En la cabeza del amo - 1

Desde el punto de vista de un hombre, vemos cómo es tener a una exuberante mujer bajo tu completo control.

Abro la puerta de cristal de ese motel y de inmediato soy bañado por las luces naranjas que adornan el techo de la recepción, un detalle que nunca me ha gustado, ¡pero hey! Este motel es bueno y no me voy a quejarme por una nimiedad como esa.

La puerta de cristal vuelve a abrirse y detrás de mí entra mi compañía de esta noche. No sé ni cómo se llama, no me importa realmente pero ya lo averiguaré más tarde, de momento lo único que me importa es la belleza que es. Su pelo rubio, ignoro si es natural o no, atado en una trenza que cae sobre su espalda, sus labios son gruesos y están bañados con brillante delineador de color rosa. Su cuerpo de piel bronceada refleja a una diosa: suculentos pechos cubiertos por una blusa rosa, una pequeña cintura, una gran cadera acompañada de unas grandes nalgas cubiertos por un ajustado pantalón de mezclilla color blanco y sus pies que se balancean sobre unas zapatillas rosas de tacón alto. Describiría sus ojos, pero están ocultos tras unas gafas oscuras por una razón que… más tarde revelaré.

Pese a que esta mujer es una beldad que pondría a babear a cualquier hombre, hay un detalle de ella que llama mucho la atención… y no, no es que una mujer así de hermosa haya decidido entrar a un motel con un hombre como yo, que admito que no soy precisamente un galán de telenovela, sino su actitud… o debería decir, su falta de ella.

Esta mujer entró a la recepción del hotel con pasos firmes, podría decir que como de militar, pero no, lo de ella era otro nivel: sus pasos eran tan calculados y precisos, que sería más factible decir que como de robot. Aunado a esto, nada más llegar al lado de mí se quedó firme, con la espalda recta y los brazos bien colocados al lado de su cadera, como de muñeca. Incluso, durante los pocos segundos que ha estado ahí parada su vista ha estado fija al frente, como si no hubiera nada más importante para ella que el pasillo lleno de puertas hasta donde alcanza la vista.

Cualquiera diría que esta mujer es un robot, pues su pecho incluso apenas baja y sube con cada respiración. Pero he de decir que ella no es un robot, es una mujer de carne y hueso, pero hay una buena explicación para el comportamiento de mi dama…

—¿En qué les puedo servir? —me dice una voz desde la recepción frente a mí, cubierta por protocolo por una cristal reflejante por donde sólo hay una rendija para meter el dinero y después recibir la llave de la habitación, tu cambio u otros productos.

La voz de la persona se oye natural, pareciendo que no le interesa el estado de mi acompañante o tal vez ya ha visto tantas cosas en este negocio que una mujer actuando como un maldito robot le parece pecata minuta.

—Una habitación sencilla por favor —digo con una voz melosa recargándome en el estante.

—Serían mil doscientos pesos —me responde la voz del otro lado casi de inmediato.

Miro a mi acompañante y con una voz juguetona le digo.

—Mi amor, ¿pagas?

Para muchos hombres podría pegarle directo al ego que la mujer sea la que pague la habitación de motel… pero si mi dama está más que dispuesta a pagarlo, ¿cómo podría negarme?

Mi voz al parecer ha encendido alguna luz en el robotizado cerebro de la mujer, pues de inmediato su cuerpo rígido hacía unos segundos ha recobrado su movilidad y con movimientos todavía un tanto robóticos, toma el bolso que cuelga de su hombro, lo esculca hasta sacar una cartera, la cual abre y de un fajo de billetes saca dos billetes de quinientos y uno de doscientos que me da de inmediato.

Le paso los billetes al recepcionista mientras mi mujer robot guarda su cartera y regresa a su posición rígida para luego yo recibir una llave con los número uno y dos marcados en él.

—¡Gracias! —le digo a la persona al otro lado del cristal al tiempo que guardo la llave en mi bolsillo, para después tomar a la mujer de la mano y guiarla por el motel. Sonrío al ver que aunque con sus movimientos mecánicos, ella me sigue como una perrita amaestrada sigue a su amo… cuanta verdad hay en esa frase.

Subimos hasta el primer piso y casi nada más salir de las escaleras a mano derecha veo nuestra puerta, aquella que está marcada con los números dos y uno. Suelto a mi chica para sacar la llave de mi bolsillo y abrir la puerta, dentro está oscuro y no se ve mucho pero aún así digo.

—Adelante, princesa.

Sin asentir o decir algo, la mujer comienza a avanzar hacia el interior de la habitación y cuando pasa frente a mí no puedo evitar bajar la mirada y ver esas divinas nalgas que estoy a punto de comerme, la emoción es tanta que le doy una nalgada a su glúteo derecho, el sonido es como un chicotazo que resuena en todo el pasillo, pero a mi muñeca no la ha alterado, ella continúa avanzando hacia la habitación justo como le ordené. Mientras me lamo la palma de la mano con la que golpee ese rico jamón, reparo en algo: el glúteo de mi muñeca es posiblemente el más duro que he nalgueado: su físico no es sólo genética, de seguro ella trabajó muy duro para tener ese físico tan envidiable. Nice .

Me introduzco a la habitación, enciendo la luz y cierro la puerta tras de mí. Me detengo para ver el lugar, nada muy estrambótico: tengo la cama, una tele, algunos muebles y una puerta que de seguro lleva al baño y ahí, enfrente de la cama justo como le ordené, se encuentra la mujer con la que me voy a divertir hoy.

Me acerco a ella y sonriendo le digo.

—Bien puta, ya podemos quitar esto.

Y tras decir eso le retiro los lentes oscuros y lo que veo, si bien me asustó la primera vez que lo vi, hoy ya lo he visto tantas veces que ya no sólo no me asusta, sino que hace que la excitación aumente más: no sólo esos ojos estaban bien abiertos, sino que están completamente blancos, como los de los zombis de caricatura.

Creo que ahora es un buen momento para explicarlo: yo tengo un don especial, el cual me permite “apagar”, por decirlo de alguna forma, el cerebro de las mujeres y dejarlas susceptibles a cualquier orden que yo les dé, control mental vamos, pero tiene una contra: por alguna razón, mientras las mujeres están bajo este trance sus ojos se vuelven blancos… nada que unos buenos anteojos oscuros no arreglen y nada que importe durante la intimidad, después de todo, no te va a importar como se le ven los ojos a una fémina si esta cumple al pie de la letra y sin chistar cualquier orden que le des, sin importar que tan vergonzosa, alocada o denigrante sea.

Descubrí esta habilidad cuando estaba en la escuela, una maestra se puso especialmente molesta cuando me estaba sermoneando y cuando me di cuenta, ya estaba de rodillas chupándome el pene… no diré más, esa es una historia para otro día, sólo diré que tengo la sospecha de que tengo un hijo perdido por ahí.

Pero regresemos al presente. Sí, abusé mucho de esta habilidad desde que la descubrí, pero ahora que ya estoy llegando a la mediana edad he decidido dejar de usar estaba habilidad y apelar a ella sólo cuando realmente esté urgido de un buen sexo o alguna estúpida me provoque y quiera castigarla… y esta puta hizo eso último.

Iba yo caminando por la calle ocupándome de mis problemas cuando esta zorra chocó conmigo por estar revisando no sé qué estupideces en su teléfono. Contrario a lo que puedas pensar soy un buen tipo y no pensaba darle mucha importancia a esto, ¡es más! Hasta iba ser yo el que se disculpara, pero fue cuando vi a esta pendeja y aunque sí quedé sorprendido por tan escultural cuerpo, lo que más me sorprendió fue su cara: me veía como si de regalo de cumpleaños yo le hubiera dado un escupitajo en la cara, apretó los dientes y mientras me daba un par de golpes en el hombro me decía.

—¡Fíjate por dónde vas estúpido!

Para luego continuar su camino.

¿Puedes creerlo? Tamaña zorra resultó esta. Es de esas putas que sólo por estar buenas ya sienten que tienen el mundo a sus pies y pueden hacer y deshacer a voluntad, obviamente tenía que ser castigada.

Mientras ella se alejaba con ese paso altanero en el que se las arreglaba para menear de más su cadera, usé mi poder. La tipa siguió avanzando, pero de pronto se detuvo, su espalda se puso recta y dejó caer sus brazos a sus lados. Me apuré a ir con ella y comprobé que había resultado: sus ojos se habían puesto blancos y su mandíbula había caído un poco, si no me apuraba a cerrarla pronto comenzaría a escapar un hilo de baba por la comisura de sus labios.

Le cerré la boca, guardé su teléfono en su bolso y como por fortuna ella llevaba unos lentes negros sobre su cabellera rubia, se los puse y comencé a guiarla para que “habláramos” en privado sobre su mala actitud. ¿Y qué puede ser más privado que el cuarto de un motel?

—Ya no eres tan altanera, ¿verdad puta? —le pregunté con una sonrisa malévola en mis labios mientras le daba un par de cariñosas bofetadas en la cara.

Sus mejillas quedaron rojas, sin embargo, más que quejarse sólo dijo una palabra con una voz monótona.

—No…

—No, ¿qué? —pregunté en tono serio.

—No… amo… —respondió ella como si esas decir esas dos palabras le hubieran costado un esfuerzo titánico de realizar, pero aún así, me complació sobre manera escucharlo.

—¿Qué eres? —pregunté con tono autoritario.

—Una puta esclava al servicio de mi amo… —respondió con voz monótona.

Ahora, no me preguntes por qué, pero aunque puedo implantar ordenes en estas esclavas, por alguna razón en cuanto entran en trance por sí solas se ponen en rol de sumisas esclavas y me ven a mí como su amo. Tengo la teoría de que en el fondo las mujeres saben que sólo son vaginas con patas destinadas a servirnos a los hombres y este estado en el que las pongo saca a flote su verdadero ser… pero sólo es una teoría.

Con el dedo le abrí un poco la boca a mi esclava con el objetivo de dejar que un poco de su saliva se escurriera por su boca, en la calle sí sería un problema tener a una idiota babeante detrás de mí, pero en lo privado tiene cierto encanto verlas descerebradas y además babeantes.

Mientras un pequeño hilo de saliva ya comenzaba a escapar de su boca, le quité la bolsa del hombro y me senté con ella en la cama mientras mi esclava se quedaba ahí rígida. Abrí la bolsa y vi que no tenía nada muy interesante, algunos cosméticos, perfumes, su celular, una cajetilla de cigarros y su cartera. La cartera era el premio grande, Así que la tomé y arrojé el bolso a un lado de la cama, la abrí e ignoré por completo la identificación… cualquier información que pudiera darme ya la obtendría después de formas más divertidas, así que fui por el dinero y lo guardé en mi bolsillo sin que mi juguete protestara por esa violación a su privacidad y flagrante robo.

Ahora, podría ordenarle que se desvistiera, pero a mí me gusta tratar a mis juguetes como si fueran regalos que abría lentamente, tanto física como mentalmente.

Me puse de pie, me acerqué a ella y le embarré mi erecto pene entre sus firmes nalgas, la abracé, aspiré su aroma a sudor femenino mezclado con perfume de rosas y mientras jugaba con una de sus tetas y metía la mano bajo su blusa, le dije.

—Escúchame bien putita, te voy a hacer algunas preguntas mientras te desvisto y quiero que me respondas con toda honestidad, ¿comprendes?

—Sí amo… —respondió con su voz monótona.

Me relamí los labios, comencé a besar su cuello y después, mientras le quitaba la blusa pregunté.

—¿Cómo te llamas?

—Natalia Pinal —respondió mi putita mientras su blusa caía al lado de sus piernas revelando un hermoso bra color blanco que protegía esos enormes senos.

—¿Natalia, eh? Bonito nombre para una puta —dije mientras comenzaba a desabrochar el sostén —¿Cuántos años tienes?

—Veintisiete —respondió Nat mientras soltaba su sostén y sus senos caían sobre su pecho víctimas de la gravedad.

—¿A qué te dedicas? —pregunté mientras comenzaba a desabrochar ese ajustado pantalón blanco.

—Soy gerente en una tienda de ropa —respondió sin inmutarse mientras bajaba hasta sus tobillos tanto su pantalón como su tanga color rojo y me deleitaba con el olor que salía de sus nalgas, una mezcla de ano y fluidos vaginales.

Me di media vuelta y me senté en la cama, frente a ella. A la altura de mi rostro quedó el área púbica de mi esclava, pero mi sorpresa fue grande al toparme con un matorral de pelo castaño.

—¿Por qué no te depilas esclava? —pregunté mientras acariciaba esa mata de cabello y mis dedos comenzaban a impregnarse con sus fluidos vaginales.

—A mi novio no le gusta que me depile amo —respondió mecánicamente mi juguete sin inmutarse de que su vulva ya se estaba convirtiendo en una cascada.

Reí ante esa declaración y dije.

—Tu novio es un imbécil.

—Así es amo —respondió con sinceridad mi esclava, pero no quedó ahí —. Es un pobre diablo que ni siquiera es bueno en la cama, si lo soporto es porque tiene dinero, de hecho, unos meses después de casarnos planeo divorciarme de él y quedarme con la mitad de sus cosas.

Silbé burlón y dije.

—Vaya, vaya… eres más puta de lo que pensé. Creo que tendré que darte una lección de humildad y luego dejarle un regalito a tu novio por prestarme tan fantástico culo. Quítate el pantalón y las bragas y luego de rodillas pendeja.

El juguete estúpido que era Natalia obedeció al acto. Se quitó las bragas y el pantalón que tenía en los tobillos, los arrojó a un lado y después se colocó de rodillas frente a mí.

Yo mientras tanto me desabroché el pantalón y saqué mi miembro que en ese momento ya estaba erecto y listo para algo de acción.

—Dime puta, ¿has hecho sexo oral? —pregunté mientras le embarraba mi pene por todo su cara.

—Sí amo, pero no me gusta.

Reí con crueldad y dije.

—Pues me importa un bledo que no te guste. Chúpame el pene como si fuera lo más delicioso que has probado en tu vida.

Si no fuera porque sabía que la idiota estaba bajo mi control mental, habría pensado que su declaración de “no me gusta el sexo oral” había sólo una mentira para parecer inocente, porque en cuanto terminé mi orden la muy puta me arrebató el pene que sostenía con mi mano y sin chistar se lo introdujo de golpe a la boca.

Tal vez porque era muy buena con su trabajo o porque me tomó por sorpresa al alegar que “no le gusta”, no pude evitar ser yo el que en esta ocasión pusiera los ojos en blanco: mi putita se engullía mi polla con una velocidad y voracidad impresionante, como una bestia hambrienta que estuviera devorando su platillo favorito.

Por lo general no me encanta el sonido de succión que hacen algunas putas al chupar penes, pero en el sonido que hacía Nat había algo que incluso me parecía hipnótico a mí.

La suavidad de sus labios, la calidez y humedad de su boca y sus vigorosos movimientos lograron que en un par de minutos sintiera la explosión placentera del orgasmo en mi pene, así que me reincorporé, la tomé por la nuca y enterré mi verga en lo más profundo de su garganta. Pude sentir como mi semen se descargaba en esa boquita, era tanta que pronto empezó a chorrear por la comisura de sus labios bajando en chorros que caían en su senos o en el suelo.

Cuando terminé mi orgasmo, de un tirón de su cabello levanté la cabeza de mi esclava, sacando mi pene de su boca y contemplé mi obra de arte: Nat se encontraba todavía con los ojos bien abiertos y blancos, eso no había cambiado, pero su boca era un desastre, se encontraba abierta y se podía ver que estaba inundada tanto de baba como de semen que todavía lograba escapar por algunos chorros.

—Trágatelos —le ordené con una sonrisa malévola en mi rostro, a lo que mi juguete respondió cerrando la boca, luego los saboreó un poco y pude ver un movimiento de su garganta que indicaba que había cumplido mi orden, pero como queriendo que no quedara duda abrió la boca y me la mostró mientras sacaba la lengua, mostrando que ya no había semen en esta y lo que le daba a ella una apariencia todavía muy subnormal.

Reí embriagado por el poder que tenía sobre esa hembra y todavía sin soltarle el cabello la hice que mirara  suelo y le dije.

—Mira nada más el desastre que hiciste puta. A las del aseo no les pagan para arreglen el desastre de idiotas como tú. Limpia todo el semen con tu lengua.

Solté la melena de Nat y esta de inmediato acató mi orden, retrocedió un poco, se puso en cuatro patas, bajó su cara lo más que pudo al suelo y con su lengua comenzó a devorar todas las gotas de mi semen que podía encontrar.

Me regocije con la escena. Una mujer que minutos atrás se había mostrado altanera ahora recogía sumisamente del suelo mi semen con su lengua… me encanta esta parte de mi poder, ver a mujeres con fuerte voluntad reducidas a putas sin sumisas… es como convertir a una salvaje loba en una tierna cachorrita.

Aunque acababa de tener un orgasmo la vista de esta puta sumisa hizo que poco a poco regresara la erección a mí. Me levanté y le di la vuelta a mi puta, para poder verla por atrás. Sus nalgas abiertas, su peludo coño y su ano se movían de cierta forma rítmica mientras cumplían la tarea que le había dado.

Pasé mi mano por su coño y no sólo otro torrente de fluidos vaginales bañó mis dedos, sino que además mi esclava gimió de placer.

Sonreí, no pude contenerme más, me quité la ropa y me arrodille frente a ese majestuoso culo, apunté mi miembro a su coño y sin ninguna clase de ceremonia lo enterré en lo más profundo de ella.

Mi esclava reaccionó, curveó la espalda y soltó un gemido de placer que hizo que mi excitación creciera.

Comencé a envestirla con fuerza y le ordené.

—¡Dime que eres!

A mi orden, todavía borracha de placer mi puta comenzó una letanía.

—¡Soy una puta! ¡Soy una esclava! ¡Soy un juguete! ¡Soy un objeto! ¡Soy una perra en celo! ¡Soy un coño! ¡Soy una vagina!

Exclamaba todo los epítetos denigrantes que se le ocurrían para referirse a ella y su posición como MI objeto de placer.

—¡Eso puta! ¡Eso! —exclamé extasiado mientras comenzaba a darle fuertes nalgadas que no cambiaron para nada su letanía pero que sí ponían sus nalgas rojas luego de un rato.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, yo destrozándole el coño como un desquiciado y ella auto denigrándose, pero cuando me di cuenta una vez más sentí una oleada de placer, por lo que como hiciera con garganta antes, la tomé de las caderas y enterré mi verga en lo más profundo de ella antes de soltar otra carga de semen, esta vez dentro de su útero… espero que no hubiera un huevo por ahí.

Me retiré unos centímetros para salir de su coño y acto seguido unos rastros de semen comenzaron a escurrir por su vagina. Yo jadeaba agotado y ella también, pero continuaba en la posición que le había ordenado y repitiendo su letanía entre jadeos.

—Soy una puta… Soy una esclava… Soy un juguete…

Tratando de recuperar el aliento sonreí, me senté en la cama y le acaricié el cabello a mi juguete.

—Ya cállate —le ordené —. Ahora súbete a la cama, que todavía tenemos que aprovechar lo que pagaste por el cuarto…

Me recargué en la cama, encendí uno de los cigarros que mi esclava tenía en su bolsa y comencé a fumarlo. Había sido una larga sesión de sexo y estaba agotado, ya no podía más. A mi lado boca abajo estaba Nat, aunque seguía bajo el control mental estaba cansada, eso lo evidenciaba su respiración acelerada, su pulcro cabello todo despeinado y su coño chorreando semen. Creo que me pasé… ¡pero hey! No pueden negarme que ella se lo buscó.

Ahora sería cosa de manipular un poco su memoria para llenar el agujero que habría en sus recuerdos. Podría sólo manipularla como siempre… pero esa mujer había demostrado ser toda una zorra que me daban ganas de hacer un poco más que lo que solía hacer con otras víctimas.

Miré el trasero de Nat y mientras me regocijaba con una perversa idea que comenzaba a aflorar en mi mente: haría mi buena obra del día…


Natalia abrió los ojos de golpe. Miró en donde estaba y se dio cuenta de que estaba desnuda, sobre una cama en el cuarto de un motel.

Trató de hacer memoria de cómo había llegado ahí y pronto le llegó la respuesta: camino al gym se topó con un tipo que le pareció agradable, lo bastante como para animarse a tener un affaire con él.

Debió haber sido un dios en la cama porque había logrado que ella se quedara dormida luego del sexo. Miró en la mesa de noche al lado de la cama y vio una pastilla del día siguiente junto a una botella de agua y una nota que decía “Para que no tengas sorpresas amor”.

Nat sonrió por el detalle y se tomó la pastilla mientras pensaba que era altamente probable que no volviera a ver a esa persona que… ¿cómo se llamaba? ¿Cómo era? Bueno, eso no tenía importancia.

Buscó por la habitación su bolso y cuando la encontró buscó en esta su teléfono y encendió la pantalla para ver la hora. Ya iba tarde para el gym. En ese momento sintió un golpe en el pecho, desbloqueó su celular y marcó un número. Se llevó el aparato al oído y espero a que contestaran.

—¿Miguel? Hola mi amor ¿cómo estás? Oye, me encontré a una amiga y ya no fui al gym. Oye, ¿qué te parece si voy ahorita a tu depa y me ayudas a quemar calorías de “otra forma”? No, no pasa nada Miguel, es sólo que tengo muchas ganas de verte… ándale papi, te prometo que no te voy a dejar que olvides esta noche… Ándale pues, ahorita llego a tu depa. Te quiero, bye.

Y colgó el teléfono.

Sonrió algo picara. Acababa de ponerle el cuerno a su novio, ¿por qué tan de repente se sentía tan deseosa de estar con él? Natalia no le dio más importancia y se levantó, buscó su ropa por la habitación, la colocó sobre la cama y se metió a bañar para llegar presentable ante su hombre.

Mientras se limpiaba los rastros de semen de su pequeña aventura bajo el chorro de agua caliente, Natalia comenzó a pensar en todo lo que le haría a su hombre, tal vez hasta le chuparía el pene… Natalia se reincorporó un poco confundida, ¿desde cuándo tenía fascinación por hacer felaciones? La muchacha no le dio más importancia y continuó bañándose, tal vez era el efecto de acabar de darse cuenta de que Miguel era el hombre de su vida.

No podía creer que hubiera tenido siquiera la intención de estafarlo para quedarse con su fortuna. Miguel era un gran partido y ella lo amaba, quería entregarse por completo a él, serle fiel y sumisa… sentirse la esclava de ese hombre, su juguete… su puta.

Y mientras ese pensamiento inundaba su mente, por un breve momento los ojos de Natalia se pusieron en blanco.