En el tren

Versión de "Por detrás, por mi culpa" de Menudaymona, contada por el hombre

Una vez más, allí estaba ella. En el andén del tren nocturno a París, me resultó muy fácil reconocerla de nuevo. Era, con mucho, la mujer más atractiva de toda la estación. Y lo sabía. Se vestía como solo una mujer que se sabe espectacular sabe hacerlo. Aquel abrigo entallado, que marcaba un cuerpo perfecto. La melena, ideal, asomando debajo de un sombrero propio de una diva. Y sus piernas, enfundadas en unas medias negras con costuras laterales, terminando en unos tacones que demostraban que su dueña era una artista de la seducción. Una noche más, allí estaba ella…

Subió al mismo vagón de siempre y se dirigió al mismo compartimento de siempre. El único cambio era que yo también estaba esta vez en ese vagón. Nuestros ojos se cruzaron cuando miró a los lados antes de entrar en el compartimento. Pude leer el deseo en sus ojos. Ella lo tuvo que leer en los míos.

El tren arrancó y pronto recorría la vía a toda velocidad. Mi deseo iba al mismo ritmo. La imaginaba en el compartimento de al lado, desnudándose mientras se miraba al espejo. Imaginaba cómo desabrochaba su blusa para quitarse el sujetador, que dejaba encima de la mesa. La imaginaba excitada, comprobando la dureza de sus pezones con los dedos, intentando, traviesa, lamérselos.

Imaginaba cómo sus manos buscaban, bajo la falda corta, sus braguitas. La imaginaba en el momento de bajarlas y quedarse sin nada, su coño y su culo expuestos a quien pudiera llegar hasta ellos. Imaginaba cómo olía su ropa interior, notando el perfume de su propia humedad. La imaginaba excitada, preparándose para salir del compartimento como había hecho cada quince días desde que la vi por primera vez hacía tres meses.

A las dos, como yo esperaba, oí abrirse la puerta de su compartimento. Había llegado la hora. ¿Qué importa cómo era yo? Acababa de cumplir 51, se me consideraba elegante y con nivel, ni alto ni bajo, robusto y un poco canoso. Y mi polla no estaba nada mal, si hacía caso de lo que me había dicho un número considerable de mujeres. Eso sí que no podía negarlo: me encanta follar.

Abrí la puerta de mi propio compartimento y salí, despacio, al pasillo. Su perfume me embriagó, tan seductor, tan femenino… Allí estaba, apoyada en la ventanilla, de espaldas al pasillo, un culo precioso en pompa, envuelto por una falda corta que cubría el más precioso de los tesoros. Las luces de emergencia, las únicas encendidas, la bañaban en plata, parecía una diosa.

Me acerqué a ella con paso decidido. No había que dudar. Una mujer así no tolera la mediocridad o la vacilación. Me situé detrás de ella, pegando mi cuerpo al suyo. Mis manos buscaron rápidamente su cintura, esbelta como la de una avispa. Mi polla no paraba de crecer al frotarse con aquel culo sensacional. Lo notaba firme, ejercitado, el culo de una bailarina, no de una obsesa del gimnasio. Y eso me excitaba.

De la cintura pasé a sus tetas. Como yo había fantaseado, no llevaba sujetador. Sus tetas eran del tamaño perfecto, de mi favorito, del que no desborda la mano sino que la llena a la perfección. Eran firmes, pesadas, excitantes. Y sus pezones auténticas joyas, duros como piedras, entre el frío de la ventanilla y el juego de mis dedos.

Una de mis manos buscó su boca. Era caliente, hambrienta, como yo esperaba y deseaba. Empezó a lamer uno de mis dedos como si fuera la más dura de las pollas. Me gustó. Y a ella no parecía disgustarle lo que estaba haciendo. Sus gemidos, la forma de menearse, de frotarse contra mí, me hablaban de un calentón tan grande como el mío.

Yo no hablaba y ella tampoco. No se giraba, no quería verme. Parecía que me olía como un animal un celo, intentando empaparse de mi olor. Pero lo que estaba empapado era su coño. Mi otra mano buscó debajo de su falda y encontró, en efecto, que no llevaba bragas. Mi otra fantasía también había sido cierta.

Mis dedos empezaron a jugar con su coño y no tardó en correrse. Era sensible a mis caricias como pocas mujeres había visto. Era una diosa del sexo y le gustaba ser adorada. Mis manos, mi boca y mi polla lo iban a hacer. No tardó en correrse por segunda vez y, entonces, pronunció las únicas palabras que le oí:

  • “Por el culo”

Lo dijo con la voz más suave y sensual que ningún hombre hubiera oído en aquel tren jamás. Me arrodillé detrás de ella, en el espacio estrecho del pasillo. Subí su falda y empecé a lamer su culo, mientras mis dedos se ocupaban de su coño chorreante. Poco a poco, la estrella preciosa de su culo se fue humedeciendo y sus gemidos se fueron incrementando. Era mi hora.

Me saqué la polla de los pantalones, donde llevaba un buen rato peleando contra la tela. Estaba duro como nunca. Escupí en mi mano, lubriqué la cabeza y apoyé la punta de mi nabo en su ojete. No me anduve con contemplaciones. Se la metí. De un golpe seco y duro, sin delicadezas. Entró de maravilla, como atravesando mantequilla. Con toda facilidad y un poco de violencia, que es como me gusta dar por culo. Sí, soy un gran aficionado a sodomizar mujeres. Aquella diosa no iba a ser diferente.

Fue una de las mejores enculadas de mi vida. Sus tacones la dejaban a la altura perfecta para ser taladrada por mi polla. Estaba asombrado de la dureza que había alcanzado, sin necesidad siquiera de que me la chupara antes. Era pura excitación.

La tenía cogida por las caderas. Se la metía con todo placer. Notaba su respiración agitada. Probablemente le estaba doliendo, pero no profirió un solo ruido. Sus dedos jugaban furiosos con su coño y a veces su mano se estiraba para alcanzar mis huevos y acariciarlos. Yo seguía a mi ritmo, mi polla puro hierro.

La embestía, una y otra vez. La hundía casi hasta el fondo, luego la sacaba casi del todo… Y otra vez a hundirla. Perdí la noción del tiempo, de tantas embestidas, clavando mi polla en aquel culo perfecto. Era un espectáculo ver a aquella belleza sodomizada, empalada en mi rabo. Aceleraba y ralentizaba a mi capricho, sabiendo que ella estaba gozando de su fantasía. No sé cuántas veces se corrió, no sé si ella misma llegó a saberlo.

Yo me corrí dentro. Como una fuente. Había estado guardando mi semen durante varios días, desde que tomé la decisión de follármela. Mi leche salía a borbotones, inundando su apretado culo. Conseguí no hacer ningún ruido, para que no darle la mínima posibilidad de identificarme. Cuando terminé, me la guardé y me volví sin demora a mi compartimento.

La imaginé entrando en el suyo, con mi semen goteando de su culo horadado. Me la imaginé masturbándose en su cama, tirada, con las piernas abiertas, clavándose varios dedos en su coño húmedo. Y entonces oí sus gritos, rematando con aquel orgasmo brutal la pérdida de su virginidad anal…