En el otero

Qué buenas vistas hay en este monte.

El coche se detuvo entre los árboles, apartado del sendero por el que habían llegado. Miró al copiloto y no pudo contener la sonrisa. Llevaba los pantalones a la altura de los muslos y hacía rato que se acariciaba el rabo sin prisa pero con fuerza; había mirado de reojo mientras conducía, sin querer distraerse demasiado de la carretera pero atraído por los gemidos producidos al darse placer. Con una mano se masturbaba y con la otra, situada entre las piernas, presionaba el plug violeta que llevaba clavado entre las nalgas.

Se desabrochó el cinturón y se inclinó sobre el freno de manos, abriendo la boca para recibir aquella polla húmeda necesitada de cariño, mientras con su propia mano apartaba la de su pareja para encargarse personalmente de estimular su próstata. Después de una temporada sin sexo tenía demasiada hambre, así que deslizó el glande dentro de su boca hasta que lo sintió golpear al fondo de la garganta. Su pareja deslizó la mano por debajo del cuello de la camiseta, alternando caricias y arañazos suaves a lo largo de su espalda definida y pálida, haciendo que se estremeciera de placer. Percibió cómo se iba inclinando cada vez más y más hacia el lado, a medida que la yema de sus dedos se aventuraba más lejos, en busca de su culo.

Allí, dentro del coche en mitad del campo, pasaron unos minutos agradables mientras uno le comía la polla y le clavaba el plug al otro, quien se afanaba en juguetear con su agujerito.

El copiloto reclinó el asiento hacia atrás mientras el piloto se incorporaba y se bajaba los pantalones. Miró a su pareja a los ojos mientras deslizaba la mano sobre su propia polla. Le gustaba agarrar el tronco con firmeza y agitarlo con brusquedad, obteniendo un placer adicional al contemplar el rostro enrojecido y exultante de su novio, que contemplaba el espectáculo erótico bastante satisfecho sin dejar de hacer girar el plug dentro de su culo. El piloto extendió la mano libre a la guantera y sacó el bote de lubricante, que abrió sobre la polla de su chico. Sin dejar de masturbarse comenzó a masajear el rabo del copiloto, pero de una forma diferente: extendió la crema por todo el tronco pero se tomó especial dedicación en acariciar el glande describiendo giros amplios de la muñeca, y en consecuencia, su pareja no dejaba de suspirar de forma entrecortada.

Con cierta dificultad se sentó a horcajadas sobre él. Prefería verle la cara, pero el espacio era reducido y resultaba más cómodo de espaldas. Se untó los restos de lubricante entre sus nalgas, agarró aquel rabo y lo guió hasta su agujerito, dejando que se deslizase dentro. Con una de sus manos continuó masturbándose mientras con la otra mantenía el control sobre el plug de su pareja, quien deslizaba sus uñas a lo largo de su espalda. Una espalda de hombros anchos y cadera estrecha surcada por un valle profundo y cubierta por una piel pálida que brillaba a la luz del ocaso, enrojecida al paso de los dedos que se clavaban haciéndole estremecer. El copiloto no tenía mucha movilidad, pero sabía que le gustaba ser cabalgado y dominado, así que comenzó a botar cada vez más rápido mientras golpeaba el plug cada vez con más fuerza, y en consecuencia, su pareja empezó a retorcerse y gemir incontrolado bajo él.

Sentía el bombeo de su cadera dentro de sus entrañas empujándole al cielo, así que distraído tardó en darse cuenta que alguien estaba observando no muy lejos de allí. La silueta estaba entre los árboles y permanecía quieta, probablemente atraída por el bamboleo de la suspensión del coche. Sintió una punzada de temor, o tal vez sólo eran las embestidas del copiloto; estaba disfrutando demasiado de aquel instante para darle importancia, además, conocía lo suficiente a su novio para saber que podía sacarle provecho a aquel momento.

—Saluda, cielo, nos están mirando —bromeó.

Las embestidas cesaron y sintió cómo el copiloto se incorporaba sin salirse de sus entrañas, rodeándole el vientre con un fuerte abrazo. Señaló hacia la arboleda. Tardó un instante en enfocar la vista y distinguirlo.

—¿Que disfrute del espectáculo? —susurró a la oreja.

—Que disfrute como nosotros —respondió girándose para lamerle los labios.

Incorporaron el asiento. El copiloto mantuvo su abrazo entorno a la cadera de su pareja y empezó a embestirlo en la medida que podía, con su excitación prendida ante la idea de estar siendo observando. Alternaba lametones, besos y mordidas entre el cuello y el lóbulo de la oreja sin apartar la vista de los arbolillos donde se ocultaba su observador, al que le dedicó un saludo y una sonrisa. Junto al gesto previo, el espectador acabó comprendiendo que lo habían pillado y aún así seguían disfrutando el uno del otro. Poco a poco perdió la timidez y fue saliendo de entre los árboles, en busca de una mejor visibilidad.

Oscurecía y aquella zona de monte era poco transitada. El piloto abrió la puerta y salió, apoyándose contra el coche. Su rabo grueso y duro quedó colgando frente a la cara de su pareja, que no dudó ni un momento en recorrerla a lamentones desde la punta hasta los huevos. La embadurnó de saliva mientras seguía tocándose el plug, agarrando aquel rabo por la base con la fuerza que le gustaba a su novio, procediendo a masturbarle como más disfrutaba. Mientras tanto, la silueta se apoyó contra los árboles entre los que antes se ocultaba, lo suficiente cerca para disfrutar del espectáculo y lo suficiente lejos para permanecer en el anonimato. El copiloto pensó que iba a ser un tipo afortunado.

Cogió el bote de lubricante y lo mezcló con la saliva que había dedicado a empapar el rabo de su novio mientras con la otra mano se extraía el plug y lo dejaba caer sobre el suelo del coche. Su pareja se apartó y él salió, con camiseta y sin pantalones, apoyándose sobre la puerta del coche, con la cara y la polla dura vueltas hacia el anónimo espectador. Detrás, su pareja le acariciaba entre las nalgas, hurgando el agujero dilatado, acariciándolo con la punta de su capullo, hundiéndolo poco a poco.

Se agarró a la puerta e intentó relajarse. Era una de sus primeras veces, pero se moría de ganas por probarlo de nuevo. Tenía que contener su ansia, que se traducía a movimientos de su culo contra la cadera de su pareja; debía dejarle hacer a él, que lo dilataba poco a poco mientras aquella verga gorda y dura se abría paso a través de su culito peludo y virgen. Por eso se habían alejado al monte, porque allí había menos necesidad de contener los gemidos de dolor y placer que aquel rabo le sacaba a empujones. Se agarró sonrojado a la puerta, controlando la respiración y concentrado en mantener el ano dilatado; su pareja se preocupaba por él susurrándole al oído, besándole en la espalda, acariciándole y masturbándole mientras el ariete que tenía por polla le iba rompiendo centímetro a centímetro.

Les costó, pero sintió una tremenda satisfacción al notar la cadera del piloto rozando su culo. Permaneció allí unos segundos, dejando que su ano se acostumbrara. Su pareja no tenía prisa por satisfacerse, pero él sí. Movió la cadera hacia delante y luego hacia atrás. Le dolía aquella polla gruesa palpitando en las entrañas, pero también le hacía sentir un placer raro que apenas había tenido ocasión de disfrutar con anterioridad; y la idea de verse observado en aquella ocasión lo excitaba y animaba aún más. No dejó que la polla de su novio se saliese de su culo y se la volvió a clavar con fuerza, no fue capaz de contener el quejido; su pareja lo agarró y lo besó para que se lo tomara con más calma.

—¿Estás bien?

—Fóllame, porfi.

Y lo hizo. Con suavidad y cariño, deslizó el rabo lentamente hasta que sólo quedó el glande apretado por el esfínter; entonces, volvió a hundirla con la misma calma. Continuó con ritmo suave y tranquilo, sin ninguna prisa, disfrutando de aquel culo que se abría poco a poco para darle placer, alegre al sentir cómo el rabo de su pareja comenzaba a endurecerse de nuevo, señal de que su primera experiencia anal comenzaba a satisfacerle. Así que se animó a acelerar un poco el ritmo.

—Gira, me corro —exclamó.

No lo entendió, pero se dejó guiar por las manos de su pareja. El copiloto le forzó a girar hacia el campo justo a tiempo de que su rabo disparara un chorro de lefa que regó los hierbajos del otero. Fue a sacarla, pero las uñas de su novio se apresuraron a clavarse en sus nalgas, obligándole a permanecer dentro.

—Córrete —gimió.

—Aún me falta.

—Me da igual.

Se excitó. Le agarró por las caderas y lo giró contra el vehículo, apoyándolo en él para que mantuviera el equilibrio mientras deslizaba el rabo dentro y fuera, con suavidad.

—Córrete —insistió.

Aceleró un poco el ritmo. Su pareja cruzó los brazos y hundió la cabeza entre ellos, gimiendo sin parar, con el rabo flácido bamboleándose entre las piernas. Quiso tener cuidado.

—Más —suplicó.

Allí, entre los arbolillos, alguien continuaba observando cómo le petaba el culo por primera vez a su novio. Intentaba ser cariñoso y gentil, pero cada vez le costaba más contener el impulso primario que se retorcía en su cadera.

—¡Fóllame! —exigió.

Y lo hizo.

Lo empujó contra el coche de una embestida y comenzó a penetrarlo con fuerza. Su rabo se deslizaba dentro de aquel trasero ardiente sin llegar a sacarlo del todo en ningún momento, golpeándolo con firmeza una y otra vez provocando que sus huevos se bambolearan y contrajeran ante la sensación del esfínter apretado, intentando forzar la expulsión. Su pareja gemía, suspiraba y se retorcía, agarrado al coche casi sin aliento e incapaz de ser discreto, mientras su polla morcillona chochaba una y otra vez contra la carrocería. Sin embargo, mantenía la espalda arqueada e insistía en buscar con sus nalgas a su pareja, ansioso por satisfacerle.

Alguien gimió entre los árboles. Nunca se había imaginado en aquella situación, fue bastante excitante.

—¡Joder! —maldijo mientras sus huevos se contraían y su polla se hinchaba por última vez.

Trastabilló hacia atrás, deslizando el rabo poco a poco, seguido por un rastro de corrida que comenzó a gotear desde el culo de su pareja, que permaneció unos instantes más agarrado al techo del coche mientras recuperaba el control sobre sus piernas temblorosas. Se inclinó sobre él y le besó en la mejilla.

—¿Estás bien, lo has disfrutado?

—Sí, amor —susurró con la respiración entrecortada, apenas con voz.

Sacó papel de la guantera y lo deslizó entre las nalgas de su novio con suavidad y cariño, lo que no impidió que se arqueara un instante de molestia. Sin la corrida del piloto goteando por sus muslos, se dejó caer sobre el asiento del coche para recuperarse de la experiencia. El piloto también se limpió, pero después se arrodilló junto a la puerta del copiloto, le dio un largo beso y bajó hasta su polla flácida. La succionó y la lamió, haciéndole recobrar la fuerza. Sintió la mano de su pareja enredándose entre los pelos de su nuca, así que continuó limpiándola hasta que se corrió una segunda vez. Después le volvió a dar otro beso.

—¿Volvemos a casa?

—Donde mi amor quiera… —gimió agotado pero feliz.