En familia

Un jovencito, cuyo padre se vuelve a casar, se siente desubicado con su nueva familia, hasta que conoce a la abuela...

EN FAMILIA (La "Abuelastra")

La madre de Bobby murió cuando él tenía 12 años. Su padre, volvió a casarse años después con una señora que llevó a vivr con ellos a su madre. El padre acostumbraba salir a trabajar fuera de la ciudad provinciana en que vivían y se llevaba con él a su esposa. Sus ausencias duraban, en ocasiones, varios días. Durante ese tiempo, Bobby se quedaba solo en casa, con su "abuelastra". El chico, en cierta forma, se sentía ajeno a todo aquello: su padre se ocupaba ahora más de su mujer y ésta se repartía ente su marido y su madre. Bobby no se sentía parte de la familia.

Bobby tenía ya 16 años, su padre tendría entonces 42 años y su mujer, llamada Mariana, 39; la madre de ésta, Esther, andaría por los 64.

Una tarde cerca de la hora de la cena, mientras el padre y su esposa habían salido de la ciudad y tardarían un par de días en regresar, Bobby estaba solo en su habitación, ya que la abuelastra había salido. El joven aprovechó la ocasión para sacar debajo de la cama, una caja donde guardaba, en secreto, algunas revistas de modelos desnudas, que él acostumbraba comprar cuando ahorraba el dinero suficiente.

Hojeando una de aquellas revistas y viendo mujeres atractivas, desnudas, en poses sugerentes, Bobby comenzó a experimentar una erección. Se abrió la bragueta de su pantalón, se sacó el miembro y lentamente comenzó a acariciarlo, gozando de las agradables sensaciones que aquella actividad le proporcionaba.

A su edad, ya se había iniciado en el sexo con las clásicas masturbaciones de adolescente, salpicadas de gran cantidad de fantasías eróticas. Sin embargo, hasta entonces, nunca había tenido aún una relación sexual en forma, salvo aquella vez cuando un compañero de colegio lo había arrinconado en el vestidor de una piscina y, agarrándole la verga, lo había masturbado. Desde entonces, sus fantasías se dirigían tanto hacia hombres como hacia mujeres.

Pensando en todo esto estaba, frotándose el pene y gozando del placer que su cuerpo sentía, cuando intempestivamente, la puerta de la habitación se abrió.

  • ¡Hola! -dijo la abuelastra asombrada al ver lo que Bobby hacía-. ¿Qué tenemos aquí..?

El chico trató de explicar la situación, mientras los colores se le subían a la cara y su erección desfallecía. Ella lo miraba fijamente, con gran interés y cierta sonrisa extraña.

Bobby logró guardarse el pene, tan rápidamente como su erección lo permitió y volvió a tomar asiento en la cama, con la vista baja. La mujer se sentó junto a él.

  • Cálmate -dijo tranquila, tratando de inspirarle confianza-. No debes preocuparte. Lo que haces es muy normal en un muchacho de tu edad. Yo tengo mucha experiencia en el asunto y sé lo que te digo. No debes avergonzarte. Es normal.

Esther tomó en sus manos algunas de las revistas de Bobby y las ojeó. Luego, mirándolo fijamente, preguntó:

  • ¿Has estado con alguna mujer de verdad? -preguntó con una expresión de lascivia en el gesto de sus labios.

  • No -respondió Bobby con voz casi inaudible.

  • O sea, que ¡eres virgen! -exclamó ella con un gesto jocoso.

Los colores se le subieron a la cara al muchacho. Bajó la vista, al tiempo que sentía la mirada de la mujer clavada en él e, inexplicablemente, comenzó a sentir una erección que poco a poco se le fue notando a través del pantalón que llevaba puesto.

Ella se aproximó más a él y le puso una mano sobre el muslo, al tiempo que preguntaba:

  • ¿Por qué te ruborizas? -preguntó-. Creo que en estos tiempos un chico tan guapo como tú, no debe permanecer virgen...

Bobby sintió que un extraño calor lo invadía, al tiempo que su frente se perlaba de sudor y la erección le crecía. La mano de Esther se deslizó hacia arriba del muslo del muchacho y muy pronto llegó a la entrepierna e hizo contacto con el pene erecto.

Bobby dio un respingo nervioso y sus ojos se fijaron en que ella tenía puesta una blusa azul, sumamente escotada, que permitía ver una buena porción de aquellos pechos grandes y apetitosos. Sus ojos se quedaron fijos en aquella parte de su anatomía y ella, notándolo con una sonrisa, audazmente comenzó a acariciarle el pene, por encima de la tela.

  • Esther... Yo no... -comenzó a decir el muchacho, preocupado por las circunstancias y la idea de meterse en problemas con su padre y su madrastra.

  • Shhhhh -dijo ella suavemente-. No hables, sólo siente.

Lo miró fijamente a los ojos y, sin decir palabra, dejó de acariciarlo y llevándose las manos al escote, se sacó descaradamente los senos, exponiéndolos a la vista devoradora del jovencito. Bobby, sin saber qué hacer o decir, no pudo evitar pensar en lo buenos que estaban aquellos pechos y en lo mucho que la deseaba en aquel momento. Ante el espectáculo que se ofrecía a sus ojos, no pudo menos que darse cuenta que la erección había crecido más y templaba ya la tela de sus pantalones.

Se quedó mirando, como embobado, aquellos dos globos de carne que colgaban frente a su cara. Eran unas enormes tetas, grandes, macizas, surcadas por ligeras venitas azules, coronadas por grandes pezones casi negros, rodeados de enormes aureolas obscuras.

Bobby se quedó sentado, inmóvil, y fue ella quien tomando las manos de él en las suyas propias, las llevó hasta colocarlas sobre sus pechos. Bobby casi sintió que se corría de la felicidad.

Ella, sonriente, preguntó:

  • ¿Te gustan?

Torpemente le respondió:

  • Claro... ¡Claro que sí!

Esther, complacida, no se detuvo más y le desabrochó los pantalones. Para entonces, su pene de 23 cm, cabeceaba de deseo y ella, bajando su cara, tomó en sus labios el enfurecido príapo y comenzó a mamar. Empezó a chuparle el glande, casi haciéndolo desfallecer de placer. La mujer le lamía el pene y lo mamaba con avidez, mientras toda la poderosa erección entraba y salía de su boca con un ritmo delicioso.

Sintiéndose en el paraíso, Bobby estaba allí, tocando los melones de su abuelastra, y gozando de lo lindo con aquella mamada. Pasados unos minutos, ella se puso de pie y en forma lenta y premeditada, se desnudó ante él, para exacerbar su deseo.

Era una mujer no muy alta, pero hermosa para su edad, con grandes senos y poderosas piernas y caderas. Tenía algo de barriga, que no desmerecía en absoluto el conjunto y, en medio de sus muslos, un salvaje manchón de vello ensortijado, que lo provocaba a consumar el acto del amor.

El deseo lo encabritaba más y más, al tiempo que Esther se tendió en la cama y lo invitó a acompañarla. Las manos de Bobby recorrieron ávidas el cuerpo de la mujer. Se apoderó de ambos senos, los amasó, sobó, lamió, chupó y acarició largamente. Ella le correspondía, sobándole la espalda, las nalgas y todo el cuerpo. Bobby, en cambio, solo quería besar y mamar las enormes tetas.

Acostados en la cama, siguieron con los juegos de besos y caricias durante largo rato. No hablaban ninguno de los dos. Entonces él, por primera vez, deslizó su mano hacia la entrepierna de su madrastra y le tocó su cueva oscura y peluda, sorprendiéndose de encontrarla completamente húmeda. Ella dio un respingo al tiempo que él le introducía dos dedos, y empezó a mastrubarlo hasta lograr que aquella verga quedara erecta como un mástil.

Entonces, guió con la mano aquel pene, hasta colocarlo a la entrada de su vagina. Al sentirse en aquella posición, instintivamente, Bobby empujó.

La lubricación natural de la vagina hizo que la penetrara con gran facilidad, sintiendo un placer extemo, nuevo para él. Poco a poco, acoplaron sus movimientos y en cada vaivén de entrada y salida, la cara de Esther se estremecía de placer. Estaba gozando tanto como Bobby, que volvió a la tarea de cubrirle de besos, primero y chuparle las tetas, después.

No queriendo que aquello se acabara nunca, Esther hizo lo posible por controlar el ritmo de la cogida y prolongar así aquel placer.

De repente, Bobby se estremeció y un grito ronco salió de su garganta, al momento de sentirse invadido por un orgasmo poderoso, como nunca había sentido. A instancias de ella, siguió bombeando sin detenerse, hasta que la madrastra gritó y él comprendió que el orgasmo la había acometido.

Bobby se derrumbó sobre ella y, con su pene aún en el interior de su vagina, descansaron tratando de calmar sus agitadas respiraciones. Unos momentos después, Bobby retiró su pene de aquella vagina, notando que todo estaba cubierto por su eyaculación.

Como no había peligro de que nadie los interrumpiera, continuaron acostados durante largo rato, en tanto ella murmuraba palabritas dulces y excitantes en el oído de su amante. Con su mano empezó a masturbarlo de nueva cuenta y al poco rato el pene ya estaba de nuevo duro como una estaca, apuntando al cielo.

Se colocó entonces en posición inversa, dejando el apetitoso espectáculo de su vulva ante los ojos del muchacho y suavemente guió su cara hasta hacer que la sepultara entre sus muslos. Bobby la agarró por las caderas, y comencé a lamer y mamar la entrada de su vagina, sintiendo por primera vez el sabor de su propio semen, que no le pareció feo en lo absoluto.

Ella, por su parte, agarró el pene del joven en sus labios y comenzó a chupar y sorber, practicando así un excitante "69".

Esther se remeneaba al sentir aquellas caricias, en tanto la excitación del muchacho se hacía más y más fuerte. Ella comenzó a retorcerse como una serpiente al tiempo que él lamía furiosamente por todas partes, haciéndola temblar y sacudirse como una hoja al viento, con el embate de otro orgasmo.

De pronto, ella se detuvo, se incorporó y dándole la espalda, se colocó en cuatro patas, presentándole todo su trasero como una invitación. Bobby, adoptando la postura que ya había visto en sus revistas, se colocó atrás de ella y trató de penetrarla por detrás.

Esther, sin embargo, lo detuvo y, agarrándole firmemente la verga, la colocó frente al orificio de su ano y con la voz desfigurada por el deseo, le dijo:

  • Empuja, mi amor. ¡Empuja!

Bobby, sumamente excitado por aquel acto, desconocido para él, empujó y el pene comenzó a abrirse paso, lentamente, pero sin mayor dificultad, evidenciando que ella ya tenía mucha experiencia en esto.

Esther tenía la respiración entrecortada y la vista nublada por el deseo. Bobby empujó y el esfínter cedió, hasta tener el mástil completo dentro de su recto.

  • ¡Aahhhh! -gimió ella-. ¡Qué grueeeso!

Por unos instantes Bobby permaneció quieto, mientras la madrastra gemía y pujaba, tratando de acomodarse. Por fin, el ritmo de ambos se acompasó. La furia se apoderó de la pareja y Bobby bombeaba hasta casi sacar el pene, para luego volver a empujar con fuerza para que entrara hasta el tope.

Sus cuerpos temblaban y los gemidos de ambos se mezclaban. Las nalgas de ella chocaban contra el pubis del muchacho y las contracciones de su recto se transmitían al miembro del joven y ella sentía los golpes de aquella barra en lo más profundo de su ser.

  • ¡Aaaahh! ¡Aaaahh! -gritaba ella moviendo la cabeza frenéticamente a un lado y otro lado, mientras el joven, a golpes de aquel hierro candente, la hacía temblar y bramar.

Como que fueran dos perros copulando, agarrándola de los senos, Bobby fue bombeando con mayor dedicación, como si fuera un émbolo mecánico. Trastornada de pasión, Esther reía y lloraba a medida que se iba acercando a su clímax total, el cual explotó momentos después en el interior de sus entrañas, permitiéndole alcanzar el nuevo y tan deseado orgasmo. Por largos segundos se agitó como un animal herido. Los músculos de su recto pulsaban vigorosamente, apretando y ordeñando el pene del chico, haciéndolo llegar de nuevo a la cúspide. de una manera prodigiosa.

Bobby gimió profundamente, clavó su estaca hasta el fondo y un torrente de esperma se derramó en las profundidades del caliente túnel. Sus espasmos eran fuertes y lo sacudieron hasta que terminó la eyaculación.

Esther gritó cuanto quiso, estremeciéndose con fuerza. Bobby se desmadejó, derrumbándose sobre ella y permaneciron así, jadeando, durante largo rato. Cuando se pudieron desconectar él giró y quedaron acostados uno al lado del otro, recuperando el aliento. Se abrazaron estrechamente, uniendo sus cuerpos, respirando agitadamente, recreándose en el placer experimentado.

Un sabroso sopor los invadió y, al poco tiempo, se quedaron dormidos. Luego de un rato, Bobby despertó. Estaba solo. Se levantó y al salir de su habitación pudo darse cuenta de que Esther estaba en la cocina, cantando alegremente, mientras preparaba la cena.

Bobby recapacitó en lo sucedido y se sintió confundido, ya que consideraba que no estaba bien haber hecho aquello con la madre de su madrastra.

  • No debió haber sucedido -se dijo.

Sin embargo, después de cenar, ella se acercó a él, seductora, y Bobby sucumbió nuevamente a sus encantos, como lo volvería a hacer de nuevo, muchas veces más, durante los meses sucesivos. Ahora, finalmente, Bobby se sentía "en familia".

Autor: Amadeo

amadeo727@hotmail.com