En Houston
Es la continuación de Eduardo, mi amor. Lo he escrito y dedico a Pololeo que me suele reñir cunado algo mio no le gusta.
EN HOUSTON
Imitando a Cervantes, cuando se vio obligado a escribir la segunda parte del Quijote y la inició "Aunque segundas partes nunca fueron buenas. . . . ", voy a intentar continuar mi relato, en el que describí más el amor por Eduardo, que el temor de tener una terrible enfermedad en la sangre que circula por mi cuerpo.
Después del maravilloso, para ambos, encuentro de nuestros cuerpos, que se fundieron en uno, no por el sexo que practicamos, sino por el amor que nos concedimos, trasladado por mi padre, llegué a Houston, el día que teníamos marcado para la consulta.
Desde el momento que estoy escribiendo estos recuerdo, podéis comprender que salí a bien de esta terrible experiencia que la vida me ofreció. Cito la palabra experiencia porque fueron tres las principales, que quedaron marcadas indeleblemente en mi vida.
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La primera es que llegué a comprender la magnitud que puede alcanzar el amor a los que eres afín y cercano y la manera como recuperé la confianza de hablar, contar mis temores y vivencias con mis padres que se habían ido deteriorando al crecer.
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Al penetrar en aquel hospital, templo supremo del saber oncológico, mis piernas temblaban, mi corazón palpitaba asustado y mis manos sudorosas se agarraban a las de mi padre, como cuando era infantil e íbamos asidos de esta manera paseando por el parque de Doña Casilda de Bilbao, hasta llegar al estanque donde los patos y cisnes se exhibían. Me explicaba amoroso y paciente, los orígenes de los árboles y las maravillas que presenta la naturaleza y comíamos chucherías, que me había comprado en un puesto que había a la entrada y dábamos palomitas y barquillos a los palmípedos del agua, que esperaban la llegada de los niños.
Cuando me recogió en la estación del tren, de vuelta a la Ciudad de México, no se atrevió a preguntarme pormenores de mi estancia en la casa de Eduardo. Sí se interesó como era la familia que había visitado y si lo había pasado bien. Yo sabía, que tanto él como mi madre, habían captado lo que ese chico representaba para mí, pero este tipo de conversaciones habían desaparecido entre nosotros hacía tiempo. Tampoco se lo conté, cuando nos trasladábamos en el avión hasta Houston.
El trato con mis padres, que había sido siempre muy fluido, según fui creciendo, se fue convirtiendo en algo más distante. Me ocurrió, como pasa a la mayoría de los chicos a partir de los doce o trece años, que pretenden nos convirtamos en adultos antes de tiempo y nos castran los sentimientos que desean seguir saliendo de nosotros, de una manera espontánea, como hasta entonces.
Cuando nos dicen.
- No tienes edad para mostrarte ante los demás como realmente eres o piensas. Debes de disimular tus impulsos, ya eres muy mayor para mimos. Los chicos a tu edad no hacen esas cosas, no lloran, no se sienten tristes, ¡¡ son ya hombres !!.
Ves coartados tus sentimientos por la vergüenza de mostrarte como realmente eres, débil, perdido en el mundo al que empiezas a salir por primera vez. Si sientes miedo, temor o terror, como yo en estos momentos, vuelves atrás en el tiempo, te empequeñeces y como cuando niño, deseas acurrucarte en los brazos de tus padres y dejar que te protejan de los malignos acechos que te esperan en el exterior.
De nuevo, ante los que quieres, no te importa llorar, gemir o mostrar tus dolores, tus debilidades, cuando de veras el mal se introduce en tu cuerpo o la desesperanza en tu alma.
Permitirme os cuente un sucedido. Me lo narró el Bollín y como no saco a la luz ningún secreto, lo cito aquí.
Un chico excesivamente creído de la fortuna de sus padres, independiente, bastante orgulloso y pagado de sí mismo, llegó a hacer amistad con el Bollo, después de coincidir varios cursos internos en el mismo colegio.
Cuando ambos tenían 14 años, aceptó una invitación a pasar unos días en casa de Marck en Berna (Suiza). Una de las cosas que siempre he envidiado del Bollín, ha sido la manera tan creativa y natural, que en su hogar, han aceptado su homosexualidad, al chico que presentó como su novio, que les visita muy a menudo y todo lo que se relaciona con lo gay. El novio es Mateo, de quien he escrito multitud de relatos de sus sucedidos,
Ese amigo del colegio, que no era gay que yo sepa, se quedó admirado de la forma que su condiscípulo se relacionaba con su familia, especialmente con su madre, como se sentaba encima de ella, como si siguiera siendo un bebé, le contaba todas sus vivencias y recibía mimos y caricias, más acordes, para la opinión de su amigo, de cuando eran niñitos, que ahora, casi adolescentes.
Sin embargo cuando estuvieron solos tuvo la valentía de decirle.
- Marckus me ha dado envidia ver las carantoñas que te hace tu madre, me gustaría me los hiciera también la mía. No me atrevo a pedírselas, me siento ya demasiado mayor para hacerlo.
Enterada la madre de Marck, sin que lo supiera el amigo de su hijo, habló con su madre, le contó lo que había sucedido y desde aquel momento, el condiscípulo de su hijo, recibió los mismos arrumacos que su amigo recibía de su madre y quedó restablecida la unión de confianza madre-hijo, que casi se había roto por el crecimiento del chico.
Parecido me había ocurrido a mí. No es que desease mimos y caricias como el amigo del Bollín, pero cuando se cruzó en mi vida, la posibilidad de que padeciese una enfermedad grave, volví a ser para ellos un chico pequeño y ellos para mí, un sostén imprescindible.
Mi padre recuperó la imagen de valiente, que todo lo consigue, que tenía ante mí de pequeño. Así, aniñado nuevamente, me apoyé en él para todos los trámites, explicaciones y traslados que necesité en aquel nuevo y proceloso mundo hospitalario que se abría ante mí.
Una vez ingresado, para hacerme de una manera seguida los análisis y reconocimientos necesarios, cuando por la noche quedé a solas en aquella fría y solitaria habitación, es cuando más desvalido me sentí. Tenía la edad suficiente para saber el mal que podía tener y su desarrollo maligno o de muy difícil curación posterior y la insuficiente, para poder decir que había vivido y poseía experiencia.
Pensé, en orden decreciente, en las personas que amaba. Tenía la duda de si era mi padre o la mujer que me había traído al mundo, quien elegiría primero. Era una pregunta que soporté, multitud de veces de niño y siempre recordaba, había contestado, que a los dos. Ahora deseaba poder contestarla de verdad. Dudé de nuevo porque salían ambos juntos. Si elegía con el corazón era mi madre la favorita, si con el cerebro, mi padre.
Seguían mis abuelos maternos, los otros no los llegué a conocer. Mi amama (abuela en euskera) era maravillosa, de carácter fuerte y emprendedora y mi aitite (abuelo) inteligente, formado, muy culto, había sido quien me había inculcado el deseo de leer y posteriormente de escribir, por lo que le estaría eternamente agradecido. Escribir, contar mis vivencias, calmaba mi espíritu, me permite sacar al exterior lo bueno o malo que poseo y me obliga a analizar mis íntimos pensamientos para plasmarlos en mis personajes.
Pensé a quien pondría después y tanto mi corazón como mi cerebro, esta vez estaban de acuerdo, porque eligieron a Eduardo. Recordé su rostro, bello y moreno. Sus ojos negros, vivaces, alegres y amorosos cuando se dirigían hacia mí. Su boca sonriente, al hablarme y sensual cuando recibió mi endurecida hombría. Su pecho, sin vello, suave, fuerte y robusto al abrazarme. Su vientre, acogedor y caliente, al contactar con el mío. Su sexo maravilloso, duro, inhiesto, como un mástil, al acercarlo al mío y sobre todo su culo, abierto, palpitante, deseoso y entregado, que me ofreció enamorado, como fruta que ha esperado hasta alcanzar su sazón.
Cuando pensé lo que podrían sentir todos ellos al perderme, me entristecí, pero egoístamente lloré, al pensar que a todos los seres que amaba, podría perderlos también pronto yo.
Estaba despierto cuando llegó mi padre por la mañana. No recuerdo si dormí algo aquella noche. Habían recogido ya mi orina y sacado mi sangre para analizarla.
Deseaba hablar con él y comencé con rodeos.
- Aunque he estudiado inglés, no lo domino en absoluto papá, por lo que necesito que me acompañes para que me traduzcas todo lo que me pregunten - y seguidamente añadí de carrerilla - quiero decirte, antes que corroboren mi mal, que sois los mejores padres del mundo, que os quiero mucho y aunque quizá lo hayáis adivinado, soy gay y ese chico que he visitado, Eduardo, es con quien quiero compartir mi vida futura, si Dios me la concede.
Mi padre me abrazó y palmeó la espalda y solamente le oí decir.
Eres nuestro pequeño y querido hijo y siempre serás lo mejor que tenemos en el mundo.
Posteriormente, en aquel centro, me midieron, pesaron, hicieron radiografías de diversas partes de mi cuerpo y tocaron, amasaron, golpearon con martillitos y frotaron, todo lo que quisieron, mis músculos, huesos y vísceras.
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La segunda experiencia, que me quedó de aquellos días, es que los seres humanos necesitamos la ayuda de los demás. Aprendí a sufrir, a valorar a los que hacen algo por la humanidad. Cuando deseamos ser independientes, poderosos, libres, deberíamos pensar en lo contrario. ¿Cuántos seres nos están ayudando sin saberlo en un momento determinado?
Cuando nos sentimos tan libres e importantes ¿Cuántos están trabajando haciendo un mundo mejor y más solidario, hospitales, bomberos, agentes del orden. . .?
Solos no somos nada en este mundo, estamos de paso, recibimos lo que nos dejaron los que han vivido antes, y debemos hacer lo mismo con los que nos seguirán.
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Tardaron menos de una semana en darme el diagnóstico. Era negativo. Tenía leucemia. Entre todo lo que encierra esta horrorosa palabra dejaron abierta una pequeña luz, esperaban poder curarme. En los primeros momentos pensé desalentado, que esto último lo habían dicho, para que con mis pocos años, no me derrumbase totalmente.
Después a mi padre le explicaron todo el proceso de la enfermedad, los riesgos, los éxitos obtenidos y lo que consideraron debiera saber.
Se encerró en la habitación conmigo para comunicármelo. Antes de que comenzara a hablar inicié yo la conversación
Papá por si todo sale mal, deseo que el tiempo que estemos juntos pueda seguir viendo en ti al ser maravilloso que eres. Por favor no me mientas en nada que conozcas de mi enfermedad. Cuando no sepas contestarme a algo, me lo dices y si lo sabes, sea bueno o malo, también. Si tengo posibilidades de salvación, lucharé y me someteré a todo lo que consideren necesario. Si no las tengo, el tiempo que viva quiero ser feliz en lo posible y no lo sería, si pienso, que aunque sea por hacerme un bien, me has engañado.
Nunca había visto llorar a mi padre. Realmente no lo hacía ahora tampoco, pero mientras me explicó lo que le habían informado padecía, unos gruesos lagrimones, que no hizo lo más mínimo por cortarlos, le fueron cayendo por su rostro, hasta quedar en el embozo de la sábana que me tapaba.
La leucemia es una enfermedad hematológica maligna. Me han propuesto para ti varios tratamientos, si deseas te los explico. Son los que hacen en todos los hospitales del mundo. Aquí y en otros dirigidos y orientados por Houston, realizan en tu caso la criolización medular autológica, significa la extirpación de la médula del paciente, la administración de quimioterapia o radioterapia, o ambas a la vez, para matar las células malignas de la sangre y la reposición de la propia médula retirada.
Es necesario hacerlo así cuando no hay hermanos o familiares que sean genéticamente compatibles. Sabemos que tu madre y yo no lo somos, antes de venir hasta aquí nos hicimos pruebas en Bilbao.
Nuestro temor radicaba al llegar, que no se pudiese hacer contigo ese tratamiento, porque es necesario que cumpla.
que la médula no esté dañada
que la quimiorradiorerapia no dañe de forma irreversible otros órganos vitales.
La primera y principal de las condiciones la cumples, la segunda recemos para que Dios haga que se cumpla, durante ese difícil, largo y doloroso tratamiento.
Miré como creo nunca antes hice a mi padre, poniendo en la mirada tanto amor, devoción y cariñom como era capaz de dar y le contesté.
Papá, adelante, lucharé porque os tengo a mi lado.
En aquel momento pensaba también en Eduardo que no sabía nada de lo que me había ocurrido. Después pensé en algo que no había hecho antes, el dinero.
- ¿Podemos pagar un tratamiento así? - inquirí preocupado.
Es en lo único que no quiero que pienses - me contestó mi progenitor, palmeando amoroso mi rostro.
Ahora que pasó todo, sé que mis padres han estado pagando, hasta hace poco tiempo, el crédito que solicitaron y que avalaron con todas sus pertenencias y parte de las de mis abuelos. ¿Cómo puedo entonces decir que no necesitamos de nadie en este mundo? Aunque muchas veces me dije también.
¿Tengo yo una posibilidad de curación porque pago? ¿Si no lo pudieran hacer mis padres, me dejarían morir?
No quiero contestar esa pregunta.
Después de múltiples análisis de todos los líquidos de mi cuerpo, decidieron que se podía hacer la operación, pues la médula de mi columna vertebral, parecía estar sana.
Decidieron extraerla un jueves a las diez de la mañana. Llevaba dos semanas de estancia allí, me acompañaban mi padre y mi madre, que había llegado hacia días. Faltaban aún cuatro días.
Solo pedí una cosa antes de someterme a la intervención, hablar con Eduardo. Había decidido que tenía derecho a conocer lo que padecía, lo que peligraba mi vida y si salía bien, en cuanto los médicos lo autorizasen, que mis padres pidieran permiso a su familia, para que me pudiera visitar, antes de regresar a España.
Sabía de antemano que gestionarían ambas cosas. La primera tuvo dos partes, una conversación telefónica que consiguieron mis padres y una conexión a su msn que solicité yo por mi cuenta.
Por el teléfono hablé desde la cama y conecté el ordenador de la sección de enfermería, que me prestaron su ayuda, para poder hacerlo.
El teléfono fue la primera comunicación, pero no pude hablar libremente, estaban cercanos mis padres y abuelos y temía me oyeran. Además Eduardo no me dejaba explicarle nada de lo que deseaba, me interrumpía continuamente, inquiriendo dónde estaba, cómo no había conectado antes, si le quería aún, si me acordaba de él, que no podía dormir desde que me había marchado, pensando estuviese enfadado.
Tuve que pedirle por favor que callara un rato, para poderle contar todo el desarrollo de la enfermedad que se había posado en mi vida, antes, durante y después de conocerle y volverme loco de amor por él.
Cuando con las mínimas palabras posibles terminé de contárselo oí un grito.
¡¡ Valennnn !! ¡¡ Dime que nos es verdad !!. ¿Dónde estás? Salgo ahora mismito para verte.
Sé que me pondré bien y me visitarás - no le decía nada de lo que sentía por él, porque no me escucharan.
Los momentos que pasamos juntos, fueron lo más sublimes, maravillosos, encantadores, grandes y mejores que he tenido en mi vida y te los debo a ti, mi amor - siguió Eduardo hablándome porque él estaba solo al hablar.
- Dentro de una hora exacta me conectaré por el hotmail al msn, ¡¡ estate !!. - le dije casi gritando para que entendiese que no podía explayarme.
No solo comprendió él, por qué quería dirigirme mediante el ordenador, también mi padre se dio cuenta, porque le vi sonreía.
En el Pc, aunque comunicarse mediante el teclado es más lento, pudimos decirnos todo lo que deseábamos. Le calmé, le mentí algo sobre la gravedad, le prometí que mis padres lo traerían a verme, que viviríamos siempre amándonos y él lloró por mí, me dijo de una y mil maneras lo que me amaba, lo que me deseaba y lo que me extrañaba.
Todo el día siguiente, anterior a la criolización de la médula lo pasé pensando en lo que íbamos a hacer juntos en nuestra futura y compartida vida. Esa esperanza y el amor hacia mi familia fue lo que me mantuvo entero.
La parte del relato en la debería describir la operación de criolización de la médula, los horrendos días que pasé creyendo morir, devolviendo, mareado, sin fuerzas, agotado por la quimiorradioterapia, el miedo a que me contagiase de algún virus patógeno, la principal preocupación porque estaba sin defensas, por lo que tuve que permanecer en una atmósfera casi totalmente limpia, voy a sustraerlo a mis lectores, porque a nadie le gusta conocer males y sufrimientos, sino alegrías y glorias.
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Indudablemente este tercer recuerdo, que mantengo vívido, se relaciona con Eduardo.
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Después de limpiar mi organismo mediante radiaciones mortíferas y con venenos que me inocularon, que a la vez que hacían morir los elementos nocivos, mataban mis defensas y de permanecer, por ello, respirando prácticamente dentro de una burbuja de atmósfera limpia, comenzaron a autorizar a mi médula, que volvieron a reponer en mi cuerpo, a producir plaquetas limpias, para fortalecer mi sangre.
Cuando los doctores que me atendían consideraron había pasado la parte peor del tratamiento, dijeron a mis padres que podía prepararme para volver a España, donde continuaría la recuperación. El pelo había empezado a despuntar sus finísimos hilos por mi oronda y pelada cabeza y por todas las partes, en la que la naturaleza ha dispuesto los tuviera.
No soy en absoluto peludo, pero verme los genitales totalmente despelados, se me hacía más raro que contemplar la cabeza totalmente pelona.
Había hablado, durante esos días, varias veces con Eduardo, a quien tenía informado de los avances de mi curación. Le había escrito también alguna carta, no muy larga, porque iniciaba la escritura con muchos ánimos, pero me cansaba enseguida. Mis padres tenían ya concedida la autorización de su familia para que, en cuanto fuese autorizado a recibir visitas, acercarse a recogerlo.
Mi padre me anunció un martes, lo recuerdo muy bien, que aquel viernes viajaría hasta la casa de mi amor y que pasaría con nosotros el sábado y el domingo, después los cuatro, mis padres eran los que estaban junto a mi, mis abuelos habían regresado hacia unos días, Eduardo y yo, tomaríamos un avión en Houston hasta la capital de México, en cuyo aeropuerto, recogerían a Eduardo.
Nosotros saldríamos a las diez de la noche, en un avión de Iberia, rumbo a España, exactamente a Barcelona donde continuaría mi recuperación, en una sala especial, que dirigían desde el oncológico americano, en el hospital de San Pablo,
No me dio tiempo a ponerme nervioso, la doble información de la visita de mi amor y la marcha de aquel centro, donde me habían quitado mi mal, eran dos noticias de tal calibre, que, sin interrupción, se alternaban en mi pensamiento.
Cuando llegué a México y pude conocer a Eduardo, hacía de esto para mí una eternidad, había soñado multitud de veces con su cuerpo y de él, con su virilidad y agujero. Tocar su pene, acariciarlo, lamerlo, apretarlo, succionarlo y frotarlo eran goces que me ponían loco. Pasar mis dedos por alrededor de su agujero, notar que se abría y cerraba en un impulso reflejo, goloso deseando introdujese por él mi verga endurecida, era el sumum del goce terrenal. Si lo aderezaba además de roces corporales, caricias, besos y abrazos, dejaba de ser terrenal para elevarse a celestial.
Sin embargo ahora le esperaba de otra manera, mi mayor deseo era verle, simplemente contemplarle, gozar de su mirada, su sonrisa, su figura, su olor, su presencia . . . Me preguntaba preocupado.
¿Esta transformación habrá sido por la enfermedad? ¿Ha desaparecido mi libido?
Quedé bastante tranquilo cuando el jueves leí una carta, que con carácter urgente, me había enviado después de saber, comunicado por mi padre, que iba a estar a mi lado dos días.
Decía así
Querido y amado Valen:
Casi no puedo sostener el bolígrafo de lo emocionado que estoy. Cuando tu padre me ha llamado, para comunicarme que te autorizan a marchar a España, casi me desmayo porque aunque me estaba diciendo que pasaba antes a recogerme, mi cerebro no entendía esta parte de la noticia y solo retenía que te marchabas lejos de mí.
Después cuando he comprendido que te voy a ver de nuevo, mi gozo ha sido tal, que he tenido que dejar descansar mi loco corazón un rato antes de tomar un papel.
Valen, mi amor, el que mis ojos puedan posarse en ti, mis manos acariciarte y mi boca besarte, es el mayor placer y gozo que pueda desear.
Llegará el momento que tu cuerpo, sano de nuevo, se una sexualmente al mío y gocemos como lo hicimos en mi casa, mientras, con estar a tu lado, respirar el mismo aire, compartir el mismo espacio, y misma luz, es suficiente para que sea enormemente feliz.
Cuando esté a tu lado te diré te amo, solo con mi sonrisa, te quiero con mi mirada, te deseo con el tacto de mi mano sobre la tuya y tómame cuando quieras, mediante el aliento de mi boca.
Soy tuyo, lo seré siempre y te perteneceré por los siglos de los siglos.
Hasta el sábado, mi vida
Eduardo
Siento defraudar a los lectores que han llegado hasta aquí y buscan en los relatos escenas porno gay que les enciendan. En el reencuentro entre Eduardo y yo solo encontrarán a dos sosos enamorados, que lo único que supieron hacer, después de secarse las lágrimas que brotaron de nuestros ojos, en cuanto nos miramos y abrazamos, fue sonreír como idiotas, acariciarse las manos y apretarlas de vez en cuando y decirse por lo bajines, sin que nadie nos oyera, te quiero, te amo, eres mi vida, me moriré sin ti y otras tonterías mil veces dichas y redichas entre todos los enamorados del mundo.
Éramos dos chocholos (en mi tierra tontitos simpáticos) locos de amor, que pensábamos ser los únicos en el mundo que podía disfrutar de lo maravilloso que nosotros sentíamos.
Me pareció, que entre mi padre y mi madre, habían hablado del asunto y creyendo que si nos lanzábamos podía salir perjudicada mi recuperación, sobre todo el sábado, cuando Eduardo llegó, estuvieron vigilantes.
Lo comentamos y nos reíamos como tontos. En ningún instante, durante la visita, pasamos de hacernos caricias suaves o lanzarnos miradas amorosas, para nosotros era suficiente para estar en el nirvana, el sentirnos cercanos, vernos y olernos.
Nunca como en aquellos momentos, que sentía que nacía de nuevo y volvía al mundo, he querido tanto a Eduardo y después del tiempo pasado, ya curado vivo ahora con él en España donde estudiamos juntos, cuando recordamos aquellos sucesos, los dos días que pasamos juntos en el hospital oncológico de Houston, ha quedado como un hito en nuestra feliz vida.