En el sofá del salón
Quería follármelo ahí mismo, que me pusiera a cuatro patas, que me estirase del pelo y que me azotara el trasero como a una sucia perra, sentía que cada segundo que pasaba me iba poniendo más cachonda. Mi respiración se aceleraba, se iba haciendo más intensa y la respiración de Mario acompañaba la mía, me seguía al mismo ritmo.
Y allí me encontraba yo, recogiendo mi cuarto a toda prisa para que Mario tuviera una buena imagen de mí, y porque estaba a punto de llegar a mi casa para ver la última película de estreno en mi casa los dos juntos.
De repente sonó el timbre del portero y le abrí directamente sin asegurarme de que era él, estaba nerviosa, las piernas me temblaban, porque aunque Mario tan sólo fuera amigo mío, sentía cierta atracción hacia él.
Cuando por fin llegó a mi casa estaba muerta de la vergüenza, pero intenté ser natural porque en realidad no había de qué preocuparse. Así que le dije muy segura de mi misma:
¿Quieres que haga unas palomitas para comérnoslas mientras vemos la peli?
Bien, como quieras – contestó el- ¿voy al salón y voy poniendo ya la película mientras se hacen?
Vale.- le dije. Y ya empezaba a notarme nerviosa, pero intentaba mantener la calma.
A los cinco minutos nos sentamos los dos en el sofá, apagué la luz para crear un poco más de intriga ya que la película era de terror.
Los minutos iban pasando y ahí estábamos los dos, sentados, uno al lado del otro, a unos diez o quince centímetros, pero sin mediar palabra. Él estaba demasiado concentrado en la película, pero yo no podía dejar de mirar sus manos y no dejaba tampoco de intentar juntarme a él poco a poco sin ser demasiado descarada. Pero al cabo de un rato no lo pude evitar, coloqué mi cuerpo sobre el suyo, recostándome ligeramente sobre él mirando la televisión y evitando su mirada; notaba que el corazón se le aceleraba cada vez más, y a mí también, e incluso empezaba a notar cómo se iban humedeciendo mis braguitas poco a poco y como me iba abriendo lentamente.
Quería follármelo ahí mismo, que me pusiera a cuatro patas, que me estirase del pelo y que me azotara el trasero como a una sucia perra, sentía que cada segundo que pasaba me iba poniendo más cachonda. Mi respiración se aceleraba, se iba haciendo más intensa y la respiración de Mario acompañaba la mía, me seguía al mismo ritmo.
Me dispuse a colocar mi mano sobre su pierna y acariciarle muy despacio en dirección hacia su miembro, pero él no aguantó más y agarró firmemente mi mano y la colocó directamente sobre su mercancía. La notaba firme, caliente, y al mismo tiempo notaba cómo le temblaban las piernas.
Yo no pude contenerme y comencé a desabrocharle el pantalón mientras me lancé sobre sus labios y comencé a besarle como una loca. Mario comenzó a subir mi vestido fucsia ajustado, dejándomelo a la altura de la cintura para poder agarrar mejor mi trasero. Comenzó a moldear mis nalgas, cada vez más fuerte; dejó de besarme en los labios y se dispuso a seguir haciéndolo en mi culo. Lo hacía lento pero a la vez fuerte, turnaba las velocidades e inesperadamente me bajó las bragas y comenzó a comerme el coño brutalmente. Sentía el torbellino de su lengua que cada vez se iba adentrando más en mi vagina. Lo hacía genial, intentaba guardar mis ganas de gemir como una loca por vergüenza pero no pude contenerme y comencé a gemir como una perra y él me dijo al oído:
¿A qué esperabas? Empezaba a creer que no te gustaba.
Si no me gustase no tendría el coño tan empapado desde que has entrado por la puerta.- le dije yo.
Ah, así que te gustaba y tenías ganas desde entonces ¿no perra? Pues vas a recibir lo que te mereces por ocultarme esos detalles tan guardados que te los tenías.- me dijo Mario, y seguidamente empezó a azotarme el trasero de una manera muy violenta y algo dolorosa, aunque realmente lo que más me proporcionaba era placer, un placer tan intenso que incluso seguí gimiendo, y cada vez lo hacía más fuerte, hasta que me levantó el vestido por completo y me quitó el sujetador dejándome desnuda por completo.
En otras circunstancias estaría muerta de la vergüenza, pero no me importaba en absoluto, me daba igual que me viera desnuda y que escuchase mis gemidos, porque en ese momento lo único que deseaba era sentir su polla dentro de mi coño.
Mario comenzó a chuparme los pezones con mucha delicadeza para no hacerme daño. Yo, mientras tanto comencé a bajarle los pantalones y los calzoncillos al mismo tiempo, dejándole su miembro al descubierto. No podía aguantar más sin saber qué era exactamente lo siguiente que me esperaba, y al descubrirlo no pude ponerme más cachonda en un segundo: era perfecta, de un color oscuro, con el capullo muy marcado pero sin ninguna vena que se marcase, con el vello púbico recortado (había algo, pero era muy corto) y no notaba ningún olor desagradable.
Seguidamente, Mario se quitó la camiseta, quedando los dos desnudos. Me agarró firmemente de la espalda e intentó introducirla en mí, pero antes de ello, me aparté del sofá y me arrodillé en el suelo para que disfrutase de todo lo que soy capaz de hacer con mi boca. Comencé a chupársela muy despacio, jugueteando con mi piercing y con su glande, seguí masturbándole con las dos manos, después incluía algún que otro lametón y esperaba a cuando menos se lo esperaba para metérmela entera en la boca y comenzar a chuparla rápidamente sin parar, cada vez más y más rápido, hasta que me agarró del pelo y dijo:
- Ya no puedo más.- Y me puso a cuatro patas en el sofá y comenzó a penetrarme descosidamente agarrándome de la cintura y haciendo fuerza con su pene y su cuerpo por cada vez que penetraba. Yo sentía que me iba a correr, no podía aguantarme más, pero quería aguantar porque soy de esas chicas que “eyaculan” y no lo que se dice poco, así que intenté cambiar de postura, a una que no me diera tanto placer a mí y se lo diera a él, así que me coloqué encima de él y comencé a botar todo lo rápido que sabía, agarrándome sobre su cuello y gimiéndole al oído. Pero de repente el me apartó y comenzó a comerme el coño otra vez, pero esta vez a una rapidez impresionante, sentía como me mareaba, la vista se me nublaba y yo le grité “¡Aparta!”, pero él no me escuchaba, se lo repetí tres veces más pero él me miraba fijamente a los ojos y seguía, hasta que no pude aguantarme más y me corrí inmensamente en su boca.
Mario se apartó lentamente, se secó con el brazo y me dijo:
- Vaya, qué calladito te lo tenías, parece que quieres que te dé más.- y seguidamente me cogió en brazos y comenzó a follarme de una manera brutal contra la pared, me dolía, me dolía muchísimo, pero yo quería más, y más y más, hasta que finalmente yo volví a correrme y no fui la única, porque al terminar, quedaron en el suelo del salón dos grandes charcos entre las piernas de cada uno.
Sin duda, fue una de las mejores veces que podría recordar en toda mi vida.