En la cabeza del amo 2
Mientras almuerza, nuestro protagonista recuerda cómo fue que descubrió su poder.
Me encuentro almorzando en el restaurant de un hotel lujoso en el centro de la ciudad. No es que esté de vacaciones, simplemente el restaurant está abierto al público y de vez en cuando me gusta darme estos lujos… especialmente si son mis muñecas las que tan amablemente me hacen donaciones monetarias para pagarlos.
El lugar no está nada mal. La decoración es de tipo jardín campestre, algunas mesas están techadas y más allá puede verse un río artificial.
Tal vez lo único malo es que últimamente está agarrando mucha fama y ya no es tan exclusivo como antes, pues ahora puedo ver oficinistas que vienen a comer, adolescentes que se reúnen a bromear y padres de familia que traen a sus “bendiciones” para comer.
Pero aún así me gusta, la comida sigue siendo excelente, el barullo lo puedo acallar colocándome los audífonos y de vez en cuando se dejan ver buenas mujeres con las que, sí estoy lo suficientemente de “buen humor”, puedo aprovechar que al fin y al cabo estoy en un hotel para tomarme unas horas y jugar con un nuevo juguete. Y hablando de juguetes…
Algo pasa que llama mi atención: Alguien ha entrado al restaurant. Es una colegiala de preparatoria, eso lo delata su uniforme que consta de un suéter azul, una blusa blanca y una falda gris. No puedo evitar verla y quedarme sorprendido: Su cabello negro rizado y largo que cae por debajo de los hombros, su piel morena, sus ojos castaños, su nariz recta, su andar un poco desgarbado, su figura esbelta y esas largas piernas enfundadas en calcetas blancas.
La chica se sienta en una mesa no muy retirada de mí, saca su teléfono y al parecer comienza a conversar por mensaje de texto con alguien, mientras se cruza de piernas y sin proponérselo, me deja una muy buena visión de su muslo.
Sé lo que estarás pensando… y podrías llegar a tener razón, que quiero “hacer mi magia” en esa colegiala y recordar mis días de juventud, pero no, esta vez estás equivocado. La chiquilla es linda, no lo niego, pero lo que me llama la atención de ella es que es demasiado parecida a una mujer de mi pasado, de hecho, la mujer con la que descubrí este don que tantas horas de diversión me ha dado.
¡Ah es verdad! Que te dije que esa una historia que te contaría después, ¿Qué te parece ahora? ¿Tienes tiempo? En fin…
Esta historia comienza hace unos dieciséis o diecisiete años, cuando yo me encontraba en la preparatoria. Mis padres hicieron muchos sacrificios para mandarme a una escuela de elite tratando de asegurarme la mejor de las educaciones, pero no repararon en el detalle de que por no estar al mismo nivel socio económico de los otros chicos, sumado a mi aspecto físico no muy agraciado, iba a ser el blanco perfecto para el bullying.
Y no sólo recibía bullying de los alumnos, también los profesores parecían haberse puesto como misión fastidiarme la vida, aunque ellos tenían una mejor razón: el nivel académico de la escuela no sólo era publicidad barata, era muy real y los profesores se tomaban muy en serio que el nivel de los estudiantes estuviera a la altura de la institución.
Yo no era un flojo, pero sí me costaba mucho trabajo ponerme a la altura de las clases y por lo general por más que me esforzara siempre quedaba en los últimos lugares de calificación. Los profesores eran fastidiosos cuando me reprendían por mis notas, pero todos ellos comprendían que daba mi mejor esfuerzo… excepto una.
La maldita bruja de civismo.
De por sí su clase era de lo más irrelevante del mundo, todavía se ponía a exigirnos como si fuera la más importante de la oferta educativa. Pero lo que más me molestaba de esta zorra era su físico, pues era como el de la colegiala que mencioné antes: largo cabello rizado, una piel tostada, una nariz firme y un cuerpo de infarto. Y ella sabía lo que tenía, pues era común verla venir a clases con mini faldas y blusas escotadas. Recuerdo que las madres de familia se escandalizaban porque una maestra impartiera clases con esa ropa, pero nunca se hizo nada… supongo que alguien importante dentro de la directiva del colegio se la estaba comiendo.
Como sea, esta maldita zorra siempre estaba detrás de mí por mis bajas notas en su clase. Algunos podrían decir que se preocupaba por mí, pero realmente ella era uno de tantos que pensaban que yo no merecía estar ahí y varias veces así lo hizo notar en clases… ¿pero qué podía hacer yo para defenderme? Si las madres de familia no podían hacer que se pusiera pantalones, ya mero yo podría hacer algo.
Sin embargo, el día que tiró la gota que derramó el vaso y que cambió mi vida, llegó pronto.
Habían ya pasado varios días en que un dolor de cabeza insistente me había estado molestando y ninguna aspirina había logrado calmarlo, pero ese día se puso realmente peor y sentía que la cabeza me iba a explotar. Intenté convencer a mis padres de que me dejaran quedarme en casa a descansar, pero alegando que la colegiatura no estaba tan barata como para que me diera el lujo de tomarme el día libre, me obligaron a ir.
Si de por sí aguantar el horrible día a día era pesado, soportarlo con ese dolor de cabeza fue peor. Apenas si lograba ponerle atención a los comentarios hirientes de siempre de mis compañeros, ya mero a las clases… pero me las arreglé para sobrevivir ese día, hasta que llegó la última hora y era la clase de civismo.
Para esa hora mi dolor de cabeza ya estaba en un punto muy alto donde yo sólo veía oscuro y escuchaba a medias, por lo que no tengo un claro recuerdo de que ocurría… yo sólo quería irme a casa. Pero pasó: la zorra de civismo comenzó a dar su clase y empezó a hacer unas preguntas en las que su blanco para responderlas fui, como siempre, yo. Sin embargo, mi dolor de cabeza era tan atroz que sólo podía responder con movimientos de cabeza o encogiendo los hombros, pero en lugar de recibir un comprensivo “¿estás bien?”, sólo podía ver como su molestia aumentaba.
Finalmente la campana que anunciaba el fin de las clases sonó. Respiré tranquilo pues había sobrevivido a ese día de mierda, ahora sólo quedaría llegar a mi casa y tumbarme en mi cama hasta que todo desapareciera… pero no fue así.
Cuando me disponía a salir del salón sentí una mano sobre mi hombro, me giré y vi a la zorra de civismo detrás de mí sonriendo… pero de una forma que no auguraba nada bueno.
—Acompáñame por favor —me dijo con su sonrisa hipócrita mientras escuchaba un “uuuuuh” de burla de mis compañeros.
La zorra me guió por los pasillos de la escuela mientras yo veía con envidia como los demás chicos ya se iban para su casa. Subimos un par de pisos y nos detuvimos frente a una puerta que ella abrió, su oficina. Entramos.
—Siéntate —me ordenó apuntando con la cabeza una silla frente a su escritorio.
Yo me dejé caer pesadamente en la silla dejando mi mochila al lado mientras la zorra se dirigía al otro lado. Si no hubiera estado tan adolorido seguramente le hubiera visto el culo moverse al son de esas caderas… pero como estaba en ese momento ella podría haberse estado desnudando y yo seguiría queriendo irme a casa.
La profesora se sentó en la silla y comenzó a hablar. Yo estaba tan adolorido que no podía ni escuchar lo que decía, sólo escuchaba un montón de golpes que amartillaban mi adolorido cerebro y ella no parecía querer callarse par adarme un respiro.
Bajé la cabeza y cerré los ojos, con una única frase repitiéndose en mi cabeza: Cállate… cállate… cállate… ¡cállate maldita sea!
Con esa última frase pasó: abrí los ojos de golpe pues sentí un chasquido en la base de mi nuca y levanté la cabeza, fue como si un nudo se hubiera desatado, pues el dolor que tan sólo unos segundos antes me estaba matando se había ido, como si nunca hubiera estado ahí. Ahora podía volver a ser parte del mundo, podía ver todas las cosas con su color claro y podía escuchar sin problemas… lástima que no hubiera nada que escuchar, puesto que todo estaba en silencio, ¿pero porqué estaba todo en silencio si me estaban regañando? Dirigí mi mirada hacia la profesora y nada me preparó para lo que vi:
La profesora estaba frente a mí, pero daba miedo: sus hombros estaban caídos, su boca estaba abierta y lo que era más aterrador, sus ojos se habían vuelto completamente blancos.
Me paré de golpe de la silla y retrocedí asustado. ¿Qué le había pasado a la profesora? Y más importante: ¿Debería salir a buscar ayuda?
Pasé saliva y me decanté por la segunda opción, tal vez primero debería tratar de reanimarla antes de dejarla en ese estado. Me acerqué a la profesora, pase la mano frente a sus ojos pero no hubo respuesta.
—¿Pro-profesora? —pregunté, pero no hubo respuesta. La sacudí un poco del hombro y volví a preguntar —¿Profesora está bien?
Esta vez obtuve respuesta.
—Estoy bien amo…
Dijo con una voz monótona. Me separé de ella un paso con el corazón latiendo a mil por hora. El tono de su voz y el hecho de que me llamara amo había sustituido un poco mi miedo por excitación.
—¿A-amo? —pregunté sin poder contener mi emoción —¿Soy tu amo?
—Así es amo —respondió ella con voz monótona —Soy su puta esclava…
Pasé saliva. Eso no podía ser, por más genial que fuera no podía ser. ¡Era irreal creer que de alguna forma había hipnotizado a la profesora y la había convertido en mi esclava! Tenía que ser una broma, seguramente se estaba haciendo la tonta esperando que yo me aprovechara para tomarme video ya fuera burlándose de mí o tenerlo de evidencia para expulsarme.
Si quería ganar esa, tenía que ser más listo. Pasé saliva e hice mi jugada.
—Ok… “esclava” —dije —, si soy tu amo, obedecerás mis órdenes, ¿no?
—Así es amo —dijo ella.
—Muy bien —respondí y comencé a buscar por su oficina, pronto di con una lapicera donde había un marcador muy grueso, lo puse frente a ella, saqué mi celular y activé la cámara mientras comenzaba a grabar —. Quiero que te quites los calzones y te metas ese marcador por el ano mientras tomo video.
“Y aquí es donde vales madres” pensé victorioso “Tendrás que dejar tu teatrito porque no hay forma en que hagas algo tan humillante mientras te gra… ¡¿qué diablos?!”
Estaba atónito. Mientras yo estaba listo para hacerla dejar de lado ese acto, ella se puso de pie, metió las manos debajo de su falda y se quitó una sexy tanga negra de encaje, la dejó en el escritorio frente a mí desde donde me podía dar ese dulce aroma a vagina y acto seguido tomó el marcador, se dio media vuelta, se hincó sobre su silla y en esa posición introdujo de un golpe el marcador y comenzó a meterlo y sacarlo sin pudor mientras comenzaba a gemir de placer.
Mi celular se escapó de mis manos. No podía creerlo… ¿de verdad ella estaba haciendo eso pese a que sabía que la iba a grabar? ¡Eso era irreal!
—Detente —ordené y la profesora se detuvo en el acto, su mano cayó a su costado y el marcador se quedó clavado en su culo.
Pasé saliva nervioso y me levanté de mi silla, me acerqué a ella y con cuidado retiré el marcador de su ano y lo arrojé a la basura. ¿De verdad esto era real?
Miré su trasero que continuaba expuesto luego de mi orden. Tomé valor, necesitaba hacer una prueba, si ella había llegado tan lejos para ese chiste, si me iban a expulsar, al menos lo disfrutaría: levanté mi mano y la dejé caer con fuerza sobre una de sus nalgas. El chicotazo hizo eco por la habitación, su glúteo se agitó un poco y comenzó a ponerse rojo en la parte donde lo había golpeado… pero la profesora no reaccionó.
Me armé de valor, le di una nalgada más y una más y una más… el trasero de la profesora se había puesto todo rojo, pero ella seguía sin reaccionar.
Comencé a respirar muy rápido por la emoción… no podía ser… de verdad… ¡de verdad tenía el poder de controlar las mentes de otras personas!
De inmediato me puse a pensar de todo, cómo era que tenía este poder, qué usos podía darle, cuáles serían mis límites… pero de pronto me llegó el aroma de la vagina de la profesora. Podría preocuparme por todo eso, pero primero debería aprovechar la oportunidad que la vida me había dado. Fui a la puerta y la cerré con seguro, luego regresé con mi esclava y le dije.
—De pie y mírame.
La profesora se puso de pie y se dio media vuelta. Me acerqué para verla y que suerte que aunque ella era mayor, era de mi estatura. Me di tiempo para ver su cara sin expresión y al verla en una forma que no fuera molesta, pude darme de que era muy hermosa, bajé la mirada y me quedé viendo su escote, esos bellos pechos morenos con los que muchos otros chicos (a veces yo incluido) fantaseaban. Como no tenía nada de experiencia, en lugar de pasar directo a la acción hice lo primero que se me ocurrió: la abracé y di mi primer beso, que ella sorprendentemente correspondió.
Nuestras lenguas juguetearon mientras mis manos bajaron a sus nalgas y me deleité confirmando lo firmes que eran, poco a poco mis manos subieron hasta llegar a su blusa la cual comencé a desabrochar hasta que esta cayó al suelo. Intenté desabrocharle el sostén que combinaba con su tanga negra, pero mi inexperiencia me hizo imposible la tarea.
—Quítate el bra —ordené y la profesora obedeció separándose un poco de mí para maniobrar su prenda que unos segundos más tarde cayó en el suelo junto a la blusa.
Me quede viendo por unos momentos esos senos de pezones marrones, los primeros senos reales que había visto en mi vida. Me lancé contra uno y comencé a chuparlo con glotonería: lo chupaba como si esperara que saliera leche de él, luego jugueteaba con mi lengua a su alrededor y hasta me di el lujo de mordisquearlo. La profesora no se quejó para nada, incluso hasta soltaba unos pequeños gemidos que denotaban que aún en su inconsciencia era capaz de disfrutar lo que estaba pasando.
Cuando me cansé de jugar con esos globos de chocolate, empujé a la profesora y cayó sobre su silla, inerte como una muñeca de trapo esperando mi siguiente orden. Cayó con las piernas abiertas, con lo que pude observar su vagina: era pequeña y chata y se notaba que se acababa de depilar.
—¿Tienes novio? —pregunté.
—Sí… —respondió la profesora.
—¿Han cogido? —volví a preguntar.
—Sí —respondió sin más mi esclava.
Bueno, ahora ya sabía que ella no era virgen, en cuanto a mí…
El siguiente paso era lógico, tenía que descargar mis frustraciones sobre ella y de paso, dejar de ser virgen. Me bajé el pantalón y dejé al aire mi miembro que ya estaba erecto tanto por la emoción de tener a una zombi sin cerebro obedeciéndome y todo el juego previo.
Mientras me acariciaba el pene me puse a pensar en qué posición me gustaría perder mi virginidad y cuando me decidí, le dije:
—Inclínate sobre tu silla y apunta tu trasero hacia mí.
Sin perder un momento, la profesora se levantó, se dio media vuelta y se inclinó sobre su silla y entonces yo ya tenía su trasero apuntándome a mí. Me relamí los labios, acerqué mi polla a su trasero y… mi inexperiencia se burló de mí una vez más, pues no supe cómo proceder.
—Guí-guíame —ordené un poco avergonzado.
Mi esclava no respondió ni se burló, sólo tomó mi pene con su mano y lo apuntó directo a la entrada de su vagina. Ya un poco más tranquilo, respiré, preparé mi cadera y di la estocada.
Sin problemas me introduje hasta el fondo de ella al grado de que sus nalgas chocaron directamente con mi pelvis. Sentía su interior húmedo y cálido además de que me apretaba como un puño. Por mi parte, a diferencia de lo que había leído, no me dolió, tal vez tanta masturbación había hecho que mi pellejo se aflojara tanto que no lo sentí cuando fue mi primera vez.
Fuera como fuere, comencé con el vaivén esperado, admito que mi ritmo era malo gracias a la inexperiencia, pero luego de un rato le agarré el truco y comencé a darle envestidas cada vez más fuertes, al grado de que un par de veces mi pene se salió de su interior y tuve que pedirle que me volviera a guiar.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero cuando me di cuenta comencé a sentir las cosquillas que venían antes del orgasmo, fue que reparé en un detalle: no me había puesto condón.
—Oh oh… —me dije antes de sentir el golpe del orgasmo.
Sin proponérmelo moví mi cadera hacía adelante, enterrando lo más que pude mi miembro, podía sentir como mi semen bañaba el interior de la profesora sin que a ella pareciera importarle.
Cuando el orgasmo terminó, me salí de ella y retrocedí un par de pasos y como si fuera una burla del destino, acto seguido mi semen comenzó a fluir desde su interior y comenzó a escurrir entre sus piernas.
Mi alma se me cayó a los pies, primero me preocupé por la suciedad que se iba a hacer pero cuando tomé los pañuelos y me apresuré a limpiarla, otra idea me terminó de aterrar: me había venido dentro de ella… ¿y si la embarazaba?
El solo pensamiento bastó para bloquear todas las posibles alternativas e hice lo primero que se me ocurrió una vez terminé de limpiarla: me puse el pantalón y a ella le ordené que se vistiera y luego que se sentara en su silla. Yo me acomodé en mi lugar y para sacarla del trance, decidí intentar lo que había visto en algunas películas porno que iban sobre hipnosis.
—Voy a contar hasta 3, cuando lo haga saldrás del trance, no notarás nada raro en la oficina, creerás que me has dado un largo sermón y me dejarás ir a casa, ¿entendido?
—Entendido amo —respondió la profesora con ese tono monótono de voz.
Pasé saliva nervioso dudando de que fuera a funcionar tan fácil y comencé con la cuenta.
—Uno… dos… ¡tres!
La profesora parpadeó un par de veces y para mi sorpresa, sus pupilas regresaron a sus ojos. La mujer pareció un poco desorientada pero luego me miró e ignorando el olor a vagina recién cogida que impregnaba el aire, me dijo.
—Bueno pues, ¿qué espera? Ya vete a tu casa.
Pase saliva y casi tropezándome con mis propios pies cuando me levanté, respondí:
—Ha-hasta mañana.
—Sí, sí —dijo sin prestarme más atención mientras yo escapaba de ahí teniendo mucho en qué pensar.
A la mañana siguiente regrese a la escuela muy nervioso, temiendo de que algo de eso me fuera a reventar en la cara… pero nada, me había salido con la mía y al parecer nadie se había enterado de mi aventura pues todos me trataban igual, incluso la profesora que durante su clase me trató con el mismo desprecio de siempre.
Durante las siguientes semanas no experimenté con mi nuevo poder por el miedo que tenía de pensar que tal vez había embarazado a la profesora que no quería pensar en ello y lo que pasaría si sabían que había sido yo… y fue cuando ocurrió:
De un día para otro, la profesora ya no fue a clases y cuando nos dimos cuenta, el profesor Mateo la había reemplazado sin mayor aviso, pero según nos enteramos por los infaltables chismes de pasillo, al parecer la profesora se había embarazado y como todavía no estaba casada, la escuela decidió despedirla porque una profesora con esa situación le daría una mala imagen.
El alma se me cayó a los pies, en verdad había embarazado a la profesora… pero por el otro lado, una idea afloró en mí: de verdad la había controlado, la había hecho obedecer todas mis órdenes y además, mis actos no habían tenido consecuencias. Si entrenaba mejor este poder, podía recibir muchos beneficios y nada de responsabilidades…
Y así fue como gracias a la profesora, descubrí mi don y comencé a practicarlo para obtener este estilo de vida tan “divertido” que tengo.
¿Saben algo? Recordar aquellos tiempos me ha puesto de buen humor, tal vez sí vaya con esa colegiala y… un momento, ¿qué es esto? Alguien ha entrado al restaurante, la colegiala le ha visto y le está haciendo una seña con la mano para que vaya con ella. Esta persona podría ser una versión mayor de la colegiala, pues tienen el mismo físico con la diferencia de que la mujer tiene un par de arrugas en la cara. Pero lo mejor de todo, es que no tengo ninguna duda: esa mujer es mi antigua profesora de civismo.
La profesora se acerca a la colegiala y se saludan de beso para luego acomodarse en la silla. Una escena enternecedora de madre e hija me imagino… un momento, la colegiala no parece tener más de dieciséis años y mi encuentro con la profesora fue… vaya, vaya…
Bueno, estoy de buen humor. Creo que iré a saludar a mi vieja profesora y en el inter averiguar si esa niña es, en efecto, mi hija. No soy muy dado al incesto, pero no dudo que esto será…
Muy, muy divertido.