En estos tiempos de ilusión...
Y, como en mi sueño de hacía unos minutos, no me dijo ni hola para robar de mis labios los besos que, por error, había estado guardando. Una vez más aquella muchacha de ojos expresivos conseguía sorprenderme y hacerme soñar la realidad.
Tengo guardada en mi memoria la imagen de ver a aquella chiquilla con cuerpo de mujer saliendo del río con aquella empapada camiseta roja y sus ojos castaños fijos en mí. Un intenso escalofrío recorrió mi cuerpo y supe que, si me seguía acercando así, si seguía permitiendo que se acercara a mí, acabaría irremediablemente enganchándome una vez más.
Y lo más curioso era que no quería buscar excusas estúpidas, ni siquiera quería pensarlo demasiado. Solo pensé en que no haría nada por acercarme… aunque sabía que tampoco huiría si ella se acercaba a mí. Todos mis temores, los malos recuerdos de un pasado no muy lejano, no podían lastimarme más… agua pasada no mueve molinos.
Todavía sonrío cuando pienso en su carita durante aquella noche de fiesta, sentadas en la acera, apoyadas en la pared de algún bar. Sus miradas, sus gestos, su inocente manera de conseguir centrar toda mi atención haciéndome olvidar por unas horas que el mundo seguía girando, que la vida seguía su curso y yo tenía que nadar a favor de la corriente para no morir ahogada.
Su manera de comportarse me recordaba a la mía diez años atrás, cuando mi mini yo luchaba contra su timidez para acercarse a las chicas que más le gustaban. Aquella noche yo era una de esas mujeres que se dejarían conquistar por una Lolita en prácticas.
Sabía qué podía pasar, sabía que no se echaría atrás en el último momento, sabía que ya me había empezado a cazar y que sería para ella una presa fácil.
Después de todas la vueltas que había dado mi vida, de todos los cambios de los últimos dos años, de los altos breves y los bajos largos y duros, empezaba a sentirme bien con algo tan insignificante como que una chiquilla guapa y lista se fijase en mí.
Reconozco que lo primero que me llamó la atención de aquella pipiola había sido su imponente físico y su increíble belleza. Parecía que habían sacado de mi cabeza a mi mujer ideal. Como el sueño que se tiene una vez y se recuerda siempre.
Pero ella no era un sueño, ni siquiera creo que pudiera llegar a imaginar lo que estaba despertando en mí aquella noche de verano. Rodeadas de gente y de ruido, se creó entre nosotras una burbuja de intimidad y complicidad que me sorprendió cuando menos me lo esperaba.
En aquel momento dejó de importarme todo lo que me tenía tan ocupada, dejé de temer todo aquello que tanto había temido. Volví a sentir lo que tanto había echado de menos y que, por primera vez, estaba disfrutando antes de saber cómo terminaría.
Y fue esa tranquilidad, el hecho de sentirme tan relajada con ella, la que me empujó a separarme, poniendo una excusa torpe, de aquella boca que llevaba un buen rato ganándose toda mi atención y gran parte de mi razón.
Me acerqué a la barra y me pedí un agua bien fría. Necesitaba refrescar mi garganta y despejar un poco mi mente del pecado que estaba deseando ser cometido. Cerré los ojos y bebí casi todo el líquido de un solo trago. No podía apartar sus ojos ni su sonrisa de mi cabeza y, aunque me hacía sentir bien, estaba empezando a preocuparme.
Y cuando me giré comprobé que la imagen de mi sentido era la misma que volvía a tener delante. No decía nada, tan solo me sonreía. Su cara transmitía alegría de una noche que había empezado siendo un poco rara y estaba resultando inolvidable. No se que fue lo que se le pasó por la cabeza tan solo un instante después, solo se que, por su manera de mirar, supe lo que iba a suceder.
Sin dejar de mirarme se acercó a mí con decisión y sujetó mi cara con sus manos para poner el beso de la película de domingo por la tarde que estábamos protagonizando. Aunque, debo reconocerlo, aquel beso dado por aquella boca había sido algo más que un beso romántico entre la jovencita y la recién estrenada adulta… uno de los mejores besos que me han dado.
Tras el susto de haberse dado cuenta de lo que acababa de hacer, se despidió y, con mucha prisa, salió casi corriendo del bar. Allí estaba yo, de pie, en medio de un montón de gente que me miraba un poco asombrada durante medio suspiro, con una sonrisa en la boca y una agradable sensación en el cuerpo. No quería estropear lo que había sido una bonita noche y decidí irme a mi pequeña casa para dormir relajada las pocas horas que me quedaban.
Soñar es imaginar una cosa que es improbable que suceda, que difiere notablemente de la realidad o que solo existe en la mente. Mientras caminaba hacia mi casa soñaba que la noche continuaba y que, ni yo tenía treinta ni ella diecinueve. Que sentiría su mano en mi hombro y que me dejaría llevar a donde ella me dijera sin oponer resistencia…
De mi ensoñación me despertó el móvil que vibraba incansable en el bolsillo de mi pantalón. Su nombre apareció en la pantalla y la sonrisa volvió a mi boca.
“¿Ya te has ido? Me gustaría hablar contigo sobre lo que ha pasado. Yo… ¿ya estás en casa?”
“No, estoy en frente de la librería todavía.”
“¿Me puedes conceder un ratito? Llegaré en seguida.”
No podía decirle que no. Su situación no era fácil, podía recordarlo perfectamente. No quería que aquella muchachita de rasgos y carácter salvaje se quedara con las ganas de descargar su preocupación. Quería que me diere la oportunidad de conocerla y darle la posibilidad de que me viera sin la máscara que tantas veces me acompaña.
Me apoyé en la pared buceando en mis pensamientos mientras veía como la claridad comenzaba a pelearse con la oscuridad de la noche. Cuando volví la vista distinguí su caminar único, con paso decidido y sin perder de vista el destino de su andanza.
Recuerdo su cara como si la tuviese delante ahora mismo. Sus ojos castaños mirándome fijamente, su sonrisa ligeramente ladeada, sus hoyuelos marcados y su pelo largo, negro y rizado haciendo de marco de una preciosa foto. Supe que no me salvaría ni la caridad de ese pequeño ángel que no temía vender su alma al diablo por media hora más conmigo.
Y, como en mi sueño de hacía unos minutos, no me dijo ni hola para robar de mis labios los besos que, por error, había estado guardando. Una vez más aquella muchacha de ojos expresivos conseguía sorprenderme y hacerme soñar la realidad.
Me entró un poco de miedo al verme vencida por una mujer tan joven y también por lo que me había conseguido despertar después de tanto tiempo. Intenté, sin demasiada convicción, hacerme la tía dura y, en realidad, me sentía intimidada por ella, por la situación, por lo que podía ser.
Pero el miedo nunca ha sido mi guía y decidí dejarme llevar por sus brazos y por las palabras que me incitaron a invitarla a subir en mi coche para ir a algún lugar aislado que nos permitiera hacer real la intimidad que habíamos conseguido inventarnos.
No hicieron falta palabras para aquel intenso trayecto. La música envolvió nuestras miradas y sus sonidos amortiguaron los suspiros de deseo que se nos escapaban por el juego de calentamiento que estábamos improvisando.
Un espeso y verde bosque, una pequeña capilla recién rehabilitada, una vieja ruina de lo que había sido un próspero lugar, el río siguiendo su trepidante curso. Apagué el motor, tiré del freno de mano y quise dejar que mis impulsos actuaran por mí. Pero la determinación de mi acompañante fue más rápida que la mía y, antes de poder si quiera pestañear, la morena imposible estaba sobre mí colando sus manos por debajo de mi camiseta.
Casi no me podía mover debido a las reducidas dimensiones de mi utilitario, pero ella se las ingenió para dejarme medio desnuda en menos de dos besos. Y por mucho que recliné y eché hacia atrás el asiento, el habitáculo del conductor siempre ha sido uno de los sitios más incómodos. Aunque su mano en mi entrepierna y su boca en mi cuello no me dejaban pensar en otra cosa que no fuera el placer que me daban.
Tiré de su camiseta y, antes de que rasgara la tela, se incorporó un poco para ayudarme a desnudarse. Momento que aproveché para empujarla al asiento de al lado y ser yo la que controlase la situación… pero aquellos pechos, aquella piel tan suave, me hicieron olvidar de nuevo qué era lo que había que dirigir. ¿Quién puede dominar a dos animales salvajes?
Desabroché su pantalón y, mientras la acababa de desnudar me colé entre sus piernas. Sujeté sus manos por encima de su cabeza y comencé a hacer lo que llevaba deseando desde el día que la vi salir del río con aquella camiseta roja.
La besé despacio, dejé que nuestras lenguas se siguieran conociendo durante un buen rato. Una de mis manos se cansó de ser carcelera de la suya y se deslizó impúdica sobre su cuerpo. Sus preciosos pechos consiguieron frenar su paseo por unos momentos que fueron aprovechados para apartarme un poco y recrearme con aquella fantástica visión de su precioso cuerpo desnudo.
A veces los sueños nos sirven de excusa para no enfrentarnos a la realidad, a veces la realidad supera nuestros sueños y nos hacen levantar los pies de la tierra para volver a creer en lo maravilloso que es vivir, en que las oportunidades siempre aparecen cuando menos las buscas.
Acaricié su cara y llevé mi boca a su cuello para morderlo con cariño. Ella se retorció pidiéndome con ese gesto que empezara a mitigar aquella excitación que la estaba doblegando. Me dirigí a sus erectos pezones para disfrutarlos como hacía tiempo no hacía con nadie. Los mordí despacio, pasé después mi lengua para acariciarlos y levanté la vista para quedarme clavada en sus ojos que dejaban ver el fuego que tenía guardado.
Mi juguetona zurda se coló entre sus largas piernas y noté la humedad con la que me estaba aguardando. Escuché un pequeño grito apagado por su mano cuando acaricié su hinchado clítoris y deseé no estar en aquel pequeño coche para poder disfrutarla mejor… pero el olor de nuestros sexos encendidos nublaba la poca razón que todavía peleaba por estar presente.
Mis dedos encontraron camino hacia su interior y su abrazo alrededor de mi cuello delataban su placer animándome a seguir descubriendo sus más íntimos deseos. Y mi boca no quiso ser menos y se lanzó a probar aquel dulce saber que aguardaba ser robado. Mi lengua se enredó entre sus labios para volver a escuchar aquellos profundos y sonoros jadeos que ya no se molestaba en amortiguar.
Tiró de mí hacia arriba para probarse en mi boca y verse en mis ojos mientras mi mano se negaba a dejar su nuevo escondite. Me abrazó con fuerza una vez más mientras se iba deshaciendo al compás de mis incansables movimientos. Apartó su cara de mi cuello y dejó escapar todo lo que había estado guardando.
Todavía no me explico como consiguió dejarme debajo de su imponente figura una vez más. No quise que el sol de la mañana interrumpiera aquella noche de sueños reales. Comenzó a reptar sobre mi cuerpo como una dulce serpiente de cascabel sin dejar rincón sin beso.
Cerré los ojos para evitar mirarla, para evitar seguir desarrollando aquellos que mi cabeza me llevaba advirtiendo desde unas horas antes, cuando me había besado en aquel bar. Prefería pensar que todo estaba siendo la ilusión de unas cuantas cervezas.
Pero su lengua sobre mi vulva me volvió a aquel coche, a aquel asiento, a sus manos sobre mis pechos, a mi respiración entrecortada, a las sensaciones que seguían despertándose en mi cabeza y en mi cuerpo. La miré tratando de buscar una salida a aquello que me estaba empezando a asustar de nuevo y la única luz que pude ver fue la que desprendían sus ojos oscuros clavados en mí. Y supe que aquella preciosa y pequeña salvaje me había desarmado y que ni podía, ni quería, hacer nada en contra de aquello.
Cuando conseguimos recomponernos un poco salimos del coche para estirar las piernas. A penas éramos capaces de hablar. Ambas sabíamos que no era necesario y tampoco sabíamos que decir. Disfrutamos durante un buen rato de aquel idílico entorno que os había guarecido durante aquellas horas y, tras besos, abrazos y silencios delatores, pusimos de nuevo rumbo hacia la civilización de las apariencias.
La dejé delante de la puerta de su casa a la hora en la que la gente normal empieza su rutina diaria y me despedí sabiendo que la volvería a ver unas pocas horas después.
Llegué a casa y todavía me temblaban las piernas. Me reí de mi misma mientras preparaba un café bien cargado que despejara un poco mi cabeza. Me di una ducha bien fría para centrarme en aquel nuevo día que parecía una cómica copia del anterior y me di cuenta de que no podía apartar su imagen de mis retinas.
Todos soñamos con lo que queremos, con lo que anhelamos, con cosas que pensamos que jamás sucederán. Pero solo soñamos lo que somos aunque no lo queramos ver y, en esta vida de ilusión, yo soñé que tenía alegre mi corazón. Porque, como dijo Calderón, toda la vida es sueño y los sueños sueños son.