En el transporte público del aeropuerto.

En esta historía narro la aventura que el protagonista vivió con una bella azafata extranjera mientras se trasladaba en un autobús para cambiar de terminal.

Aunque siempre solía utilizar vuelos directos en aquella ocasión no me quedó más remedio que viajar en uno con escalas que, además, me obligaba a cambiar de compañía y de terminal en un punto intermedio del recorrido por lo que, al llegar a él, me dirigí a la parada del transporte público que llevaba a los pasajeros de una terminal a otra. El autobús llegó enseguida y subí a él junto a un nutrido grupo de azafatas. Saludé al conductor y coloqué mi equipaje. Cuándo me di la vuelta las auxiliares de vuelo se encontraban sentadas y en animada charla. Me agradaba compartir con ellas el vehículo ya que siempre había pensado que aquel gremio laboral estaba integrado por féminas atractivas y seductoras y por lo que podía ver, aquellas lo eran. Además, consideraba que la mayoría de ellas eran unas zorras que sabían dar plena satisfacción a su cuerpo a través del sexo para lo cual y aparte de sus habituales rollos con los pilotos y el personal de tierra, tenían, como los marineros, un ligue en cada aeropuerto que visitaban. Antes de acomodarme me dio por mirar hacía atrás viendo que otra azafata, de distinta aerolínea puesto que su uniforme era diferente al de las demás, permanecía allí completamente sola, de pie, agarrada a una barra de sujeción y sosteniendo su maleta. La joven, alta y delgada, tenía el cabello rubio y era una autentica preciosidad dotada de una “delantera” excepcional y de unas bonitas y largas piernas por lo que me dirigí lentamente hacia el fondo del autobús y me puse detrás de ella que permaneció impasible mirando hacia adelante.

No tardé en sentir verdadera curiosidad por saber si semejante bombón usaba braga ó tanga. Como siempre he sido muy decidido y la falda de su uniforme era lo suficientemente corta como para permitir que llevara a cabo mi propósito, opté por salir de dudas con la inestimable ayuda de mi móvil que la coloqué debajo de la falda y aprovechando que permanecía ligeramente abierta de piernas, procedí a hacerla tres ó cuatro fotografías. No era la primera vez que utilizaba aquel sistema ya que, sobre todo en mi trabajo, aprovechaba el menor descuido de mis compañeras para enterarme de que tipo de prenda íntima usaban por lo que tenía la suficiente experiencia en ello. Estaba mirando las imágenes, viendo que llevaba puesto un reducidísimo tanga de color blanco, cuándo perdí el equilibrio al tomar una curva y me abalancé sobre ella con lo que mi empinada chorra chocó contra su trasero. La pedí disculpas que ella, sonriéndome, aceptó antes de que me dedicara a ampliar una de las imágenes en la que pude observar que en su prenda íntima se la marcaba perfectamente una abierta y amplia raja vaginal con lo que me puse bastante “burro” pensando en que dispondría de una apetitosa y caldosa almeja. Después, mi mirada se centró en el precioso y redondo culo que se la marcaba en la falda; volví a mirar las fotografías para fijarme con detenimiento en sus glúteos y finalmente, me decidí a colocarme más próximo a ella con la intención de, a través de nuestra ropa, frotar mi cipote en su trasero. No estaba demasiado seguro de cual iba a ser su reacción pero viendo que, al notar el roce, permaneció inalterable con su mirada fija en el horizonte y que no demostraba la menor oposición a que me deleitara con ello, opté por abrirme ligeramente el pantalón para sacar al exterior el nabo y los huevos y subirla la parte trasera de la falda para que el contacto fuera mucho más directo. El pene se me había puesto totalmente tieso cuándo la separé la parte textil del tanga de la raja del culo para pasárselo repetidamente por ella, de arriba a abajo y de abajo a arriba y detenerme cada vez que llegaba a la altura de su apetecible ojete haciendo intención de metérsela por detrás. A la azafata parecía que la agradaba aquello pero, al llegar a una nueva parada en la que subieron al vehículo otros dos usuarios, se separó un poco de mí lo que hizo que su falda volviera a colocarse bien. Al reanudar la marcha la puse la picha a la altura de su muslo derecho. La azafata me la miró de reojo y dejando de sostener su equipaje, no dudó en acercar su mano a la pilila y después de tocármela, comprobando que la tenía dura y tiesa, me acarició los cojones con lo que terminó de ponérmela bien erecta y tras verificar una vez más de refilón que tenía el capullo abierto, me la comenzó a mover despacio sin modificar un ápice su posición mientras, metiendo mi mano por debajo de su falda, la tocaba el culo y pensaba en lo agradable que me sería poseerla por el trasero. La chica estaba tan buena y había conseguido excitarme tanto que, en cuanto empezó a pasarme su dedo gordo por la abertura y me la meneó manteniéndome bajada toda la piel, hizo acto de presencia mi leche que, con fuerza y en espesos y largos chorros, salió disparada al exterior para irse depositando en el suelo, en la chapa y en la ventana del vehículo más cercana a nuestra posición.

La azafata, después de mi placentera eyaculación, se volvió y mirándome fijamente la tranca, me sonrió y me comentó en voz baja que la había sorprendido que me hubiera corrido con tanta celeridad y echando una cantidad ingente de lefa. Como me había dado mucho gusto me atreví a proponerla que me sacara más semen. La joven, sin apartar su vista de mi pirula, me la volvió a tocar comprobando que, además de tiesa, aún se encontraba dura y después de recrearse durante unos instantes tocándome los huevos y mirándomela mientras me mantenía la piel bajada, decidió continuar “cascándomela”. Pero, al considerar que nuestra posición no era lo suficientemente cómoda, abandonó aquel cometido, colocó su maleta en el portaequipajes, se acomodó en un asiento emplazado en dirección contraria a la marcha al final del autobús y me hizo señas para que me sentara a su lado. Luciendo mis atributos sexuales me dirigí hacía ella, dándome cuenta de que cuándo tomó asiento se la había subido su menguada falda por lo que pude verla prácticamente íntegras sus bellas piernas y me acomodé a su lado. Ella me acarició el pito y los cojones y me dijo:

“Bésame, tonto” .

Era algo que estaba deseando hacer por lo que acerqué mis labios a los suyos y la besé inmerso en una gran pasión. Ella respondió adecuadamente y enseguida, utilizó su lengua mientras se iba desabrochando su blanca blusa, deslizaba hacía abajo las copas del sujetador y dejaba al descubierto las tetas más grandes y prietas que he visto en mi vida provistas de unos pezones tan sumamente erectos que parecían estar pidiendo a gritos que se las mamara. Sin dejar de besarnos y mientras sobaba y apretaba con mis manos aquellas excepcionales “peras”, la azafata reanudó sus movimientos manuales con el propósito de sacarme más leche no tardando en indicarme que estaba deseando que comenzara a darme el “lote” con su excepcional “delantera” lo que hice encantado procediendo a mamarla las tetas al mismo tiempo que iba notando que mi segunda eyaculación estaba cada vez más próxima. La azafata, agarrándome con su mano libre la cabeza, me apretó con fuerza contra ella para que no dejara de chuparla y succionarla los “melones” mientras me daba un gusto tremendo “cascándome” la polla con movimientos en forma de tornillo y me contaba que nunca se la había resistido ningún hombre y que a algunos que tenían serios problemas para llegar a eyacular con sus parejas les había conseguido sacar hasta tres polvos seguidos. Cuándo sentí que mi eyaculación era más que eminente dejé de mamarla las tetas, la subí más la falda con intención de verla el tanga, me levanté del asiento, me coloqué delante de ella lo más abierto de piernas que pude y haciendo que me meneara el rabo apuntando hacia su prenda íntima, la permití culminar su paja mientras la sobaba las tetas y mantenía mi vista fija en su tanga en el que, además de marcársela el chocho, observé señales de humedad vaginal. De repente, mi lefa salió con mucha más fuerza y en mayor cantidad que la vez anterior para irse depositando en las piernas, en la prenda íntima, en parte interna de la falda y en las tetas de la azafata hasta llegar al pasillo del autobús. En cuanto terminé de eyacular la joven se metió la verga entera en la boca y procedió a comérmela lo que aproveché para, sin decirla nada, mearme. Me pareció que esperaba recibir mi pis ya que, sin hacerle el menor asco, se lo bebió íntegro al mismo tiempo que me la chupaba con esmero y ganas. Unos minutos después se la sacó de la boca y tras indicarme que estaba realmente exquisita después de tan larga, placentera y soberbia eyaculación y de su posterior meada y que la encantaría pasarse horas comiéndomela, se miró las piernas y al ver que las tenía empapadas en mi leche, me indicó:

“Y ahora, ¿con que nos limpiamos?” .

Me volví a sentar a su lado y la joven, mirándome fijamente la chorra y diciéndome que tendría que ser fabuloso e inolvidable el pasar unas cuantas noches conmigo chupándomela y notándola en el interior de sus agujeros tanto vaginal como anal hasta llegar a mearse de autentico gusto sobre mí, se quitó el pañuelo de color azul marino que llevaba al cuello y que era parte de su uniforme para proceder a limpiarme sin dejar de juguetear con mi cipote poniéndome el pañuelo debajo del miembro viril antes de hacer lo propio con sus piernas, sus tetas, su falda y su tanga mientras se interesaba por conocer cual era mi destino, que por desgracia era distinto al suyo, para ver si existía la posibilidad de que pudiéramos reanudar aquella sesión sexual por la noche en la habitación de un hotel e inmersos en un ambiente confortable, íntimo y tranquilo.

Acababa de esconder mis atributos sexuales dentro del calzoncillo y del pantalón mientras la azafata se bajaba la falda, ocultaba su prodigiosa “delantera” en el sujetador y procedía a abrocharse la blusa cuándo llegamos a la nueva terminal. Fue entonces cuándo me percaté de que tenía dos ó tres manchas de semen en el pantalón por lo que la joven me entregó su pañuelo de cuello empapado en lefa diciéndome que podía quedarme con él y un tanto inquieta y nerviosa, me dijo su nombre completo, que era compuesto pero yo sólo llegué a entender que se llamaba Anne y su complicado apellido y que, si quería, podía preguntar por ella en la oficina de información de la aerolínea en la que trabajaba para poder contactar con el propósito de quedar para mantener algún contacto sexual completo. No pudimos hablar más puesto que en la parada del autobús la esperaba un grupo de compañeras con la supervisora a la cabeza por lo que se apresuró a recoger su maleta y a descender del vehículo. Mientras me limpiaba el pantalón, observé que su superiora, haciendo gestos y hablándola en un idioma que no llegué a entender, la estaba recriminando que no llevara el pañuelo de su uniforme al cuello ni la placa de identificación en la blusa. La joven se volvió dos veces para sonreírme y tirarme varios besos antes de quedarse un poco rezagada con intención de tocarse la ingle y hacerme ver que estaba deseando sentir mi nabo dentro de su coño. Después, cogí mi equipaje, bajé del autobús, deposité el pañuelo de Anne en una papelera y me dirigí a facturar mis maletas para, hora y medía más tarde, emprender el viaje que me llevó a mi destino.

Durante los cuatro días que duró mi estancia lo pasé fatal puesto que no lograba quitarme de la cabeza a la azafata y en las múltiples reuniones que mantuve quedé unas cuantas veces en evidencia puesto que sólo estaba pendiente de los escotes, muchas veces desproporcionados, de algunas de las hembras que asistían a ellas y de que se levantaran de su asiento para poder centrar mi mirada en su culo. Aunque al concluir tales reuniones la organización lo había preparado todo para facilitar que los varones dispusiéramos, tanto durante el día como por la noche, de compañía femenina dispuesta a satisfacernos en todas nuestras necesidades y por supuesto, en la cama no logré olvidarme de Anne a pesar de la gran cantidad de polvos que, pensando en ella, llegué a echar a las golfas que me acompañaron durante aquellos días.

Aunque tenía billete directo para el vuelo de regreso decidí cambiarlo por otro con la misma escala que en mi desplazamiento de ida. En cuanto llegué al punto intermedio del viaje me encaminé a la oficina de información de la aerolínea en la que Anne trabajaba y pregunté por ella. Lo primero que me dijeron fue que era un nombre muy corriente y que entre el personal de la compañía y de sus filiales había un buen número de azafatas altas, delgadas y con el cabello rubio que se llamaban así. Les dije que era muy importante que la localizara por lo que les indiqué la fecha de nuestro encuentro, el destino que me había indicado en el autobús e incluso, les expliqué que, aunque hablaba español, tanto su acento como su físico denotaban un origen alemán ó nórdico pero todo fue inútil puesto que aquel día hubo varias modificaciones de última hora en las tripulaciones a cuenta de ciertas bajas laborales por una gastroenteritis y en el vuelo con el destino que había indicado, no había viajado ninguna azafata con su nombre lo que explicaba que la supervisora la estuviera esperando al pie del autobús. A la desesperada les hice una completa descripción física de la joven, resaltando que disponía de unas bonitas y largas piernas y que era muy “pechugona”, pero cuanto más insistía menos caso me hacían mis interlocutores que, finalmente, se limitaron a indicarme que, por todo lo que les había explicado, parecía que estaba buscando a una azafata llamaba Anne Marie pero que era francesa y en la fecha que les había dicho no tenían constancia de que hubiera formado parte de la tripulación de ninguno de sus aviones por lo que, al no estar seguro de que fuera la misma hembra a la que pretendía localizar, debía de comprender que no pudieran ponerme en contacto con ella. No me sentí con ánimos de seguir por lo que abatido y muy triste decidí continuar mi viaje para regresar a mi domicilio y a la rutina cotidiana junto a mi mujer, con la que mantengo una actividad sexual mínima, mis dos hijos y Amparo, una buena amiga de mi pareja que también está casada pero que aún no tiene descendencia, con la que llevo varios años desahogándome sexualmente y manteniendo relaciones completas de una a tres veces a la semana sin que, a pesar del tiempo transcurrido, haya dejado de pensar en que Anne, a la que sigo deseando con ganas, se encontrará en algún lugar del mundo ni haber logrado olvidarme de la agradable experiencia vivida con ella en el autobús que, supongo, permanecerá para siempre en mi mente.