En Familia (4)

Iker se reúne con un antigua amigo en un lugar secreto. Deberá decidir si la pasión es más fuerte que la promesa que le hizo a su hermano.

Capitulo 4: Un lugar secreto

Iker

Encontré la bicicleta en el almacén. Ya la había visto la noche en que mi hermano y yo nos colamos ahí para follar un rato. Distinguí sus ruedas polvorientas con la luz de un relámpago y, en ese mismo momento, decidí que la montaría nada más saliese el sol. El sol ya había salido y brillaba sobre mi cabeza mientras recorría el camino hacia la hacienda de Albiol. Conocía el camino, todos los veranos lo recorría para encontrarme con mi amigo de la infancia.

Albiol vivía y trabajaba en la hacienda. Era de los únicos pueblerinos que conocía y con los que de verdad había llegado a conectar. Tenía ganas de verlo desde el primer día que pasé en aquel pueblo, pero quitarme a mi hermano de encima no era tarea fácil. David y yo estábamos muy conectados, eso era obvio, pero a veces sentía la necesidad de conectar con otras personas. No es que David no fuese suficiente para mí, todo lo contrario, él lo era todo para mí y, por alguna extraña razón, eso me asustaba.

Iba a toda velocidad, pedaleando sin camiseta, el sol tostando mi espalda y el viento meciendo mi pelo. Desde la montaña podía ver la playa cubierta por una manada de sombrillas y bañistas, entre los cuales probablemente se encontraba mi hermano.

Para cuando llegué a las puertas de la hacienda de los Albiol, estaba sudado y jadeando, pero no podía evitar sonreír. Rodeé la verja blanca que circundaba la hacienda porque no quería saludar a los padres de Albiol y fui directo a las caballerizas donde sabía que lo encontraría. Dejé la bicicleta en la entrada y me adentré en aquel lugar. El olor a mierda de caballo era insoportable, pero la promesa de ver a Albiol mantenía mi cabeza ocupada.

Lo encontré dormido sobre un fardo de heno. Me pareció tan típico de pueblerinos que no pude evitar reír.  Botas sucias, vaqueros ajustados y una camisa ajada. Se cubría la cara con un sombrero para evitar la poca luz que se colaba en las caballerizas. Me acerqué en silencio, mi corazón latía más y más fuerte con cada paso que daba. Me arrodillé frente a él y, con mucho cuidado, le quité el sombrero de la cara. Sus labios, rosados y carnosos, estaban entreabiertos; su nariz era alargada y puntiaguda; sus cejas, pobladas. Pero lo que más destacaba de Albiol era su tamaño; medía más de 1,90, era un titán imponente.

Me recosté lentamente hasta que mis labios tocaron los suyos. No los había sentido desde el verano anterior, eran los únicos labios que había besado que no fuesen los de mi hermano. Algo en mí se encendió, un fuego capaz de consumir todo a mi alrededor. No me había dado cuenta, pero tenía los ojos cerrados. Al abrirlos, Albiol me miraba atentamente. Separé mis labios de los suyos y me eché a reír. Él también rió, me agarró por los hombros y se abalanzó sobre mí. Rodamos por el suelo entre carcajadas, hasta que quedamos uno encima del otro y nuestros labios se volvieron a juntar.

  • Te ha crecido el pelo -le dije-, y estás mucho más moreno.

  • Tú estás pálido e igual de guapo. Levántate.

Albiol me ayudó a poner de pie y se sacudió las hebras de heno del pelo. Lo tenía bastante largo, más abajo de los hombros. Era una melena larga, salvaje y tan imponente como la de los caballos que nos rodeaban. La llevaba suelta casi todo el rato. Nos sentamos sobre el fardo de heno donde lo encontré dormido y él me rodeó con sus brazos.

  • ¿Cuándo llegaste? -preguntó.

  • Llevamos casi una semana aquí. No te había visitado antes por las lluvias y porque quería verte a solas.

  • Estuve esperando tu visita. De hecho, intenté ver si te veía por el pueblo y nada. Pensé que este año no vendrías.

  • Siempre venimos. Madrid es insoportable en el verano y ya sabes como le mola a mi padre este pueblo de... -no acabé la frase.

  • ¿De mierda? Puedes decirlo.

  • No sé cómo puedes soportarlo, yo aquí me volvería loco. Vale, en verano es aceptable, pero en invierno debes sentirte muy solo.

  • Bueno, ¿qué quieres que te diga? Yo nací aquí y después de acabar la carrera de veterinaria decidí quedarme para ayudar a mis padres con la hacienda.

Nos pusimos al día de nuestras vidas. Pelayo, aunque todo el mundo lo llama Albiol, era mi amigo de la infancia y, desde hacía unos pocos veranos, mi amante secreto. Era mayor que yo, había cumplido los veintiséis años. Tenía una novia de la que nunca hablamos y decía solo haber estado con un solo tío, yo. Yo también le decía que solo había estado con él porque no sentía la confianza de hablarle de lo mio con mi hermano. Tampoco David podía enterarse de lo que Albiol y yo hacíamos.

Albiol me dirigió hasta uno de los establos.

  • ¿Te acuerdas de ella?

-¡Plata! -respondí ilusionado.

La yegua baya se acercó a mí y olisqueó mis dedos. Me entretuve masajeando su lomo gris y recordando las aventuras que habíamos vivido con ella el verano anterior. Albiol la llevó al exterior y la ensilló para mí. Yo no sabía montar, así que él se subió tras de mí y tomó las riendas.

  • Te voy a llevar a un lugar secreto.

Conocía aquel pueblo de arriba a abajo, pero aún así me dejé llevar. Albiol iba pegado a mi espalda, sus brazos me rodeaban y con cada paso de Plata nuestros cuerpos se rozaban. Me hablaba al oído, contándome mil y una aventuras, mientras íbamos por caminos empinados solo transitados por ovejas. De vez en cuando acercaba sus labios a mi cuello y los juntaba durante un segundo, más que un beso, como una caricia. Y entre risas y caricias, empecé a desear que aquel verano no acabase nunca.

Vi montañas escondidas tras otras montañas, vi ríos que nunca antes había visto y, cuando empezaba a caer la tarde, por fin Albiol me avisó de que habíamos llegado. Él saltó de la yegua con facilidad y se alejó para echar una meada. Yo bajé más despacio y me costó acostumbrarme al suelo; los muslos me ardían y la cabeza me daba vueltas.

  • El resto del camino tenemos que hacerlo a pie -dijo mientras se sacudía la polla y la guardaba en su pantalón.

No puse objeción, estaba hipnotizado por Albiol. Era su pelo negro, largo y salvaje; su piel morena por el sol; sus labios gruesos; sus brazos trabajados y su hermosa sonrisa. Albiol me transmitía paz, algo que junto a mi hermano nunca sentía. Cuando estaba con David, conectaba con una versión diferente de mí mismo, pero con Albiol conectaba con una parte de mí desconocida.

Empezamos a caminar por un caminito estrecho, lleno de hierbajos y piedras. Allí, oculto de ojos curiosos, Albiol se atrevió a cogerme de la mano. Caminamos un largo rato en silencio, hasta que llegamos a una zona rodeada de árboles. Escuché a lo lejos el agua correr, aunque no distinguía de donde provenía aquel sonido. No tardé en descubrirlo, tras los árboles se encontraba un hermoso manantial. El agua provenía directamente de una roca incrustada en el suelo y formaba un pequeño estanque cristalino.

  • Este es mi lugar secreto -Albiol ya me había soltado las manos-, aquí vengo a relajarme, a pensar y a veces a dibujar. No sé por qué no te había traído antes. Estaba deseando que llegase el verano para enseñartelo.

Me acerqué a él y lo besé. Era mi manera de agradecerle el haberme llevado a tan hermoso lugar. Albiol era dulce, atento y cariñoso. Era de carácter noble como los animales que con tanto ahínco cuidaba. Era el unico que podia controlar el fuego que campaba a sus anchas dentro de mí.

Separamos nuestros labios un segundo. Él sonrío y me acarició las mejillas, apartó un mechón de mi frente y volvió a besarme. Nos besamos lentamente, acariciando nuestros cuerpos y disfrutando de la presencia del otro. Sus manos eran enormes, pero recorrían mi espalda con delicadeza, acariciaba mis glúteos con firmeza, pero sin presionar demasiado. Mis manos se perdían en su melena y en sus gruesos brazos.

  • ¿Nos damos un chapuzón?

Me quité la camiseta, esa fue toda mi respuesta. Me deshice de los pantalones y me adentré en el manantial. No era profundo, el centro apenas me cubría la cintura. El agua era tan clara que podía ver mis dedos contra el fondo cubierto de hojas. Levanté la vista y me fijé en Albiol. Era un auténtico titán. Se despojó de la camisa y dejó al aire su pecho majestuoso, cubierto de vello. Tenía un vientre esculpido por los dioses y unos pectorales marcados, coronados por unos diminutos pezones puntiagudos. Empezó a desabrocharse el pantalón mientras me miraba fijamente. Sus piernas eran largas y fuertes. Llevaba un slip blanco que marcaba un prominente paquete, ya conocía lo que había debajo y la boca se me hacía agua.

Se metió en el agua sin quitarme los ojos de encima. Nuestras lenguas se unieron en un baile frenético. Sus manos buscaron mis nalgas bajo el agua y las apretó con firmeza. Yo hice lo mismo y colé mis manos en su slip arañando sus nalgas, él me mordió el labio en respuesta. Albiol se entretuvo un rato en mi cuello, desencadenando olas de placer que recorrieron todo mi cuerpo. Me besaba con pasión y yo le correspondía de igual manera. El tiempo había pasado, pero nuestra conexión seguía intacta.

Sus glúteos eran firmes como dos rocas. Los apretaba, los acariciaba y arañaba a mi antojo, mientras Albiol hacía lo mismo con mi cuello. Busqué su pecho con mi boca y enterré mi cara entre sus pectorales, llenándome de su olor a hombre. El agua se había mezclado con el sudor y su piel estaba resbalosa. Mi lengua iba de una de sus tetillas a la otra, lamiendolas despacio mientras Albiol gemía de placer, era su punto más erótico y sabía que le encantaba. Mordisquee sus tetillas y lo hice estallar de placer, mis oídos se llenaron de sus gemidos y me sentí profundamente complacido.

Deslicé mis manos por todo su torso y viajé hasta su entrepierna. Estaba completamente empalmado y su polla se transparentaba por el slip blanco. No dudé en liberarla y empezar a masajearla lentamente mientras seguía deborando sus pezones. Su polla cabía perfectamente en mi mano. Era alargada, gorda y cabezona. La agarraba con firmeza mientras que con el pulgar masajeaba su glande, resbaloso por el liquido preseminal que había empezado a emanar. Dejé sus pezones un segundo, me llevé el pulgar a la boca y probé aquel fluido viscoso que tan bien conocía. Albiol volvió a besarme.

Llevó su mano hasta mi entrepierna y me agarró la polla con fuerza. La sacó y empezó a juguetear con ella. No tardó en ponerse dura. Albiol sujetó nuestras vergas con su gran mano y las masajeó a la vez. Yo estaba en el cielo, por fin, después de tanto tiempo, estaba junto al hombre con el que había soñado durante tanto tiempo. Muchas veces, cuando estaba haciéndolo con mi hermano, solo podía pensar en Albiol.

Me guió hasta la orilla y me hizo arrodillar sobre una roca. Ante mí, Albiol se alzaba imponente, un titán más que un hombre. Sostuve su torre de carne entre mis manos y empecé a calentarla. A diferencia de la polla de mi hermano David, la polla de mi amante era gruesa, venosa y cabezona. Una auténtica delicia. Albiol estaba circuncidado así que su hermoso fresón rosado estaba expuesto en todo momento y era muy sensible. No lo hice esperar, empecé a ensalivarlo con la punta de mi lengua. Se estremeció ante el contacto de mi lengua con su glande. Fui introduciendo su nabo en mi boca poco a poco, él agradecía mi esfuerzo con gemidos y leves estremecimientos. Su pelvis se contoneaba lentamente, introduciendo su polla más y más con cada movimiento, mientras tanto yo masajeaba sus cojones con mis manos. Jugaba con ellos, los lamía, los introducía en mi boca y arañaba.

Me puse de pie y busqué su boca con desesperación. Nos fundimos en un nuevo beso, aunque por poco tiempo, Albiol no tardó en ponerse de rodillas. Se llevó mi polla a la boca y la degustó. No tenía mucha experiencia y se notaba. Él hacía lo que podía, pero la experiencia no era placentera para mí. Utilizaba los dientes, su ritmo no era bueno e intentaba tragarsela completa, pero las arcadas se lo impedía. Apreciaba su buena voluntad, pero no quería quedarme sin polla. Decidí ponerlo a trabajar en un campo donde probablemente se sintiese más cómodo. Me di la vuelta y dejé mi culo a su merced. Quizás porque estaba acostumbrado a comerse el coño de su novia, no tuvo problemas en hacerme gozar. Su lengua se deslizaba con suavidad por mi raja mientras sus manos apretaban mis nalgas. Albiol las separó y se dispuso a entrar su lengua en mi interior. Su toque húmedo me erizó la piel y no pude evitar morderme el labio de placer. Lo quería dentro de mí y lo quería ya.

Albiol devoraba mi culo con impaciencia. Su lengua trazaba círculos, subía y bajaba hasta mis cojones, los saboreaba y escupía, se los tragaba completos. Yo mientras tanto me pinzaba los pezones con fuerza, aumentando exponencialmente el placer. Entonces, sin avisar, Albiol coló uno de sus largos dedos en mi interior. No me había dado cuenta, pero mi culo estaba completamente dilatado. El dedo entró sin problemas y una nueva oleada de placer recorrió mi cuerpo, haciéndome gritar con fuerza. Él siguió jugando con mi ano, ignorando mis crecientes gemidos. Metía su dedo hasta lo profundo de mi interior, lo retorcía con suavidad y volvía a sacarlo. La acción se repetía una y otra vez, alternando entre lengua y dedo. Empecé a sentir una presión extra, esta vez Albiol había colado no uno sino dos dedos. Estaba en el paraíso.

Albiol se puso de pie, llevó su polla hasta las puertas de mi ano y me rosó con su hermoso fresón. Lo sentí recorrer el perímetro de mi ano con sumo cuidado, disfrutando de cada centímetro de mi pequeño agujero que deseaba recibirlo. Lo mojó bien con su saliva, pero aún así supe que iba a doler. Mucho. Nunca me abrí de piernas para mi hermano, siempre era yo quién lo penetraba a él. Solo Albiol me había penetrado en el pasado y de eso hacía más de un año, así que estaba fuera de forma. Pero el dolor no me iba a detener, estaba con Albiol, después de tantas noches de pensar en él, por fin lo tenía a mi lado. No podía decirle que no.

Sentí presión, esta aumentaba poco a poco. Albiol se moría de ganas por entrar. Su glande se coló en mi interior tras varios intentos fallidos. Contuve la respiración y reprimí un grito. Me dolía bastante, pero Albiol era considerado y empujaba despacio. Cada centímetro era una batalla que yo estaba dispuesto a luchar. Cuando me sentía cómodo empujaba hacia atrás para que se adentrara más en mí.

Unos minutos después, cuando más de la mitad de su verga estuvo en mi interior, empezaron las embestidas. Al principio se trataba de un mete-saca sutil, pero a medida que mi culo se adaptaba a su nuevo inquilino, las embestidas crecieron en fuerza y frecuencia. Albiol entraba y salía una y otra vez, mientras yo gemía con fuerza. Él empezaba a jadear mientras nuestros cuerpos seguían contoneandose. Me apretaba las caderas con ambas manos, como intentando que no escapara. Yo no tenía ganas de escapar, todo lo contrario, el dolor había desaparecido y ahora solo había placer. Sentía su glande masajear mi próstata mientras me masturbaba, no tardé en eyacular entre gritos y sacudidas. Albiol me apretó con aún más fuerza ignorando que yo me había descargado.

Estaba exhausto, pero Albiol no tenía síntomas de querer acabar. Taladraba mi culo a toda velocidad, con fuerza y precisión. Gemía, se contorsionaba y apretaba mis glúteos mientras decía mi nombre. Podría estar así toda la vida, con Albiol pegado a mi espalda, sintiendolo en lo profundo de mi interior.

De repente, Albiol sacó su polla de mi culo. Lo escuché gemir con fuerza y unos segundos después, una lluvia cálida bañó mis glúteos y espalda. Su corrida era espesa y abundante. Varios chorros de leche salpicaron mi espalda y, cuando acabó, Albiol volvió a penetrarme una vez más. Fue solo una embestida pero con la fuerza suficiente para que yo cayese sobre mis rodillas. Albiol se dejó caer a mi lado. exhausto, sudado y jadeante. Tardamos un rato en recuperarnos, el uno al lado del otro sin decir nada.

  • Eso fue... increible -su voz aún estaba entrecortada.

Albiol extendió su mano y me acarició la frente. Se puso de pie y caminó hacia el agua, regalándome una hermosa vista de sus glúteos. Yo lo seguí. Allí volvimos a besarnos, entre risas y caricias. Mis manos volvieron a perderse en su melena.

  • Me moría de ganas de estar contigo -le dije mientras nos cambiabamos-. Este lugar... lo que hemos hecho hoy... ha sido mágico.

  • Iker -Albiol se acercó a mí y me acarició los hombros-, me gustas demasiado. Estos meses... no he podido dejar de pensar en ti. El verano está empezando y, de verdad, me gustaría compartirlo contigo. En secreto, claro. Ya sabes como es la gente de este pueblo.

  • Ya lo sé. Un veterinario bisexual les aterraría.

Ambos reímos.

  • Yo también te he extrañado. Te prometo que este será nuestro verano.

Las palabras salieron de mi boca sin pensarlas. Aquella no era la única promesa que había hecho. Mi hermano David y yo habíamos prometido estar el uno con el otro para siempre. Sellamos nuestra promesa con sangre, pero por Albiol yo estaba dispuesto a romperla cuantas veces hiciera falta.

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Espero que hayáis disfrutado este relato. Debo agradeceros vuestro apoyo y comprensión. Tenía ganas de presentaros a Pelayo o más bien Albiol, como todos lo conocen. Por el nombre de este nuevo personaje podéis haceros una idea del sitio en el que se desarrolla la historia. Si lo adivinais, por favor dejadlo en los comentarios. Os animo a calificar este relato y a leer la otra serie que estoy escribiendo en estos momentos. Un abrazo.