En el parque de atracciones
Debió ser por tanto bote que las manos de mi sobrino acabaron en mis senos, se agarraba para sujetarme, claro, pero con los nervios me apretaba fuerte.
Y allí que iba yo al peor sitio del mundo. Si me hubieran pedido hacer una lista de los sitios a los que no iría jamás, este hubiera sido el primero seguido por el infierno y algún mercadillo rural.
Como supongo que no tendréis idea de lo que estoy hablando os pondré en antecedentes. Me llamo Virginia y estoy casada con Cayetano. Nos conocemos desde el cole, nos hicimos novios en el último curso y nos casamos cuando terminamos la carrera en una universidad privada, claro, hace ocho años. Soy una mujer delgada pero con curvas, tengo grandes y bonitos pechos y piernas largas y torneadas gracias a Monchi, mi entrenador personal. No es que los hombres se me queden mirando por la calle, pero si me arreglo y me visto provocativa sí que atraigo miradas.
Este verano, debido a la pandemia, no nos fuimos de vacaciones y nos tuvimos que someter a la vulgaridad de quedarnos en Madrid el mes de agosto, en nuestro estupendo piso del centro. Nosotros no tuvimos problemas con el virus, pero quiso la mala suerte que mi cuñado se contagiara. Mi hermana inmediatamente me mandó a sus hijos a casa sin preguntar siquiera. Ramón y yo no habíamos querido tener hijos, disfrutábamos de una vida cómoda, hacíamos frecuentes viajes, en resumen, los niños hubieran sido un coñazo y hubieran mermado nuestro elevado tren de vida.
Los niños se presentaron en casa con la maleta e inmediatamente llamé a mi hermana. No nos llevábamos especialmente bien, ella no sé por qué pensaba que yo era una pija presuntuosa y yo creía que ella era una coneja proletaria. ¿Cómo me lo iba a negar si con veintinueve años ya tenía tres monstruitos?
—Hola Virginia – contestó al móvil. Seguro que era algún modelo chino de 100€.
—¿Cómo que hola? Ya estás viniendo y llevándote a tus hijos, no los quiero aquí.
—Escucha Virginia, no he tenido más remedio. Si tuviera con quién dejarlos no te los hubiera mandado, pero sabes que mi maridito cogió el virus y tenemos que hacer la cuarentena en casa.
—¡Pero es que ni siquiera me has avisado!
—Es que si te aviso te hubieras negado, y es un tema de salud, tienes que ayudarme.
—Pero si no entiendo nada de niños, ¿qué comen? ¿hay que ducharlos todos los días? ¿usaran mis cremas y maquillaje?
—Jajaja, verás como es más fácil de lo que te crees. El niño, que te recuerdo que se llama Rafa como papá, acaba de terminar la secundaria y no necesita que le prestes mucha atención. Él te ayudará con las gemelas. Ahora te dejo que me llama mi hombre. Adiós, hermana.
Tuvo la desfachatez de colgarme la llamada, me dejó con la boca abierta mirando la pantalla de mi iPhone último modelo y luchando contra un ataque de pánico. Conseguí serenarme gracias a las costosas clases de armonía espiritual que me daba el Maestro Ranjit, que Vishnu le proteja.
Renegando porque además de todo esto nuestra empleada de hogar estaba de vacaciones, ¡ay que ver la de derechos que tiene ahora el servicio!, metí a las gemelas en la habitación de invitados. Rafa se encargó de sus maletas y colocó todo en el armario, yo las enseñé el baño y cómo usarlo. Protestaron diciendo que con doce años ya sabían todo eso, pero viviendo en el extrarradio no me fiaba mucho. Las dejé en la habitación recordándolas que no rayaran los muebles, que eran muy caros, y me encargué de Rafa. Tendría que dormir en el sofá del salón y usar el baño de Choni, la criada, al que se accedía desde la cocina.
Los primeros días fueron horribles. Las niñas parecían adictas a las preguntas y me tenían mareada, Rafa me vigilaba como si las fuera a vender como esclavas o algo así. Con algunos tranquilizantes y la ayuda de mi cuchi-cuchi, Cayetano, logré superarlo. Para las comidas nos arreglábamos pidiéndolas al restaurante gourmet de abajo. Había cerrado durante el confinamiento pero llevaba pedidos a domicilio. El sábado, eso sí, me negué a hacer el amor con Cayetano, no quería que los niños nos oyeran, podría traumatizarlos o algo así. Ya lo haríamos el sábado siguiente si conseguía deshacerme de ellos.
El gobierno levantó por fin la mano y levantó el confinamiento, por lo visto los hospitales públicos ya no estaban tan saturados y la situación iba mejorando. ¡Cómo si yo fuera a ir a uno de esos hospitales, con la gente pobre! Cayetano, en un momento de debilidad, ofreció a los chicos ir a algún sitio que ellos quisieran, y los pobres ilusos dijeron que al parque de atracciones. Cuando mi maridín accedió el horror hizo que hiperventilara, tuve que respirar en una bolsa de Dior, que guardaba para esas ocasiones, durante diez minutos.
Y allí estaba yo, haciendo cola para entrar como la gente corriente, con mi cuchi-cuchi y mis tres sobrinos. Estos estaban excitados, saltando y riendo en el sitio, Caye sonreía tranquilamente viéndolos y yo, bueno … yo estaba ideal. Con mis sandalias Gucci y un fino vestido veraniego, cortito y blanco de Chanel. Al final el día no fue tan malo, por el tema del virus había poca gente, y me divertí en las atracciones. ¡Quién me iba a decir a mí que disfrutaría en atracciones tan poco refinadas!
Me reí de Caye cuando al final del día, después de bajar de la montaña rusa, se mareó el pobrecito. Nos dirigimos hacia la salida para volver, pero las gemelas se empeñaron en montar en “La aventura de Dora”. Consistía en un tranquilo paseo en Jeep así que sería tranquilo y ayudaría a Caye a superar el mareo. Rafa, sin embargo, se empeñó en recorrer un circuito acuático. Al ser el último pase del día, hacían un recorrido especial y triplicaban el tiempo del recorrido,una hora aproximadamente. Insistió para que le acompañara mientras sus hermanas hacían lo de Dora. Me acabó convenciendo argumentando que sería fresco y relajante, que nos deslizaríamos por el agua disfrutando del paisaje.
Entramos por un túnel hasta llegar a una barca con tres filas de asientos, a pesar de que yo iba a sentarme en primera fila, Rafa se empeñó en utilizar la última. Ignoramos al empleado que nos ofreció impermeables, ¿para qué necesitábamos unos andrajosos impermeables, si sólo íbamos a dar un tranquilo paseo en barca? si al menos fueran de marca … Yo me senté a la derecha y Rafa en el centro. El empleado se empecinó en que nos pusiéramos unos cinturones de seguridad y, como no había más gente, nos dieron un empujoncito y empezamos el recorrido. Apenas recorridos unos metros el cauce giró y nos enfrentó al verdadero circuito.
Caímos un par de metros con un fuerte golpe que me salpicó completamente y empezó mi tortura.
—¿Pero no era un tranquilo paseo en barca? – pregunté a Rafa.
—Me habré equivocado, tía. Ahora hay que esperar a que termine.
Pasamos una cascada, varios remolinos, olas que venían y nos empapaban … era como buscar la muerte en barca. Algún cable o sistema nos mantenía en el centro de la corriente aunque no evitaba que la barca se moviera como un yoyó loco. Yo me agarraba desesperada al asiento de adelante y al brazo de mi sobrino, que sorprendentemente parecía estar disfrutando. Miré en rededor para pedir ayuda pero no había nadie, el recorrido estaba cercado por una alambrada y no había más barcas a la vista. En un tramo más tranquilo, escupí el agua que había tragado y me volví a mi sobrino para regañarle por su error. Me encontré que observaba atentamente mi vestido, más concretamente mi pecho. Con toda el agua que había intentado ahogarme por inmersión, mi precioso vestido estaba totalmente transparente, dejando ver mi sujetador rosa de encaje y mis estupendos y grandes senos.
—¿Qué miras, demonio? Me has traído a la barca de la muerte.
Rafa, sin contestar, me soltó el cinturón de seguridad y me dijo :
—Ponte aquí, corre, antes de que empiece otra vez, corre, corre, venga.
Con la urgencia con que lo dijo obedecí sin pensar y terminé sentada sobre él, con su cinturón abrochado en torno a ambos ahora.
—No quiero estar así , aaaaaahhhhhhh
El agua se volvió a animar y un remolino nos hizo dar dos vueltas, me aferré al asiento de adelante para no salir despedida y decidí aguantar hasta el final. Las manos de Rafa se abrazaban a mi cintura, el pobre intentaba protegerme. Seguimos por un tramo de rápidos en los que la barquita botaba arriba y abajo, cada vez que bajábamos el agua nos salpicaba por entero. Debió ser por tanto bote que las manos de Rafa acabaron en mis senos, se agarraba para sujetarme, claro, pero con los nervios me apretaba fuerte. El agua fría me había puesto los pezones duros y sus manos me magreaban involuntariamente, rozándome las puntas. Según la barca subía o bajaba mis senos subían o bajaban en sus manos. Cada vez que le iba a decir algo, el agua me salpicaba la cara, y no podía retirar sus manos sin soltar las mías del respaldo de adelante, cosa que no pensaba hacer. Tanto sobo en mis tetas me empezaba a hacer efecto, y de vez en cuando me recorría un escalofrío placentero.
Al final el chico se debió dar cuenta porque retiró sus manos y las llevó a mi espalda. Suspiré más tranquila hasta que noté que el vestido cogía holgura por delante, tenía cuatro monísimos botones en la parte de atrás que mi sobrino me estaba desabrochando.
—¿Qué haces, Rafa?
—Es para que no se te transparente, tía.
¡Qué detalle! Recuperé la confianza en él hasta que sentí soltar también mi sujetador y sus manos apoderarse de mis senos. Caímos por una cascada y grité asustada mientras él jugaba con mis tetas, las apretaba, las juntaba, acariciaba mis pezones …
—¿Qué haces, pervertido? – conseguí gritar después de escupir varios litros de agua.
—Es para que no te enfríes - ¿para que no me enfrié? Estábamos a más de treinta grados y hacía un sol súperradiante.
Siguió metiéndome mano como le dio la gana, con el cinturón puesto y mis manos ocupadas estaba indefensa ya que no pensaba soltarme no fuera a morir ahogada en un sitio tan plebeyo. Cuando retorció suavemente mis pezones me sorprendí al emitir un gemidito. Me estaba sobando tan bien las tetas que no pude seguir indiferente. Estuvo así el tiempo que quiso, yo ya no me quejaba. Sus manos me provocaban escalofríos de placer que me recorrían por entero. Lo toleraría hasta que terminara el recorrido y luego le echaría la bronca de su vida, pensaba dejarle sin móvil por lo menos una mañana entera.
Nos embistió una ola gigante y aprovechó el muy tunante para bajar una mano por mi lisa tripita, como se encontró el obstáculo del cinturón, no se le ocurrió otra cosa que soltarlo. Le grité e insulté llamándole de todo ,dejando grabadas mis huellas dactilares en la madera del asiento hasta que coló una mano bajo mis preciosas braguitas. Tuve que dejar de insultarle para escupir el agua que me entró en la boca, y mientras la barca se movía como si tuviera epilepsia mi sobrino acarició mi perfectamente depilada vagina, lo mío me costaba en el mejor centro de belleza de Madrid, el mismo al que iba la princesa.
No podía consentirlo, jamás, nunca me dejaría tocar ahí, me lo juré por la cobertura de mi móvil, pero no podía defenderme, le intenté quitar con una mano, pero un remolino me obligó a volver a sujetarme. Movía el culo intentando zafarme pero solo sirvió para darle más acceso, pronto tuve un dedo metido en mi coñito. No sé por qué estaba húmeda, supongo que tanto agua me había lubricado, pero el dedo entró con facilidad y se movió en mi interior suavemente. Mi sobrino acarició también mi clítoris con el pulgar. Cerré los ojos negándome a sentir nada que me hiciera, no caería tan bajo, y abrí la boca para dejar escapar varios gemidos, debió ser una reacción instintiva, porque no me estaba gustando nada. Me apretó fuerte un seno cuando sacó el dedo de mi coñito y metió dos. Resistí como solo alguien de mi clase podía hacer hasta que mi cabeza cayó y empecé a gemir audiblemente. Sus toqueteos y manipulaciones me estaban dando un placer imposible de resistir, sus dedos chapoteaban en mi vagina enviando corrientes de placer a mi cerebro.
Mis traidoras piernas se abrieron para que llegara con más facilidad a mi tesoro y pudiera meterme los dedos más adentro, más profundo, más fuerte.
—¿Ahora te gusta, tía?
No contesté, una cosa es que estuviera volviéndome loca y otra que se lo reconociera a mi sobrino. Pero el pervertido era muy listo y notó mi cambio, consentí que me bajara la parte de arriba del vestido dejando mis bronceadas tetas al aire. Incluso me solté del asiento por medio segundo para sacar los brazos por los tirantes. No me importó porque siguió masturbándome con sus mágicos dedos. Era la primera vez que hacía topless en público, y encima con un niño agarrado a una de mis tetas. Tampoco me importó cuando le tuve que ayudar a bajar mis braguitas y subir la falda dejando mi precioso vestido de Chanel arrugado en mi cintura. Sus dedos me daban el placer que hacía muchos años que no sentía, me excitaban como mi cuchi-cuchi no conseguía. Me meneaba encima de él disfrutando un placer intenso y morboso, que me estaba llevando al clímax a marcha acelerada.
—¿Te gusta, tía? – no contesté y el sacó los dedos de mi coñito. Entendí sin más palabras.
—Sí, Rafa – en cuanto lo dije volvió a darme placer.
Arreció el movimiento de la mano y el placer creció, creció y creció tanto que me corrí tan fuerte que no pude ni gemir, solo disfruté algo que no sabía que existía. Boté en su regazo porque algo tenía que hacer, no me salía la voz y estaba prácticamente inmovilizada en la barca. Boté mientras me estiraba un pezón y me pellizcaba el clítoris haciéndome disfrutar del mejor orgasmo que jamás había tenido.
Desde hace mucho mi cuchi-cuchi no conseguía que me corriera, y poco a poco había perdido el interés por el sexo. Alguna vez me masturbaba cuando él se dormía y conseguía correrme, pero nada parecido a la bomba atómica que acababa de explotar en mi coñito. Me quedé temblorosa, rendida y jadeante apoyando la cabeza en mis antebrazos. Noté que Rafa manipulaba bajo mi culo pero en mi placentero aturdimiento no supe qué hacía hasta que sentí entre mis piernas asomar su miembro.
—¡No! – grité horrorizada - ¡Eso no!
—Tranquila tía, solo por fuera.
Me agarró de las caderas y me hizo bailar sobre su pene, este se frotaba por toda mi rajita dándome como calambres, como corrientes eléctricas que me turbaban por lo que me hacían sentir. Cuando agarró mis dos tetas con sus manos, mis caderas ignoraron mis instrucciones y siguieron moviéndose solas, rozando su miembro, frotando, aumentando cada vez más la fricción. Yo gemía con la cabeza todavía caída moviendo el culo arriba y abajo, disfrutando como nunca pensé. Rafa me cogió de las caderas y lo hizo aún más intenso, más deprisa. El placer volvía a mi cuerpo en oleadas, cada vez que bajaba para frotar su pene con mis labios vaginales gemía suspirando. Poco a poco me llevó a un estado en el que ya solo me importaba volverme a correr y disfrutar otra vez del placer. Cuando ya estaba a punto movió sus caderas y apuntó su pene a la entrada de mi coñito. Meneé un poco el culo para que siguiera como antes, pero me mantuvo quieta.
—Si quieres seguir te la voy a meter, tiita. ¿Qué quieres hacer?
El muy degenerado me tenía en sus manos, en ese momento hubiera dejado que me la metiera en medio de un desfile de Louis Vuitton, en plena pasarela.
—Métemela, Rafa.
El niño me metió la puntita para volver a sacarla. Iba a terminar con mi raciocinio.
—Pídemelo, pide que te meta la polla en tu coño de pija.
—Siiiií – grité – ¡mete tu polla en mi coño de pija!
Me complació por fin y me introdujo de golpe algo que me pareció inmenso. A pesar de su edad, debía ser el doble de la de Cayetano por cómo me llenó y cuán profundo llegó. Grité estremecida y me dejé manejar por sus fuertes manos. Agarrado a mi cintura me subió y bajó como a una muñeca y me folló como quiso. Era mucho más fuerte de lo que parecía por su edad. Yo gritaba del placer que me estaba dando, su polla devastaba mi interior como si me invadiera un ejército, apoderándose de mi coñito como si fuera suyo. Grité cuando al caer por una cascada me llegó muy adentro y me corrí salvajemente.
—¿Te gusta cómo te follo, tiita?
—Sí, cabrón, pero déjame descansar.
—Sólo nos queda media hora, tenemos que aprovechar.
No vi defectos en su argumento y apoyé la espalda en su pecho para botar yo misma sobre su dura polla. Él se aferró a mis tetas y las agasajó cuanto quiso, me las apretó, sopesó, las juntó y me tiró de los pezones. Todo me parecía bien.
—Me voy a correr, tiita, me voy a correr y te voy a llenar.
—No, Rafa, dentro no, por favor, no tomo nada.
—Pues te voy a embarazar, toma tía, toma.
Se corrió dentro de mí lanzando hirvientes chorros de semen en mi interior, eso me desencadenó otro orgasmo aún más potente que el anterior. Grité y grité mientras mi cuerpo convulsionaba de placer, mientras mi coñito se derretía y mi cerebro se licuaba.
—Aaaaaaaaahhhhhhhhhhh, cabrón, dentro noooooooooooo
Rafa expulsó una enorme cantidad de semen en mí que hizo que mi orgasmo se sintiera larguísimo, eterno. El placer remitió poco a poco quedándome exhausta sobre el pecho de Rafa. Ahora sí me dio un par de minutos en que solo sufrí las convulsiones de la barca. Remolino, cascada, rápido, ola … ya me daba igual, mi sobrino me agarraba y sabía que no dejaría que me pasara nada. Hasta apreciaba las salpicaduras que refrescaban mi cuerpo que parecía arder.
—Date la vuelta, tía, ahora viene una zona tranquila y quiero follarte de frente.
Obedecí sin pensarlo, me solté del asiento delantero moviendo los dedos para recuperar la circulación de la sangre y me giré, dejando que Rafa me metiera la polla despacito. Cuando lo consiguió me miró con una sonrisa cálida y entrañable.
—Ya era hora de que te soltaras un poquito, tiita.
—Eres la segunda persona que me folla, sobrinito – contesté sonriéndole a su vez.
—Pues con lo buena que estás voy a follarte mucho a partir de ahora.
—Me has pillado a traición, pervertido ¿O es que crees que soy una zorra?
—No – amplió todavía más su sonrisa -, eres “mi zorra”.
Como empezó a moverse dentro de mí no le pude contestar como se merecía : que sí, que sería su zorra, que me dejaría follar cuando quisiera. Esta vez fue distinto, me folló igual de bien pero más tranquilo, me acarició y me besó. Sí, me besó y correspondí apasionadamente a su beso. ¡Era tan guapo! ¡Cómo no me había dado cuenta antes!
Me regaló dos orgasmos antes de correrse otra vez en mi interior, todo esto sin dejar de tocarme, besarme y decirme lo guapa que era y lo buena que estaba. Fue muy intenso y la vez muy dulce, hasta cuando me llamaba zorra pija y yo le insultaba diciéndole sobrinito pervertido. Se empeñó en que le prometiera que seguiríamos follando en casa, pero me resistí. Al final quedamos en irlo viendo sobre la marcha. Nos vestimos justo antes de terminar el recorrido. Cayetano y las niñas se rieron de nosotros por lo arrugada y mojada que llevábamos la ropa. Nos reímos con ellos y salimos del parque de la mano para buscar el coche, cosa fácil porque nuestro Mercedes resaltaba entre tanto utilitario.
Hasta que mi cuñado superó la COVID y mis sobrinos pudieron volver a su casa, lo pasé genial con ellos. Rafa me enseñó con paciencia a tratar a sus hermanas, las gemelas. Pronto las daba un beso de buenas noches cuando se acostaban y nos pasábamos el día cantando y jugando. Con Rafa fue distinto, lo primero que hice el día después del parque fue visitar a mi ginecólogo y obligarle a ponerme un DIU. Digo obligarle porque quería darme cita para dentro de diez días. Me tuve que poner en plan diva y amenazarle con hablar con Cuca, una amiga común, para que se dignara a colocármelo en el momento. ¡Encima que me abrí de piernas para él!
Ese día Rafa me persiguió como un perro en celo. Me seguía a la habitación, me acompañaba a la cocina si iba a por agua, se sentaba a mi lado a ver la tele … No le dije nada pero el médico me había recomendado esperar un día antes de tener relaciones.
La mañana siguiente conseguí que mi marido se llevara a las niñas a hacer unas compras. Según salieron por la puerta tuve que detener a mi sobrino que se abalanzaba sobre mí. Muy digna me metí en mi habitación echando la llave. Salí a los cinco minutos con solo un conjunto de ropa interior de encaje semitransparente. Cuando llegué al salón y me vio mi niño, pasó lo que tenía que pasar. Me folló en el sofa, luego a cuatro patas apoyada en la mesa de café más cuqui que os podáis imaginar, el último polvo le echamos en la cocina conmigo sentada en la encimera de cuarzo italiano.
Así fueron pasando los días, en cuanto teníamos ocasión hacíamos el amor. Hubo dos días en que nos fue imposible y acabamos bajando al garaje con una excusa y haciéndolo en el coche. Con mi cuchi-cuchi no quise hacerlo, le decía que nos podían oír y bastaba para desanimarlo, pero con Rafa hice de todo y en todas las posturas. A pesar de mi reticencia me convenció para hacerle una mamada, empecé con un poco de asco pero me acabó gustando tanto que se la mamaba cada vez que podía. Igual me pasó con tragarme su semen, lo acabé disfrutando como si fuera la mejor cosecha de Vega Sicilia. A él le encantaba chuparme las tetas y se pasaba horas, incluso aprendió a lamer mi dulce coñito y se convirtió en un maestro, me hacía gemir como una zorra en minutos. Y digo zorra porque en eso me convertí. En su zorra. Era completamente suya y él lo sabía, a cambio me trataba como a un tesoro, me adoraba, me quería como toda mujer debe ser querida alguna vez.
Cuando mi hermana vino a recogerlos después de un mes, se me apretó el pecho y se me humedecieron los ojos. Al final rompí a llorar, abracé a mis sobrinas llenándolas de besos y a mi sobrino Rafa … bueno, a mi Rafa le abracé y le besé la mejilla disimulando mi desolación. Me consoló lo mejor que supo, me murmuró al oído : “recuerda que me has prometido tu culito, vendré pronto a por él”. Reí y lloré a la vez.
Mi hermana alucinaba viendo la dramática situación, no creo que se lo esperara. La abracé también diciéndola lo buenos que eran sus hijos. Cuando se marcharon todavía no sabía qué cara poner.
Eso sí, cada uno se llevó un iPad edición limitada Hermès, no podía consentir que mis queridos sobrinos utilizaran nada que no fuera lo más cool. Me quedé pensando en mi sobrino y mi culito virgen. ¿Habría lubricante perfumado con Channel nº5?