En familia (5) Padre e Hijo
Julio y su padre vivirán una experiencia que los acercará todavía más y le dará la oportunidad de hacer realidad sus fantasías.
Capítulo 5: La fiesta del Pueblo
Julio
Los colores que teñían el cielo veraniego anunciaban que el día empezaba a morir. Saqué mi cámara e intenté capturarlos. Click, click. Absorbí la belleza de cada uno de ellos, desde los rosas claros y los rojizos intensos, hasta el dorado que bañaba las nubes. Click, click. De pronto, un sonido estremeció mis oídos, seguido de un destello de luz en el atardecer. Eran fuegos artificiales. Las fiestas del pueblo habían comenzado.
Mi padre, los gemelos y yo nos dirigimos a la plaza del pueblo cuando ya había caído la noche. Caminábamos en silencio, hasta los gemelos parecían estar más callados de lo habitual. Mi padre y yo a penas habíamos intercambiado palabra desde lo ocurrido. No lo culpo, no todos los días te encuentras a tu hijo haciéndote una paja mientras duermes. Sólo de recordarlo me moría de vergüenza, pero a la vez algo en mí se encendía; un fuego intenso que me transportaba a la noche en que por fin toqué el cuerpo de mi padre.
Al llegar a la plaza nuestro humor cambió un poco. Todo el pueblo estaba allí. El lugar estaba lleno de música, risas y niños correteando. Olía a suelo empapado de sidra, a empanada recién hecha, olía a verano.
Encontramos una mesa y mi padre escanció una sidra. Todos bebimos hasta que la botella estuvo vacía. Luego llegó otra y otra más. Pronto el silencio con el que llegamos se había convertido en un festival de risas.
Esto si que es una fiesta - dijo David.
Sí, ya empezaba a aburrirme en la cabaña -contestó su hermano Iker.
Y eso que el verano a penas está comenzando. Propongo un brindis por eso -mi padre nos hizo levantar nuestros vasos de sidra una vez más. Me miró a los ojos mientras se bebía todo el contenido. Empezábamos a estar borrachos.
-Esto está lleno de tías -observó Iker-.
-¡Y todas están buenísimas! -respondió su hermano David.
-¿Tú no vas a buscar alguna? -preguntó mi padre.
Los gemelos guardaron silencio esperando mi respuesta. Parecía que quisiesen escuchar la confirmación de un secreto a voces.
-No, estoy bien solo.
-Como quieras, primo -dijo David mientras vaciaba un vaso de sidra-. Cuando se te pongan los cojones duros como piedras saldrás a buscar quién te… -David se limitó a hacer como que masturbaba la botella de sidra. Todos rieron menos mi padre y yo.
- Esta botella ya está vacía -dijo Iker-. Julio, te toca ir a buscar otra.
No puse objeciones, quería salir de ahí para terminar esa conversación. Me levanté tambaleando y fui hasta el bar. Estaba más mareado de lo que esperaba, no estaba acostumbrado a beber. Todo a mi alrededor se movía más lento de lo normal, los ruidos parecían distantes al igual que las personas. Llegué hasta la barra como pude.
- Dos botellas de sidra -balbuceé a la camarera.
La camarera no tardó mucha en traerlas. Cuando iba a pagar oí una voz detrás de mí.
- La casa invita.
La voz me resultaba conocida pero con tanto ruido no podía diferenciarla con claridad.
- ¿Lorenzo?
Efectivamente, era el surfista con el que me había enrollado hacía unos días en la playa. No pude evitar sonreír.
Me alegro de que hayas venido -Lorenzo pensaba que yo estaba ahí por él. No me dio tiempo a explicarle-. No me quito de la cabeza lo que hicimos el otro día.
Yo tampoco -no mentía. Lorenzo había pasado a ser una de mis obsesiones, sobretodo por lo mucho que me recordaba a mi padre.
-Se nota que lo estás pasando bien. A penas te puedes sostener en pie.
-Creo que me estoy pasando con las sidras. Yo soy de los que no beben muy a menudo. Esto es nuevo para mí.
-Me alegro de que estés probando cosas nuevas -Lorenzo se lamió los labios antes de añadir-, como lo del otro día.
Lorenzo hablaba en voz baja con su boca muy cerca de mi oído. Su voz era varonil y potente, parecida a la de mi padre.
-Yo disfruté mucho. Sé que tu también. Me gustaría acabar lo que empezamos. Ven a verme en un rato, te estaré esperando en el almacén detrás del bar.
Lorenzo acercó su boca más de lo debido y sus labios rozaron mi oreja. Fue un roce de a penas un segundo, imperceptible, pero que bastó para despertar mis más oscuros deseos.
Dije que sí sin pensar y volví a la mesa. Me apresuré en acabar la sidra y anuncié que iba a dar una vuelta.
¿A dónde vas? -preguntó mi padre.
Solo voy a dar una vuelta -lo noté inquieto, quizás porque yo estaba visiblemente borracho.
Nosotros también tenemos algo que hacer -dijo David-. Nos veremos en la cabaña.
Los gemelos y yo nos separamos, dejando a mi padre sentado en la mesa. Atravesé la plaza esquivando el gentío. Todo a mi alrededor daba vueltas, una amalgama de sonidos taponaba mis oídos. Llegué hasta el almacén del que Lorenzo me había hablado. Esperé unos minutos fuera hasta que noté que la puerta estaba abierta, así que entré sin avisar. El lugar estaba lleno de botellas de sidra llenas y vacías así como de numerosas barricas de vino. No pasó mucho tiempo hasta que Lorenzo apareció. Cerró la puerta tras él.
- Me alegro de que estés aquí -besó mis labios.
Los sonidos de la fiesta parecían distantes. El corazón me iba a mil. Le devolví el beso.
- ¿Esta vez llegaremos hasta el final? -preguntó Lorenzo apretando mis nalgas.
Nunca había llegado hasta el final con nadie y deseaba que la persona a quien entregase mi virginidad fuese mi padre. Aún así, asentí.
- Tengo muchas ganas de follarte. Eres guapísimo. ¿Tú quieres que te folle?
No contesté.
-Los chavales como tú siempre están calientes - dijo mientras buscaba mi cuello-, siempre buscando que un hombre les de una buena follada. ¡Pues estás de suerte!
Apretó sus dientes contra mi cuello, intenté retirarme, pero él solo apretó con más fuerza. Sentirme deseado era algo nuevo para mí y lo disfrutaba. Me dejé llevar por el momento. Lorenzo besaba mi cuello mientras sus manos rodeaban mi espalda. Empecé a gemir y a agarrarlo con fuerza. Cerré los ojos e imaginé que las caricias de Lorenzo eran las de mi padre.
Me deshice de mi camisa y él hizo lo mismo. Su cuerpo era más definido que el mío, volví a rozar sus pectorales peludos y sus pezones puntiagudos.
-Me estás poniendo como un burro, chaval. Mira como me tienes -llevó mi mano hasta su pantalón y sentí su erección por encima del pantalón-. ¿Te acuerdas de ella?
Ya conocía aquella polla.
-Cómo olvidarla -contesté mientras seguía lamiendo sus tetillas.
-A ver cómo estás tú
Lorenzo me agarró la polla con fuerza y apretó mis cojones.
-¡Joder! ¿Te pongo tan cachondo? Ya sabía yo que te iban los machos. Buah, me muero por follarte ese culito apretadito.
Lo besé frenéticamente mientras arañaba su pecho. Estaba embriagado de lujuria. Sus besos, sus caricias, su olor a vino; puede que tuviese a Lorezo entre mis brazos, pero en mi mente era mi padre quién me hacía suyo.
Me puse de rodillas sin que me lo pidiera y empecé a desabrochar su pantalón. Un profundo olor a hombre invadió mi nariz. Lorenzo llevaba un slip negro muy apretado, se lo bajé para liberar aquella polla conocida. Sumergí mi cara en su vello púbico, dejé que su olor me inundara mientras su polla erecta golpeaba mi cara. Empecé a lamerla poco a poco, primero lametazos tímidos para recordar su sabor; después, cuando ya estaba húmeda, me la metí en la boca. Lorenzo dejó escapar un gemido y se estremeció.
- ¡Umm! Recuerdo lo bueno que eres con la boca.
Aquel comentario me alentó a seguir chupando con más ahínco. Rodeé su glande con la lengua y me deslicé hacia sus cojones, los olí antes de metermelos en la boca. Jugué con ellos, los apreté mientras Lorenzo me golpeaba la cara con su polla. Disfrutaba cada centímetro de aquella verga gorda y venosa.
Lorenzo tomó mi cabeza y empezó a controlar el ritmo con el que embestía mi boca. Me dejé llevar por él, tenía mucha más experiencia que yo y además estaba descubriendo un lado sumiso que me encantaba. Su polla húmeda se colaba en mi boca una y otra vez, haciéndome babear y gemir a la vez. Me faltaba el aire pero quería más.
- Quiero que te la metas entera -me ordenó entre gemidos.
Obedecí. Como pude, entré su polla hasta el fondo de mi garganta. Lorenzo apretó mi cabeza y mantuvo su polla dentro de mi boca. Yo no podía respirar y empecé a sentir arcadas, intenté liberarme pero Lorenzo me lo impidió. De repente, la puerta del almacén se abrió. Lorenzo soltó mi cabeza y se dio la vuelta. Por fin pude respirar, pero era demasiado tarde. Sentía el vómito subir desde mi estómago hasta mi boca para después explotar y cubrir todo a mi alrededor.
Lorenzo se empezó a subir los pantalones mientras veía el desastre que yo había provocado. Levanté la cabeza y miré hacia la entrada del almacén.
- ¿Qué coño está pasando aquí?
Era mi padre.
No esperó respuesta. Mi padre entró a toda velocidad al almacén y le propinó un puñetazo a Lorenzo, quién se tambaleó y cayó sobre un monto de botellas vacías. Mi padre me tomó por el brazo y me sacó de que aquel lugar.
No recuerdo como, pero atravesamos la plaza, el gentío y nos pusimos en marcha hacia nuestra cabaña. Durante todo el camino mi padre estuvo en silencio, pero podía sentir su rabia. No es de extrañar, esa misma semana me había pillado masturbandome, tocandolo mientras dormía y ahora chupandosela a un tío. Me sentía tremendamente avergonzado. ¡Menudo hijo!
A mitad del camino rompí a llorar, no podía contener mis lágrimas. Esperaba que mi llanto atrajese la atención de mi padre pero se mantuvo frío y distante hasta que estuvimos dentro de la cabaña.
- No entiendo qué te está pasando. Estás fuera de control.
Mi padre parecía realmente decepcionado.
- Para empezar lo del otro día... Lo dejé pasar porque no entendía exactamente qué había pasado. Pero esto, lo de hoy... Quiero que me digas qué te pasa. La verdad.
Yo me mantuve en silencio pero mi padre siguió interrogandome.
¿Quién era ese hombre?
Un amigo -contesté-. Lo conocí el otro día en la playa.
¿Te acostaste con él?
No, pero lo iba a hacer -el alcohol hablaba por mí. De estar sobrio, no me habría atrevido a hablarle así.
Mi padre se quedó en silencio un buen rato, sin embargo, una pregunta empezaba a rondarme la cabeza. Me armé de valor y, con voz entrecortada, formulé la pregunta.
- El otro día... Después de que me pillaras con la mano en tu polla... Estabas masturbandote. ¿Pensabas en mí?
Mi padre se quedó en silencio nuevamente. Lo notaba agitado, su respiración entrecortada y una postura rígida. Su silencio era toda la confirmación que necesitaba.
-Hijo, estás borracho. No sabes lo que estás diciendo. Será mejor que hablemos mañana.
- Yo creo que sí - dije-. Creo que sientes lo mismo que siento yo por ti. Tienes miedo, lo sé, pero lo sientes.
Mi padre se llevó las manos a la cabeza y resopló.
Julio -dijo finalmente-, no sabes de lo que hablas.
Por supuesto que sí. Sólo quiero que sepas que yo también lo siento -me acerqué a él-. Tú me gustas. Sé que suena raro, tú eres mi padre, pero ya no puedo guardar el secreto por más tiempo.
Agarré a mi padre suavemente. Él se estremeció al sentir mis dedos pero no se apartó. Sin pensármelo, fui a por sus Labios. Los rozé un segundo pero mi padre retrocedió, asustado. Yo volví a besarlo. Esta vez no se movió.
Sus labios carnosos por fin recibieron los míos. Nos quedamos en esa posición unos segundos, sin movernos, mientras nuestros corazones latían a toda velocidad. Para ser sincero no recuerdo quién fue el primero en abrir la boca y dejar que la lengua del otro entrase, tampoco importa mucho. Lo que sí importa es que mi fantasía estaba haciéndose realidad; mi padre y yo estábamos besándonos con una pasión desenfrenada.
Sus besos eran cálidos, decididos y muy pasionales. Su lengua tomaba posesión de la mía mientras sus manos apretaban mis hombros. Yo acariciaba su cuerpo de la misma manera que lo había hecho tantas veces en mis sueños. Deseaba que aquel momento no terminara nunca.
Mi padre bajó sus manos lentamente y agarró mis glúteos con decisión.
- No -dije-, no estoy listo.
Mi padre se estremeció, avergonzado, y por un momento pensé que lo había ofendido. Volví a besarlo rápidamente, impidiendo que nuevos pensamientos de duda surgiesen en su cabeza. Entonces, me pregunté hasta qué punto era el alcohol lo que le hacía comportarse de esa manera.
Besé su cuello, me empapé de su olor a hombre, un olor que conocía desde pequeño pero que ahora adquiría un nuevo significado. Él empezó a lamer mi cuello y a mordisquear mis orejas mientras yo gemía de placer.
- ¿Qué estamos haciendo? -preguntó-. Es una locura.
Le puse un dedo sobre los labios para que no hablase más. Enterré mi cabeza en su pecho y lo besé con delicadeza. Su vello acarició mi cara. Estuvimos un rato abrazados hasta que sentí su vigorosa erección. Sin preguntar, y casi por inercia, llevé mi mano hasta su paquete. Mi padre se estremeció nuevamente pero no intentó detenerme. Podía sentir su verga por encima del pantalón.
Empecé a desabrochar el pantalón de mi padre y me dejé caer sobre mis rodillas. Mi padre no llevaba ropa interior así que su polla salió disparada como un cohete y quedó a merced de mi boca. No tenía tiempo para jugar, la lujuria que sentía por aquel trozo de carne me llevó a metermelo por completo en la boca. La chupaba de manera desesperada hasta que mi padre se quejó y empecé a chuparla con más cuidado.
Había soñado mil veces con tener su verga en mi boca. Era cabezona, como a mi me gustan, algunas venas prominentes la recorrían en toda su extensión. Mi padre tenía vello púbico abundante y dos cojonazos que probablemente no me entrasen en la boca. Eso no me hizo no intentarlo, los lamí a conciencia e intenté una y otra vez metermelos a la vez, pero me fue imposible. Debían estar llenos de leche espesa y calentita.
- Julio -gimió mi padre-, no pares.
Le hice caso. Seguí el transcurso de las venas que recorrían su verga desde la punta hasta que se perdían en su espesa mata de vello. Degusté la punta una y otra vez. Mi padre movía sus caderas al ritmo de mi cabeza así que su polla bailaba hacia delante y hacia detrás, entrando y saliendo de lo profundo de mi boca. Estábamos empapados de sudor.
De repente, sin previo aviso, mi padre se estremeció. Sus gemidos crecieron en intensidad mientras apretaba con fuerza mi cabeza y enterraba su verga en mi garganta. Mi boca se llenó de su néctar. Fueron varias sacudidas, cada una acompañada de un trallazo de lefa caliente. Intenté tragarmela, pero era demasiada cantidad, empezó a chorrearme por las mejillas. Su sabor era salado y a la vez dulce, refrescante pero cálido, un sabor desconocido hasta ese momento, el sabor de la lujuria.
Tras acabar, mi padre retiró su verga de mi boca, exhausto. Me miró a los ojos mientras yo saboreaba con la lengua la lefa que corría por mis mejillas. Se levantó el pantalón y sin decir una sola palabra, se fue a su habitación.
Yo me quedé un rato en el suelo sin saber lo que había pasado. Todavía no me lo podía creer. Pensaba que estaba en una especie de sueño húmedo por el alcohol pero aquella era mi nueva realidad, una realidad en la que mis fantasías empezaban a cobrar vida.
Tras unos minutos, recobré las fuerzas y salí de la cabaña. Empecé a caminar sin rumbo, el corazón me iba a mil, sabía que esa noche no dormiría.
Caminé bajo las estrellas hasta que, de repente, el cielo se volvió a iluminar. Fuegos artificiales que anunciaban la llegada de la media noche y el punto álgido de la celebración. Me detuve y los observé en silencio. Aún podía percibir el sabor de mi padre en mi boca. Sentía que todo era posible, que el verano a penas había comenzado y que aquellos fuegos artificiales solo brillaban para mí.
Continuará...
¡Hola! Muchas gracias por leer este capítulo. Espero que hayas disfrutado tanto leyéndolo como yo escribiéndolo. Espero que me acompañes en esta historia y que me des tu opinión sobre la misma. En mi perfil están otros cuatro capítulos de este relato, ¡disfruta! El próximo capítulo también transcurrirá durante la fiesta del pueblo pero esta vez desde el punto de vista de los hermanos gemelos (Iker y David). Un abrazo.