En el océano de la noche [Kosuke]

Su belleza cautivó al temible capitán pirata...

Dalila se desperezó y antes de levantarse observó las estrellas a través de la claraboya de su camarote, entornó ligeramente sus bellos ojos verdes y volvió su mirada a la litera junto a la suya, donde su compañera Bárbara aún dormía profundamente. Se levantó en silencio para no despertarla y tomó su bata para cubrirse, mientras el espejo de la habitación le devolvía el reflejo de su joven y bien torneado cuerpo.

La primera explosión la tomó totalmente por sorpresa, la nave escoró violentamente hacia estribor haciéndola caer al piso; casi sin pausa, la nave siguió estremeciéndose con las sucesivas explosiones que en cuestión de un minuto la dejaron inutilizada por completo, escorando aún lentamente hacia estribor.

Fue en ese momento que se escuchó un golpe sordo que estremeció suavemente todo el casco de la nave; Dalila aún estaba tratando de comprender lo que había ocurrido mientras intentaba reanimar a Bárbara, que con una de las sacudidas se había golpeado con la mampara del camarote y había pasado casi sin transición del sueño a la inconsciencia. En ese instante comenzó a escucharse un ruido que congeló la sangre en sus venas - ¡Disparos! - temblando de miedo arrastró el cuerpo de su amiga hacia un rincón del camarote, con la esperanza de que todo eso fuera una terrible pesadilla de la que en algún momento despertaría.

Poco a poco, el eco de los disparos fue apagándose, sin embargo comenzaban a escucharse gritos de temor que reverberaban por los pasillos, los pasajeros comenzaban a salir del estupor de los primeros instantes y comenzaban a preguntarse que estaba sucediendo. También se oían pasos apresurados y voces con acento extranjero que exigían que todos los pasajeros abandonaran los camarotes, algunos gritos de protesta – casi siempre voces masculinas – seguidos del sonido de algún disparo esporádico que los acallaba para siempre.

Dalila se levantó lentamente, consciente por primera vez desde que todo había comenzado de que bajo la bata – que ni siquiera llegó a atarse – estaba completamente desnuda y que las voces se acercaban rápidamente a su camarote. Desistió de tratar de reanimar a su amiga para vestirse, pero antes de poder hacer otro movimiento la puerta se abrió violentamente y un individuo enorme portando un arma se introdujo en la habitación seguido por otros tres tipos tan malencarados como el primero.

Sin mediar palabra, dos de ellos la sujetaron de los brazos y la llevaron a rastras por el pasillo, aún alcanzó a ver que el tipo grande se arrodillaba junto a su amiga y movía significativamente la cabeza, se levantó y salió del camarote después de darle una patada al cuerpo inerte, lo que confirmó el temor de Dalila de que su amiga no estaba inconsciente sino muerta.

La arrojaron junto a un reducido y aterrorizado grupo de personas en uno de los salones de la nave, a las que en los siguientes minutos se agregaron algunas más. Miró disimuladamente alrededor y notó que el grupo estaba conformado principalmente por niños, ancianos y mujeres, los pocos hombres que se encontraban ahí parecían haber sido severamente golpeados, hasta el grado de dejarlos casi inconscientes.

Había seis hombres armados vigilando, podían ver como pasaban por el pasillo varias personas que llevaban diversos objetos – entre pertenencias de los pasajeros, alimentos, agua y hasta depósitos de combustible – hacia la proa de la nave, operación que duró algunos minutos.

En ese momento, entró en la sala un hombre alto y delgado, no tan malencarado como la mayoría de los otros – pero con un indefinible aire siniestro en su mirada – seguido por el tipo grande y por otro más pequeño con una enorme cicatriz que le desfiguraba la mitad derecha del rostro. El hombre delgado comenzó a señalar a algunos del grupo, que fueron arrastrados entre gritos y llevados hacia la proa, como había sucedido antes con la carga, mientras que otros eran señalados con un significativo gesto que indicaba que serían eliminados.

Dalila temblaba aterrorizada, deseando encontrarse en el grupo de los que morirían, pues se imaginaba el destino terrible de los que eran llevados a la proa: se cobraría rescate por los más adinerados, mientras que el resto serían vendidos como esclavos en algún mundo lejos de la Tierra. En el instante en que formulaba este pensamiento, la oscura mirada del hombre delgado se posó en ella y haciendo el gesto que indicaba que la llevaran hacia la proa profirió sus primeras palabras "Llévenla a mi camarote".

Totalmente paralizada por el terror, casi no se dio cuenta de cómo la llevaban a rastras por los pasillos de la semidestruida nave, ni de los cadáveres de la tripulación, o del breve instante de ingravidez al pasar de la nave en que viajaba al crucero pirata; sólo podía pensar en el horror que le esperaba en cuanto el temible capitán pirata terminara con su arbitrario triaje de los pasajeros y abandonara la nave para retomar su rumbo en busca de más víctimas inocentes.

Fue arrojada al interior de una lujosa habitación, entre burlas por el buen gusto del capitán y dejada sola. Un enorme ventanal mostraba el infinito espacio y parte de la nave de pasajeros; al ver lo extenso de la destrucción en la nave, se alegró por un instante de que la hubiesen sacado de ahí, pues era claro que aún cuando hubieran escapado a la captura por los piratas, no tendrían posibilidad alguna de sobrevivir.

Asustada aún, se sentó junto al ventanal, deseando haber escuchado a su familia cuando le dijeron lo absurdo que era su insensato deseo de conocer la Tierra, deseó estar de vuelta en los acogedores subterráneos de Marte, lloró por la situación en que se encontraba y deseó haber muerto igual que su amiga Bárbara.

Después de lo que pareció una eternidad, la puerta se abrió y el capitán pirata entró al camarote sonriendo siniestramente, se acercó a ella y sin mediar palabra la tomó por el cuello y le abrió la bata, quedando muy sorprendido al ver que era la única prenda que vestía, observó admirado sus firmes y turgentes senos, su plano abdomen, las redondeadas caderas y torneadas piernas; sin soltar su delicado cuello, la arrojó a la cama y se despojó rápidamente de sus ropas, mostrando una gran erección.

Dalila trató de levantarse en ese momento, pero reaccionó demasiado tarde, el hombre ya estaba sobre ella, sujetando sus piernas y preparándose a penetrarla; aún trató de defenderse, pero sus débiles intentos fueron frenados por un par de fuertes bofetadas que le dieron tiempo al atacante de penetrarla provocándole un dolor indescriptible, sintió que su cuerpo se desgarraba y un grito de dolor escapo de sus labios, las manos de su atacante sujetaron sus senos tan fuertemente que volvió a gritar, cada embestida del hombre sólo le provocaba más dolor, trató de arañarlo pero él la sujetó fuertemente y una risa siniestra surgió de sus labios.

No supo cuánto tiempo duró esa tortura, pero le pareció una eternidad, hasta que el hombre se estremeció en un tremendo orgasmo que llenó sus entrañas. Sintió un enorme alivio cuando sacó su pene, pensando que al menos por el momento la tortura había terminado; pero él aún no estaba satisfecho, su miembro no había perdido ni un ápice de su dureza y tomándola por los hombros la obligó a girarse, haciéndola levantar sus caderas. Temiendo lo peor, Dalila trató de levantarse, pero un terrible puñetazo en la nuca casi la hizo perder el sentido.

Sintió como el miembro del pirata desgarraba su ano al entrar sin preparación alguna y el grito que salió de su boca semejó al de un animal herido de muerte, el dolor era indescriptible y siguió gritando con cada embestida hasta que se quedó sin voz y sin fuerza para seguir resistiéndose a su atacante. Amargas lágrimas de desesperación corrían por sus mejillas y su cabeza chocaba contra la cabecera de la cama a cada embestida, sentía su sangre mezclada con el semen de su atacante fluir tibia por sus muslos y deseó con mas fuerza que nunca haber muerto durante el ataque inicial a su nave.

El capitán pirata se estremeció en un nuevo orgasmo y después de hacerse a un lado la pateó de modo que Dalila cayó al piso y se quedó ahí tirada, sin fuerza ni siquiera para tratar de detener la hemorragia que la violación le había provocado, mientras una bienvenida inconsciencia la alejaba de la pesadilla que estaba viviendo.


Después de dormir un par de horas, Sensuke – el capitán pirata – se despertó totalmente relajado y renovado; al levantarse, uno de sus pies chocó con el brazo inerte de la chica que había violado, se inclinó y puso sus dedos en su cuello y una ligera mueca de insatisfacción distorsionó por un instante su impasible rostro. Tomó el comunicador que estaba en la mesilla junto a su cama y lo presionó.

En menos de un minuto su fiel ayudante N’gara – el hombretón – entraba al camarote seguido por otros dos tripulantes, a su muda pregunta Sensuke sólo respondió:

Está muerta, llévatela y manda a alguien a limpiar el piso del camarote... Y avísame cuando tengas respuesta a las solicitudes de rescate de los rehenes.

Después, tomó sus ropas y comenzó a vestirse silbando una tonadilla que le había enseñado su padre durante su niñez en la colonia minera de Ganímedes, pensando que la próxima chica que consiguiera tendría que ser un poco menos frágil que ésa y volvió su mirada al gran ventanal, donde las estrellas brillaban el interminable océano de la noche, indiferentes a los pequeños dramas de la humanidad.