En Familia (1) Padre e Hijo
Padre e Hijo. Hermanos Gemelos. Tios y Sobrinos. En este relato exploraremos las oscuras fantasías de varios personajes. Porque el sexo en familia es mucho mejor.
En Familia
Si una cosa tienen en común los amores prohibidos es que la persona que siente ese amor enfermizo siempre guarda la esperanza en su interior de que algún día se haga realidad. Mi caso era distinto, en mí no había tal esperanza.
Capitulo 1: Tormenta de Verano
Julio
El amanecer me pilló ya despierto. Estaba tirado bocarriba en la cama mirando el techo y pensando en las cosas que tenía que hacer ese día. Las enumeraba en factor de su importancia: primero tendría que ayudar a mi padre a recoger la cabaña, después lo acompañaría a por leña y al caer la tarde podría quedarme tirado en la piscina sin hacer nada. ¡Mierda! Olvidaba algo. Bueno, lo olvidaba a propósito. También tenía que ir a recoger a Iker y David.
Me quito la sabana y miro lo que hay debajo. Una erección mañanera me saluda descaradamente, hago lo propio y me meto la mano en el bóxer rascándome los cojones. "Tengo que depilarme", me recrimino. Mis cojones están duros, repletos de lefa, los aprieto un poco hasta que el dolor me hace soltarlos. El bóxer negro que llevo puesto proyecta mi erección hacia el frente y da la sensación de que calzo algunos centímetros más, mi polla parece una lanza de carne que pide a gritos ser frotada. La acaricio suavemente de principio a fin. Sigo religiosamente mi rutina de una paja para dormir y una para despertarme. Desenvaino mi polla y la sostengo con firmeza.
Por mi cabeza pasa la imagen del mismo hombre de siempre: 40 años, piel morena, ojos oscuros y barba poblada. Me siento sobre la almohada y abro las piernas un poco, no tardo en bajarme el bóxer hasta las rodillas. Vuelvo a concentrarme en mi nabo. Escupo sobre mi mano y me lubrico con cuidado el glande, deslizo mis dedos de arriba a abajo con suavidad para que la saliva cubra todos los centímetros de mi verga. Me muerdo los labios de placer.
La amenaza de que alguien pudiese entrar está en el aire así que tengo que ser rápido. Me deshago de la camiseta y empiezo a menearmela, una mano se ocupa de mi pecho mientras la otra zarandea con devoción mi potente erección. Toqueteo mis tetillas a la vez que me masturbo, no tengo unos pectorales definidos, pero sí una aureola redondeada y prominente con un pezón puntiagudo y muy estimulable. Reprimo un gemido. El ritmo es frenético al igual que las descargas de placer que me recorren por todo el cuerpo. Susurro el nombre de mi fantasía sexual en voz baja, deseando que fuese él quien me la menea y no yo.
Pongo en practica mis dotes como experto masturbador. Uso mi mano derecha para sostenerme la polla con firmeza y con la palma de la mano izquierda recorro el glande en círculos, el contacto de mi fresón rojizo e hinchado con la palma de mi mano me hace temblar de placer. No me detengo, continuo meneandomela un buen rato. Decido cambiar de postura, ahora uso la mano derecha para magrearme los pezones mientras la izquierda busca con desesperación mi culo. Me acaricio el ano con uno de mis dedos y vuelvo a frotarme la polla.
Siento que mi polla va a estallar pero no me detengo, todo lo contrario, aumento la velocidad. Estiro las piernas sin darme cuenta y nuevamente vuelvo a estar acostado sobre la cama, el bóxer se escurre entre mis pies mientras me retuerzo sobre mí mismo. Lo siento dentro de mí aunque él no esté presente, es un fuego que me calcina por dentro.
Estoy al borde de correrme, pero deseo alargar el orgasmo un poco más. Imagino su lengua recorriendo mi cuello, sus manos firmes apretándome las caderas, su falo curvo penetrándome sin compasión. Imagino su cara y de repente la veo delante de mí. La puerta de mi habitación se abre y mi padre aparece sin previo aviso. Intento dejar de masturbarme, pero cuando nuestras miradas se cruzan siento los trallazos de lefa salir disparados de mi verga. Me cubren el abdomen, el pecho y parte de la cama.
Ambos nos quedamos en silencio unos segundos que parecen eternos. Mi padre me observa desde el umbral de la puerta, me examina con cuidado. Noto su mirada recorriendome el cuerpo, sigue sin parpadear hasta que de repente traga saliva. Yo hago lo mismo con él. Lleva puesto un bóxer ancho pero aún así puedo ver la silueta de su polla dibujada bajo las rayas de colores, tiene el pecho descubierto y la boca entreabierta, observo su lengua, la misma lengua que recorría mi cuello en mis fantasías. Su torso peludo está decorado con unos potentes pectorales, más bien dos potentes tetazas, sus pezones erectos me miran fijamente.
Todo esto sucede en unos pocos segundos, como cuando tienes un subidón de adrenalina y ves tu vida pasar delante de tus ojos. La realidad me golpea bruscamente. Cojo la almohada y me cubro, mi padre gira la cabeza y empieza hablar mirando hacia el pasillo.
- Ehh -noto su voz entrecortada, carraspea- Vístete, tenemos que ir a buscar a los chicos.
No espera respuesta, la puerta se cierra y mi padre desaparece tras ella. Cojo la almohada y me cubro la cara para ahogar un grito de desesperación.
¡Me ha visto! ¿Cómo he sido tan descuidado? Soy gilipollas, no debí hacer nada. Pero claro, como no puedo aguantarme...
Permanezco en la cama unos minutos, pero temiendo que mi padre volviese a entrar decido empezar a cambiarme. Lo primero es limpiar la lefa calentita que me cubre el abdomen. Alcanzo una toalla y empiezo a restregarla contra mí.
¿Cuánto tiempo llevaba en la puerta? Qué más da... Lo que importa es que me ha pillado con las manos en la masa, nunca mejor dicho.
Entonces recuerdo que no era la primera vez que esta escena se producía, aunque por aquel entonces fue a la inversa. Yo estaba en el despertar de mi sexualidad aunque a penas conocía eso que los mayores llamaban "pajillas". Un día, estando solos en casa, entré al baño para echar una meada. Tras abrir la puerta me encontré a mi padre en la ducha cubierto de jabón mientras se la cascaba. Fueron unos segundos que me bastaron para analizar su anatomía.
Estaba en shock. Mi padre tenía unos cojones compactos y peluditos, unas piernas recias y una polla alargada y curva. No sabía por qué, pero me quedé hipnotizado mientras lo veía masturbarse y escuchaba sus gemidos. En cuanto se dio cuenta de que estaba allí se detuvo y me ordenó que saliese. Yo corrí a mi habitación, me bajé los pantalones e hice lo mismo que él.
Desde entonces desarrollé dos extrañas adicciones: La de espiar a la gente y mi adicción por mi padre. Al principio pensé que era un pecado mortal y blablabla, pero luego descubrí que no hay nada de malo en dejarse llevar por nuestros instintos básicos de vez en cuando. Además. mientras solo sea una de mis fantasías no pasa nada. ¿Qué hay de malo en ello?
Una vez vestido, cogí mi cámara de fotos, me reuní con mi padre y nos dirigimos a buscar a mis primos. Íbamos en silencio y con la mirada puesta en la carretera. Yo disfrutaba del verdor que decoraba el trayecto. Mis padres habían alquilado una cabaña en mitad del bosque para pasar el verano, teníamos barbacoa y piscina, un autentico lujazo. El problema es que a mi madre se le había ocurrido invitar a mis primos, unos niñatos que solo se preocupaban por ellos mismos. A mí no me importaba, mientras no se metieran en mis asuntos no tenía ningún problema.
Giro la cabeza y miro a mi padre, sus ojos brillan de manera distinta a la luz del sol. Se percata de que lo estoy observando y gira la cabeza.
Julio -dice en voz muy baja.
¿Sí?
Lo de hace un rato... -se detiene.
Me entran ganas de saltar por la ventana.
Lo siento.
No, tranquilo. Lo siento yo, no debí entrar sin preguntar. Entiendo que cuando eres adolescente -me sonrojo- empiezas a experimentar nuevas sensaciones y tu cuerpo te pide una serie de cosas que antes desconocía. Es normal.
Es la primera vez en mis 18 años que hablo de este tema con mi padre. Él seguía explicándome los deseos masculinos que ya bien conocía y yo asentía dándole la razón en todo. Finalmente y tras veinte minutos eternos encerrados en el coche, llegamos a la parada de autobús. Iker y David estaban recostados sobre la pared quejándose del calor y los mosquitos. Mi padre se acercó a ellos con una sonrisa y los abrazó con fuerza. Yo me quedé de pie con las manos en los bolsillos esperando a que vinieran a saludarme. Uno de ellos no tardó en correr hacia mí.
¡Julio! -exclamó a la vez que sodomizaba mis costillas con lo que se suponía ser un abrazo- ¿Quién soy? -preguntó.
¿David? -dudé.
Sí -gritó con entusiasmo- ¡Por fin lo adivinas a la primera!
Ni de lejos -dijo el otro acercándose- Yo soy David.
Iker sonrió nuevamente.
- Has caído -dijo dándome una palmada en la espalda.
Mis primos eran gemelos imposibles de diferenciar, mismos ojos verdes, piel clara y actitud pedante. "Incluso compartimos la misma talla de condones" había dicho una vez Iker a una edad en la que no debería saber qué eran los condones.
- Estáis enormes -dijo mi padre en plan tio.
En eso tenía razón, los gemelos habían desarrollado una musculatura muy poco característica en los chicos de su edad, sus hombros eran anchos y contaban con pectorales y abdominales bien marcados. Miré mis brazos delgaduchos y me estremecí.
¿Aún te sigue gustando la fotografía? -preguntó David agarrando la cámara que colgaba de mi cuello.
Sí, de hecho estoy compaginando el trabajo en una pequeña galería con mis estudios de fotografía. Algún día me gustaría poder...
Sácanos una foto -me interrumpió Iker.
Acepté sin protestar. David se puso detrás de Iker y rodeó su cuello con el brazo. Al enfocar me di cuenta lo fotogénicos que eran. El sol estaba justo detrás de ellos y dotaba de un aura divina sus mechones rubios. Su sonrisa era hipnotizante, sus labios carnosos y sus ojos saltones. Me quedé exhortado por esa belleza doble. Apreté el botón y los capturé en un instante, ahora eran míos y de nadie más, su belleza me pertenecía.
Volví a apretar el botón, lo apreté nuevamente y así innumerables veces. Cada imagen era mejor que la anterior, cada pose más excitante. Una sonrisa, una mirada cómplice, un jugueteo con las manos... Cualquier cosa era suficiente para encenderme. Levanté el dedo del botón y me detuve. No me daba cuenta de que estaba sonriendo como un gilipollas.
Los gemelos se acercaron para ver las fotos que les había tomado. Me rodearon por detrás para tener una mejor visión, Iker puso su barbilla sobre mi hombro y David me rodeó la cadera con una mano. Me sentía a gusto entre mis primos, casi olvidé lo insoportable que eran.
Esta está bien -dijo David.
Sí, me encanta -dije- Mira la luz y el paisaje de fondo, por no decir vuestro gesto. Tienes los ojos cerrados e Iker te mira sonriendo. Es una foto perfecta.
Las fotos siempre son buenas cuando los modelos son tan guapos -dijo mi padre.
Aquellas palabras resonaron en mi cabeza durante un rato como una especie de eco. Entonces perdí la sonrisa recordando lo que había pasado esa mañana.
Nos miras con buenos ojos tío Antonio, eso es todo.
Tenemos que irnos -dijo mi padre.
El camino hacia la cabaña se hizo más incomodo todavía. Iker y David seguían hablando de lo maravilloso que estaba siendo su verano mientras mi padre soltaba algún que otro chiste sin gracia. Yo lamentaba no poder fotografiar el hermoso paisaje por el que conducíamos, a penas me quedaba batería.
Tras el eterno viaje llegamos a la cabaña. A primera vista no era tan grande como me habían prometido pero me conformaba con que la piscina estuviese a la altura. Estábamos en mitad de la nada literalmente, rodeados de naturaleza y un eterno silencio que solo se rompía con la voz de los gemelos. Me apresuré a entrar para dejar mis cosas en mi habitación, estaba en el piso de arriba junto a la de mis padres. Era la más pequeña y húmeda de todas, mientras que la de los gemelos era la más amplia y la única con acceso directo a la piscina.
Y hablando de la piscina. Fueron ellos los primeros en saltar al agua, mientras yo me ocupa de recogerlo todo, que era lo que se suponía debía hacer. Estaba en mi habitación mirándolos por la ventana, si con ropa estaban estupendos, en bañador era para comérselos. Tomé mi cámara y les hice un par de fotos. Todas eran geniales, incluso aquellas que salían borrosas o en las que solo se veía un trozo de sus cuerpos. Apuntaba a sus trabajados abdominales y al bulto que se les marcaba por encima del bañador.
toc, toc
El sonido de la puerta me devolvió a la realidad.
- Soy yo -dijo mi padre al otro lado de la puerta.
Me apresuré a guardar mi cámara.
Puedes pasar.
Tenemos que ir a cortar leña, ya se lo pedí a tus primos pero están muy "ocupados"
¡Mierda! Siempre curramos los mismos...
Me molestaba tener que ser yo quién acompañase a mi padre a por leña mientras los gemelos se daban vida en la piscina, pero la idea de pasar tiempo a solas con mi padre ayudaba (y mucho) a calmarme los ánimos.
La confianza que nos aportaba saber que en los meses de verano anochecía más tarde nos empujó a salir de casa cuando faltaban escasas horas para que el sol desapareciera. Armados con hachas y pocas ganas de trabajar, mi padre y yo nos sumergimos en el bosque.
Mi padre iba unos pasos por delante mio. Llevaba unos pantalones cortos que dibujan la silueta de su prominente culo. Era un culo perfecto, redondo y bien formado. No podía apartar la vista de su culo en movimiento, era como si una fuerza extraña me empujara a tocarlo. Y ganas no me faltaban. Los glúteos de mi progenitor saltaban de un lado a otro dentro en su prisión de tela. Íbamos cuesta arriba, con lo que mi mirada solo apuntaba a aquellas nalgas prietas. Mi polla despertó dentro de mi pantalón sin que yo se lo pidiera, sentía que estaba a punto de reventar.
Empezamos a talar madera para la fogata. El calor era asfixiante y el trabajo duro tan solo empeoraba la situación. Pronto mi padre y yo decidimos prescindir de nuestras camisetas para trabajar a gusto. El torso de mi padre me alegró la vista. Era un torso imponente, musculado y recubierto por una fina capa de vello varonil, sin contar que estaba completamente sudado. Deseaba que mis manos se resbalarán por aquellos pectorales, que mi lengua recorriera el camino comprendido entre su ombligo y su bragueta para luego darme el banquete de mi vida con su polla.
No nos percatamos de la tormenta que se gestaba sobre nuestras cabezas. Fuimos sorprendidos por truenos y rayos que iluminaban el cielo encapotado.
Se avecina una tormenta -dijo mi padre secándose el sudor de la frente.
¿Una tormenta en verano? -pregunté.
Son las peores -contestó con las manos en la cintura- No tenemos tiempo que perder.
Corrimos como pudimos dejando la leña tirada bajo la lluvia. Un día tranquilo de verano se había transformado en la tormenta perfecta. Los truenos y los rayos cada vez me asustaban más y el camino se había vuelto confuso y resbaladizo.
Entramos en la cabaña como pudimos, intentando quitar todo el barro posible de nuestras botas. Estábamos empapados y muertos de frío, aquel ya no parecía un día de verano. Eché un vistazo rápido a la vieja cabaña: el paso del tiempo se notaba en el techo, agujereado y apunto de colapsar, en las ventanas llenas de telarañas y en el polvo que recubría los pocos muebles que quedaban en pie.
Fuera el mundo parecía estar a punto de acabar; el viento golpeaba con violencia la cabaña, mientras la oscuridad de la noche se veía interrumpida por la luz de los rayos. La piscina donde hacía horas jugaban Iker y David ahora estaba llena de hojas y agua turbia. Viendo el panorama decidimos irnos a dormir temprano.
Yo subí las escaleras y me tiré sobre la cama, esta a su vez emitió un sonido casi tan estridente como el de los truenos. Tardé un buen rato en acostumbrarme a lo incomoda que resultaba pero finalmente pude conciliar el sueño. No por mucho tiempo. Un ruido ensordecedor hizo que me levantara de un salto, el viento y la lluvia se colaban en mi habitación. Después de varios segundos de angustia pude ver lo que pasaba, una rama había impactado contra el cristal de la ventana dejando el suelo lleno de cristales.
La puerta de la habitación se abrió de golpe y mi padre acompañado por los gemelos entraron para ver qué pasaba.
- ¿Estás bien? -preguntó mi padre al ver el desastre.
Yo simplemente asentí. Cuando se me pasó el susto me puse en pie y ayudé a mi padre a limpiar los cristales, luego retiramos la rama de la ventana y cubrimos el hueco con unos cartones que no resistirían mucho tiempo.
Esto no aguantará -dijo mi padre- No puedes dormir aquí.
Nosotros estamos completos allí abajo -se apresuró a decir uno de los gemelos.
Completos -hizo énfasis el otro.
Puedes dormir en mi habitación -dijo mi padre.
La noticia me alegró bastante, podría pasar la noche cerca de mi padre, aunque no sabía si podría aguantar las ganas que tenía de saltarle encima.
Su habitación estaba justo al lado de la mía. Era un poco más grande, pero igual de húmeda y poco acogedora. La cama era más pequeña de lo que yo me imaginaba, lo que me aseguraba estar pegado a él toda la noche. Tuve que reprimir la emoción que sentía, no dormía con mi padre desde muy pequeño. Ahora era mayorcito y lo miraba con otros ojos.
Una vez nos hicimos a la idea de que tendríamos que pasar la noche en aquella cama, nos pusimos manos a la obra para intentar acomodar todo lo posible nuestro improvisado lugar de descanso. Lo primero fue intentar acomodar la cama en la que dormiríamos, sacudimos las mantas que la cubrían e improvisamos. No era un sitio acogedor pero peor era dormir en la habitación contigua.
Mi padre se bajó el pantalón y me regaló un primer plano de un slip muy apretado que le hacía un culo fantástico y un paquetazo a un mejor. Intenté mirar a otro sitio, pero esas nalgas robustas me hipnotizaban. Yo llevaba puesto el pijama así que solo tuve que meterme debajo de las sabanas. Mi padre no tardó en hacer lo mismo, aunque él solo llevaba puesto el slip que le quedaba tan apretado. Respiré hondo, tenía que pensar en otra cosa.
Las horas corrían y yo despierto. Mi padre roncaba junto a mi espalda, la cama era tan pequeña que me resultaba imposible huir de él, tampoco tenía muchas ganas la verdad. Pero estar en contacto con su piel dificultaba el hecho de que mi intención era ignorarle.
Mi padre se da la vuelta y siento su paquete contra mi espalda. Un sudor frio me recorre todo el cuerpo. Está empalmado, siento su erección contra mi espalda y no puedo evitar empalmarme yo también. Dios, la tiene enorme. Las ganas de tocarlo aumentan dentro de mí. Me digo que no, que e suna locura, que es muy peligroso... Pero no puedo controlar lso impulsos de mi cuerpo, no con la verga de mi padre contra mi espalda.
No aguanté más. Deslicé la mano suavemente por la cama hasta llegar a la entrepierna de mi padre. Allí me detuve. Esperé a que respondiera de alguna manera pero seguía dormido. Puse la palma de mi mano con suma delicadeza sobre el paquetazo que tenía y me mantuve en silencio. Su pollón a punto de reventar vibraba dentro del slip. Yo disfrutaba el momento en silencio. Era de un grosor considerable, tal y como yo la recordaba. Deseaba desenfundarla y llevármela a la boca pero debía aguantarme.
Mi polla no estaba menos contenta que la de mi padre. Dentro de mi pijama había una autentica fiesta. Dejé una sobre el paquete de mi padre y me metí la otra en el pijama. Empecé a apretarme la polla con fuerza mientras rozaba la de mi padre, todo muy lentamente para que no se despertase.Su tranca emanaba un calor especial que me calentaba la palma de la mano y con ella todo el cuerpo.
Quería disfrutar del momento lo máximo posible, pero las ansias de más pudieron conmigo. Decidí apretar con mucho cuidado el nabo de mi padre. Lo hice una vez y me detuve, respiré hondo y volví a hacerlo. No hubo respuesta. Apreté aquel pollón nuevamente y esta vez la polla pareció responderme dando un salto dentro del slip, yo vibré junto con ella. La excitación del momento era tal que a penas podía respirar.
No podía esperar más. Quería sentirla en mi mano. Fui adentrándome muy despacio en el slip, empecé por la parte de abajo, donde estaban los cojones. Colé un dedo y el vello de sus pelotas acarició mi piel con dulzura, abrí camino para que pudiese entrar otro dedo, en poco tiempo tuve los cojones de mi padre sobre la palma de mi mano. Estaban calentitos, los apreté y una vibración extraña me recorrió todo el cuerpo. Estaba en el cielo.
Jugueteé con ellos sin preocuparme de lo que podía pasar. Ya no apretaba mi polla, me estaba haciendo una paja en toda regla mientras sostenía los huevos de mi padre. Y que huevos. Eran enormes, no me cabrían en la boca. Me despedí de los cojones y saqué mi mano del slip. Mi padre seguía durmiendo.
Entonces quise ir más allá. Subí la mano por su estomago, recorrí su torso peludo y me detuve en las poderosas tetazas que lo coronaban. Las froté muy despacio y a consciencia, incluso me atrevía a pellicarle un pezón. Acerqué mi cara hacia sus tetas y lamí el pezón con la lengua. Solo fue un segundo, un segundo que me parecía eterno.
Volví a por su paquete. Metía la mano por la parte de arriba y su polla salió disparada fuera de él. Gemí de placer. La agarré por la cabeza y rodeé la punta con el pulgar, estaba húmedo y pegajoso. La sostuve en mi mano y la desenfundé lentamente. Mi padre se movió y el corazón me dio un vuelco. Me quedé muy quieto con su polla en mi mano. No volvió a moverse así que seguí.
Empecé a deslizar mi mano por toda su polla mientras lo masturbaba, a su vez me seguía masturbando mientras lo tocaba. No me estaba creyendo lo que pasaba por fin tenía a mi padre a mi disposición. Seguí masturbandolo un buen rato, descansando de vez en cuando para no despertarlo.
De repente mi padre me agarró por los hombros y se levantó para acabar subido encima de mí. Me quedé inmóvil mientras el me miraba lleno de ira.
- ¿Qué coño estás haciendo? -me preguntó a gritos.
No pude responderle. Un rayo iluminó la habitación y vi sus ojos en llamas. Se quedó en silencio un buen rato mientras me miraba fijamente. Seguía encima de mí apretandome los brazos, nuestra respiración acelerada. Tras varios de segundos que parecieron eternos, me soltó. Se levantó de la cama y dio vueltas desnudo por la habitación. Buscó su pantalón y salió por la puerta. Yo me quedé en la cama y me cubrí con las mantas. ¿Qué había hecho? Tenía ganas de llorar, de salir a la noche y perderme en el bosque.
El tiempo pasaba y mi padre no volvía. Decidí salir a buscarlo para darle eplicaciones, aunque no sabía qué iba a decir exactamente. Los rayos iluminaban el pasillo, deambulé por la cabaña hasta que me percaté de que la puerta del baño estaba entreabierta. Me dirigí hacia allí y, sin preguntar, la abrí del todo. Mi padre estaba en la bañera, desnudo, gemía mientras se pellizacaba los pezones y con la otra mano se masturbaba freneticamente. No tardó mucho, justo en ese momento estalló, largos chorros de lefa saltaron en mi dirección, cubriendo el suelo. Me miró y siguió eyaculando, yo salí corriendo y dejé la puerta abierta. Volví a mi cama y, sin pensarlo, empecé a imitar a mi padre.
Continuará...