En el rugby
Transmito mi pasión al rugby a mi hermana
Por fin lo había conseguido, todo en la vida parecía sonreírme. Por un lado, acababa de empezar la carrera; un poco por los pelos había conseguido la nota mínima para matricularme en psicología, por otro, era segundo capitán de mi equipo, todavía estoy en juveniles, pero ya había jugado mi primer partido con los seniors en 1ª división nacional (no división de honor), además, me habían convocado para la selección nacional de juveniles. Lo dicho, estaba en la gloria. Para el que no entienda, juego de zaguero en un equipo de rugby. Supongo que no os interesa, el rugby le parece a todo el mundo un deporte de bestias y para gente enorme. Sin embargo no es tan así, aquí caben gordos, flacos, rápidos, lentos…
Aunque sé que a la mayoría le parece un peñazo, es mi pasión. Llegué incluso a transmitírsela a mi hermana pequeña. Juega en el mismo equipo, en categoría infantil, tiene 15 años y junto con dos compañeras, forman parte de un equipo masculino. Hasta los 17 años, los equipos pueden ser mixtos.
La verdad es que tanto ella como sus amigas no tienen ninguna pinta de jugadoras de rugby, no cumplen ninguno de los estereotipos; vestidas de calle, son muy femeninas además de ser muy monas, saben que llaman la atención y saben explotarlo, pero, en cuanto se visten de corto, cambian totalmente. En fin, que tienen a todo su equipo revolucionado.
Viendo los resultados negativos que estaba teniendo en su liga, mi hermana me pidió ayuda para echar una mano en sus entrenamientos. Les dirigía un argentino, muy buena persona y muy buen entrenador que había jugado de delantero en su juventud, yo me encargaría de entrenar a los tres cuartos.
El primer día que fui, me di cuenta del desastre, eran un equipo malísimo donde no había nadie que destacara especialmente en nada, no tenían a nadie grande ni rápido, nada. Iba a tener una ardua labor si queríamos que aquellos chavales (y chavalas) consiguieran algo. Gracias a su entrenador, la delantera funcionaba medianamente bien, pero los tres cuartos eran de risa. No sabían colocarse, no pasaban ni un solo balón en condiciones y de los placajes, mejor ni hablar.
Íbamos a tener que trabajar de verdad para hacer ganar a ese equipo pero, por mi hermana, me dediqué de lleno. Me suponía que, tres días a la semana no podía ni estudiar, teniendo que compaginar sus entrenamientos con los míos.
La primera novedad que introduje fue la disciplina, nada de charlar u holgazanear en los entrenamientos; en segundo lugar, el físico; empecé a darles unas palizas considerables, estaban todos muy atocinados. Por último, la táctica y los placajes, perder el miedo a la hora de un encontronazo con un rival era fundamental.
Pasaron más de dos meses hasta que conseguimos ganar el primer partido, para los chavales fue apoteósico, mi hermana estaba exultante… Y los entrenadores no cabíamos en nos de gozo. A base de tesón, de exigir compromiso y con un poco de suerte, habíamos dado el primer paso pretendido.
Fue una alegría ver así de contenta a mi hermana. Yo no me llevaba ni bien ni mal con ella, siendo chica y dos años y medio menor no teníamos nada en común para relacionarnos, sin embargo, ahora pasábamos mucho tiempo hablando de rugby y del equipo. Empezamos a ver partidos que echaban por televisión, más por aprender que por entretenernos; comentábamos las posiciones de los jugadores, cómo se colocaban en el campo, cómo realizaban su función…
Así, sin pretenderlo, fuimos tomando una confianza inusual que fue abarcando también nuestra relación en casa. También empezó a aparecer cierta rivalidad entre el resto de jugadores del equipo de Diana, mi hermana, que babeaban alrededor de las chicas. Entendía que era algo normal, pero no conseguía conducir adecuadamente esa situación.
Con el transcurrir de la temporada los jugadores se fueron asentando, cogiendo ritmo e incluso llegó un momento en el que ganaban más partidos de los que perdían. Me sentía muy orgulloso de ellos, en particular de mi hermana, estaba cumpliendo muy bien con su función de jugadora y capitana de los tres cuartos.
Evidentemente, o no tan evidente, se generaron un par de problemillas. Las otras dos chicas del equipo empezaron a pasar del resto de jugadores masculinos para intentar ligar conmigo y esto, naturalmente, condujo a los celos de los chicos hacia mí
Sin quererlo, me encontré en una situación incómoda; para evitar malos rollos o malentendidos, con gran dolor de mi corazón, dejé de entrenarles. Como iban llegando los exámenes de febrero y las primeras convocatorias de la selección, no tenía casi tiempo para mí mismo, por lo que no fue una decisión tan difícil.
Pero el equipo de mi hermana lo pagó. Sin uno de los entrenadores, su evolución se vio interrumpida así como su racha de victorias. Por mi parte, conseguí quitarme de la cabeza los devaneos de Diana y sus amigas, las bobadas con sus compañeros y al equipo en general.
Sabiendo mi hermana, por la confianza que ahora teníamos, cuales habían sido los motivos por los que dejé de entrenar, empezó a sentirse culpable, hasta sus compañeros le pedían que intercediera para mi vuelta.
Yo no tenía ninguna gana, había experimentado sensaciones contradictorias. En primer lugar, entrenar y ver resultados estaba muy bien, pero en segundo, el hecho de que hubiera chicas en el equipo no había sido todo lo inocente que cabía esperar.
Tras unos cuantos días de súplicas de Diana, mensajes de sus compañeros, incluso del propio entrenador, acabaron por convencerme y volví. Se había notado mi falta, habían perdido parte de esa disciplina y táctica que les había llevado a ganar partidos, pero no era como al principio. Ahora tenían una base sobre la que se podía trabajar.
Pero para evitar cualquier mal rollo con el grupo decidí que Diana no sería mi capitana, para despecho de ella. Naturalmente, no haría ninguna distinción entre chicos y chicas e intentaría limitar cualquier exceso de confianza con nadie.
Las cosas volvieron a enderezarse, se volvió a ver a un equipo unido y se volvieron a repetir las victorias.
Sin embargo, algo había pasado que no supe en aquel momento identificar. Diana estaba algo molesta conmigo pero era normal, el tiempo iba pasando y la cosa no llegaba a mayores. Sin embargo, su comportamiento en casa se hizo más distante. A mí me extrañaba un poco pero la dejaba hacer. En cambio, en los entrenamientos, se irritaba con suma facilidad, sobre todo si hablaba o dedicaba especial interés a alguna de sus amigas. Un día me montó un follón tremendo después de llamarla la atención por un mal placaje y alabar a una de sus compañeras por lo mismo.
Me dejó de piedra, casi no supe reaccionar ante los jugadores y, cuando lo hice, fue peor. La mandé directamente a la ducha, pensando que así se le bajarían los humos. Ya había dejado claro, desde el principio de esta segunda etapa como entrenador, que nadie iba a tener un trato diferente. Al volver a casa, no me dirigió la palabra; cuando intenté hablar con ella, sin dar mayor importancia a lo ocurrido, me encontré con un desplante total.
El asunto me molestaba, a fin de cuentas entrenaba a ese equipo por ella. Fui a su habitación, tenía la puerta cerrada pero escuché un sollozo. Me dejó bastante desconcertado, solo esperaba que no fuera la pequeña discusión la que le hubiera llevado a llorar. No era para tanto.
Pero las cosas fueron a peor, Diana no me dirigía la palabra en casa, lo justo en los entrenamientos y estaba siempre pendiente de que ninguna de sus dos amigas se acercara o hablara demasiado conmigo. Naturalmente, yo estaba cada vez más mosqueado. Un día, después de entrenar y antes de irse a casa, cogí por banda a mi hermana dispuesto a zanjar el tema de una vez, se estaba haciendo insoportable.
-Oye Diana, ya han pasado un par de semanas desde que te llamé la atención, con razón, por cierto. No sé qué leches te pasa, pero no me hace ninguna gracia el estar así. Si cada vez que alguien tiene un fallo y le corrijo se pone como tú, que os entrene Ritala Cantaora.– Le dije bastante molesto.
-A mí no me pasa nada, en todo caso a ti, que parece que se te ha subido a la cabeza lo de ser entrenador– Me contestó con bastante desprecio.
-¿Qué se me ha subido? ¡Lo que me faltaba! Si piensas que voy a estar pasándolo mal contigo o con cualquiera por entrenaros, vas lista. Yo lo dejo. –
Pareció que se le pasaba el mosqueo de repente, puso cara de susto ante mi amenaza, luego se le nublaron los ojos y empezó a llorar.
Me desarmó totalmente, cada vez flipaba más con mi hermana…
-Venga Diana, no llores. Tampoco es para tanto. Vamos a ver, ¿Cuál es el problema? Yo es que no entiendo nada, sólo te llame la atención un día y desde entonces parece que te hubiera hecho algo horrible – Le dije con voz amable.
Ella me miró con ojos vidriosos, dio media vuelta y se fue corriendo, diciendo por lo bajo ¿por qué a mi?
No salía de mi asombro, el comportamiento de Diana lo entendería su madre porque yo…
A raíz de aquello fui a hablar con sus compañeras, que no me aclararon gran cosa. Las rogué que intentaran averiguar algo, que no dejaran sola a Diana… Tras unos días, la única conclusión que sacaron era que parecía que tenía algo que ver conmigo.
Un viernes después, las tres chicas se reunieron en casa quedándose a dormir juntas. Al día siguiente teníamos partido, habíamos quedado en el campo a las 12 y media así que no había que madrugar como otras veces. Mis padres aprovecharon para ir a pasar el fin de semana con mis abuelos como solían hacer de vez en cuando.
Me pidieron que esa noche no saliera para quedarme con las niñas, no le hacía ninguna gracia a mi madre que se quedaran solas. En fin, como yo también tenía partido por la tarde, no puse problemas.
Cenamos unas pizzas en el salón, las chicas parecían estar bastante alegres y también me encontraba de buen humor. Vimos la tele un rato y enseguida se fueron al cuarto de mi hermana. Yo subí a mi habitación, estuve un rato en el ordenador y, aún siendo temprano, me fui a la cama.
Al cabo de un rato, se abrió mi puerta y apareció una de las chicas, no supe cual. Duermo totalmente a oscuras, no se veía absolutamente nada, sin embargo sentí como se subía a mi cama y alargaba sus brazos hacia mí.
Quien quiera que fuese estaba desnuda, no decía nada, solo intentaba, con cierta torpeza, acariciar mi cuerpo, mi cara… Intentaba llevar sus manos a mis partes más íntimas…
-¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? – Le pregunté en un susurro.
-Shhh
Antes de preguntar nada más me plantaron un beso en los morros alucinante. Quien fuera la interfecta, no besaba nada mal, jugaba con mi lengua, metía la suya hasta el paladar, me mordía suavemente los labios…
Había estado casi dormido, me espabilé de golpe. Sabía que sería una de las dos compañeras de Diana pero no me importó nada. Ambas eran chicas muy monas y no había que hacerle ascos a un regalito como aquel.
La sobé enterita, tenía una piel suavísima, unos pechos turgentes con areolas que, notaba, se iban inflamando bajo mis manos así como se endurecían sus pezones. Los chupé y mordí mientras una de mis manos bajaba hacia la parte más íntima.
Parecía una moda, pero ahora casi todas las chicas se depilaban totalmente el pubis o se dejaban pequeños mechones en la parte superior. En este caso, había un poquito de pelo, muy poquito.
Con los dedos abrí un poco los labios vaginales, recorriéndolos de arriba abajo, hasta llegar a la zona anal. Esta chica que solo soltaba gemiditos y no decía absolutamente nada, estaba perfectamente lubricada. O yo era un maestro en calentar a una chavala en dos minutos, o venía caliente de casa.
Bajando con mi boca desde sus pechos, fui dejando un reguero de saliva a lo largo de su vientre hasta llegar al ansiado tesoro. Un olor acre bastante suave, mezclado con aroma de gel de baño envolvió mis sentidos. Besé y mordí sus ingles, introduje la lengua en su hoyito, jugué un poco por toda su pelvis antes de atacar su pequeño nódulo que noté ansioso bajo mis labios.
Chupé con delicadeza, recorrí sus alrededores con la lengua, introduje un dedo en la vagina y froté con él. Aquella chica cada vez gemía más y eso me gustaba. Abría mucho las piernas, acariciaba mi pelo… Repentinamente cerró los muslos con fuerza en torno a mi cabeza, gimió más fuerte, casi un chillido mientras se corría como pocas veces he sentido (porque ver, no veía nada).
Subí a darle un beso en los labios, a hacerle saborear su propia esencia mientras, alargando una mano, intentaba coger una caja de condones del cajón de mi mesilla.
Ella se recuperó un poco, se levantó de la cama y , a tientas, salió de mi habitación.
-¿A dónde vas? –Le pregunté muy bajito.
-Espera. –Me dijo más bajo aún
Me quedé con cara de tonto y la polla tiesa mientras intentaba distinguir, sin ningún éxito, a mi compañera de cama.
Antes de levantarme siquiera, volvió a aparecer. Menos mal porque estaba a puntito de ir a la habitación de mi hermana o cascarme la paja del siglo.
Cerró otra vez la puerta y se dirigió a mi cama totalmente a oscuras. En cuanto la sentí en el borde, la ayudé a tumbarse. Volví a acariciarla llevándome una sorpresa, tenía algo distinto… Ya, no tenía nada lubricado el coño. Pensé que al ir al baño se habría lavado y, consiguientemente, secado.
Bueno, solo requería de unas cuantas caricias… La besé la boca, mordí sus labios, acaricié y besé sus pechos mientras con los dedos abría sus labios como pétalos de flor. Ella me acariciaba la espalda y, ahora, también el nabo con el condón recién puesto.
Para intentar excitarla de nuevo, repetí mi viaje anterior por la zona púbica. Uno es hombre de costumbres fijas así que repetí otra vez el mismo tratamiento. Mientras chupaba su clítoris volví a notar algo raro, inidentificable, pero no le di más importancia. ¡Para rarezas estaba yo!
Ya sé, el olor, el olor era algo distinto, el sabor también. Pensé que después de haberse corrido sería más intenso, quizás era solo eso. Le metí otra vez un dedo en el coño frotando la parte superior de la vagina, tampoco estaba para muchos pensamientos tontos.
Se encontraba a punto de caramelo pero, en el momento en que iba a incorporarme para enchufarle el nabo, me sujetó fuerte la cabeza con piernas y manos volviéndose a correr como una burra. Daba unos chilliditos rítmicos que iban al son de las acometidas de mis dedos y lengua.
Cuando me soltó me icé a besarla, más que dispuesto a follármela de una puta vez. Tenía el nabo a punto de estallar. Sin embargo se levantó rápidamente dejándome, otra vez, con cara de tonto y la polla tiesa.
-Espera. –Me dijo en un susurro.
¿Qué espere? Si cada vez que se corre sale pitando del cuarto…
No me dio tiempo a pensar nada más. Entró otra vez y se tumbó en la cama habiendo cerrado previamente la puerta.
En la oscuridad de mi habitación volví a acariciar una piel suavísima, unos pechos turgentes con los pezones duritos, una vagina dispuesta…
Me subí encima, froté un ratito mi pene contra su clítoris y encajé el glande en esa gloriosa entrada. Con suavidad, a pequeños vaivenes, fui introduciendo mi virilidad en el interior de esa cueva ardiente. Me apretaba como un guante y el látex lubricado del preservativo hacía más fácil la penetración.
Cuando toqué fondo, apreté un poco, todavía me faltaba un buen trozo de polla por meter. Por experiencia sabía que la chica tenía que relajar sus músculos vaginales, si no, le haría polvo el cuello de la matriz.
Fui despacio, un mete saca constante, sin apretar mucho cuando llegaba al final. Ella gemía, me rodeaba la cintura con sus piernas… Un ratito después tenía la polla enterita dentro, me sentí en la gloria. Para mí, siempre era la sensación más placentera meter todo el nabo en una chica, sentir sus labios en la base de mi pene… No siempre lo conseguía.
Estuve un rato en esta postura. Luego la puse a cuatro patas y situándome detrás, volví a introducírsela por el coño. Con una mano me dediqué a acariciarle las tetas, a pellizcarle los pezones y con la otra le frotaba el clítoris. Estaba disfrutando de un polvo riquísimo, sin embargo, había algo que me hacía run run en la cabeza y era incapaz de sacar.
Fue de repente. ¡El vello! La chica no tenía vello púbico y la anterior vez sí. O por lo menos la primera vez. Estaba a punto de correrme, ella gemía como una loca, se dejó caer sobre la cama al tener que soportar todo mi peso.
Fui tras ella, levanté un poco su trasero para volverle a enchufar la polla. Entró y se amoldó perfectamente. Le abrí un poco más las piernas para tener mejor sujeción, volví a frotarle el clítoris con los dedos mientras aceleraba el ritmo al máximo.
Ella se corrió a lo bestia justo en el momento en que yo también alcanzaba un clímax glorioso. Le mordí el cuello por la zona de la nuca mientras me vaciaba. Ella me apartó la mano de su clítoris apretándome muy fuerte los dedos…
Sus gemidos fueron a menos, me quedé encima de ella aplastándola un poco. Desde esa postura intenté llegar al interruptor de la luz de la mesilla. Cuando encendí, me encontré lo que no quería admitir.
Mi hermana Diana estaba debajo de mí incapaz de articular palabra.
Me volví a empalmar inmediatamente por el morbo de la situación. Era mi hermana, me la acababa de follar y estaba preciosa. Tenía la cara arrebolada y cierta mirada de susto ante mi posible reacción.
Le di media vuelta colocándola boca arriba, me puse encima de ella, con suavidad volví a introducirle mi virilidad en esa cueva, hecha ex profeso para mí. Le miraba directamente a los ojos mientras permanecía dentro de ella sin moverme, Diana me devolvía la mirada sin decir nada, solo esperando…
-¿Bueno, ahora me lo vas a explicar o no? – Le pregunté con un hilo de voz.
Incorporó la cabeza para besarme los labios, introdujo la lengua en mi boca, la enredó con la mía… Estuvo mucho rato hasta quedarse casi sin respiración. Movía ligeramente las caderas frotando su clítoris con mi vello púbico.
Deshice el beso, así no me iba a enterar de nada…
-Ya sé que es culpa mía, Luis – me contestó. –Pero no lo he podido evitar. Yo no quería llegar a esto, te juro que lo he intentado todo, pero no he podido.-
Unas lágrimas serenas rodaban por sus mejillas.
-Se que lo de hoy, a lo mejor, no nos lo perdonas.- Continuó. –Quizás te sientas utilizado por las tres, pero ha sido culpa mía. Paula y Cris sólo han querido ayudarme; a pesar de que somos hermanos no les ha importado…-
Yo seguía con la polla encajada totalmente en el coño de Diana. Lo que me estaba contando me sonaba a chino pero era incapaz de pensar con coherencia. Solo deseaba continuar con el polvo que habíamos empezado. Pensé (el único pensamiento lógico) que hasta que no acabara no iba a poder razonar nada.
Además, el morbo subía cada vez más de nivel. Seguía mirando a mi hermana sin entender lo que decía, solo era capaz de entender que me la estaba follando, el placer de lo prohibido, la seducción del pecado…
Empecé un ritmo de caderas bastante lento mientras ella me miraba con arrobo. Noté que tardaría muchísimo en correrme, lo había hecho hacía cinco minutos. Quise lucirme un poco, darme un banquete con ella, saciar todos mis apetitos.
Cambié radicalmente de velocidad, me convertí en una ametralladora durante el tiempo que mi físico aguantó. Y aguantó mucho.
Cuando me dejé caer encima de ella medio derrengado, Diana se había corrido dos o tres veces. Había entrado en una especie de trance, tenía los ojos semi cerrados, babeaba por la comisura de los labios…
Yo necesitaba descansar, le saqué el nabo y me dirigí con la boca hacia su zona íntima. Sabía a látex y no era muy agradable, pero no me importó. Volví a centrarme en su clítoris totalmente inflamado, succionando suavemente, dándole toques con la lengua, incluso suaves azotes con la mano.
Me giré para que ella me chupara a mí, pasé una rodilla por encima de su cabeza e intenté meter mi pene en su boca.
Lo cogió con la mano y le daba pequeñas lengüetadas, nada más. Me centré en darle placer a ella, se produjo una especie de catarsis de ambos, una liberación y transformación interior que nos llevó a cotas de placer antes desconocidas.
La pobre Diana se corría de forma casi continua, soltaba tal cantidad de líquidos que parecía que estaba haciendo pis, gemía continuamente de forma entrecortada…
Volví a darme la vuelta y a metérsela hasta el fondo. Gimió más alto, estaba totalmente desmadejada, me abrazó la espalda de forma automática mientras yo empezaba un movimiento bastante rápido y constante, justo en el límite de fondo físico.
Así podía aguantar todo el tiempo que me echasen pero Diana parecía a punto de desmayarse. Había perdido el preservativo hacía un rato, la sensación de roce era mucho mayor… Aceleré todavía más para intentar correrme, el hecho de echar dos polvos tan seguidos me había llevado a un estado en el que parecía que no llegaría al éxtasis jamás.
Pero empecé a notar el cosquilleo familiar que indicaba un próximo orgasmo. Redoblé mis esfuerzos, casi al borde del agotamiento; Diana solo gemía en esa especie de orgasmo continuo… Empezó a medio delirar…
-Ya, ya, para, no puedo más, no puedo más. Por favor, para…-
Sin embargo, no me iba a quedar a medias, me faltaba poquito así que seguí machacando su coño sin piedad… Al final me corrí de forma bestial mientras ella gemía entre dientes, medio atontada.
Cuando terminé de descargar estaba agotado, habíamos estado más de una hora de reloj follando a lo bestia. No me quedaba ni un gramo de energía. Me quedé encima de Diana, intenté besarla pero no reaccionaba, estaba prácticamente desmayada.
Me salí de ella y fui al baño a lavarme un poco, aproveché dándome una ducha rápida. Cuando salí de mi habitación, vi a las otras dos que corrían a esconderse en el cuarto de mi hermana.
‘Con esas tengo que hablar yo’ pensé con una medio sonrisa en la boca. ¡Como habían sido capaces de ayudar a Diana a follarse a su hermano! ¡Hay que tener valor!
Al volver, Diana ni se había movido, las sábanas estaban empapadas de sus flujos y mi semen. Intenté levantarla, apenas reaccionaba, era como un peso muerto. No tuve más remedio que dejarla en el suelo mientras hacía la cama con ropa limpia. No tuve fuerzas para más, la subí otra vez y nos acostamos juntos.
Dormimos de un tirón toda la noche, al despertar yo, estaba abrazado a su espalda. Recordé lo pasado y una erección mañanera apretó mi polla contra su firme culo. No lo pude remediar, cogí la postura adecuada y, levantándole un poco la pierna, volví a metérsela, desde atrás, en su estrecho coñito.
Al cabo de unos minutos ella gemía y yo le mordía una oreja introduciéndole la lengua en el oído. Con mi mano derecha le sobaba las tetas, tenía las areolas totalmente inflamadas, los pezones se endurecían con las caricias de mis dedos.
De vez en cuando me los ensalivaba y le frotaba el clítoris…
-Ya, ya, Luiiis, yaaa. – Me dijo en un gemido, apartando mi mano de su zona genital.
Aceleré un poco y me corrí en su interior, sujetado a sus tetas, abrazado a su espalda.
Ahora venía la parte más dura de todo esto. Los remordimientos morales hacían su aparición, además, las amigas de Diana lo sabían… ¿Qué iba a hacer yo ahora? Había sido acojonante el follarme a mi hermana, no era algo en lo que hubiera pensado nunca pero había sido lo más morboso que hubiera hecho en los días del Señor.
Diana se dio media vuelta para mirarme, yo encendí otra vez la lamparita de la mesilla. La veía risueña, feliz, era evidente que se sentía satisfecha con lo que había hecho. Estiró un poco el cuello y me besó suavemente la boca…
-¿Ha estado bien, verdad? – Me dijo con voz cansada. –No había sentido algo así en mi vida. No sabía que pudiera tener la cantidad de orgasmos que he tenido seguidos, ha sido alucinante. Me parecía que no paraba de correrme, hasta creí que me había hecho pis encina. Al final, no podía más, estaba agotada…-
Estuvo un ratito en silencio mientras yo sólo la miraba.
-Ha sido lo mejor de mi vida Luis. Creerás que estoy loca, a lo mejor tienes razón… Pero no ha sido algo repentino, llevo pensándolo bastante tiempo, desde que mis amigas empezaron a tirarte los tejos. –
Yo seguía callado, de momento prefería no decir nada, que fuera ella la que se desahogara y me revelara sus planes. De mis sentimientos, mejor no hablar.
-Un día – Siguió –Después de entrenar, fuimos a casa de Paula. Estuvimos charlando y jugando con el ordenador. Navegando, vimos un link a una página de relatos y entramos. Estuvimos leyendo algunos y nos reímos mucho, también nos excitamos bastante. Lego leímos algunos de hermanos, me puse cachonda perdida imaginándome que éramos nosotros los protagonistas de alguna de aquellas historias.
No sé cómo, Paula sacó un consolador que tiene, jugamos las tres con él, nos tocamos, nos lo metimos… Cris me desvirgó así, casi la mato…
Al poco rato estábamos haciendo bromas sobre lo que sería hacerlo contigo. Reconozco que me atrajo mucho la idea y ellas parecían dispuestas a todo con tal de que lo consiguiéramos. Les producía muchísimo morbo que dos hermanos que conocían se liaran.
Así fuimos haciendo planes, hasta lo de esta noche. Lo que no quería era que encendieras la luz y te enteraras de quien era. Tenía que haber sido secreto, por eso entramos las tres, para que no supieras quién era la que estaba contigo –
-¿Porqué las tres? – Pregunté
-Porque ellas querían participar, si no, no me ayudaban – Contestó Diana.
¡Joder que tías! No sabía qué pensar, vaya tres golfas. Pero Diana… La miraba y un sentimiento de cariño me invadía, también había sido el mejor polvo de mi vida, no me dejaba pensar con claridad…
Dándole un beso tierno en los labios, le dije que se levantara, teníamos que jugar un partido.
Perezosamente se puso en pie, yo levanté la persiana entrando la luz a raudales. Abrí la ventana para ventilar un poco la habitación. Le di una camiseta mía para que no fuera desnuda aunque a mí no me hubiera importado. Tenía un tipo de escándalo.
Me vestí con el chándal y bajé a desayunar. Las tres se habían reunido en la cocina, me miraron con cara de vencedoras, pero yo no iba a quedar por debajo de ellas, las miré como si fueran cosa mía, me acerqué y le di un beso en la boca a cada una.
Se sorprendieron bastante, sobre todo mi hermana. Debía de creer que era la única que tenía derechos conmigo. Pero ahora, era yo el que tenía dominadas a las tres, ya vería como resolvía esta situación.
Llevé a todas a jugar su partido, pasando antes por la farmacia para comprar la famosa pildorita ‘del día después’. La darán sin receta pero cuesta una pasta. Apenas jugaron medio tiempo cada una aquel día. Sobre todo Diana, que iba dando tumbos por el campo como una zombi.
Tampoco fue mi mejor partido el que jugué luego, por la tarde, pero pasé más desapercibido. Mi hermana me esperó hasta que terminamos del todo (hacemos tercer tiempo para el equipo contrario, o sea, que les ponemos bocadillos y bebidas).
Al volver a casa, ella iba agarrándose a mí como si fuera mi novia, de vez en cuando, se aupaba y me daba un besito en los labios, iba de la mano conmigo… No me estaba desagradando nada, al contrario, estaba muy a gusto.
Supongo que debería sentir algo de culpabilidad, o ella, esto de enrollarte con tu hermana no es algo que pase todos los días. Pero no, nada de eso, más bien al contrario.
Siento un morbazo tremendo cada vez que estamos juntos, me empalmo cuando charlamos inocentemente de rugby delante de mis padres, sabiendo entre nosotros que un placaje es un polvo, un ensayo, una mamada, una melé, una comida de coño…
Y así seguimos por ahora. Reconozco que siento adoración por mi hermana y, por lo que veo, ella por mí. A sus dos compañeras les dejamos las cosas muy claras sobre lo de contar algo de esto. Espero que dentro de nada se echen novio porque nos chantajean con eso y, de vez en cuando, tengo o tenemos que hacer un servicio extra.
En casa, hemos desarrollado un código. Nos encerramos cada vez que podemos en una de nuestras habitaciones. Si nos preguntan, estábamos ensayando algo de rugby, de ahí los gemidos sordos o los ruidos de cama. Pero, la mayor parte del tiempo, estamos solos y lo aprovechamos al máximo.
Somos muy jóvenes, tenemos las hormonas muy revueltas (dicen), así que todos los días lo hacemos. Incluso varias noches, con el consiguiente peligro de ser descubiertos por nuestros padres (somos unos irresponsables). Lo hemos hecho en todas partes, en el baño, en la cocina, en nuestros cuartos… Muchos días nos vamos solos en coche y siempre acabamos en nuestro sitio secreto follando como locos.
Diana es insaciable y, de momento, no le voy a la zaga. Siempre está dispuesta, a veces, más que yo. No hace falta que la busque, lo hace ella misma, incluso delante de mis padres, haciéndome pasar unos apuros tremendos.
No sé cuánto durará, de momento llevamos un año perfecto, sin fisuras en nuestra relación ¿Hasta cuándo? Ya digo que no lo sé, pero al paso que vamos, quizás toda la vida.