En este lado del espejo
¿Quién era la chica del espejo? ¿Dónde está el límite entre fantasía y realidad?
Me incliné hacia atrás, hasta que mi espalda se amoldó a la curva de la bañera. Luego estiré el cuello y cerré los ojos para aspirar mejor el perfume del champú y del gel. Me dejé embriagar por los olores penetrantes de los botes verdes, rosas y ocres.
La espuma me alcanzaba al cuello y luego hasta las orejas. El agua estaba muy caliente y me estremecía al sentir el chorro del grifo sobre mi vientre, hasta que terminé por acostumbrarme y me pareció la temperatura natural de mi cuerpo. ¡Era tan relajante! Desconecté de todo lo que pudiera ocurrir fuera del baño, aislada por las cortinillas de plástico, y me hundí en ensoñaciones.
Podía sentir a través del agua el sonido de mi respiración y el mismo murmullo del agua. De fuera sólo llegaba el sonido del grifo, pero lo corté. Ahora todo mi cuerpo estaba inerte, salvo las manos, que seguían moviéndose despacio, bajo el agua y entre mis piernas...
No sé cuánto rato estuve así pero cuando mi cuerpo se estremeció ligeramente, haciendo ondas en la superficie del agua, supe que era el momento de salir, aunque no sin aclararme el pelo antes.
Al salir me sequé con el albornoz y luego lo dejé caer al suelo. El vapor del agua caliente había cubierto de vaho el espejo de la encimera del lavabo. Con un dedo tracé una A y jugué a escribir mi nombre. Después froté el espejo con la toalla hasta poder verme en él perfectamente. Me halago que me reflejara porque yo era entonces, y sigo siéndolo, una narcisista. Me parecía guapa y el espejo era de la misma opinión y me lo demostraba... La modestia siempre me ha parecido una falsa virtud.
Primero me sorprendieron esos ojos oscuros que tanto me gustan. Sonreí viéndome a mí misma. El pelo largo estaba aplastado y parecía más oscuro. No me detuve en mi cara y seguí repasando mi cuerpo, que no me gustaba menos. Los pechos no eran muy grandes pero no me importaba, me parecían bonitos, y pensé que nadie podría dejar de encontrar evidente lo guapa que era...
- Eh, llevas mucho rato, ¿no? ¿Cuándo vas a terminar? me dijo mi impaciente hermana mayor desde fuera, y rompió el encanto del momento. El cuarto de baño había sido siempre motivo de guerra entre nosotras. Ella no comprendía el momento tan placentero y especial que significaba para mí. ¿Cómo se atrevía a interrumpirme?
Estaba realmente pesada, y preferí ignorarla. Enchufé el secador y el ruido me permitía no oírla. Mi pelo dejó de ser una masa aplastada y húmeda para adquirir volumen, y me sentí aun más orgullosa con el pelo largo y sedoso entre mis dedos.
Desde luego era un momento para estar desnuda. Una se siente más cómoda así, y puede ver mejor su cuerpo en el espejo. Aunque ahora no me contenté con ver sino que disfrutaba tocándolo. La piel después de un baño parece más suave... Me acaricie el pelo y el cuello, los hombros, los pechos... Mi vanidad no dejaba de inflarse delante del espejo y pensé si no sería otra chica la que me miraba desde él. Me pareció un pensamiento tan divertido como perturbador imaginar que no era yo.
¿Te gusta lo que ves? le dije en broma -. ¿Te parezco guapa?
¿Con quién hablas? me interrumpió la voz de mi hermana, y me sentí furiosa, pero era mejor ignorarla.
Sí, había otra mujer delante de mí, y me miraba tan desnuda como yo. Alargué el dedo hasta el cristal y nuestros anulares se habrían tocado de no haber una extraña barrera entre nosotras... Luego probé a mirarla de forma insinuante. Me excitó ver cómo me devolvía otra mirada igualmente deseosa. ¡Vaya forma de mirarme! Sus ojos me parecieron aun más oscuros que los míos al acercar mi cara.
Me reí un poco por las tonterías que estaba haciendo, pero me excitaba el juego... Coloqué una banqueta delante del lavabo y me senté para estar más cómoda. Llevé mis finos dedos hasta mi sexo y me toqué. Nunca me había visto masturbándome pero me excitó enormemente ver cómo lo hacíamos yo y la mujer que estaba delante de mí.
- ¿Te gusta que te mire mientras lo haces? le pregunté a la chica del espejo, suavemente para que nadie nos oyese, y por su cara me pareció evidente que sí... Le gustaba verme como yo a ella.
Pensé en si querría tocarme y me acerqué a ella hasta que estuvimos muy cerca. Fue una emoción muy intensa sentirlos fríos, y erectos, contra el cristal como si estuviéramos enganchadas por ellos.
Quería sentir la carne más intensamente y avancé hasta apretar mis pechos contra los de la imagen, pero ahí estaba el cristal, separándonos. Era tan cruel: hubiera querido que desapareciera esa barrera invisible y estremecerme con su contacto un solo segundo.
Me separé del cristal y allí seguía ella, delante de mí. Sus ojos eran tan grandes y oscuros, me miraban con tanto deseo... Humedecí el cristal con la lengua y me aplasté de nuevo contra el espejo y más ansiosa por tocarla. Me sentía frustrada porque era imposible. Cerré los ojos y deslicé mis brazos por la superficie, intentando abrazar el espejo.
Luego abrí los ojos y encontré que no había una chica delante de mí, sino que eran dos, y los abrí aún más porque el segundo par de ojos eran más claros y mi hermana me estaba mirando atónita desde detrás de mí...
¿Cómo podía haber cerrado mal la puerta? Tenía tanta vergüenza que quise desaparecer. También me sentía furiosa pero desnuda frente a ella me sentía impotente. Quería que mi curiosa hermana hubiera desaparecido pero ella estaba en este lado del espejo y no había ningún cristal separándonos. Si la chica del espejo era un sueño, ella no podía ser más real. Me tocó y las yemas de sus dedos no eran resbaladizas como el frío cristal, sino acogedoras y cálidas.
- ¿Qué estamos haciendo? pregunté estúpidamente. ¿Cuánto tiempo había permanecido observándome? ¿Qué había pensado y, sobre todo, sentido ella? Eran más preguntas y desaparecieron todas cuando me respondió con sus labios, pero sin decir nada... Yo me cubría con mis brazos pero ella metía sus manos entre ellos, encontrando los huecos. No podía resistir...
Me sentí más modesta frente a la desnudez de mi hermana. Sus ojos claros y grisáceos me habían parecido antipáticos y fríos hasta ahora pero resultaban mucho más cálidos en el espejo y mirándome así. Sus pechos me obligaron a inclinarme sobre ellos y besarlos humildemente. Sus brazos eran más largos y me apresaban con suavidad pero firmes como cuerdas. Su hermosura, en fin, me obligó a adorarla con mis labios y con mis manos, y a dedicarle mis sinceros gemidos de placer. Ella me enseñó un poco de humildad y al mismo tiempo a apreciar más aún mi cuerpo porque desconocía aún cómo podía llegar a sentirlo.
Soñé abrazándola como antes en el agua. No oíamos nada sino el roce de nuestras pieles y lenguas. Su lengua era cálida y húmeda y su cuerpo resultó el más acogedor de los abrigos mientras yo sentía la sangre correr caliente bajo mi piel y la suya. Cerré los ojos para gozar mejor del sentido del tacto.
Yo no sé cuánto tiempo estuve en aquel pequeño cuarto de baño, porque el tiempo había dejado de existir desde el principio. Creo que entendí que era la eternidad y cómo podía encontrarse. ¡Pero qué fugaz me pareció el momento en el que gemí sintiendo su dedo sobre mi sexo!
De nuevo estuve en el agua y hasta el cuello, pero ahora no estaba sola sino con ella. Después de las emociones furiosas y de los abrazos, los besos y las caricias, la calma infinita. Nada importaba en ese momento porque no se puede desear nada una vez que el deseo se ha rebasado, salvo que se repita; pero eso sólo puede pasar en un futuro muy lejano y es imposible imaginar que vuelva a desearse algo así, con tanta necesidad.
Erguí el cuello y la miré. No nos dijimos nada. No había nada que decir en esa bañera y preferíamos mirarnos entre la espuma. Luego ella se levantó y alargué despacio la mano para sentir el agua que caía de su cuerpo después de resbalar por su espalda y sus nalgas, como si ese líquido fuera tan suyo como el que había tenido antes en mi lengua y en mis dedos... Muy tranquilamente se secó y arregló mientras yo yacía inerte otra vez en la bañera. En algún momento reuní fuerzas para salir y secarme. Contemplé su cuerpo desnudo con admiración pero sin el deseo, ahora agotado, y con naturalidad, como si fuese una magnífica estatua. No habría más disputas en aquel cuarto de baño y eso me hizo sonreír y al mismo tiempo inquietarme.
¿Quién está ahí? era la voz de mi madre desde fuera, y sentí miedo.
Estoy yo, mamá. Me falta un poco todavía mintió mi hermana.
Me habló a mí en voz baja y fue lo primero que me dijo:
- Mejor que salgas discretamente -. Y el beso que me dio hizo inútil que dijera nada, porque entendí que podría vivir la eternidad muchas veces más.
Rápidamente me vestí y me fui con sigilo a mi habitación, con pasos silenciosos, para que mis padres no me vieran salir del cuarto de baño.
El espejo pudo contemplar muchas cosas y nos dejó verlas. Nunca pude tocar a la chica que había al otro lado pero he sido muy feliz en este lado del espejo.