En el restaurante
En una de mis miradas hacia la izquierda, te ví. No tuve ninguna duda desde el momento en que te vi caminar a lo lejos de la calle. Caminabas despacio, sonriente y me pareciste muy segura de ti misma. Lo primero que llamó mi atención fue que llevabas el pelo recogido.
Había llegado el día tan esperado. Tras meses de charla por messenger e intercambio de correos. Por fin habíamos conseguido encontrar un hueco en nuestras agendas para conocernos de forma física. Ya nos habíamos visto por web-cam y no eramos unos desconocidos pero aún así la primera cita tenía su morbo y los nervios estaban a flor de piel.
La cita era en un restaurante, elegido por mí, para cenar. Desde días antes me había encargado de preparar minuciosamente cada detalle que se me ocurría.
Ese mismo día por la tarde, yo era un manojo de nervios. ¿Qué me pongo? ¿Cuánto tardaré en llegar? ¿Le gustará el olor de mi colonia? Pensaba en todo aquello que no es posible percibir a través del mundo virtual.
Llegué al restaurante un cuarto de hora antes de lo acordado. Quería concretar con Carlos, el maitre, y asegurarme de que los detalles de la reserva eran los que había hablado con él unos días antes.
Finalmente me había decidido por vestir de forma clásica, aunque sin chaqueta. La temperatura en aquella noche de primavera era muy agradable. Llevaba un pantalón azul oscuro y una camisa con rayas finas, blancas y azules. Junto a la puerta del restaurante, no dejaba de mirar a un lado y otro de la calle. Estaba nervioso. No sabía si vendrías andando o tal vez un taxi te acercara hasta la puerta. Fueron unos minutos tensos. También pasó por mi cabeza el hecho de que a última hora te hubieras arrepentido.
En una de mis miradas hacia la izquierda, te ví. No tuve ninguna duda desde el momento en que te vi caminar a lo lejos de la calle. Caminabas despacio, sonriente y me pareciste muy segura de ti misma. Lo primero que llamó mi atención fue que llevabas el pelo recogido. Me gusta el cuello desnudo y el vestido que habías elegido para la cita lo resaltaba aun más. Un vestido negro, por encima de la rodilla y con escote de los llamados “palabra de honor” hizo que a medida que te aproximabas mi sonrisa fuera abriendose en consonancia con mi boca. Debiste notarlo porque al llegar a mi altura y besarnos en la mejilla tu sonrisa era también muy amplia. Sabias que habias causado una buena sensación. Tus miradas de aprobación también me hicieron sentir lo mismo. No se me escapó esa mirada de arriba abajo al separarnos en nuestro saludo, mientras aparecieron aquellas risas nerviosas.
- ¿Pasamos?
- Sí claro, a eso hemos venido ¿no?
Yo ya conocía el restaurante de un par de visitas anteriores. “Rasputín” siempre me ha parecido un sitio ideal para una cena. La decoración, clásica, ambiente de finales de principios del siglo XX. La rusia de los zares y su gran imperio. Las paredes tapizadas, lámparas de araña en el techo y pequeños candelabros colgados junto a los cuadros. Las mesas vestidas con manteles estampados que llegan hasta el suelo. Luz tenue.
Carlos, el maitre, había salido a recibirnos. Él iba delante y caminaba decidido hacia la mesa. Ibas un paso por delante de mí. No pude evitar volver a fijar mis ojos en tu figura. Ese vestido te sentaba de maravilla. Te giraste un momento y me puse colorado al saber que me habías pillado mirandote el trasero de esa forma tan descarada. Llegamos a la mesa. No hacía falta ser un experto detective para notar que la mesa estaba en n reservado, donde podríamos cenar con intimidad.
- Estás en todo eh … dijiste riendo y mostrandote, otra vez, complacida.
- Buenooo, hago lo que puedo.
- Y… ¿Qué tal…? ¿Mejor al natural que por la web?
- Sí, mucho mejor. Estás preciosa.
- Gracias. Tú también mejoras mucho.
- Mmmmm, gracias. ¿Te gusta el sitio?
- Siiii, mucho. Estoy alucinada. No lo conocía.
Mientras charlabamos de forma cada vez más relajada nos trajeron la carta y seguidamente los aparetivos. Unos canapés variados, pequeños recipientes con distintos tipos de ensalada, pan y mantequilla. Todo en pequeños platos de porcelana, estampados y que hacían juego con la decoración.
Mientras elegiamos habíamos pedido una cerveza para el aperitivo.
Me costaba mucho mirarte a los ojos. De vez en cuando la mirada bajaba a través de tus hombros desnudos y llegaba hasta la linea que marcaba el canal de tu pecho en el escote.
- Oyeee, ¡¡que buena pinta tiene todo!! No se que pedir. – Dijiste mientras hojeabas la carta.
- La verdad es que lo que he probado otras veces estaba riquisimo.
- ¿Y que era?
- Pues la primera vez… creo que pedí el magret de pato de primero.
- Mmmm, lo estaba pensando, pero es que luego… ¿llena mucho?
- Si quieres lo pedimos para compartir y después un segundo.
- Ah vale ¿Yde segundo?
- Yo pensaba pedir lubina a la sal, me encanta.
- Venga, pues otra. Asi estamos igual.
- ¿Vino blanco?
- Te dejo elegir también. Se te ve experto.
- Nooo que va. Ya me gustaría entender de vinos a mí. Solo tengo buena memoria y recuerdo algunas marcas.
Nos tomaron nota. Al final me decanté por un vino blanco: bornos.
Ibamos picando de las ensaladas y tomando cerveza en pequeños sorbos. La conversación era muy fluida. Pareciamos conocernos de mucho tiempo y los nervios del principio desaparecieron. Se notaba que había buena quimica.
Al ir a coger un canapé nuestras manos coincidieron y chocaron un instante. Aproveché la ocasión para agarrarte la mano y entrelazar mis dedos con los tuyos.
- Estoy genial contigo. Creia que no llegaría este día. Me gustas.
- Yo tambien estoy muy comoda.
Perdí el miedo y sin soltar tu mano, me levante ligeramente de mi silla para acercar mis labios a los tuyos. Te besé y encontre tus labios entreabiertos un segundo.
- Me apetecía. – dije al sentarme de nuevo, sonriendo.
- Y yo me estaba preguntando si lo harías.
Risas, complices.
El camarero vino con el primer plato. Ya nos habían cambiado la cerveza por el vino.
Tal y como recordaba, el magret de pato estaba exquisito. Tenía un barniz de mermelada de frambuesa por encima y el plato venía acompañado con más salsa para acompañar al gusto de cada uno.
Mmmmm, disfrutaba tanto de la comida como de ver que todo te estaba resultando agradable. Me fijé en tus labios y me parecieron de lo más sugerente.
- Deja de mirarme asiiii o voy a pensar que vas a cambiar el magret por mí….
- Lo siento es que... tengo unas locas.
Me habías entendido perfectamente pero aún así preguntaste para escucharmelo decir
- ¿Ganas de que…? – La mueca de tus labios era toda una insinuación.
- De comerme esos labios…
- Hazlo. Tienes mi permiso…
Después de limpiarme con la servilleta volví a levantarme ligeramente de la silla para poder besarte. Nadie nos veía asi que esta vez el beso fue más largo y profundo. Tu boca aun tenía el sabor dulce de la frambuesa. Nuestras lenguas jugaron durante unos segundos. El calor de la pasión se apoderó de nosotros unos instantes. Desde ese momento empecé a pensar en el postre. Empezaba a tener ganas de salir de allí cuanto antes. Volví a sentarme y tome un buen trago de vino, intentando refrescarme. Todo lo contrario.
Segundos después me dí cuenta que tus juegos y fantasías no ocurrian solo en la red. El vino, el calor y la situación empezaban a descontrolarnos. De pronto noté como tu pie descalzo me acariciaba la pierna a la altura de la rodilla. Puse cara de sorpresa ¡¡Que haces!! Pero me hizo gracia. A esas alturas y después del beso profundo, ya estaba excitado. Miraba tu cara y seguias comiendo como si nada pasara debajo de la mesa. Tu pie se habia colado entre mis piernas de forma habil. Arrismaste un poco más tu silla y dejaste caer tu cuerpo hacia el borde. La pierna estirada… habia llegado a su objetivo. Ya no era capaz de manejar bien los cubiertos. Tan solo te miraba asombrado y sorprendido. La planta del pie empezó a tocar mi entrepierna y a moverse en circulos. Apretandome. Estaba seguro que sentías perfectamente mi erección a través del pantalón en la planta de tu pie desnudo. Mi cabeza era un torbellino ¿hasta donde quiere llegar? Me preguntaba.
- Si sigues así… no respondo de mis actos. – dijo en susurros
- ¿Y que harás…?
Ese deje insinuante era toda una provocación acompañada de más presión de tu pie sobre mi pene. Dejé de pensar… y decicí hacer caso a los impulsos. Aquello no sabía como terminaría pero me encantaba…
- Mira que… se me puede caer algun cubierto debajo de la mesa, ehhhh
- No te atreves – dijiste retandome
- ¿Qué noooo?
- No
- Ya verás tu en el segundo plato
Más risas. Tu pie dejo de presionar. Adiviné como volvía a su sitio en el zapato.
El camarero retiró los platos y al instante vino el maitre con las dos lubinas. Mientras las limpiaba en la mesa auxiliar, el silencio flotaba en la sala. Nos mirabamos complices, con ganas de volver a quedar solos. Las manos expertas del maitre fueron sacando los filetes de pescado y los fue colocando en los platos.
Tan solo probé un par de trocitos. La lubina estaba tambien exquisita, la piel tostada, churruscada en su punto, sabrosa. Sin embargo en mi cabeza estaba el reto que me habías lanzado. No hizo falta que dejara caer ningun cubierto al suelo. Nadie nos veía y seguramente el camarero tardaría varios minutos en volver. Era el momento. Sin pensarlo me arrodille junto a la silla y levanté las faldas del mantel…Había poca luz allí debajo pero pude distinguir tus piernas. El vestido estaba a la altura del muslo. Alargué mi mano llegando a tus rodillas. Metiendo mis dedos entre medias… separé ligeramente las piernas. No pusiste resistencia. Mi mano ascendió por el interior de tus muslos… despacio. Sentía el calor de tu piel… más intenso cuanto mas profundo… No iba a parar, quería alcanzar el centro de tus piernas, tu sexo. Mis dedos llegaron a tocar las ingles, el suave contacto de mis dedos con la tela del tanga me hizo estremecer. No tenía control del tiempo. Acaricie tu sexo de abajo arriba por encima de la tela. Sentí como la piel de tus muslos se erizaba. No veia tu cara pero podía imaginarla. De un movimiento… aparté la tela a un lado. No había vello en tu sexo… lo habías depilado esa misma tarde, seguro, mis dedos se deslizaron con facilidad. Como había supuesto… estabas humeda y muy caliente. Separé un poco más tus piernas y pude separar bien los labios de tu vagina con mis dedos. Apenas veía nada por la falta de luz pero adivinaba perfectamente cada pliegue de ti. Recorrí tu sexo varias veces de abajo arriba con mis dedos.. sin penetrarte… Alcanzé tu clitoris y lo agité unos segundos. Sentí el estremicimiento en mis manos. De pronto tu mano se unió a la mia. Entendí que querias que parara y salí del escondite bajo la mesa.
Al mirarte alos ojos vi tu cara de deseo. No hacía falta de preguntar. Tus labios estaban humedecidos por tu propia saliva. Hablaste con la respiración entrecortada.
- No quería correrme, asi. Necesito tocarte yo tambien…
- Uffff. Yo tambien tengo muchas ganas.
Estabamos calientes. Veia tus mejillas sonrojadas y seguramente las mias tambien lo estaban. El pescado estaba practicamente intacto. Comimos unos pinchadas más mientras nuestras cabezas eran un punto de ebullición. Pero el centro de calor estaba entre nuestras piernas. Mi sexo ardía, sentía deseo y quería saciarlo cuanto antes. Sin pensarlo más solté:
- Creo que deberiamos visitar los lavabos. No puedo más.
No hizo falta que hablaras. En tu sonrisa descubrí que mi propuesta te agradaba y que en ese momento estabamos locos de deseo los dos.