En la cabeza del amo - 3
Nuestro protagonista se dispone a disfrutar ahora que con sus poderes de control mental ha capturado a una mujer de su pasado y su hija.
Estoy en una de las habitaciones del hotel este donde vine a comer. El lugar es bonito: una cama King’s Size, una pequeña sala frente a la cama, una gran televisión, un baño con tina, un mini bar… todo lo que podría pedir alguien como yo, ya acostumbrado a los grandes agasajos de la vida.
Me encuentro sentado en uno de los sillones de la pequeña sala frente a la cama, desnudo con mi miembro bien erecto y fumando un cigarrillo mientras contemplo la imagen que tengo enfrente: tanto la profesora como su hija están delante de mí, sentadas al borde de la cama, desnudas, con las manos caídas a sus lados como muñecas, con los ojos blancos que delatan que están bajo mi completo control y con sus bocas un poco abiertas, por lo que ya comienzan a escaparse unos finos hilos de baba que caen sobre sus pechos de areolas marrones y pezones bien erectos, una visión que las deja como completas estúpidas y que de alguna forma pone todavía más duro mi miembro.
Es obvio que al final sí me decidí a jugar con ellas. Debiste verlo, fue muy divertido: me acerqué a la mesa y saludé a la profesora. Tanto ella como su hija me miraron con expresiones que revelaban que no tenían ni idea de quién era yo. Reí un poco, no me importaba que supieran (recordaran, en caso de la profesora) quien era yo, sino lo que iba a pasar.
La profesora me miró confundida, pero pronto su expresión se relajó mientras sus ojos se volvían blancos y su mandíbula caía. La mocosa de inmediato notó que algo andaba mal con su madre, pero antes de poder hacer algo su mente también poco a poco se fue apagando hasta que sus ojos quedaron en blanco y su rostro adoptó una expresión estúpida.
Rápidamente saqué de uno de mis bolsillos un par de lentes oscuros que siempre cargo conmigo para esta clase de eventualidades, me senté en la silla libre y dejé los lentes sobre la mesa.
—Pónganselos —ordené y en el acto las dos mujeres se colocaron los lentes ocultando sus ojos blancos.
Miré de reojo, al parecer nadie parecía importarle lo que ocurría en nuestra mesa, una de las bendiciones de la frívola sociedad moderna.
—Síganme —ordené a las dos mujeres mientras me ponía de pie y veía con una sonrisa como me seguían tan fielmente como lo harían dos perras bien entrenadas con su amo.
Lo demás ya lo imaginas: llegamos a la recepción y pedimos una habitación que obviamente yo no pagué. Subimos a esta y les ordené que se desvistieran, por lo general me gusta hacerlo yo mismo, pero un cambio en la rutina nunca está de más mientras que yo hacía lo propio.
Cuando ambas chicas quedaron desnudas frente a mí, me detuve a contemplar los cuerpos. La profesora claramente había visto tiempos mejores, su rostro tenía arrugas, había subido algo de peso y tenía varias estrías… pero eso no significaba que no fuera deseable: sus pechos y nalgas estaban firmes, su vientre estaba todavía plano y su vagina… ahora estaba poblada por una mata de cabello negro, pero seguía igual de deseable. Toda una milf.
La mocosa en cambio, desnuda continuaba siendo la viva imagen de su madre, pues ella estaba igual a como recordaba a la profesora aquel día que me ayudó a descubrir mi poder, salvo con la diferencia de que así como ahora su madre, ella también tenía su vagina tapizada por una capa de cabello negro.
Sintiendo curiosidad al ver esa juvenil vagina, ahora quiero comprobar algo:
—Acuéstense y abran las piernas—ordeno y las dos muñecas obedecen en el acto.
Me hinco frente a la colegiala y le abro con los dedos sus labios vaginales y mientras mis pulmones se inundan con esa fragancia de sexo recién despierto, un descubrimiento me hace sonreír con burla.
—Ah, zorra… ¿ya no eres virgen, eh? —pregunto divertido.
—No amo… —responde la muchacha de inmediato. La curiosidad es grande en mí y me animo a preguntar:
—¿Cómo y cuando la perdiste?
—Hace dos años amo —responde sin pudor —. Me acosté con el profesor de matemáticas en la secundaria a cambio de que me pasara el año.
Rió a todo pulmón ante esa declaración.
—De tal palo tal astilla, ¿eh putilla? —digo girando la vista a su madre quien sólo se limita a mirar al techo sin siquiera inmutarse por la confesión desvergonzada de su hija. Miro a la muchacha y digo burlón —Hay que castigarte por zorra.
Le ordeno que se acueste boca abajo en la cama y mientras lo hace, voy a por mí pantalón y le saco el cinturón. Lo doblo mientras me acerco a ella y al ver ese bien torneado culo… no me detengo para comenzar a azotarlo. Mi esclava no se inmuta, no se lo he ordenado, por lo que para cuando me doy cuenta, esos dos cachetes morenos ya han tomado una tonalidad colorada.
Con la mano cansada regreso al sillón y me siento en él, enciendo otro cigarro y comienzo a pensar que haré con dos putas a mi disposición… y la idea no tarda en venir a mí: que me den un espectáculo.
—A ver estúpidas —digo mientras apago mi cigarro en un cenicero cercano —, cuando truene los dedos, ustedes no van a ser madre e hija, van a ser un par de lesbianas tan excitas, que tienen ganas de literalmente violar a la mujer que tienen al lado, ¿entienden?
Mis estúpidizadas muñecas asintieron, yo sonreí y sin perder más tiempo chasquee los dedos…
Lo que ocurre a continuación es hermoso: Aunque sus ojos continúan en blanco, la antes vacías caras de mis esclavas de repente recuperan toda emoción, giran la cabeza para ver a la mujer que tienen al lado, se miran con deseo por un par de segundos y de inmediato se lanzan la una contra la otra con un apasionado beso en la boca.
Yo miro emocionado la escena: madre e hija se dándose besos apasionados, viendo de tanto en tanto como sus lenguas juguetean entre ellas mientras chorros de baba bañan sus bocas y esta baja por sus cuellos. Por momentos mis dos perras en brama dejan las bocas de la otra para besar el cuello o los senos de amante o incluso darse el tiempo de pasar lascivamente sus manos por las caderas y las nalgas de la otra.
De pronto, cansada de ese juego previo, la profesora empuja a su hija al centro de la cama y ahí, quedando esta un poco indefensa, su madre le abre las piernas con cierta violencia dejando visible sus labios inferiores húmedos por el juego previo y sin ninguna clase de aviso, entierra su cara en ese lugar.
No puedo ver lo que está haciendo esa mujer “ahí abajo”, pero debe de ser algo espectacular considerando como la niña se retuerce, gime y clava sus uñas en el colchón. Me preocuparía porque los huéspedes ya no digamos de los cuartos de al lado, sino del mismo piso, piensen que aquí adentro estamos matando a alguien… pero estoy tan hipnotizado por la escena que eso ya no me importa nada.
La profesora se levanta entonces y se limpia de la comisura de la boca los fluidos vaginales de su hija, momento que la niña aprovecha para hacer un contra ataque: toma a su madre por el cabello y con un fuerte tirón la tumba en la cama al lado suyo y luego, cuando la mujer apenas se está recuperando de tan sorpresivo movimiento, la colegiala no pierde el tiempo y se sienta en la cara de su madre para después enterrar ella su cara en el coño de donde salió.
La escena es un caos total: ambas féminas jugueteando con el clítoris de la otra mientras entierran los dedos en la vagina de su oponente al tiempo que gemían por el placer que estaban recibiendo mientras que yo me masturbo frenéticamente por el espectáculo hasta que decido que es el momento de unirme a la función.
Me pongo de pie al lado de la cama y apuntando mi pene a esas salvajes lesbianas, ordeno:
—A chupar.
Las dos ninfómanas que antes fueran madre e hijas dejan lo que están haciendo nada más escuchar mi orden, se desenredaron y bajan de la cama para ponerse de rodillas frente a mí y ambas comenzar a pasar sus lenguas por mi pene erecto mientras toman turnos para meterlo en sus bocas.
Aunque me siento en el paraíso al estar siendo servido por dos hermosas y sumisas mujeres, luego de estar masturbándome con el espectáculo lésbico que me habían mis dos esclavas no tardo mucho para terminar viniéndome en una explosión de placer. Toda mi leche cae a chorros por la cara de esas dos mujeres y mientras yo siento que las piernas me tiemblan, me separo de ellas para tomar un respiro al tiempo que ordeno:
—Limpien a la otra… con la lengua.
Acto seguido las dos mujeres se miran la una a la otra y aunque ya no con la pasión que demostraron cuando las convertí en amantes, comienzan a limpiarse la una a la otra con sus lenguas, tal y como les he ordenado.
Ver ese espectáculo hace que sin problemas la erección regrese a mí, por lo que decido pasar al plato fuerte, pero primero… voy a mi pantalón y saco la cartera, de la cual extraigo un condón. Por más divertido que fuera la idea de “repetir mi primera vez”, no pensaba darle un hermanito a la colegiala… o un nieto a la profesora.
Miro a mis esclavas y veo que ya han terminado de asearse, así que le arrojo el condón a la colegiala.
—Pónmelo —ordeno para luego sentarme en la cama.
Sin dejar de estar hincada, la mocosa se arrastra hasta llegar a mí y con gran habilidad no sólo saca el condón de su empaque sino que también me lo pone en tiempo record.
—De verdad que eres toda una putilla —digo acariciándole la cabeza a mi mascota.
Me acomodo a mitad de la cama y me acuesto boca arriba.
—Tú —digo apuntando a la colegiala —, cabálgame y tú —digo ahora apuntando a la profesora —, siéntate en mi cara.
Sin perder tiempo, la profesora se pone de pie y se sienta en mi cara. De inmediato me llega ese olor a jugos vaginales que se me trae tantos recuerdos de mis días de escuela, pero que no evita que con mi lengua comience a juguetear con esos labios húmedos por sus propios fluidos y la lengua de su hija e hinchados por su propia excitación, mientras que a la colegiala puedo sentirla acomodándose sobre mi abdomen, sus piernas chocando con las mías y tras preparar mi pene con su mano se clava ella sola en mi miembro para después comenzar a cabalgarme como si eso fuera lo más importante de su vida.
Ahí estamos los tres, en un perfecto triangulo de placer, yo dándole placer por partida doble a esas mujeres mientras que ellas, ya fuera por iniciativa propia o porque siguiera en sus mentes la primer orden que les di, habían comenzado a besarse y a jugar con sus pezones mientras que el cuarto era inundado por el sonido de nuestros gemidos y el rechinar de los resortes del colchón.
Luego de tan frenética cabalgata no pude más y termino viniéndome dentro de la colegiala… gracias a dios me puse el condón antes. Ahora que estoy frío no me emociona mucho la idea de toparme con otro posible hijo en alrededor de veinte años.
Como presintiendo mi cansancio, mis esclavas detienen su faena y se acurrucan junto a mí. Mientras recupero mi fuerza las abrazo y les doy unos cariñosos besos en la frente, pero esto todavía no ha terminado: aún me quedan condones y ahora viene el turno de recordar los viejos tiempos haciendo que esa milf me cabalgue.