En el super mercado

Yacía en mi cama con las sabanas ahogadas de transpiración, las piernas separadas tras múltiples orgasmos…en penoso suplicio de quien bebe tratando de mitigar la sed sin lograrlo, por la angustiosa sensación de una carencia inexplicable. Retiro el vibrador alojado dentro de mí, crepitando viscoso al salir. El clítoris se encuentra tan sensible, que responde aun al paso del aire del ventilador, provocándome pequeños y agitados espasmos.

EN  EL  SÚPER MERCADO.

Oprimía mi espíritu el recuerdo atormentador de mi excelso amante…aquel ser único que emergía angelical de la masa amorfa rutinaria y estéril de quienes proliferan como pasto silvestre de las llanuras, marchitándose al calor hirviente del verano…pasto que ni para alimento.

Ferozmente mi ser lo necesitaba para vivir, atormentándome la soledad y la insulsez dejada por otros…

Yacía en mi cama con las sabanas ahogadas de transpiración, las piernas separadas tras múltiples orgasmos…en penoso suplicio de quien bebe tratando de mitigar la sed sin lograrlo, por la angustiosa sensación de una carencia inexplicable. Retiro el vibrador alojado dentro de mí, crepitando viscoso al salir. El clítoris se encuentra tan sensible, que responde aun al paso del aire del ventilador, provocándome pequeños y agitados espasmos.

Durante mi baño, obtengo otros orgasmos doblándome las rodillas, el agua fría sacude mi espinazo, pero en cada uno, vuelve el recuerdo, y la repulsa de los otros quienes pasaron por mi vida tal como conglomerados de espinas arrastrados por la ventiscas del desierto.

Mi hermoso vestido floreado de algodón, sin sostén y solo una braga sedosa de corte brasileño que se insinúa discreta pero eróticamente, resaltando mis nalguitas paradas al dulce vaivén de mi caminar. Súbitamente, una idea cruza por mi mente: Ir al mercado y llevar mi vibrador activo dentro, fijo a la ropa interior, fabricado para acariciar simultáneamente clítoris y vagina…

Una vez en el mercado, entre los estantes y escogiendo productos, me sacuden violentamente las descargas eléctricas de otros orgasmos. La idea de ver a las personas a los ojos, y ellos chocando fortuitamente su mirada con la mía, le imprime un giro de aventura, entre el deseo por ser descubierta, y la angustia por evitarlo. Es una sublime idea que quizá brinde reposo a la angustia de la ausencia de mi amante.

Tres convulsiones me provocan detenerme asiéndome fuertemente del carrito del mandado, agachando mi cabeza, a la vez que medito si habrá sido aquella una buena idea después de todo, percibo la erección de mis pezones: la piel estirada al máximo, imprimiéndole la textura y el aspecto de una cereza, mientras los corpúsculos circundando mis areolas, erizados, esbozándose a través de la tela del vestido.

Arqueo mis cejas y no logro abrir mis parpados del todo, definitivamente a pesar de mi lucha por apreciarme normal no lo logro. La boca entreabierta y discretamente jadeante, la baba espesa deshidratada, me muerdo el labio inferior en esfuerzos por sofocar los gritos que amenazan. Mi frente y mi labio superior, diamantino de sudor, las yugulares punzantes y azulosas al golpeteo de la sangre transcurriendo con gran fuerza, el corazón en partida desbocada y la abundante cabellera algo revuelta…

A los segundos, detecto la voz de un hombre: “Señora…señora… ¿se encuentra usted bien? Otras personas se acercaron, y tuve temor de ser descubierta (un discreto zumbido del aparato clavado en mi vagina podía escucharse)…respondo con un “si” vacilante…mientras el hombre insiste en acompañarme a pagar y ayudarme con mi mandado hacia mi auto compacto…

Era un sentimiento muy raro, pero ante el peligro de ser descubierta, se acrecentaba la intensidad de mis espasmos sexuales, satisfaciéndome increíblemente. Aquello era lo que 25 hasta quizá 30 sacudidas anteriores a estas, yo esperaba obtener…

La cajera me da preferencia así como los otros clientes que me observan compasivos abriéndome paso. Mi saliva es pegajosa y la lengua áspera como lija, semejando a una bella salamandra dorada, presta a extender centelleante su larga membrana hacia un insecto. Mis lágrimas brotan al fin como respuesta a un orgasmo psicológico que no había sido capaz de emerger. Esto mueve aun más a compasión a mi noble y fortuito ayudante, quien presiente un grave daño físico y moral que me aqueja (lo cual hasta cierto punto es verdadero).

Camino al auto, el hombre –muy alto por cierto- me sostiene del brazo, y me ayuda a subirme, posterior a depositar mis provisiones hogareñas en el baúl del auto.

En ese momento, una vez sentada al volante, y escuchando al hombre decirme mil cosas, un rayo de compensación agradecida hacia el, cruza por mi mente… ignoro en aquellos momentos si será bien recibida, es posible que mi arrebato pasional sea mal apreciado, censurado y criticado, pero levantando mi vestido, ante la vista azorada y sorprendida de mi galante caballero, bajo mis bragas mediante movimientos sensuales, y sustraigo el aparato cuyo zumbido de un abejorro enorme se escucha ahora de manera clara y amplia, y entonces emitiendo un quejido de placer, me abandono en el respaldo del asiento de mi auto, y procedo a colocarlo en mi clítoris, convulsa y llorando batida de emoción subliminal…

Veo por la ventanilla lateral de mi auto mitad abierta, la cara de estupor increíble dibujada en el rostro de mi salvador, traga saliva dificultosamente, y un generoso bulto se marca a través de sus pantalones, a unos centímetros de mi rostro.

Procedo a bajar el vidrio en su totalidad, y le doy al hombre un condón, y el, confundido pero muy excitado bien cubierto de las miradas de otros por la lejanía de mi auto estacionado, y al cobijo tornasolado de matices rojizos de la tarde que confunde las sombras, sustrae su pene inflamado, dificultosamente debido a la erección.

El no atina bien a bien lo que sucederá, y únicamente procede a colocarse el preservativo con mano temblorosa, y yo, al igual que la salamandra voraz que mencionaba, aprisiono al enorme gusano que ha de nutrirme; arropándolo en el interior de mi boca, mientras con una mano acaricio los inflamados testículos del hombre, contorneándose el noble señor como un animal mal herido.

Afortunadamente nadie se acerca, y las otras personas y autos transcurren velozmente por la prisa de llegar a casa, sin percatarse de nuestra presencia. La incertidumbre de ser vistos acrecienta la emoción.

Mi amante ocasional, se sostiene con ambas manos del toldo y puerta de mi auto, y temo que se pueda lastimar por los empujones que realiza ante los espasmos incontenibles de su eyaculación, sacudiendo mi mini-cooper de un lado a otro. Observo su rostro: este se asemeja en ese momento al mío, exhibe la viva agonía pasional de una mirada blanca entre los parpados a medio cerrar, elevándose al cielo agradecido. Mi culo con los calzones a medio muslo, se encontraba parado apuntando hacia la otra ventanilla para poder lamer mejor el suculento manjar, moviéndose rítmicamente, lastima que mi amante no pudo verlo…

Inmediatamente después, sin pensarlo un instante, sentándome rápidamente, enciendo la marcha de mi auto, elevo el vidrio eléctrico, aplico la reversa, y me retiro con mi vestido arremangado hasta la cintura y las pantaletas encharcadas a media pierna (ya habrá tiempo de componerlas), con el aparato descansando cercano a mi pubis. Veo a mi imprevisto amante de pie y aun con el pene erecto y el condón colocado, el cual por el peso del líquido seminal, me provoca un pensamiento grotesco: el recuerdo de la cabeza de un pollo muerto bamboleándose ante su propio peso…

El hombre procede a seguirme en un claro intento por saber quien soy, quizá de pedirme el vernos de nuevo, en fin…tantas cosas confusas y reales que nos atosigan en esos momentos, imprecisa la razón por la aguda pero vigorizante sensación sexual, el maravilloso contacto accidental entre una bella dama llena de erotismo, embotada de una sensualidad que no era capaz de desahogar a pesar de los múltiples orgasmos vertidos en una sola tarde, y por fin logrado en uno solo en el súper mercado, y el hombre aquel, cuya vida rutinaria, de padre de familia que llega a su hogar a encontrarse con una mujer harta de la vida, asexuada y gris, mientras que el y yo, envueltos en una increíble aventura sexual por azares del destino, en un instante divino, gozamos de un verdadero regalo de los dioses, bálsamo sublime para nuestra mortal existencia.