En la cabaña de mis suegros

Por desconectar viajo con mi mujer Julia a la cabaña de mis suegros, a compartir unos días con ellos en los Pirineos. Pero una noche tonta me equivoco de habitación... Y una confusión tonta me hace dar con la boca de mi suegra

LA CABAÑA DE MIS SUEGROS

Se llama Julia, es mi mujer. Está de buen ver, la verdad, no me quejo para nada. La quiero por quién es y por cómo es… y es que tiene unos puntos pervertidos que son de lo más.

A lo largo de esta historia os voy a contar varias de las guarradas que hacemos, que tanto ella como yo disfrutamos, y, concretamente, las que hicimos en casa de mis suegros, en los Pirineos, donde se van de veraneo.

Todo empieza porque queremos cambiar de aires, cogimos una semana de vacaciones y nos fuimos a la cabaña que tienen, y donde, aquel verano, estaban también. Bueno lo de cabaña es un decir. Es de madera, sí, y el típico sitio al que le pegan sus buenos tres palmos de nieve. Ya sabéis, unas navidades de correr en pelotas por la casa y follarme a Julia en cada esquina. Pero en ese momento tanto Julia como yo acusábamos un estrés bastante alto y decidimos cogernos esos días libres y tirar monte arriba.

A Julia le van gran cantidad de cochinadas, desde juegos de dominación (no nos va el BDSM de por sí, pero sí algo de su parafernalia y los juegos de poder), a prácticas bisexuales, anal, y perversiones bastante oscuras. No sé si su hermana y sus dos hermanos son igual de cerdos que nosotros, pero la verdad es que nos lo pasamos muy bien, estando muy unidos como pareja, además de en la cama.

Me encanta mi mujer, os lo confieso. No tiene un cuerpo 10, pero a sus 35 años está muy, muy buena. Culo grande, piernas firmes pero tobillos finos. Me enloquecen sus pies, de dedos pequeños y redonditos, escalonados desde el pulgar y muy cuidados (sabe que son un fetiche visual mío y le gusta). Tiene un coñito jugoso, de labios gruesos que esconden los rosados pliegues interiores que se cierran, casi siempre húmedos, como una carnosa almejita y cuyo sabor es dulce y salado, embriagador. El clítoris lo tiene un poco grueso y me encanta, porque cuando se pone cachonda se nota cómo se te endurece, pongamos, entre los labios. No tiene el vientre plano, de esas niñatas de revista, que parece que, si la tienes grande (que es mi caso, gracias a los Hados de las Pollas o a quien sea), va a hacer bulto notándose el relieve de tu cipote al estar dentro, no. Julia tiene un relieve normal, no está gorda en absoluto pero tiene su pequeño vientre curvado. De mujer normal, vamos. Y sus pechos… joder qué tetas… La primera vez que se las comí le pregunté si podía quedarme a vivir ahí. Tiene una talla 95 copa D. O sea, una pasada. Os lo juro, no me caben del todo en las manos, y eso que las mías parecen una peineta de berenjenas. Son blancas y rosadas, se le notan las venas y eso me encanta, y el pezón es de color rosado, apenas un par de tonos más oscuros que la piel. Cuando se le endurecen, la areola se arruga un poco y el pezón sobresale lo justo, no parecen caramelos mentolados, como en otros pechos grandes. Me encanta amasárselos o meter mi polla en medio. Y en cuanto a nuestras perversiones, también me gusta atárselos hasta que se ponen casi morados de la congestión, me gusta correrme en ellos y ver cómo recoge la lefa con los dedos y se la zampa, o vera salir con un vestido veraniego sin sujetador… y claro, acabamos buscando un lugar sólo semi privado donde me la acabo follando: en el capó del coche, mientras sus tetas se aplastan contra la chapa y la follo, sobre el capó y viendo cómo se los saca y pellizca, o como cuando fuimos a los Pirineos, como os estaba contando: sacándoselos en plena autopista de Francia y masturbándose. Sus ojos claros y pervertidos, de un azul muy claro se enturbian por el sexo, y su pelo moreno que le enmarca el rostro pecoso se agita con el aire de la ventanilla.

Vamos, que está en el asiento del copiloto, se ha subido el vestido de flores, y me ha enseñado que no lleva bragas. Se ha sacado las tetas, pellizca sus pezones y gime con sus labios voluptuosos y rosados, mientras con la mano izquierda se toca el clítoris, se mete los dedos, prueba su propio sabor y me da a probar a mí, que conduzco haciendo acopio de voluntad. Hijaputa…

Sí, se corre, lo grita, con la ventanilla bajada, y sin cortarse ni un pelo. Y cómo le gusta a la cabrona… Y para cabrón yo, que me saco la polla, y ella acaba chupándomela a 130 kilómetros por hora por la autopista (ventajas de los coches automáticos). Me corro, manteniendo el control. Probadlo. Pone muchísimo no poderse dejar llevar del todo por el orgasmo, retener un poco el control, y sentir cómo te derramas en la boca de tu mujer, escucharla tragar mientras no puedes evitar acelerar. Joder, te sientes vivo, pero de verdad. Se limpia la comisura, te da un beso en el cuello, se vuelve a meter las tetas en el vestido y se pasa un kleenex por el coño, porque chorrea como un grifo roto y no quiere mancharse el vestido… Bufff… Cómo me pone mi mujer.

La cuestión es que llegamos a la cabaña de mis suegros, yo con la polla encharcada (pese a que me la ha limpiado y secado, aún pienso en lo que vamos a hacer, y por dónde nos van a salir las cochinadas y vuelvo a empalmarme como un puto caballo en celo), y ella adopta ese aire modosito que me pone burro, cuando va a ver a sus padres. Ellos cuando la ven con esos vestiditos y sin sujetador lo ignoran de pleno. Total, mi suegra tampoco los usa (se ha puesto tetas postizas y le sientan de puta madre) y creo que mi suegro ni se da cuenta o algo.

Dimas es banquero. Un tipo serio hasta la segunda copa de jumilla, alto, de complexión fuerte y cuidada, pelo de corte siempre militar y suele llevar chaquetas Blazer y zapatos náuticos, ya os hacéis a la idea. Da igual que vaya al desierto, aquí a los Pirineos o esté en su barquito de la Costa Brava, siempre va igual. Clara es una mujer moderna. Sesenta y pocos, delgada de complexión natural, y eso que le encanta comer… comida, cerdos, que sé lo que pensáis… En fin, a lo que voy. Lleva media melena, canosa completamente, siempre un collar de perlas que no se quita ni para dormir (creo) y se ha hecho un par de retoques, pero con estilo. Es una mujer elegante. Me recuerda a la Deneuve. Luce las arrugas justas, se maquilla con discreción y es una mujer de talante atractivo. Luego está el hecho de que cuando tiene visita parlotea como un gremlin hiperactivo y me habla de gente que no conozco como si fueran conocidos de toda la vida. Que si el Liceu por aquí, que si el Palau, que si la Ramona, que si el jardinero de la Esther (pongo el “la” delante de los nombres porque es muy catalana y a ella siempre se le escapan, hasta que está entre el alto copete. Entonces se le pasa y es ultracorrecta hablando). Me caen bien los dos, y sé que yo les caigo bien. Porque hago feliz a Julia y, coño, porque soy un tío simpático.

Hostia, no me he descrito. Bueno, no hay mucho que decir. No soy un adonis, pero me precio de poder resultar atractivo. No soy feo pero tampoco desagradable a la vista; me gusta más impactar por labia que por físico, y aunque no tengo un cuerpazo, hago lo que puedo por cuidarme (barbacoas de carne a la brasa, jugosa y grasienta aparte). Vamos que no soy un six-pack ni mucho menos, pero soy de hombros anchos, manos grandes, brazos fuertes y piernas muy definidas. Y pongo a mi mujer cosa mala. Vale y tengo un buen instrumento. De eso no puedo quejarme.

Llegamos sobre las 11 de la mañana, y Dimas y Clara nos recibieron con una sonrisa y un abrazo. La parte más pervertida de mi mente registró cómo los labios llenos y rosados de mi esposa besaban a su padre y madre… con esa boquita que se había tragado tooooda mi lefa. Me concentré para que la erección no apretara de más mis pantalones. Besé a mi suegra y le di un confuso abrazo a mi suegro, como siempre. Trataba de mostrarse cercano pero, sinceramente, no le salía del todo. Pero se aprecia el gesto.

Entramos en la casa y tras beber un zumo fresco de la última cosecha de mi suegra (adicta a los zumos, si pudiera se alimentaría sólo de eso) nos dirigimos a la habitación. Ellos decidieron ir a darse uno de sus paseos de varias horas, antes de comer. Seguro que follarían en el monte. Estaba casi seguro de ello.

El cuarto es una pieza grande, de piedra y madera, con chimenea, una cama enorme con dosel de mosquitera y suelos entarimados y cálidos. Tiene en el extremo dos butacas orejeras, unos cuantos estantes llenos de libros (sobre todo policíacos y novela romántica hard que le gusta a mi suegra) y una mesita camilla pequeña donde mi mente obscena imagina a mi suegra despatarrada y siendo follada por Dimas. Sin quitarse la Blazer, claro. Como poco yo SI he follado a mi mujer en aquella silla. Y en la cama. Y contra la pared, en el suelo, el baño en suite… en fin, que he registrado la habitación a polvos, podríamos decir.

Allí, cerramos la puerta. Con pestillo. Nada más escuchar el pasador, el vestido de mi mujer ya se ha caído al suelo. Así como por arte de magia. Se cae en sus deliciosos pies y veo su cuerpo perfectamente depilado, la profunda hendidura de su coño a buen seguro chorreante. Se pone de rodillas, piernas separadas, manos a la cabeza, como si la fuera a registrar. Sé lo que significa eso. No sólo está cachonda sino que además pide algo de dominación. Por qué no. Me acerco a ella. Le cojo generosamente del pelo y la miro. En sus ojos se adivina lujuria, su boca entreabierta dispuesta para dar placer.

—Guarra —le espeto.

—S… sí… —murmura en voz baja con ojos viciosos.

Tiro de su cabeza hacia atrás y me agacho ligeramente.

—Seguro que estás deseando comerme la polla…

—Más bien… más bien que me uses… como tu zorra, o tu perra —me dice. Como en realidad no estamos muy metidos en el BDSM y lo usamos más como un juego de cama en el que yo mando y ella obedece, prescindimos de protocolos y otras chorradas, títulos y demás. Nunca me ha llamado “Amo” o “señor”, ni quiero. No es eso lo que me pone.

Su carne tiembla, lo veo. Dejo caer un hilo de mi saliva en su boca y ella lo recibe con agrado. Sonrío malvadamente.

—Cógete las tetas, perra —le ordeno mientras voy a por la maleta.

—¿Me las vas a…?

—No te he dado permiso para hablar —la interrumpo secamente. Cuando hago eso, se pone aún más cachonda, sintiéndose en mis manos totalmente, entregándose.

—Perdón —se disculpa.

—Déjate de perdones ni hostias.

Vuelvo y me siento en la cama. Llevo nuestra fusta en la mano. Ahora sabe lo que viene: le voy a azotar los pechos con rápidos palmetazos. No soy un sádico, pero me encanta gestionar el dolor de mi mujer, sabiendo que eso la excita y forma parte de nuestros juegos. Ella sí es masoquista, pero tampoco cree en los protocolos y estipulaciones tan “serias” del BDSM formal. Prefiere, igual que yo, algo más informal pero con esos componentes de rol.

La fusta palmea las tetas con ganas. Enseguida empiezan a aparecer rojas marcas. A esas alturas del discurso sé cómo usarla casi profesionalmente, sin dejarle marcas aparentes pero provocándole el dolor justo. Azoto sus pechos venosos y sus pezones. Algunos golpes le duelen más que otros y gime. Paro cuando ya tiene los pechos rojos y sensibles, y veo que su respiración es agitada. Aprovecho ese momento para hacer otra cosa que le encanta: atárselos.

Vale, puede que a muchos no os ponga tanto como a mí. Si os he cortado la paja, seguid en el siguiente párrafo. Pero a mí me encanta ver cómo se ponen cada vez más oscuros y congestionados. Antes de empezar a atarlos, que siempre se tarda un rato, le meto una bala vibradora en el coño, encendida. Un instrumento pequeño pero muy potente. Le digo que si la deja caer la castigaré más, y que no podrá correrse, por supuesto, hasta que se lo diga, y a lo mejor eso es mañana. Ni usar las manos. Ella gime ante el desafío y también de frustración. No es que sea multiorgásmica, es que mi mujer es muchoorgásmica. Se corre a veces con sus propios pensamientos. Ya podéis imaginar lo que me gusta susurrarle obscenidades en público para que se corra y se ponga roja como un farolillo chino… Luego la obligo a ir al baño a limpiarse los jugos no sin antes lamerse los dedos bien empapados de ellos para que, al volver y darme un beso con lengua, yo aprecie el sabor de su coño en su boca. Perversiones, perversiones y más perversiones. La cuestión es que le ato los pechos en un arnés en forma de estrella de cinco puntas y luego le doy unas vueltas extra alrededor de los pechos, que formaron dos bolas de carne. Enseguida se enfrían. Julia se mira las tetas congestionadas y yo siento que su excitación es cada vez mayor, mientras de fondo escucho el zumbido de la maquinita inserta en su coño profundo y jugoso.

A esas alturas el flujo le chorrea pierna abajo.

—A la cama. A cuatro patas, como la perra que eres —le digo.

Antes de que llegue a la cama, la cojo del pelo otra vez, tiro fuerte, la beso posesivamente y chupo su lengua, que ella metie entera en mi boca. Me deleito despacio en hacerlo y la siento gemir. Después, le doy varias bofetadas en los pechos y ella gime fuerte mirándose las tetas.

—Gra… gracias —me dice, educada. Buena sumisa…

—Buena perra —le confirmé, siguiendo mis pensamientos.

Se pone a cuatro patas sobre la cama, ofreciéndome tanto su sexo como su culo. Los pechos le cuelgan, atados, enrojecidos. Me desnudo. La polla me palpita salvajemente, así que decido darme un festín con su boca primero.

Le cojo la cara por la mandíbula. Ella me mira, sus ojos azules turbios, muy turbios, borrachos de sexo y perversión. Estaba empezando a evadirse. No, eso no va a pasar. Le propiné dos fuertes bofetones en la cara, y le indico que abra bien la boca, que me la voy a follar. Lo hace, yo me enristro el aparato y dejo que me chupe primero la punta del rezumante capullo que está brillando de líquido preseminal. Lo lamie y chupa con fruición, y al poco le tiro del pelo para elevar y fijar la cabeza, y así penetrar su boca lentamente. Saca la lengua y (tras años de prácticas en el d eep throat, o mamada profunda), se la mete entera. Saca un poco la lengua para que mi polla quepa, y la dejo ahí. Me mira, con sus ojos de pervertida, lacrimosos, esperando. Una… dos… espero a la tercera arcada antes de sacarla. Varios hilos de saliva caen sobre la colcha, y vuelvo a metérsela. Esta vez rápido, sin muchos miramientos. Empiezo a entrar y salir, sintiendo el roce de los dientes, la lengua. Se la clava profundamente y luego sale y entra varias veces, para que sienta que no me la está chupando: yo me estoy follando su boca, que la estoy usando para mi placer. Lo hago varias veces mientras ella gime, gorgotea, chorrea piernas abajo.

Me retiro, dejando que lama los hilos de saliva. Después me dirijo a su trasero. Veo cómo se han formado burbujitas en su coño, de la cantidad de flujo que genera. No sé qué le pone más, si que lo hagamos allí o el que sus padres puedan volver en cualquier momento… Entonces empiezo a tener ideas más pervertidas.

Separo bien sus muslos. Con un breve sonido de succión su coñito se abre, y las nalgas se abren aún más, descubriéndome una vez más su rosado esfínter que palpita con fuerza varias veces. Sé que se ha corrido un par de veces. El zumbido sordo del vibrador se deja escuchar.

—Sácalo —le ordeno—. Sin usar las manos.

Ella gime, y veo su trabajo de contracción hasta que de pronto empieza a asomar el rosado cacharro. Cuando está casi fuera, lo extraigo, lo apago y lo chupo. Me encanta su sabor.

Azoto sus nalgas cinco o seis veces, pero no me entretengo mucho más. Alguien más metido en el rollo se habría deleitado en azotarla y todo eso. En mi caso no puedo esperar más. Recuerdo las palabras del orco aquel que parecía una coliflor de la peli El Retorno del Rey : vuelvo a enristrar mi aparejo y… Grond lo someterá.

Grita, abre la boca hasta que se queda sin aire cuando se la meto hasta la raíz de la polla de una sola vez y sin contemplaciones. Empiezo a bombear con furia y no pasa ni cinco minutos cuando se corre tres veces encadenadas. Su coño se aprieta con fuerza en torno a mi polla con sucesivos espasmos. Eso casi hace que me corra, pero aguanto. Sigo bombeando con constancia, como un pistón mecánico. Y me detengo en seco.

Al hacerlo puedo sentir que se corre otra vez mientras yo me quedo dentro de ella, en el punto más profundo. Tiembla, jadea. Sus pechos están morados y le cae la saliva. Su coño casi parece barbotear. La saco y me pongo delante de ella, metiéndosela en la boca hasta el fondo. Me retiro despacio hasta dejar sólo el glande dentro de su boca.

—Ahora ven conmigo sin dejar que salga… o te tendré este fin de semana a pan y agua hasta el lunes —le digo.

Sus ojos turbios se enfocan y su mirada me llama cabrón … pero acepta. Una vez entramos en el papel, hasta que no convenimos que acabamos, el juego sigue. Empiezo a andar hacia atrás despacio para que me pueda seguir con la polla metida en la boca. Gatea y me sigue… hasta la habitación de sus padres.

No me entretengo en detalles: es una habitación grande y bien decorada. La cama, King size. Levanto el cobertor despacio y se la saco por fin de la boca. Me he puesto burro de imaginar que nos verían por el pasillo, su perfecta hija siempre de vestidos y femineidad rebosante ahora a cuatro patas, cara de pervertida y mi pollón en la boca, ambos desnudos y ella total y voluntariamente sometida como una perra… Me la pone aún más dura de un brusco latigazo.

A cuatro patas de nuevo, con la cara clavada en las almohadas, le abro el culo, se lo lubrico con los jugos de su chorreante coñito y se la meto. Su culo, habituado ya a mi polla se empieza a dilatar con pequeños espasmos hasta que me hace sitio, y entro profundamente. Dos bombeos y se corrió de golpe por el culo. Sus orgasmos anales son brutales, y eso la deja KO total, viniéndole en grupos de tres o cuatro cada vez. Una vez se corrió hasta veinte veces. Yo creía que se moría. Ella también.

Me dejo llevar, imaginando que entran mis suegros. Le cojo del pelo, tiro fuerte hasta hacerla gritar, y empiezo a bombear con fuerza y sin pararme a contar cuántas veces más se corre, que no fueron pocas.

—¡¡GUA… —empiezo a decir cuando me corro y siento que se me aflojan las rodillas antes de eyacular, apenas unos segundos.

—…RRA!!  —acaba ella entre jadeos, con un grito roto y otro orgasmo anal.

Y me mareé. Con fuerza. Vi puntitos. Mi polla estallaba, como una manguera de alta presión que no coges con suficiente fuerza. Le lleno las tripas de semen sin piedad, corriéndome como si llevara días de abstinencia. Un par de minutos después, entre palpitaciones se volvió a correr, mientras se la saco, y eso me hace gemir.

Escucho la puerta abrirse. Han vuelto. Nos levantamos. Ella todavía con las tetas atadas y el arnés de cuerda puesto (lo he agarrado mientras la follaba por detrás: esa es otra utilidad de los arneses que he encontrado más allá del ámbito bedesemero), y en la piel se le han quedado marcas rojas de la cuerda.

Deslizamos el cobertor en su sitio de nuevo y nos metemos en la habitación para ducharnos. Reímos como colegiales.

—Joder, Julia, vaya polvos que tienes, ángel mío…

Ella sonríe, libidionsa. Se lleva la mano al coño, sacó un dedo empapado y se pasa el flujo por los labios para acto seguido besarme largamente. Noto el sabor de su coño en sus labios con rapidez y meto mi lengua, exigente, en su interior. Al separarnos nos cogemos de la mano y nos dirigimos a la ducha. Allí le desato los cordajes, y masajeo sus pechos para que la sangre vuelva a fluir en ellos. Los muevo sintiendo su tejido graso y pesado. Le duelen las partes azotadas, que formarán breves cardenales, y las tratamos, una vez duchados, con aceite para la piel, fragante y oloroso, así como su ano y también mi polla, que de tanto vaivén se ha llevado una buena tralla.

UN PASILLO OSCURO

Salimos de la habitación poco después y vamos a comer al pueblo cercano, como a unos diez kilómetros. Allí, en un restaurante que, elevado, mira a un bosque de castaños, comemos un pernil al horno, que sabe a brasas y carne de primera calidad, jugosa y crujiente en algunas partes. Lo acompañamos de un Borgoña que hace nuestras delicias, y llegamos a los postres acompañados de amaretto. El fundente de chocolate con nueces picadas y arena de galleta de jengibre y almendra acaba de darle un punto importante.

A Julia se le sube rápido el vino, debido a toda la sesión de sexo anterior y nos vamos a dar un paseo por las arboledas para que se le baje. Lleva un vestidito azul estampado, sandalias y un sombrero de paja tipo pamela. La verdad es que estoy imaginando  que me la follo en el bosque, levantándole la falda y sacando sus tetas rosadas y pesadas y comiéndomelas… pero la verdad es que está muy borracha, así que después de un largo paseo, bajamos hasta el río. Allí Julia, carente de pudor, se quita el vestido y se da un baño totalmente desnuda. Pasamos la tarde en aquella ladera. Ella se seca tranquilamente al sol. Creo que pasaron algunos viandantes, pero ella tiene un punto exhibicionista y desinhibido… cosa que también me pone bastante.

Volvemos hacia el anochecer donde nos espera una cena agradable con algunos amigos de los padres de Julia. Yo me escaqueo a la mínima que puedo, por supuesto, metiéndome en la biblioteca. Allí encuentro a mi suegro, que está disfrutando de un carísimo whisky. Hablamos y jugamos al ajedrez. Después seguimos hablando de algunos trofeos de caza, y de las perspectivas nuevas de mi negocio. La verdad es que hemos bebido bastante, casi toda la maldita licorera, y en un momento, al levantarme, me doy cuenta de que llevo una buena tajada encima. El whisky es un reserva de tropecientos años y pega más fuerte que las coces de una mula. Mi suegro se queda grogui en el sofá, así que lo tapo con una manta que encontré, y me dispuse a irme a la cama.

La fiesta de Clara ya había terminado; era una de esas cenas con amigos en las que luego ponen algún disco que les da morriña, cantan invocando la ira de varios dioses y por fin se dan cuenta de que están bastante puntillosos y se van a sus coches bamboleándose. Por eso dice Clara que prefiere dar ella siempre las fiestas. Así, después, no había desplazamientos que lamentar.

Me interno en el pasillo oscuro, más denso de lo que recordaba. Me acerco a la puerta de la habitación, a la derecha, y la encuentro abierta. Tengo unas ganas brutales de que me hagan una mamada, y Julia raras veces se niega. Me bajo los pantalones y los calzoncillos, al lado de la durmiente y me acerco a la cabecera oscura donde duerme mi mujer, en su lado. No tengo que decir nada. De inmediato noto los candorosos labios alrededor de mi polla endurecida (a mí el alcohol me suele poner cachondo y no sería la primera vez que acabo follando a lo loco. Y no siempre con mujeres, debo añadir. Es lo que hay. Un boquete es un boquete).

Joder, qué bien se siente aquello. Esa boca metiéndose toda mi polla. Por un momento se detiene. Raro. Julia puede hacerme mamadas profundas tragándose todo mi aparato sin respirar. Cojo su cabeza, con ímpetu, y se la calzo hasta el fondo. Escucho un gorgoteo, pero finalmente pasa entera. La lengua asoma por debajo de mi polla, para lamerme suavemente el escroto. La saca, la vuelve a meter en la boca, chupa despacio toda su longitud a un ritmo y cadencia extraña, distinta. Me masturba mientras me lame los huevos y se los mete en la boca, con hambre.

Esto no es un relato de misterio, y ya habréis supuesto que en mi tajada, me he equivocado de habitación y que es mi suegra quien me la está comiendo como si fuera el manjar más delicioso que ha probado en su puta vida. Yo no me doy cuenta hasta la mañana siguiente cuando mi mujer, al hacerme una “mamada de buenos días” me preguntó si me había pajeado durante la noche.

Pero en este momento no me doy cuenta de que su pelo no es tan suave, que sus tetas, que toco bajo el camisón (¡Julia no usa ropa de cama!) tienen el pezón áspero y duro, pero turgente. Y es que Clara se ha sentado en la cama, me ha cogido de las caderas y empezado a chupar con desespero. Se lleva una mano a la entrepierna, o eso creo, borrosamente, porque empieza a gemir como si se estuviera masturbando. Gime dos veces con mi polla en la boca, y después pone la mano en mi aparato y la aprieta bien, haciendo que mis venas se hinchen, demandando mi semen derramado en su boca. Creo que murmura algo, en plan Dámelo o córrete , pero no lo recuerdo. Escucho los chupetones que me da en el miembro, las largas chupadas y alguna arcada, y el ruido salival cuando me la succiona a toda velocidad. Me corro, me voy a derramar, como si explotara, como si me quitaran un tapón. Y lo hago. No sé dónde le doy, pero sé que todo, en la boca, no cae, ni de lejos. Seguramente en la cara o en el pecho, pero después de eso salgo, borracho de alcohol y endorfinas, al cuarto de baño del pasillo a lavarme… pero me olvido. La corrida me ha dejado exhausto y mi cuerpo me conduce automáticamente hasta mi habitación, la de verdad, al fondo del pasillo, no la primera a la derecha, como en nuestra casa. Me desnudo, y me acuesto medio sentado (nada de tumbarse cuando estás con el tajazo).

Me despierto con la visión del rostro de Julia entre mis piernas, con mi polla enhiesta (siempre ha ido a su rollo), y sonriendo con su inocente blancura (inocente como cualidad de la sonrisa, porque es una pervertida de cuidado). Está totalmente desnuda, se ha traído el desayuno de la cocina en una bandeja, pero ha pasado al otro desayuno y… bueno, eso, me ha cogido la polla y se la está desayunando. Me ha despertado con largos y cálidos lengüetazos en los huevos y cuando me coge la polla para metérsela en la boca y engullirla me pregunta lo de la paja. No recuerdo que le contesto, sólo que medio gimo y ella me mira con ojos vivarachos, lame toda mi polla y se la mete en la boca lenta y torturadoramente.

No solo me la chupa: se sienta a horcajadas sobre mí y me folla mientras yo le como las tetas con hambre desesperada. Una parte de mi mente piensa y ata cabos, y acaba llegando a la conclusión de que mi polla había estado en la boca de mi suegra esa noche. Esa misma polla que ahora mismo está en el coño de su hija. Vale. Pues otra cosa más. Aquel pensamiento me pone como una moto. Bueno, ya lo estoy, así que, moto al cuadrado. Acabo poniendo a Julia a cuatro patas y metiéndosela hasta que grita, esperando que mi suegra escuche los gritos, imaginando que estará tocándose en su cama, clavándose los dedos en el coño y con mi sabor aún en su boca, mientras su marido duerme la mona. Sólo cuando mi mujer ha gritado lo suficiente me corro, regando todo su interior como una manguera de jardinería.

Os cuento una de las guarradas deliciosas que le gusta hacer a Julia: cuando me corro muy fuerte, de esas veces que casi te mareas, le encanta limpiarme la polla con la lengua. Cada cual con sus vicios. Y ese es uno de los que me mata del gusto.

LA BIBLIOTECA

Los días pasan, entre excursiones y folladas en el campo, días de lecturas tranquilas en la biblioteca y algunas escapadas a las poblaciones cercanas de Francia.

Uno de los días, mi mujer propone ir a comprar unos cuantos vinos y patés franceses para comer, y, como está relativamente cerca y mi suegro tiene contactos allí, deciden ir los dos. Yo aduzco que estoy un poco cansado y prefiero quedarme leyendo en la biblioteca para preparar mi próximo libro y un par de traducciones con algunos libros que he encontrado allí.

Padre e hija se van después de desayunar, prometiendo volver antes de la comida, entre risas. Yo me refugio en la biblioteca. No sé cuánto tiempo ha pasado cuando encontré que Carla ha entrado en la biblioteca y se ha sentado en el mullido sofá que hay frente a la chimenea. La sala huele a libros, café y a los narcisos que crecen bajo la ventana.

—Perdona si te he sobresaltado —me dice Carla.

Vale, debo decirlo: me he estado comiendo la cabeza desde que mi suegra me hizo aquella mamada nocturna y no dijo nada al día siguiente. Sus ojos, verde esmeralda, me sonríen. Llevaba puesto un vestido negro ajustado y estaba descalza. Sus pies se ven a través de sus sandalias, delicados, como los de la hija. Libres de manchas, de venas o juanetes. Parecen los de una veinteañera, increíblemente. Tiene las uñas lacadas en rojo.

—No he podido dejar de pensar en… aquella noche —me dice con una sonrisa malvada.

Sé que a muchos esa confesión os habrá dado repelús, pero la verdad es que, fríamente mirado, mi suegra está buena. No es mi mujer predilecta, pero me pone igual.

—¿Ah sí? —pregunto yo, haciéndome el tonto.

Carla no es una mujer paciente. Tiene una verborrea al parecer congénita, pero es decidida y dura, o no habría sacado su negocio adelante como lo hizo en años tan difíciles como los que le tocaron vivir.

A mí no me va mucho el sexo con maduras, pero se pone de pie y la veo desabrochar el vestido con un solo gesto, orillándose a sus pies; veo su cuerpo tonificado (por un gran esfuerzo), sus pechos desafiantes, su piel tostada (no rosada como la de la hija), los pezones duros, de color tostado y llamativos por lo grande, puesto que tienen un tamaño enorme de areola, y a mí se me pone como un ariete.

No tiene vello en el coño, se lo cuida; los labios menores sobresalen un poco, y sus caderas no muestran haber parido como lo había hecho. Se queda ahí con las manos en las caderas, sin quitarse el sempiterno collar, y me sonríe. Ve mi erección. No meda palabra. Se acerca, descalza, se pone de rodillas y manipula mi cinturón y mis pantalones.

—Me gusta el olor de tu polla —me dice suavemente sin dejar de mirarme, cogiendo toda la extensión hinchada de mi miembro con la mano, mirando después su relieve, sus venas, su grosor—. Joder, me muero de envidia cuando te follas a mi hija. La escucho y pienso “esa puerca está siendo estacada… yo también quiero” —me confiesa.

Mi polla vuelve a probar sus labios, su boca. Veo que la introduce hasta donde puede y me coge una mano para que le empuje la cabeza. Se ve que le gusta la sensación de que “la obligue”. Empujo. Siento su arcada, se arquea un poco, pero mi polla entra de nuevo en toda su extensión. Ella pega las dos manos a mi cadera y se niega a salir, arcada tras arcada, como si se quisiera quedar la polla en su garganta y morir así. Asfixia por polla, señor agente. No pude hacer nada. ¿Os imagináis? La cuestión es que cuando ya se ha puesto extremadamente roja, se la saca. Respira agitadamente y se ríe.

—Dame una bofetada —me pide—, y oblígame a chupártela.

Así que le va el sexo duro…

No me hago de rogar. La primera bofetada es apenas un cachete. Mi parte consciente me dice que no puedo hacerle eso a mi suegra. Pero me mira con ojos lascivos, los títulos y conveniencias sociales se disipan y suelto la mano contra su mejilla. El cachete suena y la veo excitarse.

—¡Chúpamela, guarra, a ver si consigues la mitad de lo que hace tu hija cuando me la come! —le digo, envalentonado.

Me pongo de pie, y ella empieza a chupar con fuerza, masturbando y metiéndosela en la boca con ganas. La cojo del pelo.

—Para. Voy a follarme tu boca —le digo, recordando lo que le hago a la hija.

Abre la boca, tiro de su pelo y le inmovilizo la cabeza para empezar a penetrarle la boca, para que se sienta usada. Gasto más de diez minutos sólo en eso, hasta que me detengo y veo los chorros e hilos densos de saliva que le caen de la boca.

Tiro de su cuello hacia arriba.

—Y ahora… voy a follarte, suegra .

Mastico la última palabra. Veo la duda en sus ojos, pero le meto dos dedos en el coño. Lo tiene prieto como una adolescente. La llevo hasta el sofá. Tiene la medida perfecta. Me arrodillo en la alfombra, le abro bien las piernas y hago que se abra el coño. Ella se excita, veo que sus tetas están casi inmóviles, y las pellizco, returezo su pezón, y ella arquea la espalda. O sea, que le pone. Bien.

Acerco mi polla.

—Y ahora, por donde salió tu hija, recibirás mi polla, ¿verdad, suegra pervertida?

Está como enfebrecida, y siento su coño palpitar y chapotear. Anda, como su vástago.

—Sí… haz lo que quieras…

Se la meto sin contemplaciones, con fuerza. Una y otra vez. Los pensamientos, los pocos que asoman, son complejos. Es la madre de mi mujer. Me la estoy follando. Pero es una mujer, y folla bien. No “se deja follar”, se mueve, es pervertida, me pone los pies cerca de la cara, se los beso, le aprieto las tetas y compruebo que son turgentes y agradables al tacto pese a que operadas. Retuerzo sus pezones. Sus uñas rojas masturban un clítoris hinchado y palpitante, y se corre un par de veces.

Aumento la velocidad y siento que su coño se comprime, le viene un orgasmo vaginal y prácticamente pierde el sentido. Le doy otra bofetada y se despierta. Se vuelve a masturbar. Joder, es insaciable. Me hace apretarle el cuello para asfixiarla, y el orgasmo que sigue, poniéndose tan roja como la grana, hace que hasta yo me corra. Le lleno el coño a lo grande, sin paliativos.

—Ahora tu yerno te ha follado. Es la misma polla que se calza a tu hija cada noche.

Ella sonríe, pasa un dedo por mi polla, gorda, pero fláccida, y se lo chupa.

—Yo… —me dice—, voy a limpiarme…

—No —digo mientras escucho el coche volver. De un movimiento rápido le meto la polla en la boca pegando su cabeza a mi vientre con fuerza y exigencia. Ella chupa, y la limpia—. Dejarás que chorree, y así sentirás lo jodidamente puerca que eres… y lo mucho que lo disfrutas. Porque intuyo que no soy el único que te ha hecho esto… —tanteo.

Ella sonríe y se pone colorada.

—Eres el único yerno que lo ha hecho… yo… Dios… mi hija…

Parece a punto de alarmarse.

—Tu hija ha hecho guarradas mayores que esta. No con su padre, o al menos no me lo ha dicho… pero ha hecho cosas. Y tú también, al igual que yo. Así que te callarás y te limitarás a disfrutar lo sucedido.

Me da un trémulo beso en los labios que sabe a sexo, y se va rápidamente.

Julia y su padre llegan, y comemos ese día en la mesa exterior, bajo una gigantesca hiedra. Todo normal. No hay miradas de reproche, ni compungidas, ni fingidas. Pero yo sé que en ese momento, mientras bebo vino y Carla me mira, sé que le está chorreando mi semen muslo abajo. Como le suele pasar a su hija. Tendré que coordinarlas un día, Sería divertido saber que en pleno almuerzo y con más gente, ambos coños chorrean mi semilla.

Joder, cómo disfruto la perversión.