En la cala con mi hermano.- “epílogo”

Este relato es continuación, por mi parte, del que, con el mismo título, publicó la autora de T.R. "ROCIO" en 9-08-14.- Recomiendo leer antes el original de "ROCIO", para su mejor comprensión. Manifiesto, además, que la autora conoce mi intención y la aprueba .(Ver comentarios al original de Rocio)

PRESENTACIÓN

Muy estimadas/os lectoras/es. Este “Epílogo” nace de la admiración, el gusto, el buen sabor de boca que me dejó la lectura del relato “EN LA CALA, CON MI HERMSNO”, de la autora de estas páginas de TR, “ROCIO”, pues fue tanto lo que me gustó que quise prolongar ese gusto, hacer más larga la Historia de amor de Rocio y Sebastián. Así que os recomiendo, os ruego encarecidamente, leáis, antes que este “Epílogo”, el original de “ROCIO”… Hacedme caso, os encantará; de verdad que os encantará… Apoca sensibilidad que tengáis… Nada más, amigas, amigos, sino dar paso al “Epílogo” que me atrevo a escribir


EPÍLOGO A CARGO DE SEBASTIÁN

El vuelo de ida a Madrid, lo pasé, casi todo él, pensando, y pensando y pensando… La verdad, iba asustado, temeroso ante el paso  que estaba dando, posiblemente el  más importante de mi vida… Por lo menos, el que en ella marcaría un antes y un después… La experiencia más cruda de toda mi existencia, pues, por vez primera, iba a estar, de verdad, solo… Solo en un país extraño; una tierra, entre gentes, extrañas, por muchas afinidades que entre nosotros, uruguayos y ellos, españoles pudiera haber… Las imágenes de momentos antes, cuando, por fin, nos despedimos en el aeropuerto de Montevideo, al no quedarme ya otra que encaminarme al avión, pronto a despegar, las llevaba como grabadas a fuego en mi mente. Mi  padre, mi hermana, Rocio, mi “Flaca”,  Nancy, mi novia, algún amigo…

Seguro estaba que, más de uno, más de dos, habrían soltado sus lagrimitas al perderme de vista… Por descontado, Nancy, y a lágrima viva; con lagrimones como puños… Y, más seguro aún estaba de ello, mi padre. Era un “tío de pelo en pecho”, quién lo duda, bravo ante la vida como pocos, pero con la suficiente sensibilidad como para llorar cuando las cosas le afectaban de verdad…Mi hermana no, desde luego que no; llevaría la muerte en el alma, pero se mantendría roqueña en su determinación de no llorar; odiaba los “clichés”, los estereotipos, y qué “cliché” más “cliché” que una hermana llorando por la ausencia de un hermano… No; tendría roto el corazón, partida el alma,  pero, seguro, sonreiría también; llena de tristeza, qué duda cabe, pero más que seguro que se mostraría sonriente

Mi mente se adelantó al tiempo, haciendo, imaginariamente, el viaje que, realmente, tardaría en hacer cinco, el de mi regreso a Montevideo, a mi casa…con los míos. ¿Quiénes, de esos que acababan de despedirse de mí, estarían esperándome en “Llegadas internacionales”? ¿Mi novia, Nancy? En esos últimos días, llorando a mares, me decía, prometía, juraba, perjuraba y volvía a jurar, que nunca me olvidaría…que me esperaría años y años, los que fuesen necesarios…hasta la mismísima eternidad… Que me sería fiel, que para ella no había ya más chico, más hombre, que yo; y que nunca, nunca, habría otro… ¿Sería así? Entonces, en mi asiento del avión, pensando lo que antes, en ese tiempo que precedió mi marcha hacia Madrid, semanas, meses, no pensé, pues ni pensar en ello quería, pero que entonces, con toda frialdad, enfrenté ese aspecto de las cosas.

Cinco años, eran muchos años; yo no dudaba de los sentimientos de Nancy; de su honradez… Lo que me decía, lo que me juraba, era, sin más, lo que sentía… Pero la vida es la vida y, por finales, impone sus inexorables leyes; por algún tiempo, meses, hasta algún año, tal vez, sería así, como me prometía, pero llegaría el día en que eso no sería así; yo no estaría con ella, pero otros chicos, otros tíos sí… Y, lo más probable, sería que ella se empezara a fijar en alguno…se enamorara de otro… Hasta, pudiera ser, que cuando regresara, estuviera ya casada y con hijos… ¿Los amigos?; pues más de lo mismo; tampoco yo habría estado con ellos, compartido su tiempo, sus días, sus diversiones… Su vida… De que nos abrazaríamos, contentos de reencontrarnos, no me cabía la menor duda, ¿pero qué sería después, desde el mismísimo día siguiente?... Que descubriríamos que ya nada nos unía…que éramos unos desconocidos… Seguro, que las veces que volviéramos a coincidir en cualquier sitio, por casualidad, volveríamos a saludarnos, y hasta con gusto; pero, pasado el momento, volveríamos a separarnos, a seguir cada uno con nuestra vida, en la cual, ni yo tendría ya sitio en la de ellos, ni ellos en la mía

¿Qué me quedaría pues?... ¿Quién, en verdad, me esperaría ilusionado, nervioso, anhelante por volver a verme, a abrazarme, a besarme la mejilla?... Los míos; mi familia, mi padre y mi hermana… Y nadie más… Y, ¿a quién, de verdad, querría yo ver en tal momento, abrazar como en cinco años no había podido hacer…besar, acariciar, tal y como a través de sesenta meses no pude hacer?... A ellos, mi padre y mi hermana. Entonces, solo en aquél avión; sí, solo, aunque me rodeara tanta gente, me di cuenta de lo que la familia es para nosotros…para cada uno de nosotros… Lo más importante, lo seguro; ellos, los que nunca nos abandonarán, los que nunca dejarán de querernos… Para quienes siempre, siempre, seremos importantes

¿Y por qué, me daba por ponerme entonces tan trascendente, tan de esa forma, más pesimista que otra cosa?... Pues porque estaba hecho polvo; destrozado, descorazonado… Creo que ya lo he dicho, que esos meses que precedieron a mi marcha, no quise pensar en nada que tuviera que ver con ella. Intenté, y lo conseguí, eliminar de mi mente todo eso que, la verdad, me atormentaba… Quise vivir, y viví, como en una nube…un permanente “viaje”, como si siempre estuviera de “coca” hasta el culo, aunque nunca me interesara, aunque nunca cayera en eso…ni siquiera un simple “canuto” en toda mi pastelera vida… Pero ese día, cuando el plazo se cumplía, -no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague- pagué en un sólo plazo todo lo que venía debiendo a la vida, a mi vida, de meses y meses atrás… Esa tarde, mientras esperaba en la sala de embarque, junto a quienes me venían a despedir, estuve haciéndome el fuerte… Sí; no sólo Rocio era experta en eso, yo, al menos esa tarde, también supe “mantener el tipo” ante todo el mundo… Hasta reí con ellos, bromeé… Vamos, que fui el centro del “cotarro”, haciéndoles reír de vez en cuando, aunque no se me escara que, demasiadas veces, sus risas eran, más bien, forzadas.

Pero cuando abandoné esa sala, cuando atravesé aquella puerta de no retorno, la que me llevaba, irremisiblemente, al avión que me trasladaría lejos, lejos, ya no pude seguir con mi “heroicidad”, y rompí a llorar como un chiquillo… Y no me avergüenzo de ello, pues lo de que “los hombres no lloran”, no es sino un maniqueísmo por demás machista… Ser hombre no quiere decir que se sea insensible, y yo, por suerte estimo, soy sensible, muy sensible, y las cosas que me llegan al alma, me afectan; sí, me afectan mucho… Las buenas y las, digamos, menos buenas, hasta eso, hasta, incluso, hacerme llorar… De dolor, o de felicidad…

Pero aquello, esos pensamientos, casi tétricos, no lograron sino hacerme sentir peor de lo que ya estaba, que ya es decir… Quise, pues, cortar aquello… Y me dije que, lo mejor, sería intentar dormir un poco; por lo menos, mientras durmiese, no pensaría. Me repanchingué bien en el asiento, haciendo que se venciera aún más hacia atrás, hasta quedar casi tumbado en mi asiento; me puse los cascos del “mp4”, con una de esas listas de “Rock” que a ella, a Rocio, la sacaban de quicio… Rocío, mi hermana, mi hermanita querida… Lo más lindo, simpático, adorable, que en el mundo podía haber… Claro, hasta que le daba la “ventolera” de su endiablado carácter… Pero, de todas formas, a pesar de todos los pesares, era divina…sí; adorable… Me repanchingué aún más, tendiéndome más de lo que ya estaba; cerré los ojos, medio “arrullado” por la estridente música que escuchaba… Y, poco a poco, empecé a sumirme en un dulce, dulcísimo, sopor, antesala de abandonarme a los brazos de Morfeo… Podría decirse que empecé a flotar en medio de nubes de algodón; los párpados comenzaron a pesarme, sin poder ya abrirlos ni por equivocación, y yo me hundía más y más en una modorra más que onírica… Soñaba, sin legar a estar dormido… Aquella música de aquelarre, se borró, se esfumó de mis oídos, sustituida por otra suave, acariciadora, que me envolvía en un universo de gratísimas laxitudes, que me llenaban de serenidad; de duce tranquilidad… Me dormía; sí… A  pasos agigantados

Entonces, de repente, de forma enteramente autónoma, actuando por su cuenta el subconsciente, sin que mi voluntad se implicara para nada en tal fenómeno, mi cerebro, mi mente, comenzó a  poblarse de imágenes; imágenes que, en principio, parecían inconexas, sin nexo de unión alguno entre unas y otras, salvo un común denominador que sí parecía enlazarlas: El rostro de mi hermana, de Rocio… La veía encima de mí, con su dedo deslizándose, tenue, lento, por mi desnudo pecho; como un eco lejano, llegaba a mis oídos su voz entrecortada, tremolando sus labios…casi toda ella, diciéndome que se puso celosa cuando le conté mi primer enamoramiento de una chica, que sintió envidia cuando le hablé de mi primer beso a una nena, lo contenta y feliz que se sintió cuando fue a ella, y no a otra chica, a quien dediqué aquél gol que, por finales, me anularon… Luego, de nuevo ella sobre mí, pidiéndome, casi desesperada, que la penetrara: “

Méteme tu verga, la necesito, por favor, estoy harta de esperar ”…” Dámela, por favor. Te odiaré toda la vida si no lo haces ”…Y cómo, con mi virilidad dentro, abrazada por sus paredes vaginales, gemía de puro placer “ ¡Sigue!... ¡Toda, dámela toda, mi nene!... Ah… Ah… ¿Te gusta cómo aprieta adentro, Sebastián? ”… O, también, los besos, los primeros besos que nos dimos; el primer domingo que me llevó a la cala del río Santa Lucía, tras de tantos años de no ir por allí…yo me ahogaba, ella me hacía el boca a boca, desperté y la tomé por las nalgas con una mano, mientras la otra obligaba a su cabeza a bajar hasta mí, hasta mis labios, para besarla por un momento… Lo juro; llegó sin pensarlo, sin buscarlo… No sé qué me pasó, al verme resucitado… Sí; es cierto; la vi como un ángel, mi Ángel de la Guarda…y me salió de dentro hacerlo…instintivamente; como la forma de agradecer a “mi Ángel” lo que acababa de hacer por mí… Después el  otro beso que los dos nos dimos, que compartimos, en idílica, dulce, tierna manifestación de cariño… Seguidamente, su rostro, un tanto desencajado por el deseo, mirándome entre traviesa y lasciva, con mi hombría en su boca, en un sexo oral de ensueño… Y me vi a mí mismo, gozando como un loco, con aquella boquita que me enloquecía de placer en el mejor sexo oral que jamás tía alguna me había hecho…

Desperté sobresaltado, asustado… Con las pulsaciones que ni se sabe por qué alturas estratosféricas andarían, el corazón en la garganta, ahogándome, asfixiándome… Estaba mal, muy mal… Ofuscado, confuso por lo de esos momentos oníricos… “Dios mío, Sebastián… ¡Que es tu hermana…tu “Flaquita”!... ¿La deseas…babeas por ella?... Qué es lo que quieres, qué pretendes… ¿Simplemente, “tirártela” una vez y otra y otra, hasta que te sacies?... ¿Es eso lo que quieres, lo que deseas…tirártela como si fuera una mujerzuela, una “tragona” de mierda?”… No; desde luego que no…Nada de eso… Era…era… Algo más…mucho, mucho más…muchísimo más… Era algo que me salía de muy, pero que muy adentro… De lo más profundo de mí, de lo más hondo de mi alma, de mi corazón… Era, realmente, algo dulce, tierno, hermoso… Y de nuevo, las preguntas: “Vamos a ver, Sebastián... Es que…es que… ¿La amas…te has enamorado de ella?… ¿De tu hermana?… ¿De tu propia hermana?… ¿De tu “flaquita”?... ¡Mi mujer 10, de la que casi lamentaba que fuera mi hermana!... ¡Pero, qué locura era esa!...Que es tu hermana, Sebastián!... ¡Despierta, tío! ¡Baja a la tierra, a la realidad!

Sí; era de locos; de aquelarre…de verdadero aquelarre… Pero había un hecho, una realidad tangible: Ese domingo, el segundo que estuvimos en la cala, hicimos algo que los hermanos no hacen… No pueden hacer…no deben hacer… Y sin embargo, fue lo más bello, lo más dulce, lo más tierno, que ha habido en mi vida… También lo más sensualmente erótico… El “súmmum” del placer sexual… El “súmmum” del deseo libidinoso… Y por ambas partes… Pero, ¿en verdad fue así?… Tan…tan simple… No, y mil veces no; fue micho más… Muchísimo más… Claro que nos deseábamos…que estábamos “loquitos por la música”… Los dos; sí, los dos… Pero tampoco es menos cierto, que hubo algo más…mucho….mucho más… Hubo cariño; cariño del bueno… ¿Amor?... hubo dulzura, hubo ternura… Sí, cariño; mucho cariño…cariño sublimado en nuestra sexual unión… Hubo deseo, claro que lo hubo… Y mucho, muchísimo, pero un deseo que al cariño…¿hermana-hermano?...¿hombre-mujer?...en absoluto le era ajeno… Y la explosión de ese cariño, que ni sé, ni quiero descifrar, de qué tipo fue, se dio cuando todo ya había pasado… Cuando el erótico volcán ya había entrado en tremenda erupción, agotándose hasta las más leves fumarolas…  Fue entonces, cuando, desnudos aún, nos acariciábamos llenos de ternura, de dulzura, cuando el subidón del más tierno de los cariños… Cuando me confesó que siempre me había considerado su mejor amigo; su pequeño y amado hermanito… Y que no quería que me marchara porque a ver quién la iba a ayudar, a sostener y consolar si volvía a asaltarla un gran dolor, como el de la muerte de nuestra madre… Que yo era su nene…su nene querido… Y que, desde luego, me iba a echar de menos más que a nada, más que a nadie, en toda su vida

Me quedé más tranquilo, sosegados, en gran medida, nervios, ansiedades, ahogos… Pero aún quedaba la gran cuestión por despejar… ¿Amaba a mi hermana?... ¿Me había, finalmente, enamorado de ella?... Moví una mano, delante de mi rostro, como si me lo abanicara o quisiera quitar algo de delante de mí, que no quisiera ver…que odiara verlo, y las ideas, las preguntas, que no quería descifrar y, menos, responderme, abandonaron mi cerebro, dejándome libre de ellas. Me arrellané bien arrellanado en mi asiento; cerré los ojos, demandando los arrulladores brazos de Morfeo, y a poco quedé profundamente dormido, en un sueño que nada, nadie, vino a perturbarlo, pues dormí como niño de teta… Pero también ocurrió que a mi sueño, por finales, vino mi hermana; su rostro amado, irradiando quietud, sosiego, paz… Una paz infinita que me arrulló más aún que Morfeo…Y una especie de murmullo lejano, un eco suave de la inconfundible voz de mi “Flaquita”, susurrándome al oído… “Duerme, hermanito; duerme, mi nene; mi nene querido… Duerme; duerme tranquilo… Ya habrá tiempo…ya habrá tiempo para aclararlo todo”… “Duérmase, mi nene/ que los grillos van/ cerrando los ojos/de la claridad”


Eran casi las ocho (pm), ocho de la tarde, que se dice en España, cuando al fin me quedé solo en la habitación de la residencia de estudiantes de Alcalá de Henares en que reserváramos habitación para los cinco años que pasaría allí, estudiando. Ni abrí las maletas, desfondado como estaba tras dieciséis horas y pico de vuelo, y otras casi dos horas hora desde que desembarqué del avión y llegué a Alcalá, en un taxi. Así que, nada más instalarme allí, cuando el empleado me condujo a la habitación, abrió las ventanas, me entregó la llave y se despidió de mí, dejé las maletas donde el empleado las pusiera, y, sin más, me tumbé en la cama, quedándome dormido en un segundo. Me desperté sobre las diez de la noche; la residencia, funcionaba todavía a “media asta”, es decir, hasta donde cabe, limitándose a dar habitación a los estudiantes con plaza reservada, pero el comedor hasta dos días después, uno de Octubre, cuando abrirían de nuevo las aulas, no empezaría a funcionar, así que me salí a la calle, buscando dónde tomar un bocado de lo que fuera

Cené un plato combinado, el típico huevo frito, filete de carne y patatas fritas; di un leve paseo por el casco histórico de Alcalá, una “primera toma de contacto” con ese entorno que en los próximos años sería donde se desenvolvería mi vida. Pasaba ya de la media noche cuando regresé a mi habitación; lo cierto es que, dijera el reloj lo que dijese, para mí aún no era la hora de acostarme, pues mi cuerpecito me decía que apenas era media tarde, ya que, el día antes, a esa misma hora para mí, allá en Montevideo, eran las seis y pico de la tarde, y claro, en ese momento, para mí era, realmente, esa hora, las seis y media de la tarde, escasas; milagros de la diferencia horaria entre mi patria chica, Montevideo, y ese Madrid de mis pecados(1)

Me quedé mirando mi equipaje, los dos maletones llenos de ropa y la bolsa de mano; ni “pasteleras” ganas tenía de abrirlos y poner en su sitio, en el armario y la cómoda esas prendas, pero para la mañana siguiente necesitaba una muda, lo interior, una camisa, un pantalón y calcetines, cuando menos, pues lo que llevaba puesto estaba, tras las horas de viaje, que daba pena… Me armé de valor y abrí una maleta, en busca de un par de pantalones, que alisé y colgué de una percha para que acabara de desarrugarse, dentro de lo que cabe, para el día siguiente; luego, abrí la bolsa de viaje que llevé conmigo, en la cabina de pasaje, como equipaje de mano junto con la bolsa de transporte de la computadora, mayormente, ordenador, “ordenata”, en España. Allí llevaba mudas de interior, alguna camisa, los bártulos de aseo, algún libro, y otras fruslerías por el estilo… Pero cuando abrí esa bolsa y empecé a revolver su contenido, me llevé la sorpresa del siglo, cundo encontré el “regalito” que mi hermana, subrepticiamente, me pusiera allí: Esas sus braguitas, las mismas que llevaba,  y que yo le quité, aquél segundo domingo que estuvimos juntos en la cala del río Santa Lucía… Ese día, el más glorioso, el eternamente inolvidable, de toda mi vida…y que valió por toda una vida, años y más años, que pudiera yo vivir…

Me quedé obnubilado, casi sin podérmelo creer, que mi hermana hubiera hecho eso…  Con casi religiosa devoción tomé la prenda con mis manos, y no pude menos que besarla, como se besaría la reliquia de un santo… Y que Dios me perdone, por tal blasfemia, pero sí era, así es como la tomé con mis manos, con casi miedo de que desapareciera…de que aquello sólo fuera un espejismo…o que se me fuera a deshacer entre mis dedos… E, inmediatamente, su nota; ese escrito que acompañaba su tan íntima prenda… Y, lo que son las cosas, me eché a llorar ante tanto…tantísimo cariño como ella me transmitía… No le guastaban los “clichés”, no; más bien, los odiaba, pero cuando le daba… Nadie usaría mejor los consabidos… Fue como ese mismo día, cuando me confesó todas aquellas cosas tan bonitas… Que yo, para ella, siempre, siempre, había sido aquél amigo del alma de la infancia; que aunque el devenir de la vida nos hubiera alejado, yo seguía siendo ese amigo fiel, con el que siempre podría contar…Su nene, su querido nene…

Por “Facebook” conecté con mi casa; al momento me contestó mi padre; hablamos y hablamos… Pero yo, la verdad, no era con él, precisamente, con quién quería hablar, sino con mi “Flaquita”, pero él, dale que dale… Hasta que, en un momento, unos treinta, cuarenta minutos después, ella se puso; con todo desenfado me dijo que había mandado a paseo al “viejo”, que era un pesado que no la dejaba meter baza… Y yo le dije “Muchas  gracias por el regalo

  • ¿De verdad te ha gustado?
  • No es que me haya gustado… Es que me ha encantado…

No volvimos a tocar el tema… Y de lo del corazón en “nuestro”  árbol no quise comentarle nada… Ni ella me hizo referencia alguna sobre el tema… Estuvimos hablando otra hora más o menos; entró Nancy, mi novia, y yo le dije a Rocio que esperara un momento, que le respondía a Nancy y seguíamos… Que, incluso, simultanearía ambas conversaciones, pero ella me dijo que no, que cortáramos ya… Que la novia era la novia… Y ella, entonces, sobraba…

Así anduvimos desde ese mismo día; yo conectaba con ambos, con mi cada y con Nancy; tres, cuatro horas diarias, repartidas entre mi casa y mi novia. Dormía poco, esa es la verdad, pues raro era el día que, antes de la cuatro de la madrugada, me acostaba, para levantarme a las siete, pues las clases empezaban a las ocho y media; luego, después de comer, me desquitaba algo, durmiendo la siesta, esa costumbre tan española, unas tres, cuatro horas… Un par de horas de estudio y a cenar a las nueve, para luego estudiar otra hora y pico, dos horas, hasta las doce que conectaba con casa y mi novia. Por cierto, que unas cuantas semanas más tarde, puede que cinco o seis, mi hermana me dio una noticia que, aunque en principio a mí, ni fu ni fa debía hacerme, lo cierto es que se me ensanchó el corazón al oírla… Vamos, que no di saltos de alegría de milagro: Que había cortado con su novio… Sí; me puse hasta eufórico con la noticia

Así fueron pasando Octubre, Noviembre y Diciembre, con miss diarias conexiones con los mío, las clases, el estudio… Los fines de semana aprovechaba más, pues a las cuatro, cinco, de la tarde, diez, once de la mañana en Montevideo, ya entraba en Facebook y me estaba, entre mi casa y mi novia toda la tarde y buena parte de la noche… Solíamos suspender los diálogos durante ratos, para comer ellos, ir a cualquier sitio que tuvieran que hacerlo, y demás, para conectarnos de nuevo al tiempo. Llegó el invierno y las cosas mejoraron algo, pues podíamos hablar un poco más de tiempo al reducirse la diferencia horaria, por lo que podía entrar con ellos desde las diez, diez y media de la noche… Aquellas Navidades fueron las peores de toda mi vida… Pero también las de los míos, ya que eran las primeras en toda nuestra vida que pasábamos separados… Creo que, ni las primeras que pasamos sin mamá, fueron tan tristes como ésas. Pasé toda la noche conectado con mi padre y hermana… Toda, toda… Con Nancy, apenas unos minutos, pues me dijo que tenía que salir fuera, a cenar en casa de unos amigos de sus padres. Por otra parte, en ninguna de esas conversaciones, ni mi hermana ni yo, hicimos mención alguna a lo que entre nosotros pasara, allá, en la cala del Santa Lucía; es más; ni siquiera mencionamos la tal cala

Llegó el nuevo año, y también fue pasando hasta casi cumplirse Mayo, con los exámenes, y el fin del curso, primero de carrera, ya en puertas Fue entonces, entre mediados y fines de Mayo, el bombazo con Nancy: Que la entendiera, que lo sentía mucho, pues no me quería hacer daño… Y todas esas cosas que la novia te dice antes de comunicarte que te vayas a hacer puñetas porque ya se ha liado con otro tío, y hasta se está acostando con él desde Dios sabe cuándo… La verdad es que yo me quedé tan tranquilo… Como si acabara de decirme que “mañana nos veremos” Algo “cortado” sí que me quedé, y con una sensación rara en el estómago, pues el olor a “cuerno quemado”, a nadie le gusta…y a mí me apestaba en ese momento tal aroma… Pero cortamos de la manera más civilizada que pueda darse, deseándole que fuera muy, muy dichosa y tal, aunque  diciéndome que “Tanta gloria lleves, como en paz me dejas”

Claro; me faltó tiempo para conectar con mi hermana y contárselo… Tardó un momento en contestarme, el doble o triple de lo normal, para decirme, compungida, que ellos, papá y ella misma, de tiempo atrás lo sabían, pero que nada me habían dicho por no disgustarme… Me quedé un tanto parado, con una idea en la cabeza que, en cierto modo no me atrevía a soltarle, pero que, por finales, se lo pregunté

  • Una cosa, “Flaquita”… ¿Por qué rompiste con tu novio?... Porque, tengo entendido que fuiste tú quién cortó la relación, ¿no es eso?

De nuevo tardó algo en responderme

  • Nene, lo primero… ¡No me llames “Flaca”!... ¡Ya sabes que no me gusta!... Y lo segundo… ¿Qué leches te importa a ti porqué mandé a mi novio a la mierda?...
  • ¡Vale, vale!... Que tampoco es para que te pongas así, Rocio…
  • ¡Eso es!... ¡Rocio, Rocio, Rocío!... Que así me llamo… Y como no creo te importe, no te respondo… ¡A preguntas tontas, respuestas mudas!
  • ¡Bueno, bueno!... Que tampoco es para tanto… ( y, mentí, como un bellaco ) Bah; simple curiosidad…

Otro momento de silencio por su parte

  • Bueno; pues “pa que t’enteres”… “¡Metiche”, que eres un metiche, que todo lo quieres saber!... Porque me di cuenta de que no le quería…de que no le quiero… Y empecé a sentirme mal cuando él me besuqueaba, me manoseaba… Y, sobre todo… Cuando me la metía…como un salvaje…sin la menor consideración… Es curioso… Antes, todo eso me gustaba…me gustaba mucho… Que me tratara así, a lo bestia… Pero, de pronto, empezó a asquearme eso… Me sentía usada, utilizada… Me sentía un objeto, algo inanimado… Un objeto que se usa, se disfruta…y después se tira… Y hasta asco llegaba a darme cuando estaba con él… Asco de él…asco de mí misma, por “dejarme”… No lo pude aguantar más, y lo mandé más lejos que las estrellas…

Y aquí, el que quedé un segundo callado fui yo… Tenía una pregunta en la punta de los dedos, una cuestión que hacía que esos dedos, sus yemas hormiguearan, molestándome Pero, por finales, no fui capaz de decirle nada…de hacerle esa gran pregunta Y lo que le dije, fue algo muy distinto… Pero que, en cierto modo, tampoco dejaba de tener su aquél, respecto a lo  que deseaba preguntarle

  • ¿Sabes Rocio? En realidad lo de Nancy no me ha afectado tanto… Bueno, mejor sería decir, por ajustarme más a la verdad, que no me ha afectado nada… Que en absoluto me ha dolido… Bueno, un poco a mi ego, pero nada que deje huella alguna… Qué quieres; a nadie le gusta saberse con la testa “coronada”… Ja, ja, ja

Me reí, nos reímos los dos… Y seguí hablándole

  • En realidad, me di cuenta de que tampoco la quería… Es más; me he dado cuenta que nunca amé a chica alguna… Que, en realidad, nunca me he enamorado de ninguna chica…de ninguna con las que he salido, o andado tras ellas desde que supe de la diferencia entre hombres y mujeres, desde que la sentí en mis propias carnes

Volvió a quedarse otro momento en silencio, para preguntarme luego

  • ¿Seguro que no has amado a ninguna de ellas…de todas, todas, las chicas, con quienes has estado?

Y aquí quien volvió a enmudecer, fui yo, para, al final, aceptar algo

  • Bueno… Por una sí… A una sí que creo que la quise…que la amé, y de verdad, muy, muy de verdad, en aquellos momentos en que estuvimos juntos… Muy, muy juntos…

Y ahí quedó todo cuanto de tal tema hablamos. Continuamos hablando, escribiéndonos  por el chat del Facebook, pero  ya de nada, digamos, íntimo… El tiempo, los días, meses, años, fueron pasando; y con los años los cursos, hasta casi cumplirse el último y con él, el final de mi carrera, de mis estudios en España… De mi estancia en España, abocándome a mi regreso a casa, a Montevideo…a los míos…a Rocio, a mi hermana… Y me aterroricé con sólo pensarlo… Con sólo pensar en volver a verla, a estar con ella… A sentir su proximidad… A aspirar, de nuevo, el dulce aroma de su cuerpo… De su bello cuerpo de mujer, de ese cuerpo sin par…de diosa griega…de odalisca…de “Hurí del Edén de Allah”… A sentirla tal y como la sentí allá en la cala del Santa Lucía…

Aún guardaba, como oro en paño, sus braguitas…su regalo de despedida… Pero no quería verlas…aunque, algún día que otro, no podía resistir la tentación de volver a contemplar esa reliquia de ella misma, de ese su lindo cuerpo que tan de cerca, tan íntimamente, había ceñido… Y la sacaba del fondo de la bolsa de viaje, donde la guardaba envuelta en papel fino, de gasa. Las extendía ante mí, las miraba como embobado y, con dedos más temblorosos que firmes, las rozaba, acariciándolas…como acariciaría su desnudo cuerpo; y acababa siempre de la misma manera: Besándolas con unción, con dulcísima unción(2)

Y por eso mismo, por todo ese inmenso cariño que le tenía, me daba miedo volver…me daba pánico regresar… Tenía miedo de mí; de mí mismo… De lo que pudiera llegar a hacerle… También me decía si es que aquél día de imborrable recuerdo, allá, en la cala del Santa Lucía, la había yo violentado en algo… Si es que, en lo que entonces pasó entre nosotros, no tuvo ella algo que ver… Y no obligada…ni, siquiera, seducida… Y claro está que me respondía que así era, pero no podía evitarlo… Eso no podía ser… No podía ser… Pasó una vez…por lo que fuera… Pero no podía ser… No podía repetirse… ¿Qué sería, al final, de nosotros?... ¿De ese fraternal cariño que  nos teníamos…grande, grande, grandísimo, enorme?... ¿Qué sería d eso, por tal camino?... Ni pensarlo quería…

Y entonces, al mes más menos, del final de curso, del final de carrera, ocurrió… Un día, en el panel de anuncios de la Universidad apareció uno de una importante empresa española del sector que yo hacía, una multinacional de membresía española, interesándose por licenciados recientes en la especialidad… Y envié mi candidatura a la dirección reseñada… Me llamaron al poco, pidiéndome todo mi expediente universitario, cómo llevaba la carrera y tal; me entrevistaron, casi ya metido en tiempo de los exámenes que, esperaba, fueran los últimos a que, en la carrera, concurriese, pues, a Dios gracias, ni un solo control, ni un solo crédito, o asignatura, me había fallado… Ninguna, en los casi cinco años, nueve controles o exámenes de final de asignatura, había suspendido, sacándolas todas, además, con notas medio-altas… Más altas, incluso, que medias… El resultado de la entrevista fue un precontrato, supeditada su efectividad absoluta, a que aprobara en el próximo Junio; a que, entonces, obtuviera mi licenciatura en la titularidad requerida, pues el trabajo sería efectivo desde el uno de Septiembre de ese año… En tres meses más escasos que cumplidos…

Aprobé los exámenes finales, los últimos de la carrera, y tuve en mis manos la titulación oficial, firmada por el señor ministro de Educación y Ciencia, en el nombre de S. M. el rey de España… Con tal documento en mi bolsillo, me presenté de nuevo en las oficinas de la empresa, y el precontrato se convirtió en un contrato en firme,  por tres años, a contar desde el próximo uno de Septiembre… Había terminado la carrera, y tenía trabajo; un trabajo prometedor, con amplias perspectivas  de futuro en la empresa, en el ramo… Con muchas posibilidades de poder hasta llegar lejos, a puestos ejecutivos de verdadera importancia… Y muy, pero que muy bien pagados… Pero también pasaba que ya no podía tener excusas para no volver, regresar a mi casa…al menos, hasta fines de Agosto…

Hice el viaje de regreso, en muy distintas condiciones a cómo imaginara cuando hacía el de ida a Madrid, porque no iba tan ilusionado como entonces pensara que lo haría… ¿Quería decir eso que no lo deseara…que no lo deseara con toda mi alma…que no ansiara volver a ver, a abrazar, a los míos; a besarles…a darles en persona todos los abrazos, los besos, que por el chat les enviara? Ni muchísimo menos… Claro está que no veía la hora de volver a estar entre ellos, de tenerles conmigo…de estar yo con ellos…con mi padre…con mi “Flaca”… Pero también estaba inquieto, con mucho, mucho miedo ante lo que podía suceder entre nosotros, mi "Flaquita" y yo… O, mejor, lo que yo podía llegar a hacerle a ella si, como me temía, llegara a perder la cabeza, olvidando lo que somos: Hermanos

Llegué al aeropuerto montevideano, y, como esperaba, como pensara cinco años atrás, cuando me alejaba de allí, sólo mi padre y mi hermana me esperaban… Cuando, al fin, nos fundimos en estrecho abrazo, hubo como magia entre nosotros… Fue un momento más mágico que ninguna otra cosa… Nos mirábamos y apenas nos creíamos que todo eso fuera cierto…que, de verdad, estuviéramos otra vez juntos… Y lo que tenía que pasar, pasó; que, por finales, los tres acabamos llorando a lágrima viva… Lágrimas de dicha, de alegría, de felicidad enorme…

Volvimos a casa y reemprendimos la convivencia entre los tres, como lo que éramos, una familia; una familia normal y corriente, como tantas y tantas hay… Una familia formada por un padre y dos hermanos… Un padre que quiere a sus hijos como pocos padres aman a sus retoños… Unos hermanos que se quieren al lado del alma… Pero, todo, todo, así no era… La relación entre mi hermana y yo, siendo excelente, no era como antes fue… Aquella especie de relación amor-odio de antes, ya no existía; ni ella se metía conmigo, con esa espontaneidad, esa naturalidad con que antes lo hacía… Ni tampoco yo la trataba con la familiaridad con que entonces, antes de separarnos por esos cinco años, lo hacía… Había como una especie de instinto de rehuirnos mutuamente, ella a mí, yo a ella… Evitábamos, los dos, encontrarnos a solas… Que hubiera entre nosotros demasiadas familiaridades… Las  bromas que antes manteníamos, hasta tener conatos de “peleas”, ya no nos las gastábamos… En realidad, las bromas entre nosotros, la familiaridad, ese trato desenfadado de antes, había desaparecido: era más que evidente, que algo se alzaba entre los dos; algo invisible, sin física identidad, pero tangible… Era como el aire, que no lo vemos, pero lo sentimos en nuestro rostro… Que no tiene cuerpo, pero que es evidente que existe

A la cala, al corazón grabado en “nuestro” árbol, ni referencia, ni por parte de ella, ni por la mía… Pero yo ansiaba volver por allí… Ver ese corazón, que era recuerdo vivo, tangible, de aquella mañana, cuando ocurrió “aquello”, para mí inolvidable, imperecedero… Así que un día la abordé, la obligué a escucharme, la retuve nada más intentar ella marcharse de la habitación donde, casualmente, coincidimos

  • Vamos a ver, “Flaca”; ¿me vas a enseñar ese  corazón que me decías dibujarías en nuestro árbol, a qué?

El corazón me latía desenfrenado, a mil por hora, y la camisa, al cuerpo, desde luego no me llegaba… Estaba anhelante, ansioso, por saber qué pensaría ella al respecto… Era, como si de ello dependiera mi vida entera. Ella me miró, toda seria, diciéndome

  • ¿De verdad quieres verlo?... No me has dicho nada, hasta ahora… Creía que ya no te importaba… Que fue, sólo, una tontería de un momento… Una tontería que murió nada más nacer
  • Pues te equivocas… Me interesa mucho… ¿Lo hiciste por fin?... ¿Existe ese corazón?
  • ¡Claro que existe!... Al día siguiente de tu marcha, me fui a la cala… Grabé el corazón… Un corazón muy grande, con nuestras iniciales… Una “S” y una “R”… Luego, me subí a la rama…esa baja, gruesa, fuerte… Y allí estuve, tiempo y tiempo… Pensando…recordando… Pensando en ti… Recordándote a ti… A los dos juntos…

Calló, y yo, impresionado por sus palabras, tampoco pude despegar los labios

  • Te he echado mucho de menos, ¿sabes nene?... Muchísimo… No puedes hacerte idea, de cómo te he extrañado… Hasta creer que me volvía loca, si no te tenía a mi lado… Si no te abrazaba, si no te besaba… Nene, nene... ¡Dios mío!... ¡Y cómo te quiero!...

Me acerqué a ella, y la acaricié… Acaricie sus cabellos oscuros, castaños, su rostro, sus mejillas… Y la besé; tiernamente, dulcemente, con todo el inmenso cariño, el rendido…¿amor?..que le tenía… En ese pelo, en su frente, en sus mejillas… Y ella hizo lo propio… Me abrazó, echándome los brazos al cuello, y me besó… En la frente, en las mejillas, como yo a ella… Nos unimos más aún, estrechándonos…casi incrustándonos el uno en el otro… Ella en mí, yo en ella… Buscábamos eso, el más íntimo contacto, posible, entre nosotros… Pero en lo que podríamos decir momento álgido, cuando llegábamos al punto de no retorno en nuestro afán de unirnos en uno solo, reaccionamos los dos, y nos separamos, aunque sin dejar de mirarnos con todo nuestro cariño…¿amor?...impreso en nuestras miradas, nuestros ojos

  • Bueno, “Flaquita”… ¿Qué me dices?... ¿Volvemos a la cala

Sonriéndome, con el alma en su rostro, en sus labios, en sus ojos, me respondió

  • ¡Volveremos!... ¿El domingo?
  • ¡El domingo!

Llegó el siguiente domingo y muy tempranito estábamos en el club de regatas del río Santa Lucía; y es que, Rocio, estaba la mar de interesada en llegar a hora que, alquilar una canoa en tándem, fuera factible, fácil; y para eso, había que llegar pronto, de los primeros turistas que llegaran allí… Riéndose, me decía

  • Nene, no te preocupes; tendré mucho, pero que mucho cuidado, al remar… Cuidaré, pero que muy mucho, de que no pase nada… De que no acabes medio ahogado, como entonces pasó

Sin todavía tenerlas todas conmigo, embarqué en la canoa, pero todo fue como la seda y a la cala llegamos sin novedad; desembarcamos y, tomados de la mano, llegamos a nuestro árbol… Y allí estaba el corazón, gran corazón, que Rocio grabara cinco años antes… Nos quedamos mirándolo, yo casi embobado, ante aquél dibujo, aquél corazón, grabado a punta de navaja. No era muy profunda la incisión en el árbol, por lo que se veía un tanto deteriorado por el tiempo, pero allí estaba, perfectamente visible… Me extasié ante esas dos letras, la “R” y la “S”, dentro de aquél gran corazón… Y en él, vi los nuestros, el de ella y el mío, unidos, fundidos, ambos en uno solo… Me acerqué y saqué de mi mochila la navaja que llevaba para ayudarnos con los bocados, las Coca-Colas que llevábamos para acompañar la comida… Y grabé nuestros nombres, “Sebastián” y “Rocio”… Cuando acabé, ella se acercó, y les pasó los dedos por encima

  • Sí; así está bien… Cualquiera que lo lea, lo vea, seguro, piensa que este “Sebastián” y esta “Rocio”, son novios, amantes…

Volvió a mirarme, con esa su deliciosa sonrisa en su rostro; se acercó al árbol, apoyó en él su espalda y quedó mirándome… Estaba preciosa, deliciosa, adorable, con su camisetita de tirantes, muy ceñida, destacando sus divinos senos; cortita, mostrando el ombliguito… Y ese short, ese pantaloncito, que más mínimo, más ceñido, tampoco podía ser… Las prendas que solía vestir, más menos, las que vestía aquellos dos días de ensueño, maravillosos, tan grabados a fuego en mis recuerdos; aquellos dos que, cinco años atrás, compartimos en esa misma cala…junto a ese mismo árbol… Era, como si el tiempo retrocediera, generoso, a aquellos maravillosos días Y ella, estaba  divina; la más perfecta visión de una perfecta mujer…de una mujer 10. Parecía, me parecía, una diosa griega, una bellísima hurí del harén de Harun al Rashid, el califa de Bagdad inmortalizado en “Las Mil y Una Noches” Me acerqué a ella, y se lo dije

  • “Flaquita”, eres…eres…¡bellísima!... Divina, inigualable… La mujer perfecta… La mujer 10… Te quiero, hermanita… Te quiero mucho… Muchísimo… Mucho más de lo que puedes imaginar
  • ¡Zalamero!... ¡Adulador!...
  • De verdad, “Flaquita”; de verdad te lo digo

Estaba a su lado… Pegadito a ella… Y su respiración, pelín…o “pelón”, agitada, acelerada, la notaba, la sentía en mi propio pecho… Le acaricie la cara, el rostro; la besé en el pelo, la frente, las mejillas, como unos días atrás hiciera en casa… Tanto entonces, como ahora, yo sabía, lo sentía, que eran mucho más que fraternales caricias… había dicho ella que, quién viera ese corazón, esos nombres que yo añadiera, pensaría de nosotros que éramos novios, pareja… Y así era como, en verdad, la sentía… Pero lo grande, es que también estaba seguro, lo notaba nítidamente en ella, que Rocio, mi hermana, sentía, exactamente, lo mismo que yo… Que éramos una pareja de novios…de enamorados… No éramos entonces hermanos, sino hombre y mujer enamorados… Aunque tampoco esto era tan así, porque, indudablemente, éramos hermanos, hermanos muy queridos, ella por mí, yo por ella, y eso no tenía vuelta de hoja, así sería mientras viviéramos; pero unos hermanos muy, muy especiales, porque también nos amábamos… Estábamos, también, enamorados, ella de mí, yo de ella… Y eso, también era irreversible… Para siempre, mientras viviéramos

Alcé su mentón, su barbilla, y allí estaban, ofreciéndoseme, sus frescos, hermosos, divinamente maravillosos labios, ligeramente humedecidos… Agaché la cabeza, y la besé… La besé muy, muy dulcemente… Lleno de ternura, lleno de cariño…lleno de amor… De amor sincero, todo sensibilidad, todo sentimiento… Sin pizca de deseo…ni un ápice de sensualidad… Era amor, era cariño; amor y cariño en estado  puro, sin mácula alguna… Amor de hombre enamorado de esa mujer que ella, Rocio, era, es… Y  cariño de hermano; un cariño, sublimado en mi amor de hombre… No hubo introducción de lengua por mi parte, pero no por timidez, no por inseguridad, como la otra vez, cuando fue ella quién me besó, en aquél nuestro primer día, después de años y años, en esa cala, sino porque, sencillamente, entonces, simplemente, la amaba; la amaba con toda mi alma, pero en ese amor que, a veces, está huérfano de deseo… Ese amor, que es todo, todo, sentimiento, sin que los sentidos intervengan para nada en tales momentos

Pero también, como en aquella otra vez, en nuestro primer beso consciente, fue ella la que quiso más… Y más…Y más… Me abrió sus labios, e, imperiosa, su lengua demandó la mía, para unirse ambas en dulce, pero también, sensual caricia… Y yo cedí, entregado a ella, como la sabía, a ella, entregada a mí; mis labios se abrieron, mi boca se abrió, a ella… A su lengua ávida. Fue el beso más amoroso, pero también más sensual de toda mi vida… Nuestros cuerpos, nuestros corazones, nuestras almas, latían, sentían a un tiempo. El sabor de su saliva volvió a mis labios, a mi boca, a mi lengua, ya más que ávida de la suya. Y me embriagó más que el más dulce, el más fino, de los vinos… Nos besábamos con ahínco, desenfrenados, poniendo en esas nuestras caricias, el alma…la vida…

Nos separamos, y los hilillos de saliva nos unieron, como ya antes pasara… Nos miramos, con el amor, con el deseo que el amor engendra, en nuestras miradas…en nuestros ojos; y tomé la iniciativa, sacándole la sucinta camiseta por la cabeza, a lo que ella respondió haciendo lo propio con la mía; entonces, fue a sus short diminutos, sus pantaloncitos, a los que les tocó ir a parar al suelo, acabando de sacárselos ella de una patadita que los aventó, a donde ni se sabe… Y ella, de nuevo, me imitó, mandando mis pantalones junto a sus pantaloncitos… Estábamos los dos casi en “cueritates” ( desnudos ), cubierta ella sólo por el sujetador y las braguitas, yo, por mis bóxer, calzoncillos, un tanto ceñidos, que clareaban que era una maravilla, mi hombría en un plan más que belicoso… Ella se rio a modo cuando observó aquella especie de lanza de caballería, más aguerrida que el Cid Campeador ante Valencia

  • Ji, ji, ji… ¡Estás empalmado!... Ja, ja, ja…

¡Como para no estarlo, no te fastidia!... Era, de nuevo mi turno; con deleite, parsimonia, recreándome en lo que hacía, le solté el sujetador, apareciendo ante mí, al instante, sus senos, blancos, níveos casi, altos, firmes, más grandes que pequeños, pero sin pasarse, el volumen justo para resultar apetitosos sin antiestéticas abundancias…  No pude contenerme… Se los acaricié, se los besé, se los lamí, succioné un poquitín, pechos y pezones… Y Rocio, gimió de placer…de intenso, íntimo placer… Seguidamente, sus braguitas, ese tanguita mínimo, precioso, cautivador, excitante donde los hubiera, siguió la suerte de los short, yendo a parar al santo suelo… Mi hermanita, mi Rocio, mi “Flaca”, quedó ante mí en todo el divino esplendor de su integral desnudez… Y a mí, de pocas no me da el infarto ante semejante magnificencia de mujer desnuda… Paro era el turno de ella, y lo empleó; ¡vaya si lo empleó!... Me sacó el bóxer, con lo que también yo quedé en traje de Adán, solo que sin la hoja de parra… Me “la” acarició, medio masturbándome, y yo rogando, aunque sin decidirme a ninguna de ambas posibilidades: Que me la dejara “en su lugar, descansen”, o me hiciera  ese maravilloso sexo oral de la otra vez, cuando sucedió lo que sucedió entre nosotros

La solución fue la de “Descanso, ¡ar!” pero no del todo, pues al momento se tendió, boca arriba, en el suelo, al pie de nuestro árbol, abriendo, a todo lo que de sí daban, sus piernas, sus muslos, en muda invitación a que me posesionara de su cuevita de Alí Babá y los Innúmeros Placeres, invitación a la que en absoluto me negué; me arrodillé ante ella, en medio de aquél esplendoroso Arco de Triunfo que eran sus piernas, sus muslitos, abiertos para mí; me incliné sobre ella y llevé mi virilidad a la entrada de su bendita grutita, encharcada ya para entonces, ansiosa por recibirme dentro, con todos los honores; se asentó en sus pis desnudos, pues ni se sabe cuándo ni dónde, sus sandalias, ligeras, ligerísima, fueron a parar; asentada así, alzó el pubis, haciendo que esa cuevita suya que me enloquecía, saliera al encuentro del cuerpo que se aprestaba a invadirla. Gimió de placer cuando mi embravecido glande, acarició sus oscuros, gruesos, labios… Y me mordió; me mordió mis tetitas, mis pezoncitos, abortados ambos en su desarrollo para soltar un gritito de entre casi dolor y tremenda satisfacción, cuando mi “lanza” atravesó esas paredes, invadiendo su intimidad hasta más allá de la mitad de mi “arma”; nuevo envión, y la “lanzada” la hirió hasta el fondo…hasta el cuello de su matriz

Nuevo, nuevos gemidos de ella demostrando así la dicha que la enervaba; me abrazaron sus brazos, me abrazaron sus piernas, uniéndose a mí con toda su alma; sus caderas, al unísono conmigo, comenzaron a moverse, en la dulce danza de Venus… Yo la amaba despaciosamente, sin prisas, pero sin pausa, recreándome en ello… No tenía prisas; ¡para qué!, si lo que deseaba era que aquello, aquellos momentos que valían por toda una vida vivida sin ella, no acabaran nunca… “ Que no acabe esta noche/ni esta luna de abril./Para entrar en el Cielo/no es preciso morir ”… Pero yo me moría de amor por ella, y ella, Rocio, se moría de amor por mí… Ella gemía, lanzaba grititos, de pasión, de gozo intenso, y  yo…y yo, no sabía si eso era real o lo estaba soñando; en el sétimo cielo del amor, del  goce amoroso, del sexo enardecido por el amor, me encontraba Hacía esfuerzos, tremendos esfuerzos, por seguir así, como se lo estaba haciendo, lento, suave, con dulzura, con mucha, mucha ternura, pues mi instinto me pedía ir deprisa, a tumba abierta, casi salvajemente Pero me retenía…quería amarla, no fornicarla…no follarla… Amarla en unión perfecta de nuestros cuerpos y nuestras almas, fundidas en un todo amoroso… Y ella me amaba de igual manera… Nos dábamos, ante todo, amor; con nuestros cueros, sí, pero amor…cariño… Amor de hombre-mujer, cariño de hermana-hermano, todo ello combinado en sublime aleación.

Noté cómo Rocio llegaba al clímax del placer; sentí, físicamente, cómo se venía, cómo eyaculaba estrepitosamente; arañándome, mordiéndome, chillando de gozo, de placer supremo…cómo sus paredes vaginales, estrujaban mi masculinidad, en ansia de sacarme hasta la última gota, embadurnándome el flujo de su orgasmo, su femenina eyaculación, virilidad y escroto… No pude contenerme más; arrecié y arrecié y arrecié, loco por alcanzar el placer máximo, mientras ella, casi me jaleaba

  • ¡Vamos, mi amor; vamos!…Córrete mi vida…córrete!… ¡Disfruta, mi amor, disfruta!… Disfruta de tu pitita… ¿Es que no te acuerdas?... Soy tu putita, cariño mío… Tu putita… tuya…tuya nada más… Córrete, amor; acaba…acaba… Dámela toda; toda tu leche Pero dentro de mí… No te preocupes; no pasará nada

Y exploté; como un volcán en erupción… Chorros y más chorros de semen, entrando en ella a presión, golpeando inmisericordes el fondo de su cuevecita…el cuello de su matriz… Y, al momento, el volcán de ella también erupcionó, en estallidos de placer inmenso, desordenado, arrollador… Gritaba, aullaba, loca…loca de placer inenarrable… Me pedía más…y más…y más…y mucho más

  • ¡No pares; no pares, mi amor; no pares!… ¡Por favor, por favor nene, nenito mío, sigue!... Sigue dándome…dámela toda…toda tu leche…hasta la última gota…hasta que te quedes seco… ¡Hasta que tus huevitos se queden secos, mi vida, mi amor!...

Yo acababa de disfrutar de un orgasmo tremendo; como creo que en mi vida disfrutara de uno ligeramente parecido, y eyaculé por todo lo alto… Debía estar seco; enteramente seco, y  sin fuerzas para nada, pero, lo cierto, es que no quería parar… Si ella, al parecer, quería más, yo ansiaba mucho, muchísimo más… “ Que no se rompa la noche/, por favor, que no se rompa/Que tengo que amarte mucho/que tengo que amarte tanto ”…  Y mi herramienta respondía, como buena a mi infinito deseo…al inenarrable deseo de ella… Seguimos amándonos,  tiempo y tiempo… No sé; minutos y minutos; puede que pocos, puede que muchos, pues perdí el control del tiempo… Bueno, todo tipo de controles, centrado sólo en ella; en hacerla feliz, hacerla dichosa… Y, claro está, hacerme dichoso a mí mismo…  Estaba exaltado; tremendamente exaltado, rugiendo como león, y ella, aullando cual loba

Al fin, ese aquelarre, esa barahúnda de rugidos, de aullidos, cedió; habíamos llegado los dos, y casi al unísono, a la más alta cima, de las cimas más altas, del placer erótico, sexual… Pero un placer, un goce sexual, aliñado de cariño, de amor; de verdadero amor… Ese amor que el tiempo no apaga, que su uso no rompe, sino que lo aviva, lo reverdece cada vez que la pareja se ama sexualmente… Ese amor que permite, hace, que la pareja envejezca junta, porque vence al tiempo. Pero también hubo cariño; cariño inmenso, cariño de hermano y hermana, expresado también así, en nuestra unión sexual… Fue lo más perfecto que en esta vida pueda darse… Ese sí que fue, “Un amor como no hay otro igual”, ni buscándolo con lupa, por todo el Universo Mundo.

Caí sobre ella, desplomado, desfondado; como herido por rayo…como apuntillado toro… Resoplando, buscando, desesperadamente, aire, aire y más aire, para mis pulmones, remedio inmediato para los serios ahogos, la tremenda asfixia, que entonces padecía. Pero tampoco ella, Rocio, mi querida hermana, mi “Flaca”, mi “Flaquita”, estaba tanto mejor que yo; parecíamos peces fuera del agua, asfixiándose ambos… No nos besábamos, no nos acariciábamos; no podíamos…nos era imposible ante el apremio de restablecer los ritmos vitales, respiración, latidos cardiacos, tensión arterial, etc. Empecé a medio poder resollar, y me dejé caer al suelo, boca arriba, intentando seguir respirando a pleno pulmón, es un decir lo de “a pleno”, pues a duras penas llegaba a insuflar hilillos de aire en mis pulmones.

Pero como, a Dios gracias, “No hay mal que cien años dure”, aquello comenzó a mejorar ostensiblemente, hasta poder empezar a respirar con casi entera normalidad; me dejé caer entonces a un lado, quedando boca arriba, junto a ella, rozándola, pero sin tocarla, sin tocarnos… Resoplando aún, sí, pero bastante más liberado mi pecho que instantes antes, cuando no podía ni menearme, ni moverme, y, mucho menos, hablar… Al rato, algún que otro minuto, me giré hacia ella, Rocio, y la encontré mirándome intensamente, con esos sus lindos ojos oscuros, de color café, igualitos que los míos. Unos ojos llenos de cariño, pero también de temor, de preocupación. Y me dijo

  • Sebastián, hermanito… Nene…mi nene… ¿Qué será de nosotros desde ahora?... ¿Cómo…cómo podremos vivir?... ¿Qué será de nuestra vida, después de esto…de lo que ha pasado?... ¿Podremos seguir igual…como los hermanos, los amigos que somos…que siempre hemos sido?... ¿No nos habremos equivocado, y fatalmente, haciendo lo que hemos hecho?

Yo también la miraba, y con no menos interés, no menos hondura con que ella me miraba a mí… Estaba trémula, anhelante… Con mucho miedo a nuestro inmediato futuro…. A nuestro futuro a medio plazo… La acaricie su pelo, sus mejillas, sus labios, pasando por ellos mis dedos, que, sin embargo, me besó con todo amor, toda delectación. Y la besé; besé esos sus labios de ambrosía, infinitamente dulces… En un beso, que fue todo amor, todo cariño… Amor del hombre que yo era, por la mujer que ella es; cariño del hermano que yo soy hacia mi queridísima hermanita… Mi idolatrada “Flaquita”… Sin lengua, sin sensualidad, sin pasión alguna… Y ella, me los replicó, tal y como se los daba, con el mismo amor, el mismo cariño… Más la dulce ternura  propia de la mujer; de la hermana amantísima que ella era, de la mujer, y qué mujer, que ella era. Y le pregunté

  • ¿Te…te arrepientes…te arrepientes de lo ocurrido?

Quedó un segundo en silencio, para decirme enseguida, mientras acariciaba mi rostro, mis labios con sus manos….con sus dedos, las yemas de sus dedos, con esa ternura que me venía dedicando desde que me acercara a ella para decirle que deseaba volver por allí, la cala…. Nuestra cala…nuestro árbol

  • No; no me arrepiento… En absoluto… Volvería a hacerlo, ¿sabes?... Sí; volvería a hacerlo, a hacer lo mismo, aún a sabiendas de que, después, me sentiría tan mal como ahora me siento… Porque ha sido lo más bello, lo más hermoso… Lo más dulce, gozoso, gentil, que en mi vida me ha pasado… Y lo más glorioso, lo más grato, lo que más gusto, incluso simplemente, sexual, me ha proporcionado en toda mi vida… Sí; esta relación que acabamos de mantener…como la que mantuvimos aquí mismo, hace ya cinco años, son lo más imborrable, lo más inolvidable de toda mi vida… En ellas he sido, me has hecho, inmensamente dichosa feliz…gozosa… ¡Como nadie, hermanito!... ¡Como ningún hombre me ha hecho nunca, como, segura estoy de ello, ningún hombre sabrá hacerme jamás…por más años, y años, que viva

Volví a besarla, tal y como antes, aunque abrazándola ahora también; y ella se me estrechó en el abrazo, y me respondió  esos besos con igual o superior cariño que yo la besaba. Y le seguí hablando

  • Entonces, no pasará nada; todo seguirá igual; nosotros, tú y yo, seguiremos siendo los hermanos que somos, que se quieren hasta no poderse querer más; que son los mejores amigos que en este mundo de Dios puedan darse; pero con una variante, o un añadido, según queramos verlo: Que también seremos pareja… Marido y mujer… Verdaderos esposo y esposa…matrimonio, por más que nadie lo acepte… Por más que, quién lo sepa, quien se entere de nuestro real parentesco, nos condene, nos difame…nos maldiga… A nosotros, qué narices podrán importarnos tales cosas, si, de todas formas, nos queremos, nos amamos…somos felices, dichosos, juntos, amándonos… Viviremos juntos, dormiremos juntos… Haremos la vida, toda la vida, toda nuestra vida, juntos, sin separarnos ya nunca. Vendrás conmigo a España, a Madrid… Esa es una gran ciudad, muy cosmopolita… Con el doble de habitantes que Montevideo… Allí podemos pasar desapercibidos… Seríamos un joven pareja más…

De su rostro, de sus ojos, desapareció el rictus de duda, de preocupación, de miedo, sustituido todo por una expresión de dulce tranquilidad; de ilusión incluso. Se me arrimó aún más, frotándose casi…o, sin casi, con mi cuerpo, buscando el más íntimo contacto posible

  • Gracias Sebastián…nenito; nenito mío… Mi nene… Me encanta esa perspectiva… Seguir siendo los hermanos que ahora somos…queriéndonos como nos queremos; pero, también, ser pareja…marido y mujer… esposa y esposo… Me encanta, amor mío…hermanito mío; me encanta… Y sí; en Madrid podemos ser muy, muy dichosos… Una pareja normal, como cualquier otra… No tendremos que escondernos, podremos amarnos a plena luz, sin tapujos… Seremos marido y mujer ante todo el mundo

De nuevo, el rostro se le ensombreció ligeramente…

  • ¡Pobre papá! Le partiremos el alma cuando se entere de lo nuestro, lo que planeamos; se quedará solo cuando nos vayamos… Sólo, por primera vez, desde que se casó con mamá… Hace ya más de veinte años…

También yo me entristecí un tanto; era  cierto; el pobre hombre se quedaría solo a nuestra marcha… Solo, por primera vez en un montón de años; mi ausencia de casa por cinco años, la había llevado muy mal, y, cuando al regresar les dije que para el uno de Septiembre tenía que estar de nuevo en Madrid, pues había encontrado allí un buen trabajo, con muy buenas perspectivas de futuro, el hombre se había entristecido, de nuevo un poco; de nuevo me iría lejos… Pero el que yo tuviera ya un empleo, y un buen  empleo además, le animó bastante… Así que, enterarse de que no sería yo solo, sino sus dos hijos, los que se irían de su lado, para él sería un mazazo muy fuerte

También me di cuenta de qué es lo que le íbamos a decir, cómo justificar que nos fuéramos los dos juntos; Rocio me respondió que ya se vería… Cualquier cosa que pudiera “colar”… Yo apunté que ella podía decir que se venía conmigo para hacerse un futuro mejor en España, encontrar un empleo más  ventajoso que el que tenía allí, en Montevideo… Eso era una solemne tontería, pues ella allí, en nuestra “patria chica”, tenía un trabajo la mar de bueno; por encima de lo normal, por entonces, en Uruguay

La mañana fue desgranándose, con nosotros desnudos, o más bien, medio desnudos, yo con el bóxer, ella con el short, sin las braguitas, y el sujetador, acariciándonos, besándonos… Haciéndonos cariñitos… Hicimos de nuevo el amor y fue especial, muy especial, pues tuvo un matiz diferente a todo lo anterior… Era la primera vez que lo hacíamos convencidos de que éramos pareja…matrimonio “per in sécula, seculorum. Amén”…Así sea, que es lo que “Amén” significa. Así, en muchos aspectos, fue nuestra “Primera Vez”, nuestra “Noche Nupcial”, nuestra “Noche de Bodas”, aunque lo correcto sería decir “Nuestro Día Nupcial”; nuestro “Día, o Mañana, de Bodas”, pues, en cierto modo, acabábamos de casarnos porque así lo quisimos: Ser, para siempre, el uno del otro, mas sin dejar de ser los mismos hermanos, amigos de la infancia, que éramos. Eso, le dio un contenido, un sentido, muy, muy especial a aquél acto de amor físico…

Era ya pasado el mediodía, más cerca de la una de la tarde que de las doce, cuando, todo alarmado por nuestra tardanza, llamó papá a mi hermana, a ver qué nos había pasado para no estar todavía en casa, y Rocío le contestó, comenzando por pedirle perdón por no haberle llamado antes; y que no se preocupara, que estábamos bien los dos… Y juntos; que estábamos tan a gusto. Que habíamos decidido quedarnos más tiempo…hasta última hora de la tarde… Que ya estábamos comiendo, lo que era cierto, de lo que lleváramos con nosotros,  bocadillos y Coca Colas… Y repitió

  • Estate tranquilo, papá, que estamos bien… Muy, muy bien… Ya volveremos… Pero no te intranquilices, ¿Quieres?

Me hizo gracia lo de que “Estábamos bien; muy, muy bien””… Ja, ja, ja… Parecía recochineo con el pobre “viejo”… En efecto, estábamos comiéndonos los bocados que lleváramos en las mochilas, eso sí, en medio de mil y una carantoñas, tonterías de enamorados, eso de darnos la comida, los bocaditos, yo a ella, ella a mí… Y tal, y tal. Acabamos, y nos tumbamos a la vera de nuestro árbol, juntitos, con más y más carantoñas, que, de puro milagro, no pasaron a “mayores”, quedando finalmente la cosa en que acabamos por dormirnos… Eso sí; muy, pero que muy, juntitos; muy, muy, abrazaditos. Despertamos dos o tres horas después, con la tarde ya en franca “capa caída”, preludiándose el crepúsculo… Y volvimos a hacer el amor, antes de, por fin, recogerlo todo, vestirnos y regresar a casa

Llegamos ya oscurecido, y con papá a nada de subirse por las paredes por nuestra tardanza, pero todo quedó por bueno a nuestra vuelta al hogar. Y las “lanzas se tornaron cañas”, como en España se dice cuando una cuestión espinosa se vuelve halagüeña, con papá feliz de tener ya a sus retoños en casa. Cariñoso, como siempre con nosotros, nos preguntó que qué habíamos hecho todo el día, los dos solos en la cala; yo iba a responderle con evasivas generalizadas, pero Rocio se me adelantó y, con una sangre fría, una soltura pasmosa, le soltó

  • Pues, para que lo sepas. Nos hemos estado amando todo el día… Todito el día,

Yo me quedé de piedra al escucharla, y mi padre, de pedernal, por lo menos; palideció, temblequeándole todo el cuerpo, y con voz entrecortada, trémula, dijo

  • ¿Qué…qué…quie…quieres…dee…deeciiir, coon…eesooo?
  • Pues, justo, lo que estás pensando… Nos queremos, papá; nos amamos, Sebastián y yo… Tu hijo y tu hija se quieren…se aman… Nos queremos, y mucho, muchísimo, como hermanos… Y nos amamos, aún más, como hombre y mujer…como marido y mujer…como esposa y esposo… Y sí; hemos estado haciendo el amor todo…todo el día…

Papá se derrumbó sobre el sillón que tenía detrás, el que siempre utilizaba, su sitio en casa, en la sala, demudado, blanco como el papel, blanco como pared enjalbegada de blanco… Con el rostro desencajado, ausente, con la vista casi vidriosa, fija en el infinito, pero sin ver nada; los hombros hundidos... Había envejecido años, años enteros, en dos, tres minutos… Mi hermana corrió hacia él, más mimosa que otra cosa; se arrodilló ante él, tomándole las manos, besándoselas

  • Por favor papá; tranquilízate, que, en realidad, no pasa nada… No pasa nada, papá… Ya, ya me hago cargo; nos hacemos cargo Sebastián y yo, de lo difícil, lo traumático, que esto es para ti… Pero tranquilo, que tampoco es el fin del mundo… Sencillamente; Sebastián y yo nos queremos lo mismo que mamá y tú os queríais; y como vosotros, mamá y tú, queremos ser pareja, matrimonio… Y dormir juntos, todas, todas, las noches de nuestra vida… Desde hoy; desde esta misma noche

Papá no reaccionaba; seguía igual… Parecía como si no escuchara a Rocio; y yo me “iba” a la pata abajo, de miedo de que le pasara algo… Estaba asustado; pero, asustado de verdad… Y, seguro, tampoco Rocio lo estaba menos que yo… Por fin, papá pareció salir de esa especie de marasmo. Sin mirarnos, dijo

  • Estoy cansado…muy, muy cansado… Me voy a acostar…

Intentó ponerse en pie, pero se tambaleó; Rocio, a su lado, frente a él, le sujetó, impidiendo que la cosa fuera a más, y al momento, allí estaba también yo; entre los dos le sostuvimos y le acompañamos, le llevamos, prácticamente, a su habitación. Entramos con él y procedimos a ayudarle a quitarse la ropa, pero enseguida nos rechazó

  • ¡Basta, basta!... Ya puedo yo; no me pasa nada… Un poco de cansancio, pero nada…nada más; nada de particular… Anda, iros, que, de verdad, estoy bien… Y podéis hacer los que queráis, lo que más os guste… Total, ya sois mayorcitos para saber lo que queréis…

Nos echó de la habitación y mi hermana y yo volvimos a la sala; ella me preguntó si tenía hambre; si quería que me hiciera algo para cenar, pero, la verdad, ni pizca de hambre tenía yo; le dije que, en todo caso, un vaso de leche caliente

  • ¿Quieres que te ponga una yema en la leche?
  • No; no es necesario… Leche caliente, y nada más

Se fue hacia la cocina y yo salí detrás de ella; puso a calentar la leche y sirvió dos vasos, uno para mí, el otro para ella. Nos apoyamos los dos, de pie, en la encimera, cruzados de piernas, con el vaso de leche en la mano, bebiéndola a sorbos… Quedamos en silencio, cada uno enfrascado en sus pensamientos. Hasta que ella rompió tal mutismo

  • Sebastián; entiéndeme, cariño; no es que no quiera dormir contigo, como habíamos dicho… Pero, me da cosa hacerlo esta noche… Con papá como está… No podría cariño, amor mío… MI nene… Pero si tú lo deseas, puedes venir a mi cama…o yo ir a la tuya… Te lo juro; te di palabra de ser tu mujer desde hoy, y la mantengo… Porque también yo lo deseo; dormir contigo… Que durmamos juntos hasta el fin de nuestras vidas… Pero hoy no, mi amor… Mañana…mañana, a lo mejor… Aunque, no sé…
  • No te preocupes Rocio; no pasa nada…  Yo…yo tampoco tengo el ánimo para que durmamos juntos esta noche… Y alguna más… Lo de papá, ha sido muy fuerte… Y no me atrevo ¿sabes?... Siento como…como si…como si…le ofendiera… Como si, al acostarnos juntos, le diéramos una bofetada…
  • Eso; eso mismo siento yo; lo mismo que tú dices… Será mejor que esperemos algún día, a ver cómo van las cosas… Aunque, ¿sabes lo que te digo? Que me parece a mí que nuestros días en esta casa, bajo el techo de papá, los tenemos ya más que contados… Él no va a entenderlo nunca… Y a mí me da palo hacerlo aquí, bajo su techo… Pienso que lo sensato sería marcharnos de aquí cuanto antes… Lo voy a lamentar, desde luego; y mucho… Voy a sentir mucho, mucho, dejar aquí a papá, solo, pero es eso o mandar al diablo lo nuestro… Aquí, con papá, nos será muy difícil vivir nuestro  amor…

Y en nada, nos fuimos también nosotros a dormir… Cada uno a su cuarto… Pasé mala noche, pues era tardísimo, más de las cuatro de la mañana, cuando, por fin, el cansancio me rindió al sueño… Y tampoco fue ese un sueño reparador, pues estuvo poblado de crueles alucinaciones,  pesadillas, que, la verdad, no recordé luego, a Dios gracias, pero que sé fueron, debieron ser horrendas, pues desperté varias veces sudando, pero con sudor frío, y más convulso que otra cosa… Y así, con frío sudor perlando mi  frente, inquieto, asustado, desperté… ¿Por qué, qué imágenes terribles poblaron mi dormir?... No lo sé; sólo sé que, a tenor de cómo me sentía, debieron ser horripilantes… Una cosa sí la tenía clara, al respecto: Aquello tenía mucho, pero que mucho que ver con la relación recién emprendida con mi hermana… Con nuestro amor… Nuestro deseo de unirnos, maritalmente, de por vida…

Cuando me levanté ella ya estaba de pie, la encontré en la cocina, casi como la noche anterior estaba; apoyada, por la espalda, en la encimera de la cocina, con un café con leche en la mano…sin más bollería ni más nada… Pensativa, reconcentrada en sí misma. Desde luego, no había ido a trabajar esa mañana; ni le pregunté, ni ella me hizo alusión alguna a su falta al trabajo… Supongo que, como a mí, le costaría trabajo pegar ojo la noche pasada y, claro está, no se levantó a tiempo de ir a la oficina. Nada más verme aparecer, se puso en movimiento

  • Siéntate, en seguida te preparo el desayuno

Y, sin más, calentó leche para diluir en ella el café según éste saliera de la cafetera exprés… Sí; ella y yo, como papá, preferimos café con leche, a mate, en el desayuno

  • ¿Qué quieres para acompañar el café? ¿ Cruasán, “margarita”?... También te puedo…

La interrumpí, denegando comida alguna

  • No; no te molestes… De verdad… No me apetece tomar nada sólido… Con el café, será suficiente

Se me acercó a la mesa, donde estaba sentado, con mi café con leche y el azucarero… Y pretextó tener un montón de cosas que hacer para salirse de la cocina, dejándome solo; en realidad, me alegré de que “tomara las de Villadiego”, modismo español que equivale a salir corriendo, huir, de un lugar; y es que, desde la noche anterior, cuando lo de papá, me sentía inseguro…mal, cerca de ella… De modo, que mejor así; distanciados ella y yo. Pero cuando Rocio salía de la cocina, se topó con papá, que entraba; de inmediato, ella se puso a la disposición de nuestro padre

  • Siéntate papá; en seguida te pongo el desayuno… Café con leche,  ¿verdad?; y algo para picar… ¿Cruasans?
  • No; no hija, no… No me apetece tomar nada, excepto café

Y Rocio sólo le preparó el café; lo terminó, y papá se volvió a su habitación para volver a salir en breves minutos, totalmente vestido, afeitado…

  • Esta mañana, temprano, llamé al trabajo; les dije que no había pasado buena noche, por lo que no acudiría a la hora de siempre, sino más tarde; así, que me voy a trabajar… No me esperéis hasta… Bueno, seguramente, hasta tarde… Puede que hasta cene por ahí… Vosotros… Haced lo que queráis…

Nos quedamos solos en casa Rocío y yo… Ella, al momento, volvió a esos quehaceres que decía tenía pendientes, y yo… Pues me refugié en mi cuarto… Se hizo la hora de comer y salí de la habitación; Rocio estaba en la cocina, trajinando con la comida… Me quedé a la puerta, sin atreverme a entrar dentro del todo, y la dije

  • “Flaca”; ¿y si saliéramos a tomar algo?... Para qué vas a andar trabajando por aquí

Ella quedó un momento como en suspenso, como considerando las cosas

  • Pes lo veo una tontería… Yo ya lo tengo esto casi preparado… ¿Qué hacemos?... ¿Lo tiramos y a gastar dinero en balde?
  • No; no es eso, “Flaquita”; eso, lo podemos tomar luego…a la noche…para cenar… Total, seguro que papá no vendrá a cenar…

De nuevo, ella quedó como pensando

  • De acuerdo, nene… Un momento y estoy lista para salir…

En minutos estábamos en la calle… Íbamos juntos, alineados, uno al lado del otro… Pero sin rozarnos siquiera… Ni tomarnos de la mano, como el día anterior habíamos hecho desde que saliéramos d casa, bien tempranito… Mucho menos, un besito…una caricia… No era yo, ni ella, éramos los dos, rehuyéndonos…evitando el menor contacto físico entre nosotros… Evitando, casi, casi, que hasta vernos…hasta encontrarnos, cruzarnos siquiera por la casa…por su pasillo, por sus habitaciones… Nuestro padre, no sólo nos evitaba ostensiblemente, es que, indudablemente, nos despreciaba… Sin lugar a dudas, estaba sufriendo lo indecible con la incestuosa relación de sus hijos… Y nosotros, Rocio y yo, nos sentíamos culpables de tal estado de cosas en casa… Esa familia unida que de siempre fuéramos, se había ido al traste, con los tres, cada cual por sus respetos Nuestro padre, dolido con nosotros, sin querer hablarnos y nosotros dos, por el remordimiento, el sentimiento de culpa ante lo que sucedía con nuestra familia. Y nuestro cariño, no sólo nuestro amor, nuestro mutuo enamoramiento, sino que hasta el gran cariño de hermanos que de siempre nos tuviéramos, yéndose al garete, a pasos agigantados

Y allí estábamos, en la calle los dos, buscando dónde nos daban algo para comer… Y solo, para no coincidir en casa… Sí; por eso la había hablado de salir a comer… Para hacerlo delante de gente, donde no pudiera dejarme llevar por mi masculino instinto… Y creo, estoy seguro, que ella aceptó por lo mismo, para n verse conmigo a solas…en la misma habitación los dos… Claro que eso poco solucionaba, pues quedaba la cena, pero, al menos, lo atrasaba… Retrasaba ese momento, que temía más que a la muerte… Simplemente eso…retrasarlo… Comimos…lo que se dice, “comida basura”, unos sándwiches y punto… Y regresamos a casa, para cada uno refugiarse en su habitación… llegó la noche, la hora de cenar… Rocío acabó lo que preparaba para el mediodía… Tomó su parte y se fue a su habitación, a comérselo; y yo me quedé solo en la cocina… Apenas probé bocado y me fui a mi habitación a tratar de dormir…en vano por un buen rato que fue casi toda la noche

Amaneció el siguiente día, el martes de la semana, y tanto mi padre como mi hermana madrugaron lo suficiente para irse al trabajo… Y yo me quedé solo en casa…hasta la noche, cuando los dos aparecieron diciendo que ya habían cenado… Y se fueron directos a la habitación a dormir…o tratar de hacerlo, más o menos infructuosamente. Y también amaneció el miércoles y el jueves…y todo siguió igual, con ellos levantándose para irse a trabajar y no volver sino a la noche, ya cenados, y directos, a la cama… Sin, prácticamente, hablarme…casi, casi, sin, siquiera, mirarme. Yo ya estaba deshecho, destrozado, con los nervios hechos añicos, continuamente enervado… Comprendí que volver a casa había sido un tremendo error. No; no debí volver… Al menos, entonces, bajo aquella tan dulce, tan amarga, sugestión por mi hermana… La verdad, es que tenía un miedo cerval al regreso…pero también lo ansiaba como nunca deseara nada en toda mi vida… “Y, aunque no quise el regreso, siempre se vuelve al primer amor”… Cuando ese jueves me fui a la cama, lo hice determinado a, al mismísimo día siguiente, ese mismo viernes, volverme a España, a Madrid… Con el primer vuelo que pudiera tomar… Pero llegó el día siguiente, viernes,  y  mis planes variaron radicalmente. Como venía pasando, yo no me levanté; me quedé en la cama… ¡Para qué levantarme, si ni Dios me hacía caso!... Si de mí pasaban, olímpicamente, lo mismo papá que Rocio… Ya me levantaría, cuando los dos se hubieran marchado… Pero esa mañana ocurrió algo extraordinario; antes de irse, mi hermana entró en mi habitación

  • Nene, hoy tampoco vendré a comer, pero volveré pronto… Espérame… Cenaremos fuera… Y bien, en un buen restaurante…

E hizo algo que se me hacían siglos que no hacía: Besarme…besarme en los labios, en la boca… Y con lengua…como en aquél domingo, el pasado, en la cala… Hacía, apenas, cinco días, pero me parecía haber pasado una eternidad… Era como si aquello perteneciera a la Prehistoria… Pasé el día nervioso…muy, muy nervioso… Anhelante, anhelando su regreso; sabía que algo gordo, algo grande, estaba por suceder… No quería soñar… Lanzar mis pensamientos, mis esperanzas por lo alto, pero era imposible no esperar que ella volvería a mí en ese día…en esa tarde…en esa noche… Y regresó, volvió, por fin a casa… No era pronto, las ocho y pico, casi las nueve… Pero no casi las diez de la noche, cuando solía volver esos últimos días, martes, miércoles, jueves… Llegó llena de vitalidad; volvió a besarme como esa mañana me besara y, a toda prisa, se fue a su cuarto, pero diciéndome mientras corría a su dormitorio

  • Venga nene; arréglate… Ya sabes que esta noche cenamos fuera… Y de lujo, luego te quiero ver de punta en blanco… Ah; y no te preocupes… Invito yo

Y me puse en marcha, más contento que unas Pascuas. Como pinceles, bajamos ambos a la calle; de momento, íbamos tomados por la cintura… Fue por iniciativa de ella… Se la veía feliz, dichosa…animada…contenta, muy, muy, contenta… Y yo en la gloria, teniéndola así, tan a mi lado…tan juntita a mí. Resultó que ya tenía mesa reservada en un restaurante que, aunque bastante cercano, quince, veinte minutos a pie, no por eso era, barato. Aunque habrá que admitir que el servicio, la calidad de la comida, bien merecía el dinero que nos costó. También hablamos; o habló ella. Que así no podíamos continuar, pues nos estábamos haciendo polvo, destruyéndonos. Y todo, para nada, pues papá nunca admitiría lo nuestro. Me recordó lo que me dijera, cuando vimos a nuestro padre como le vimos: Que nuestros días en casa estaban contados, que, desde luego, teníamos que salir de casa, y cuanto antes. Así, que decidimos irnos los dos a Madrid en cuanto pudiéramos. Resultó, entonces lo supe, que eso ella ya lo tenía decidido del día antes; que ese mismo viernes, se había despedido del trabajo.

Regresamos a casa como habíamos ido al restaurante, juntitos, bien agarraditos por la cintura los dos… Llegamos a casa y nos encontramos con papá. Le vimos distinto, más tranquilo, más normal. Hasta nos besó

  • ¡Vaya!... Ya veo que venís en amor y compaña… Y hasta contentos… Pues, ¿sabéis?; me alegro de veros así

Sí; esa amabilidad, esa manera de hablarnos, sin sombra de disgusto, nos sorprendió, pero, aún más, nos agradó… Le dijimos que ya habíamos cenado…los dos juntos, y él nos dijo que también había cenado ya; que cuando llegó, hacía ya tiempo, casi al momento de salir nosotros a cenar, supuso que habíamos salido juntos, a cenar, seguro, y se había preparado algo y cenado en casa. La verdad es que estaba bien, muy bien; casi como antes de lo del “zafarrancho de combate”, cuando Rocio le soltó lo nuestro de pe a pa… Nos miramos mi hermana y yo, y nos entendimos al momento; así que, me armé de valor y le dije

  • Papá, Rocio y yo queremos decirte algo

Mi padre se puso serio, pero sin estridencias; tranquilo, sosegado. Se sentó, más bien retrepado, en el sillón que en casa solía ocupar, diciéndome, diciéndonos

  • De acuerdo; os escucho

Y yo se lo solté todo… Pero todo, todo; que nos marchábamos los dos, Rocio y yo a Madrid…Que lo sentíamos mucho por él, pero que así estaban las cosas y no había vuelta de hoja… Nos escuchó en silencio, pues, aunque menos que yo, también Rocio puso su granito de arena. Acabé de hablar más anhelante que otra cosa, con el alma en vilo ante lo que pudiera respondernos. Se tomó su tiempo, tomando del mueble bar una botella de brandy con dos vasos, sabía que Rocio no bebía eso, escanció licor en los dos vasos y me alargó uno. Bebió un sorbo y, para nuestra sorpresa, no mencionó palabra a lo que le decíamos, sino que se nos fue, como quien dice, y suelen decir por España cuando alguien sale con algo absurdo, por los “cerros de Úbeda”, preguntándonos

  • Y  a vosotros… ¿Qué os parecería que yo…que yo ( se atrancaba )…me uniera a otra mujer…que viviera en pareja con otra mujer?... Soy viudo; eso no quiere decir que yo traicione el recuerdo de vuestra madre… Ella ya no está con nosotros…conmigo, desgraciadamente…

No pude evitarlo; ¡me eché a reír con ganas!… Y si yo me reí, Rocio, casi más que yo

  • ¡Conque tienes una novia y tan calladito que lo tenías!... ¡Di que sí papá; si eres el mejor galán!... El más joven; el más guapo, con esas sienes plateadas que te dan un no sé qué, un qué sé yo… ¡Vamos; que la hayas dejado suspirando por ti, lo más normal del mundo!… ¡Y hay que ver la “facha”, el “garbo” que tienes, tan alto, delgado, sin ser un alfeñique!… ¡Si estás estupendo!... ¡Como un galán de cine!... ¡Para comerte, papi; para comerte!

Esto lo  dijo Rocio, sin cortarse un pelo, mientras se reía a mandíbula batiente, y yo, sin quedarme un milímetro atrás en las carcajadas… Y papá, más colorado que el manido tomate maduro. Pero estaba contento, de que sus hijos aceptaran tan bien a esa mujer que ahora ocupaba buena parte de sus pensamientos… Por fin padre se fue a dormir; se levantó de ese su patriarcal sillón, nos besó a los dos, como de siempre hacía al irse a la cama y se dirigió hacia el pasillo que llevaba  los dormitorios; llegó a la puerta del pasillo, la abrió, pero se quedó allí un momento; se volvió hacia nosotros y, con una sonrisa de conejo que no se podía aguantar, nos dijo

  • No…no hagáis mucho ruido esta noche; reportaros… Que, si saliste a tu madre, tú Rocio, debes pegar cada “concierto” cuando llegues a lo más alto, que ya, ya… Tu madre, acababa aullando como loba… Y no veas, las indirectas que los vecinos nos lanzaban, conque no habían podido dormir pues una loba había estado aullando casi toda la noche…

Y, entonces, fue mi hermana la que se puso no roja, sino granate, porque, casualmente, en ese aspecto había salido “clavaíca” a nuestra madre, a decir de papá. Aquella noche fue la primera que dormimos juntos, Rocio y yo, en esa que, desde luego, y para siempre ya, sería nuestra casa en Montevideo, pues al día siguiente, sábado, papá salió de nuestra casa para instalarse, definitivamente, en la de su novia. Dos domingos después no nos quedó otra, a Rocio y a mí, que ir a la casa de la señora a comer, invitados por ella; nuestro padre no es que no lo exigiera, pero sí que nos rogó que no declinásemos la invitación de la que ya era su pareja a todo ruedo. La señora, Cintia, resultó ser una mujer de cuarenta y  uno/cuarenta y dos años; menudilla pero rellenita, aunque con todo tan bien proporcionado que resultaba atractiva; más, bastante más baja que mi padre, que con creces le sacaba la cabeza, tampoco podía decirse que fuera, lo que se dice, bella, aunque el aura de dulzura, de bondad, que toda ella irradiaba hacía que ese rostro resultara agradable; en fin, una de esas personas que, a “prime vista”, te ganan sin saber bien por qué

Y es que, la salida de casa de nuestro padre, con su tácita aceptación de lo nuestro, vació de contenido nuestro propósito de acelerar nuestra marcha rumbo a Madrid, con lo que apuramos nuestra estancia en Montevideo hasta que la prudencia aconsejó estar ya en la capital de España, para tener solucionado, antes del 1 de Septiembre cosas tan importantes como, por ejemplo, el sitio, la casa, donde habitar. Como de otra forma no podía ser, el último día que permanecimos en nuestra patria chica, lo usamos para despedirnos de la cala del Santa Lucia y de nuestro árbol, con nuestro corazón y nuestros nombres grabados en su centro… Como tampoco podía dejar de ser así, a su sombra, a su amparo, hicimos, de nuevo, el amor…una y otra y otra vez… Era imposible que así no fuera, pues el significado que para nosotros dos tenía ese sitio, en particular, lo hacía incomparablemente más deseable que el  mejor y más mullido lecho que darse pudiera.

En el aeropuerto, a nuestra partida, estaban los dos, papá y Cintia, a despedirnos… Y sentimos muy, pero que muy mucho despedirnos de ellos; sí, hasta de Cintia, que se nos había metido muy dentro nuestro, por lo buena persona que era; el indudable cariño que, desde luego, puso desde el primer momento en nosotros… Pero, sobre todo, por el inmenso amor que por nuestro padre ostentaba en manera más que estentórea… Y llegamos a España, a Madrid, instalándonos allí, en un pisito ni muy grande ni muy pequeño, con dos habitaciones, salón y servicios, cocina y baño, amén de las típicas, en España al menos, terrazas en salón y cocina. Yo cobraba unos mil trescientos euros/mes, un sueldo que para España era aceptable, pues, aunque sin disparar cohetes de alegría, te permitía llegar a fin de mes con cierta holgura… Y, si te aplicabas en hacer economías, hasta te daba para ahorrar algún eurillo que otro cada mes… Y Rocio, metida de lleno en su papel de ama de casa, administradora y guardiana del hogar, hizo casi milagros ahorrando euro tras euro un mes sí y, al otro, más sí todavía

Los años han ido pasando, uno tras otro, hasta cumplirse los catorce, con Rocio y yo juntos, unidos en conyugal pareja, amándonos, queriéndonos más y más cada día; deseándonos a rabiar día tras día, noche tras noche… También estos años trajeron, con su fluir, tres criaturitas, tres hijos que mi hermana-esposa, Rocio, concibió de mí, de nuestro mutuo amor y entrega, y, como amante esposa, me ofrendó: Dos nenitas, Sara, Sarita, en honor a nuestra madre, y cómo no, nuestra pequeña Rocio; y, por fin, nuestro benjamín, el pequeño Sebastián… Y huelga decir que nuestro padre está que no cabe en sí de gozo con sus tres nietos… Hasta Cintia, la pareja de mi padre, los quiere como si, efectivamente, fueran nietos suyos

Y, amigas, amigos, colorín colorado, esta historia ha terminado… Que os haya gustado es lo que deseo, lo que desearía… Y, recordaros, que, si este EPÍLOGO ha visto  la luz, lo he escrito, es porque la autora de TR, ROCIO, escribió la historia que le dio lugar… Yo, por la parte que me toca, le expreso aquí mi hondo agradecimiento por escribir el original relato o historia, “EN LA CALA CON MI HERMANO”, una de las historias que  más me agradó, más me gustó, de cuantas he leído razón por la cual quise hacer este Epílogo…

GRACIAS; MUCHAS GRACIAS, MI ESTIMADA, MI ADMIRADA, AMIGA “ROCIO”