En el probador

Me excito en una tienda y acabo dominado por una pareja

Había entrado en la tienda para comprarme unos pantalones. Había bastante gente, pero me llamó la atención una mujer. Era morena, algo más de cuarenta, con una cintura estupenda y un par de tetas muy llamativas. Fue lo primero en lo que me fijé, aquel par de bellezas que tenía allí. Lo segundo en lo que me fijé fue en su ausencia de sujetador. Aquel par de sensacionales tetas estaban libres, un poco caídas, pero deslumbrantes. La camiseta que llevaba era lo suficientemente apretada para darles forma y mantenerlas erguidas, desafiantes. Hasta transparentaba, insinuando unos pezones con areolas mucho más grandes de lo normal y bastantes oscuros.

Noté que, contemplándola, mi polla había empezado a crecer. Sofocado, cogí los pantalones y me fui al probador. Al quitarme los pantalones, vi que, en efecto, tenía un empalme considerable. Me había puesto duro con aquel espectáculo. Colgué mis pantalones en la percha y me dispuse a probarme los que había cogido. Y entonces oí una voz que solo podía ser la de ella, sensual, irresistible.

Los probadores eran de esos de cortinas y la tienda unisex. Al otro lado del pasillo, al otro lado de las cortinas estaba ella, la hechicera. No pude evitar mover la mía, para intentar captar algo de aquella belleza que tanto me había excitado. El primer vestido no le gustó y le pidió a su pareja que esperara, para llevárselo a la dependienta.

Creo que me cazó. En aquel momento estaba desnuda, ni siquiera llevaba bragas, de espaldas a mí, pero en el reflejo del espejo podía ver uno de sus pechos. Era incluso más espectacular de lo que había fantaseado. No bajaba de una talla 90, de una copa C. Un poco caído, pero eso era algo que me excitaba mucho. Ni una marca de bikini, tomaba el sol en topless. Me imaginé el espectáculo en la playa, todos los tíos alrededor de ella tocándose más o menos disimuladamente, soñando con follársela en la toalla uno por uno o en grupo… Mi mano, inconscientemente, había buscado mi polla. Me bajé el calzoncillo para sacarme la polla y dejar los huevos al aire. Me estaba masturbando despacio, disfrutando de la vista de aquella fantasía. Gemí del gusto y me oyó.

Pensé que iba a cerrar la cortina, pero lo que hizo fue abrirla un poco más. Mi espectáculo era ahora perfecto. Y creo que el de ella también, me había visto menearme la polla. Me había depilado ahí abajo la tarde anterior, con lo que mi nabo resultaba más llamativo de lo habitual. Mi glande estaba gordo e hinchado como una fresa madura y mi mano apretaba con fuerza el tronco. Para ella. Por culpa de ella, estaba caliente como un adolescente, masturbándome en un probador donde cualquiera podía encontrarme y dejarme en ridículo.

Se agachó a coger el vestido dejando su trasero a la vista. Estaba calentándome, no cabía duda. Aquella manera tan descarada de agacharse no podía ser natural. Las piernas bien separadas, un culo redondo, el perfecto para follar a cuatro patas y plantar las manos en él. Y con uno de mis fetiches: la marca de la parte de abajo del bikini, dibujando un triángulo blanco que solo llamaba al placer. Si quería excitarme lo consiguió. El espectáculo era delicioso. Se recreaba en aquella postura. Jugaba conmigo. Estuvo un instante en esa posición y de pronto abrió un poco las piernas para que yo pudiera ver su sexo.

Mi mano aceleró su batida. Aquel coño era delicioso, perfectamente depilado, los labios abultados y brillantes. Me puse como un cerdo. Mi paja multiplicó su velocidad. Entonces apareció su pareja. Una diosa como aquella no podía ir sola por el mundo. Era un negro de esos que salen en las películas porno que tanto me gusta ver. Debía medir más de uno ochenta, un cuerpo cuidado, musculoso, vestido con gusto. Y claro, mucho más joven que ella. Al notar mi presencia, intentó cerrar la cortina, pero ella le detuvo con un gesto. Me pareció que le indicaba mi probador. Imaginé que vendría a partirme la cara, al encontrarme allí empalmado. Estaba tan caliente que una fantasía me asaltó: vendría al probador a pedirme que me follara a su hembra delante de él, o que nos la folláramos los dos, de pie, polla contra polla, dejando que la gravedad la clavara en nuestras pollas.

Nada de eso pasó. Le dio a la diosa un segundo vestido. Y ella se lo probó para el hombre, pero también para mí. Lentamente mientras se tocaba los pechos y el culo de la manera más sugerente. Se vestía y nos provocaba. Con esfuerzo, conseguí bajar el ritmo de mi paja, para no correrme todavía. Quería seguir disfrutando del espectáculo. La tenía durísima, estaba orgulloso de mi empalme.

Cuando se quitó de nuevo el vestido, se puso de frente. La visión de sus tetas y su coño me encendieron otra vez, pero todavía no había visto nada. Abrió un poco las piernas apoyando una de ellas en un pequeño soporte del probador y se metió dos dedos en su coño y luego los llevó a la boca de él. No podía verle, pero le imaginaba saboreando aquel zumo de coño como si fuera la más perfecta bebida. Luego llevó la mano a su propia boca. Saboreó sus jugos vaginales, que me imaginaba salados y espesos, volvió a tocarse y le dio una simple orden a su pareja: “Hazlo”.

Sin molestarse en cerrar la cortina, el hombre cruzó el pasillo y abrió completamente mi cortina. Temí lo peor. Sucedió lo inesperado. Rápido y ágil, se colocó detrás de mí, exhibiéndome impúdicamente con mi polla empalmada. Agarró con fuerza mi polla y me la meneó con energía, no era la primera polla que tocaba, se notaba.

En mi caso, era la primera vez que otro hombre me cogía la polla. Aunque nunca me había pasado nada así, mi rabo no desfalleció en su mano y su paja vigorosa era mejor de lo que yo habría podido imaginar nunca. Podía sentir a través de sus pantalones de lino como un bulto enorme se frotaba contra mi culo. Yo no era el único empalmado, cachondo, en aquel probador. La oscuridad de su mano contrastaba tremendamente con mi polla blanca, a la que nunca le daba el sol. Era una mano fuerte, pero con la piel cuidada. La saliva se agolpaba en mi garganta y tenía dificultades para respirar.

  • ¿Te gusta mi chica, mirón?

  • Sí, está muy buena - el calentón hablaba por mí

  • ¿Te gustaría follártela?

  • Claro, ¿a quién no?

  • Tienes una buena polla, a ella le gustaría. Y a mí también

  • Sigue, no pares, por favor

-

¿Te mola que un desconocido te la menee mientras mi puta se exhibe ante ti, eh, cabrón?

Que la llamara “puta” acabó por desbordarme. No me importaba que un hombre me estuviera pajeando para su pareja, que gozaba con su peepshow morboso desde el otro probador. No me importaba que pudieran encontrarnos así. Estaba pensando con la polla, que en ese momento tenía dueño y no era yo. Me la cogió con las dos manos, era una paja espectacular, yo no tenía tanta polla como para ese agarre, pero el muy cabrón sabía cómo amasar un nabo. Yo no sabía qué hacer con mis propias manos y empecé a tocarme los pezones por encima de la camisa. Los tenía durísimos. A ella pareció gustarle, porque siguió masturbándose con más fuerza… Exhibía su cuerpo sin ningún pudor, completamente desnuda, los pezones endurecidos y desafiantes… Joder, qué tetas, qué espectáculo…

  • ¿Cómo vas, mirón?

  • De puta madre

  • Me encantaría reventarte el culo ahora como castigo

  • No - dije, completamente acojonado

  • ¿No? ¿Te gusta que te la menee pero no me darías tu culo?

  • No

  • Vas a pedírmelo de rodillas, ya verás…

Incrementó la presión de su mano derecha sobre mi polla y aceleró el ritmo de la masturbación. Llevó su mano izquierda a mi cuello, apretando suavemente para controlar mi respiración. Mi polla no podía estar más dura, la sensación de ser su esclavo era completa. ¿Qué me estaba pasando? Y entonces ella cruzó el estrecho pasillo que nos separaba y entró en mi probador. Vista de cerca, era incluso más impresionante. Sus tetas eran más grandes de lo que había pensado y se caían suavemente sobre su cuerpo… Su boca era puro deseo… Me desabrochó la camisa y me acarició el pecho. Era fuego. Le arrebató mi polla al mulato y empezó a masturbarme con la mano derecha, mientras introducía el dedo índice de la mano izquierda en mi boca. Lo lamí y sabía a coño. No podía imaginar un sabor más delicioso.

Desde detrás, el hombre bajó mis calzoncillos del todo, se abrió la bragueta y sacó una polla tremenda. Yo solo veía el reflejo en el espejo y era un rabo de meter miedo. No estaba completamente empalmado y no bajaba de veinticinco centímetros…

  • ¿Te gusta la polla de mi chico, mirón? - por primera vez oía su voz y casi me derretí; era puro deseo.

No supe responder. No podía despegar mis ojos de aquel portento. Con dos tres o meneos, la hizo engordar y crecer, era la polla de un centauro, no de un hombre. Apoyó aquel prodigio en mis nalgas, que apreté inconscientemente. No quería que me reventara. ¿O si lo quería? Porque mi polla no perdió su tensión en ningún momento.

  • Qué polla tan divertida tienes, estás duro como un chaval… ¿Te gusta esta situación, mironcito?

  • Sí - respondí, sin dejar de chupar su dedo… Creo que si me hubiera ordenado comerme aquella polla, en aquel instante no habría dudado.

Miré de reojo al espejo y vi que el mulato se estaba masturbando muy fuerte, rápido y vicioso, contra mi culo. Notaba el contacto de su polla dura con mis nalgas y eso me excitaba. Veía cómo su mano subía y bajaba, veía aparecer un capullo que no habría sido capaz de meter en mi boca. Y mientras tanto ella me masturbaba a mí. Su mano izquierda acariciaba mis huevos, llenísimos, yo ya no sabía cuánto aguantaría. No podía comprender lo que me pasaba, pero aquella diosa y aquel semental me estaban provocando sensaciones que yo no conocía hasta aquel momento. Cuando sus pezones me rozaban, sentía auténticos rayos que me sacudían.

  • Quiero que te corras

Pensé que me lo decía a mí. Yo quería correrme. Habría pagado oro puro por vaciarme en su cara, en sus tetas. Pero eso no iba a suceder.

  • Lo que tú mandes, amor - respondió el mulato

Abrí los ojos como si me hubieran pinchado y me giré para ver qué pasaba. Y con ese movimiento recibí el primer latigazo de su semen. Se corrió en mi polla, en mi ombligo, en mi tripa, en mis piernas. Se masturbaba como el que sostiene una manguera. Su polla era de película y su corrida también. Pura leche de los dioses. Y también se corrió en las manos de ella, que había reaccionado en un instante y me la meneaba con fuerza desde detrás. Es verdad que muchas veces me había manchado con mi propio semen, pero la sensación de sentir la leche de otro contra mi cuerpo fue tremenda. No pude aguantar más.

Me corrí. Cuando ella notó mi convulsión, bajó el ritmo de la paja, casi masturbándome a cámara lenta. Mi semen empezó a salir a borbotones, leche condensada que iba manchando, despacio, mi propia polla, las manos de ella y las de él, porque se había unido al ordeño. El contraste de sus manos en mi polla triunfante era espectacular. Mi semen se mezclaba con el suyo y a ninguno de los tres parecía importarnos. Llevaba varios días sin correrme y se notaba, mi polla no dejaba de soltar lefa como un adolescente que descubre el orgasmo. Ellos no paraban de jugar con mi polla. Sus manos habían quedado pringadas por completo. Entonces ella la pasó por mi boca y me hizo probar las dos leches, ante la mirada complacida del mulato, que vació sus últimas gotas de semen contra mi cuerpo… Me habían marcado con su deseo.