En esto creo... Letra G. GRIS
Mares de levedades insoportables.
" En esto creo " es un proyecto personal, íntimo, y principalmente erótico formado por un grupo de relatos basados en mi propio punto de vista, y construidos a partir de una premisa particular. Cada premisa está constituida por una palabra seleccionada a mi criterio, la letra inicial de cada una de ellas forma parte del abecedario desde la A hasta la Z.
La intención de éste proyecto no busca encontrar a Mi yo perverso, ni definirlo, ni publicitarlo, es por el contrario una aventura abierta y libre, un reto, nuevas alas para volar .
Con Aprecio. Mi Yo perverso.
Letra G
GRIS.
Maisha se fue.
Entré como de costumbre, como un día cualquiera en el estudio del apartamento, no había visto la carta aún, me sorprendió la luz moribunda del último instante del atardecer en la ventana abierta, las cortinas se mecían sutiles en la brisa picante de la naciente penumbra, orgánicas y malas, dudas polvosas, después entendí que eran los fantasmas ciertos del mal augurio que reposaba en la silla.
Esa silla la compré en Zicatela hace pocos años atrás, pude elegir el lado oriente de la playa y mirar a las novias de los surfistas internacionales dorar sus pieles blancas en bikinis mínimos mientras sus orgullos atacaban las crestas azules de Puerto Escondido, pero la vida me llevó por el poniente al fondo de una casita de palma oscura que vendía antigüedades. Allí estaba la silla justo en la posición en que la encontré en el estudio, polvosa, vieja, de madera que había cumplido más años que mis dos abuelas juntas, y tejida con la fibra de algún árbol milenario; la compré porqué me gustó, no porqué le gustara a ella, ni porque luciría plástica en el estudio, ni por la pared roja donde se enmarca hoy la compré porque me gustó y me dio la chingada gana comprarla.
Sobre el tejido del asiento estaba la carta que dejó Maisha.
Recién traje la silla a su nuevo hábitat urbano comenzaron los pecados, dentro de la milenaria fibra una chinche anidó e hizo familia numerosa, tan grande que después de un tiempo se mudó a la recámara, a mi cabello y a la cabellera larga de Maisha que de vez en cuando se recostaba desnuda y jadeante en el piso de madera del estudio en las tardes de amor. De esa manera yo obtuve mi look de buzo con el cabello corto casi al rape y Maisha horas y horas de comezón.
Tome la carta y la abrí con la certeza del que va a la morgue a reconocer al familiar que yace en la plancha, con la misma sospecha, la mitad de la zozobra y el doble de temor, la abrí apresurado y la leí sin respirar, las letras estaban colocadas con decisión, con fuerza; las ideas sin embargo nadaban inciertas en el papel, como las algas en el mar de la mañana.
-Te escribo ésta carta porque no creo tener el valor de decírtelo a los ojos, quizás ni siquiera es un asunto de valor sino de intención, y quizás ya no tenga ni la intención de preocuparme por decírtelo a la cara. He tomado la decisión finalmente, no voy a dar un paso atrás, cuando leas esto yo ya no estaré cerca, te pido por favor que no me llames, voy a cambiar la tarjeta del celular, no me busques, no estaré con mi madre me iré con qué importa explicarte con quién me iré, no es asunto tuyo donde dormiré ni donde estaré desde ahora; no te ocupes en buscarme de hecho sé que no lo harás, te importo muy poco, siempre ha sido así -
Pausé la lectura y miré la noche negra sin luna y mis ojos encontraron en el piso un pedazo de papel quemado en los bordes que cayó del mismo librito donde Maisha sacó las hojas para escribir
Me mataron los murmullos
Allá hallarás mi querencia.
El lugar que yo quise.
Donde los sueños me enflaquecieron.
Mi pueblo, levantado sobre la llanura.
Lleno de árboles y hojas como una alcancía
en donde hemos guardado nuestros recuerdos.
Sentirás que allí uno quisiera
Vivir para la eternidad
Allí donde el aire cambia el color de las cosas,
Donde se ventila la vida como si fuera un murmullo
Como si fuera un puro murmullo de la vida
Pequeñas pinceladas de Rulfo que recogimos el año pasado para componer el altar de muertos, yo los escribí cuidadosamente con letra manuscrita, ella delicadamente recortó el papel hecho a mano y lo quemó con unos cerillos de madera por el contorno; recordé el magenta de esos días y caí en cuenta que mis risas se fueron agotando poco a poco, me di cuenta que antes reía más y la risa era de mejor calidad, suspiré por un segundo y continué leyendo
ya me voy porque no sé quién soy cuando estoy contigo, no sé hacia donde vamos, no sé si te tengo o si eres tú el que me tienes y no me doy cuenta, estoy harta de esperar cosas de ti y tú ni cuenta te das, no sé si eres egoísta o sólo eres tonto No espero nada de ti, yo puedo sola, siempre he podido y no necesito de nadie, mucho menos de ti M, me voy sin nada no me interesa tener lo poco que se queda contigo, te dejo incluso los dibujos que hiciste de mi, y sólo te pido que no los muestres a los demás, creo que puedo confiar en que esas pinturas de mi cuerpo y mi rostro son esencialmente mías, algo de mí está integrado en ellas; en todo caso puedes quemarlas o destruirlas pero no compartirlas. En el lavamanos te dejo las llaves del departamento, ¿sabes? quisiera sentirme mal, quisiera llorar y que las lagrimas lavaran éstas decisiones que tomo, pero ya no tengo ganas, ni intenciones de hacerlo, en el fondo quisiera que ésta carta fuese sentida, que te doliera, pero sé que ni tu sufrirás ni yo me preocuparé más por esto, quisiera que valiera la pena pero ¿alguna vez valió la pena?
Cerró su carta con una pregunta que se quedó resonando con el peso de un gong antiguo en mi cabeza, me quedé de piedra por un tiempo, solo moví mis dedos para arrojar la carta donde estaba, y quedó en el mismo lugar sobre el asiento de la silla, la miré de regreso como si todo volviera a comenzar de nuevo y la recogí con la esperanza infantil de que todas las letras que allí estaban se hubieran reacomodado mágicamente y la leí de nuevo esperando encontrar otro texto diferente.
Maisha se fue. Se cargó su costal de egoísmo en la espalda y se lo llevó, tal vez si lo hubiera dejado aquí, no tendría que cargar su bulto jorobada y cansada hacia su nuevo futuro. Me senté en la silla dejando caer mi cuerpo como si fuera paja, la habitación estaba oscura, muerte oscura, sordera, y comprendí que en esa silla no solo le hice el amor a Maisha, también la follé, la jodí y la tiré y la transgredí de mil maneras, las fibras de ese asiento resonaron mil noches y mil tardes mientras mi falo la llenaba y mis manos la encontraban y la reconocían una y otra vez con mil sentidos diferentes. Me saqué la verga fuera del pantalón, loco, corriente, polla lúbrica, metal erecto, me masturbé mientras mis ojos recorrieron por última vez su cuerpo y el brillo de sus ojos. La silla rechinó moribunda, y poco a poco me desnudé, no era el acto de la sensualidad sexual el estar en cueros, en realidad era el último suspiro de la honestidad íntima de nuestra relación. Me corrí sobre su piel aún, unté mi semen en todo su cuerpo, sabía que pronto desaparecería su olor, sus pliegues, sus gemidos.
"Son demasiado caras las crestas alegres de nuestros valles de tristeza, la vida es una ola ultramarina" escribí con un trozo de carbón en el murete de la ventana mientras la noche fría y gris invadió mi cuerpo y mi alma. Luego me senté y debí llorar.
M.
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