En familia (El abuelastro)

Un adolescente desubicado encuentra una razón para pertenecer a aquella familia.

EN FAMILIA (El "Abuelastro")

Mi madre murió cuando yo tenía 13 años. Mi padre, volvió a casarse años después, con una señora que trajo a vivr a nuestra casa a su padre. Para mí, aquella situación se había vuelto muy difícil.

Yo había descubierto desde varios años atrás que mi orientación sexual era ser gay. Mi madre era la única persona que me aceptaba tal cual soy, pero la relación con mi padre era muy tensa, por el mismo motivo. Su nueva esposa (mi madrastra) no me agradaba y el padre de ésta, (mi "abuelastro", decía él), no despertaba en mí más que indiferencia.

Todo lo anterior hacía que yo me sintiera ajeno a la familia, deseando cumplir pronto los 18 años, para poder marcharme a hacer vida por mi cuenta.

Mi padre acostumbraba salir a trabajar fuera de la ciudad en que vivíamos y se llevaba con él a su esposa. Sus ausencias duraban, en ocasiones, varios días. Durante ese tiempo, yo me quedaba solo en casa, con mi "abuelastro". Todo esto hacía que, en cierta forma, me sintiera ajeno a todo aquello: mi padre se ocupaba ahora más de su mujer y ésta se repartía ente su marido y su padre.

Yo tenía ya 16 años, mu padre tendría entonces 43 años y su mujer, llamada Mariana, 39; el padre de ésta, Lorenzo, andaría por los 64.

Una tarde cerca de la hora de la cena, mientras mi padre y su esposa habían salido de la ciudad y tardarían un par de días en regresar, estaba yo solo en mi habitación, ya que mi "abuelastro" había salido. Aprovechó la ocasión para sacar debajo de la cama, una caja donde guardaba, en secreto, algunas revistas de modelos masculinos desnudos y otro tipo de accesorios, que acostumbraba comprar cuando ahorraba el dinero suficiente.

Hojeando una de aquellas revistas y viendo hombres atractivos, desnudos, en poses sugerentes, comencé a experimentar una erección. Me abrí la bragueta del pantalón, me saqué el miembro y, lentamente comencé a acariciarlo, gozando de las agradables sensaciones que aquella actividad me proporcionaba.

Yo me había iniciado en el sexo con las clásicas masturbaciones de adolescente, salpicadas de gran cantidad de fantasías eróticas. Sin embargo, hasta entonces, nunca había tenido aún una relación sexual en forma, salvo aquella vez cuando un compañero de colegio me había arrinconado en el vestidor de la piscina y, agarrándome la verga, me había masturbado.

Excitado por la situación del momento, tomé de la cja la más preciada de mis posesiones: un consolador de goma, de unos 15 cm de largo.

Desde los 10 o 12 años había comenzado a introducirme objetos en el ano: dedos, pequeñas zanahorias, pepinos, etc. Pero el momento culminante de mi corta existencia llegó cuando, por medios clandestinos, pude otener aquel consolador con forma de pene, que había hecho las delicias de mis noches solitarias.

Pensando en todo esto estaba, frotándome el pene, introduciéndome el consolador en el ano y gozando del placer que mi cuerpo sentía, cuando intempestivamente, la puerta de la habitación se abrió.

  • ¡Hola! -dijo el "abuelastro" asombrado al ver lo que sucedía-. ¿Qué tenemos aquí..?

Traté de explicar la situación, mientras los colores se me subían a la cara y mi erección desfallecía. El me miraba fijamente, con gran interés y cierta sonrisa extraña.

Logré guardarme el pene, tan rápidamente como mi erección lo permitió, escondí el consolador y volví a tomar asiento en la cama, con la vista baja. El hombre se sentó junto a mí.

  • Cálmate -dijo tranquilo, tratando de inspirarme confianza-. No debes preocuparte. Es normal que un muchacho de tu edad quiera experimentar las distintas variantes del sexo. Yo tengo experiencia en el asunto y sé lo que te digo. No debes avergonzarte.

Lorenzo tomó en sus manos algunas de mis revistas de Bobby y las ojeó. Luego, mirándome fijamente, preguntó:

  • ¿Has estado con algún hombre de verdad? -preguntó con una expresión de lascivia en el gesto de sus labios.

  • No -respondí con voz casi inaudible.

  • O sea, que ¡eres virgen! -exclamó él con un gesto jocoso.

Los colores se me subieron a la cara nuevamente. Bajé la vista, al tiempo que sentía la mirada del hombre clavada en mi, e inexplicablemente, comencé a sentir una erección que poco a poco se me fue notando a través del pantalón que llevaba puesto.

El se aproximó más a mí y me puso una mano sobre el muslo, al tiempo que preguntaba:

  • ¿Por qué te ruborizas? -preguntó-. Creo que en estos tiempos un chico tiene libertad de escoger su orientación, y no debe permanecer virgen...

Sentí que un extraño calor me invadía, al tiempo que mi frente se perlaba de sudor y la erección me crecía. La mano de Lorenzo se deslizó hacia arriba de mi muslo y muy pronto llegó a la entrepierna e hizo contacto con mi pene erecto.

Di un respingo nervioso y mis ojos se fijaron en que una erección grande y apetitosa abultaba en sus pantalones. Mis ojos se quedaron fijos en aquella parte de su anatomía y él, notándolo con una sonrisa, audazmente comenzó a acariciarme el pene, por encima de la tela.

  • Lorenzo... Yo no... -comencé a decir, preocupado por las circunstancias y la idea de meterme en problemas con mi padre y mi madrastra.

  • Shhhhh -dijo él suavemente-. No hables, sólo siente.

Me miró fijamente a los ojos y, sin decir palabra, dejó de acariciarme y llevándose las manos a la bragueta, se sacó descaradamente el pene, exponiéndolo a mi vista.  Sin saber qué hacer o decir, no pude evitar pensar en lo bueno que estaba aquel miembro y en lo mucho que desearía acariciarlo en aquel momento.

Me quedé mirando, como embobado, aquella barra de carne. Eran unas verga de enormes dimensiones, grande, maciza, surcada por ligeras venitas azules, coronada por un glande obscuro, rodeados de una corona de piel.

Ante el espectáculo que se ofrecía a mis ojos y por la confianza que Lorenzo ya me inspiraba, no pude menos que acceder cuando él, tomando mi mano en las suyas, la llevó hasta colocarlas sobre sus verga. Casi sentí que se corría de la felicidad.

Lorenzo, sonriente, preguntó:

  • ¿Te gusta?

Torpemente le respondí, mientras palpaba aquel miembro de caliente, de unos 20 cm de largo:

  • Claro... ¡Claro que sí!

Lorenzo, complacido, no se detuvo más y me desabrochó los pantalones. Para entonces, su pene de 17 cm, cabeceaba de deseo y él, bajando su cara,  tomó en sus labios mi enfurecido príapo y comenzó a mamar.

Empezó a chuparme el glande, casi haciéndome desfallecer de placer. El hombre me lamía el pene y lo mamaba con avidez, mientras toda mi erección entraba y salía de su boca con un ritmo delicioso.

Sintiéndome en el paraíso, estaba allí, tocando el miembro de mi abuelastro, y gozando de lo lindo con aquella mamada. Pasados unos minutos, él se puso de pie y en forma lenta y premeditada, se desnudó ante mí, para exacerbar mi deseo.

Era un hombre no muy alta, pero bien conservado para su edad, algo velludo, con un poco de barriga y, en medio de sus muslos, un salvaje falo que me provocaba a consumar el acto del amor.

El deseo me encabritaba más y más, al tiempo que Lorenzo se tendió en la cama y me invitó a acompañarlo. Mis manos recorrieron ávidas su cuerpo. Me apoderé de su pene, lo amasé, sobé, lamí, chupé y acaricié largamente. El me correspondía, sobándome la espalda, las nalgas y todo el cuerpo. Yo, en cambio, solo quería besar y mamar su apetitosa verga.

Acostados en la cama, seguimos con los juegos de besos y caricias durante largo rato. No hablábamos ninguno de los dos. Entonces él, dejó de mastrubarme, satisfecho de haber logrado que mi verga quedara erecta como un mástil.

Entonces, se colocó en medio de mis piernas, las que levantó hasta apoyarlas en sus hombros. Con su mano guió su impresionante pene, hasta colocarlo a la entrada de mi ano. Al sentirme en aquella posición, instintivamente, suspiré de deseo y placer.

Lubricándome con su saliva, dirigió su miembro hasta el orificio que ansiaba ser estrenado y empujó. Mis años de entrenamiento con el consolador dieron su fruto y el pene penetró con facilidad, sintiendo un placer extemo, nuevo para mí.

Poco a poco, acoplamos nuestros movimientos y en cada vaivén de entrada y salida, la cara de Lorenzo se estremecía de placer. Estaba gozando tanto como yo.

No queriendo que aquello se acabara nunca, Lorenzo hizo lo posible por controlar el ritmo de la cogida y prolongar así aquel placer.

De repente, fui yo quien me estremecí sin poderlo evitar y un grito ronco salió de mi garganta, al momento de sentirme invadido por un orgasmo poderoso, como nunca había sentido. Mi leche cayó sobre su vientre y el hombre siguió bombeando sin detenerse, hasta que unos minutos más tarde gritó y lanzó su esperma al interior de mi recto.

Lorenzo se derrumbó sobre mí y, con su pene aún en mi interior, descansamos tratando de calmar nuestras agitadas respiraciones. Unos momentos después, el hombre retiró su pene de mi ano, y noté que todo estaba cubierto por su eyaculación.

Como no había peligro de que nadie nos interrumpiera, continuamos acostados durante largo rato, en tanto el murmuraba palabritas dulces y excitantes en mi oído. Con su mano empezó a masturbarme de nueva cuenta y al poco rato mi pene ya estaba de nuevo duro como una estaca, apuntando al cielo.

Se colocó entonces en posición inversa, dejando el apetitoso espectáculo de su pene ante mis ojos y suavemente guió mi cara hasta hacer que la sepultara entre sus muslos. Lo agarré por las caderas, y comencé a lamer y mamar su falo que poco a poco respondía, sintiendo por primera vez el sabor de su propio semen, mezclado con los líquidos de mi ano. Practicamos así un excitante "69".

Lorenzo se remeneaba al sentir aquellas caricias, en tanto mi excitación se hacía más y más fuerte. El comenzó a retorcerse como una serpiente al tiempo que yo lo lamía furiosamente por todas partes, haciéndolo temblar y sacudirse como una hoja al viento, con el embate de otro orgasmo.

De pronto, él se detuvo, se incorporó y dándose la espalda, se colocó en cuatro patas, presentándome todo su trasero como una invitación. Yo, adoptando la postura que ya había visto en mis revistas, me coloqué atrás de el y traté de penetrarlo por detrás.

Lorenzo, sin embargo, me detuvo y, agarrándome firmemente la verga, la colocó frente al orificio de su ano y con la voz desfigurada por el deseo, me dijo:

  • Empuja, mi amor. ¡Empuja!

Yo, sumamente excitado por aquel acto, empujé y mi pene comenzó a abrirse paso, lentamente, pero sin mayor dificultad, evidenciando que él ya tenía mucha experiencia en esto.

Lorenzo tenía la respiración entrecortada y la vista nublada por el deseo. Empujé y el esfínter cedió, hasta tener el mástil completo dentro de su recto.

  • ¡Aahhhh! -gimió él-. ¡Qué riiico!

Por unos instantes permanecí quieto, mientras mi abuelastro gemía y pujaba, tratando de acomodarse. Por fin, el ritmo de ambos se acompasó. La furia se apoderó de nosotros y comencé a bombear hasta casi sacar el pene, para luego volver a empujar con fuerza para que entrara hasta el tope.

Nuestross cuerpos temblaban y los gemidos de ambos se mezclaban. Las nalgas de él chocaban contra mi pubis y las contracciones de su recto se transmitían a mi miembro en tanto él sentía los golpes de mi barra en lo más profundo de su ser.

  • ¡Aaaahh! ¡Aaaahh! -gritaba él moviendo la cabeza frenéticamente a un lado y otro, mientras yo, a golpes de mi barra candente, lo hacía temblar y bramar.

Como que fuéramos dos perros copulando, agarrándolo de las caderas, fui bombeando con mayor dedicación, como si fuera un émbolo mecánico. Trastornado de pasión, Lorenzo gemía a medida que se iba acercando a su clímax total, el cual explotó momentos después en el interior de sus entrañas, permitiéndole alcanzar el nuevo y tan deseado orgasmo. Por largos segundos se agitó como un animal herido. Los músculos de su recto pulsaban vigorosamente, apretando y ordeñando mi pene del chico, haciéndome llegar de nuevo a la cúspide. de una manera prodigiosa.

Gemí profundamente, clavé mi estaca hasta el fondo y un torrente de esperma se derramó en las profundidades del caliente túnel. Mis espasmos eran fuertes y me sacudieron hasta que terminó la eyaculación.

Lorenzo se estremeció con fuerza. Yo me desmadejé, derrumbándome sobre él y permanecimos así, jadeando, durante largo rato. Cuando nos pudimos desconectar giré y quedamos acostados uno al lado del otro, recuperando el aliento. Nos abrazamos estrechamente, uniendo nuestros cuerpos, respirando agitadamente, recreándonos en el placer experimentado.

Un sabroso sopor nos invadió y, al poco tiempo, nos quedamos dormidos. Luego de un rato, desperté. Estaba solo. Me levanté y al salir de mi habitación pude darse cuenta de que Lorenzo estaba en el comedor destapando unas cajas de comida rápida, que evidentemente había pedido por teléfono.

Recapacité en lo sucedido y me sintió confundido, ya que consideraba que no estaba bien haber hecho aquello con el padre de mi madrastra. Sin embargo, después de cenar, Lorenzo se acercó a mí, y me llevó de nuevo a la habitación, como lo volvería a hacer de nuevo, muchas veces más, durante los meses sucesivos.

Entonces, finalmente me di cuenta de que ahora sí estaba "en familia".

Autor: LuizSex luizsex@gmail.com