi pene se congestionaba y se ponía erecto debajo del bóxer, levantándolo por delante. Me lo coloqué con la mano para que su erección no me molestara.
No me creía que estuviera sin bragas al lado mío, aunque no era extraño porque esta no era mi cama, sino la que compartía con mi padre.
Aun así la idea me excitaba y considere conveniente comprobar si no las llevaba, así que despacio me coloqué de costado sobre la cama, mirando hacia mi madre.
Coloqué la palma de mi mano sobre su nalga derecha, fijando mi posición, y, mediante movimientos circulares, recorrí con mi mano lentamente y con suavidad sus glúteos para no despertarla. Confirmé que efectivamente no llevaba bragas, lo que excito aún más.
Quise comprobar qué llevaba puesto por lo que deslicé mis dedos y la palma de mi mano sobre sus turgentes muslos y sus torneadas piernas, dobladas, llegando hasta sus cuidados y pequeños pies y confirmé que ¡estaba completamente desnuda de cintura para abajo!
Deshice despacio el camino hacia su culo, deleitándome con lo que sobaba, y, una vez allí me detuve algunos segundos, sobándola las suaves nalgas, y continué mi recorrido ahora por su espalda, ¡también desnuda!, hasta sus hombros. ¡Estaba completamente desnuda! ¡Mi madre estaba tumbada a mi lado completamente desnuda!
Con cuidado la sobé una teta y luego la otra. Al rozarla un pezón el parece que salió por un instante de la profundidad de su sueño, al balbucear algo confuso que no entendí.
Asustado me quedé quieto, con mi mano sobre uno de sus pechos, para no despertarla pero ella se desplazó un poco hacia mí, colocando sus nalgas desnudas sobre mi verga erecta, presionándola.
Al sentir la dureza de mi miembro debió despejarse más, y todavía presionó más con su culo contra mi pene, excitándome y haciendo que este creciera, saliendo por la parte superior del calzoncillo.
Aterrorizado por si me pillaban, ¿qué es lo que he hecho?, ¿cómo me escapo sin que se dé cuenta?, no me atrevía a mover ni un solo músculo. Quería por una parte que mi madre se retirara y siguiera durmiendo sin percatarse de mi presencia, pero por otra parte quería que continuara jugando con sus macizos glúteos sobre mi verga, presionándola y hacer que me corriera. Todo esto por supuesto sin que nadie, salvo yo, supiera lo que estaba pasando.
No solamente ella no se retiró sino que, además de presionar su culo sobre mi erecto miembro, lo movió en círculos masajeándolo.
¡Se estaba despertando cada vez más!
Susurró algo que la primera vez no entendí, pero su voz se hizo más clara, como el de una gatita ronroneando en celo, que repetía sin descanso:
• ¡Fóllame, fóllame!
Estaba terriblemente asustado, a punto de infarto, pero no sabía cómo escapar y la primera medida que tomé fue retirar mi mano de su teta e intentar deslizarme fuera de la cama, pero mi madre, al notar cómo me alejaba, se giró hacia mí y, tanteando con su mano por mi entrepierna, me cogió el cipote erecto y congestionado.
Aterrado grité, o … al menos lo intenté, pero estaba sin voz.
Y mi madre, sin soltarme el miembro, se incorporó de la cama, colocándose a horcajadas sobre mí e introduciéndose mi empinada verga en su coño caliente.
Intenté gritar de nuevo, pero sin lograrlo, e intenté apartarla con mis manos, pero solamente la sujetaron por las nalgas, una en cada nalga, mientras ella comenzó a balancearse arriba y abajo, arriba y abajo, una y otra vez. La cogí por el culo, temiendo que, en su emoción, pudiera romperme el miembro, pero el temor dejó paso al placer, a un placer morboso que cada vez aumentaba de intensidad.
¡Me estaba follando, me estaba follando mi propia madre!
Notaba cómo sus glúteos se contraían en cada subida y bajada y yo, aterrado por lo que estaba ocurriendo, notaba cómo mi verga se congestionaba cada vez más.
Mi madre alternaba sus movimientos de subida y bajada con los de adelante y atrás, y ya no susurraba sino que decía en voz cada vez más alta:
• ¡Fóllame, fóllame!
Se echaba hacia delante, restregando sus enormes tetas calientes sobre mi rostro, sobre mi boca, y, yo, al intentar gritar algo, lo que hacía era lamerla las tetas, chuparla, disfrutarlas, y ella gemía, gemía y chillaba de placer.
Mis manos fueron de sus musculosos glúteos a sus caderas y de ahí subieron a su cintura para enseguida desplazarse a sus tetas para intentar quitármelas del rostro que ya me estaban agobiando, me faltaba aire para respirar.
Al notar mis manos ansiosas sobre sus senos, chilló de placer, pensando que era solo el deseo lo que me movía, y aumentó el ritmo, dejando libre mi rostro.
Mis manos, temiendo que volviera a quitarme el aire con sus tetas, se apoyaban en ellas, sobándolas, amasándolas, pero manteniéndolas a distancia.
Con tanto bote y sobé sentía cómo un intenso placer subía de mis entrañas a mi verga y me corrí, ¡me corrí dentro de mi propia madre!, pero ella, chillando todavía más fuerte, también se corrió, deteniendo sus frenéticos bamboleos y brincos.
En ese momento la habitación se llenó de luz y una fuerte voz atronó en el dormitorio.
• Pero …. ¿qué coño pasa aquí?
¡Era mi padre! ¡Mi padre!
Al entrar en casa escuchó los chillidos de placer de mi madre en el dormitorio y fue deprisa hacia allí, abriendo la puerta y encendiendo la luz de la habitación, pillándonos a los dos, a mi madre y a mí follando como bestias en celo.
Su rostro colorado se había transformado en el de un monstruo iracundo y horrible con los ojos, bañados en sangre, saliendo de las órbitas.
Retiré horrorizado mi mirada y la fijé en mi madre que, subida sobre mí y con mi polla todavía dentro de ella, era todo enormes tetas erguidas y coloradas.
Deslumbrada por la fuerte iluminación y aturdida por el grito furioso que había escuchado, todavía no se había dado cuenta de la situación y, cuando de pronto lo hizo, vio que no había estado follando con su esposo, saltó de mi regazo como si la hubiera dado una potente descarga eléctrica de forma que, completamente desnuda y con la vulva rebosante de esperma, cayó hacia atrás de la cama al suelo, incorporándose al momento y, cubriendo su voluptuoso cuerpo desnudo con las sábanas de la cama.
Se quedaron los dos de pies, mirándome fijamente, aturdidos, sin emitir ni un solo sonido, sin creer lo que estaban viendo, ¡que su hijo se había follado a su madre, a su propia madre!
Y yo, tumbado bocarriba, estaba paralizado, horrorizado, sin poder moverme ni decir nada. No solo no me atrevía a decir nada, no tenía palabras de tan acojonado como estaba, y además tampoco podía hablar aunque quisiera, estaba totalmente afónico.
Esta fue la mayor bronca que he recibido en mi vida y si no me dieron una paliza fue porqué la gravedad del asunto superaba con creces sus límites.
Descubrí qué debían ser mis padres a los que escuché follando aquella morbosa noche en la que mi madre venía tan alegre con algo de alcohol en su hermoso cuerpo y fue a ella a la que escuché chillando cuando se la follaban. Me hice aquella noche una descomunal paja pensando en la mujer a la que se follaban y que resultó ser mi propia madre. Fue una placentera introducción a lo que vendría después.
Han pasado los años y no he vuelto a tener una experiencia parecida, aunque la recuerdo con un increíble morbo y placer, no superado hasta la fecha y que seguramente nunca lo supere.
¡El día que mi propia madre me folló en la cama! Recuerdo su suave y caliente piel, su carne, su culo, sus tetas, su todo, … ¡vaya polvazo que me echó, la muy puta!