En el subterraneo
Nunca imaginé la agradable sorpresa que me esperaba aquel día al salir del trabajo.
Era viernes y salí de trabajar un poco más tarde de lo normal.
Al salir del edificio miré mi reloj y leí las siete y quince.
El metro seguramente estaba a reventar y se iría parando mucho.
Por eso siempre procuro salir a mi hora, para no tener que lidiar con las horas pico. Pero ese viernes tuve que dejar muchas cosas en orden y el tiempo se había ido volando.
Ya comenzaba a oscurecer y caminé sin mucho afán por la avenida que me lleva a la entrada del metro; las escaleras se me hicieron eternas y al llegar a los andenes pude comprobar mis suposiciones, estaba atestado de gente malhumorada que también quería llegar a casa después de una larga semana. Para colmo, no había separación para mujeres, así que me resigné a viajar con los varones.
Cuando el tren llegó no tuve que hacer mucho esfuerzo por abordar, un mar de gente me arrastró al interior del vagón. Hacía mucho calor y todos ibamos muy apretados, justo detrás de mí iba un hombre joven, alto con traje negro y en la mano llevaba un portafolios. Al entrar, rápidamente me dí la media vuelta y quedé dándole la espalda y con la fuerza del empujón inicial, practicamente caí en el, sentí como mi trasero golpeó contra su vientra bajo y por acto reflejo, se movió hacia atras un poco, pero al cerrarse las puertas, adoptó una posición más cómoda, ligeramente rozandome.
Al ponerse en marcha el tren, yo solo venía sujetandome con una mano y la inercia me hacía bambolearme de un lado a otro, sobre las personas que venían junto de mí, así que pensé en ponerme cómoda yo también y confiadamente me recargué sobre el. Supuse que no le molestaría, seguramente estaba acostumbrado a viajar así de apretado.
Y vaya que no le molestó ! la cercanía de nuestros cuerpos había causado estragos en el, pude sentir como su miembro viril comenzaba a crecer y ponerse duro, en otras circunstancias me hubiera retirado de inmediato, pero por alguna razón no lo hice, tal vez necesitaba canalizar el estrés de toda la semana, hacía ya bastante que no tenía sexo y esto era como un bocadillo entre comidas. Además la sensación que me provocaba el poder excitar a un hombre así de rápido me encantaba.
En la próxima estación que era Pino Suarez, no bajó nadie del vagón, por el contrario, y desafiando toda ley de la física, subió mucha más gente, y donde parecía que ya no podía entrar ni un alfiler, nos amontonamos como sardinas en lata. Para entonces, el y yo (el que venía detrás mío) estabamos embarrados uno en el otro. Pude darme cuenta como discretamente acomodó su cadera para poner su sexo justo en medio de mi trasero. A mí también me estaba gustando, así que levanté mi cadera para que me pudiera alcanzar mejor y me presioné contra el. Era delicioso sentir su miembro grande y duro frotandose en mí, el entendió la situación y se liberó comenzando movimientos fingiendo la cópula, no habria problema ya que detrás de el estaban las puertas que no se abren del vagón. Una buena parte del trayecto nos fuimos así, ocultando nuestros movimientos con las vibraciones del tren. Repentinamente, el tren se detuvo en un tunel entre dos estaciones y se fué la luz en todo el tren. De inmediato se oyeron suspiros de mal humor y quejidos de desaprobación de todos ahí dentro. Ahora todo se ponía a nuestro favor, ya que tendríamos más tiempo para jugar. Pero comprendí que debiamos ser más discretos, ya que ahora con el vagón detenido y tan apretados como ibamos, los demás se darían cuenta si no teníamos cuidado.
Lo sentí moverse con dificultad para poner su portafolios en el piso, detras de sus piernas.
Ahora tenía las manos libres y las consecuencias no se hicieron esperar. Sus manos se posaron en mi cintura, bajando lenta y suavemente a mis amplias caderas. Luego las subió de nuevo al frente por mi vientre y las piernas me comenzaron a temblar de placer.
Comenzó de nuevo su recorrido ahora bajando por detrás hasta llegar a mi trasero. Ahí, masajeó en toda su redondez mis grandes nalgas, porque sí, son grandes y muy firmes. Las sobó y luego las capturó en un sensualísimo apretón que me hizo mojar mis pantaletas. Estaba super excitadísima y rogaba en mis adentros que no se detuviera. Siguió bajando ahora por mis piernas hasta encontrar la terminación de mi falda corta. No lo podía creer ! se estaba aventurando a buscar debajo de mi falda, volvió a subir disfrutando la sensación que mis piernas encerradas en la apretadísima likra le ofrecían. Creí que se detendría, pero cuando lenta y cuidadosamente comenzó a bajar mis pantimedias, entendí que lo que quería era sentirme piel a piel. Yo lo dejé hacer y no opuse resistencia, por el contrario, con mis movimientos facilité su objetivo.
Cuando hubo alcanzado mi piel, yo estaba queriendo más, así que pasé mis manos hacia atrás y me permití tocar el bulto enorme en su pantalón, lo sentí largo y durísimo, y en ese momento se me antojó tocarlo piel a piel también. Era extraordinario, el bajó su cierre y liberó su pene para que yo lo pudiera tocar y nadie se daba cuenta. El vagón seguía parado, y ya en una mutua y avasallante excitación, me arriesgué a poner su pene en medio de mis nalgas. Con un dedo, hábilmente hice a un lado mi pantaleta. La sensación era indescriptible. El comenzó a moverse de nuevo y yo pensé que era mucho riesgo, alguien podría darse cuenta, pero estaba disfrutandolo tanto que no me importó y abrí mis piernas lo más que pude para que el pudiera gozarme bien. En esa postura era practicamente imposible que me penetrara, pero la gruesa cabeza de su pene frotaba deliciosamente mi clitoris por en medio de mis labios vaginales.
Comenzé a percibir su respiración forzada en mi nuca y cerca de mi oído derecho, estó me excitó mucho más y con la boca abierta comencé a babear de placer. No pude evitarlo y dejé escapar un gemidillo ahogado, casi inaudible pero que alcanzó a escuchar el señor que venía delante de mí,
- Perdón señorita !! - Exclamó el hombre, pues pensó que me había pisado al acomodarse.
No contesté, pues mi voz quebrantada por el placer me hubiera delatado.
Estaba totalmente quieta, no podía moverme o alguien nos descubriría y quien sabe que hubiera pasado. Mi galán a mis espaldas sí se movía, y de qué manera lo hacía.
Cuando creí que ya no habrían más sorpresas, posó sus manos en mi cintura, por los costados, y así subío hasta mis pechos. Comenzó a masajearlos hábilmente y sorprendido por su gran tamaño arreció sus acometidas. Lo inevitable ocurrió, comenzé a sentir los síntomas de un orgasmo por venir, y apretando mis dientes y los puños, gozé de los embriagadores epasmos en silencio.
No fuí la única que llegó al climax ahí, mi amante en turno se acercó a mí, y para ahogar sus gemidos, mordió mi cabello y se derramó entre mis piernas. El semen empapó mis nalgas y la entrada a mi vagina y escurrió abundantemente por entre mis piernas hasta mis pantimedias medio bajadas. Cuando el éxtasis se disipó, discreta y lentamente acomodé mis pantaletas, mojadísimas con los líquidos de ambos, subí mis pantimedias y bajé mi falda. El a su vez, guardó la herramienta que me había dado placer.
Después de que terminamos, todo siguió en calma, y a los pocos minutos la energía regresó y el tren siguió su camino. Aprovechando que en la estación que siguió bajo una buena cantidad de gente, me bajé yo también. Ya no pude agradecerle la gratificante sesión de sexo que me había brindado, pero estoy segura de que el también me agradecía la oportunidad. El tren se marchó con el a bordo, y yo me dirigí a la salida, temerosa de que la abundante humedad en mis pantaletas hubiera alcanzado mi falda. Era ya de noche y me dirigí a mi casa. Un baño caliente me esperaba, y esa noche de viernes dormí placida y profundamente.