En el minicine
Conocí a una mujer por internet y le ayudé a cumplir su fantasía.
Hace algunos años, conocí a una mujer en un chat de mi ciudad. Hablamos de esto y lo otro y pronto nos dimos cuenta de que habíamos creado un ambiente cómplice. Ambos estábamos casados. En la segunda o tercera conversación, ella me habló de su deseo. Me fascinaba la claridad con que se expresaba y la decisión que mostraba a la hora de cumplir su fantasía. Era una gran mujer; en todos los sentidos. Su fantasía era la siguiente: tener un encuentro sexual con un desconocido en un cine. Ni qué decir tiene que la idea me provocó un estado de excitación inmmediato. No quería saber nada ni de charlas morbosas ni de cibersexo ni de otras prácticas tan frecuentes en los chats.
Planeamos el encuentro. Un día entre semana, primera sesión y un minicine. La idea era que hubiese poca gente en la sala. Una vez decidido el día y el lugar, me atreví a sugerirle cómo me gustaría que fuera vestida: un vestido abotonado, unos pantys sin bragas debajo y botas de caña alta. Le pareció perfecto.
Mientras me dirigía al cine, estaba hecho un manojo de nervios. Excitado, compré la entrada y le mandé un SMS diciéndole la sala en la que estaría. Habíamos planeado que entrara yo primero, me sentara y, cuando se apagaran las luces, entraría ella. Así fue. Me senté en la última fila (sólo había otra persona en la sala) y esperé a que se apagaran las luces con la mirada puesta en la puerta. Al poco, apareció una mujer rubia, más alta que baja, con una gabardina beige. Me vio y se sentó a mi lado. Se quitó la gabardina y la dejó en el asiento de al lado. Nos miramos lo justo y empezamos a besarnos. Nuestras lenguas entraban en la otra boca como si fuésemos adolescentes. Ambos besábamos bien, lo disfrutábamos. Nos acariciábamos el cuello, las mejillas, sin prisas... Yo estaba empalmadísimo y ella muy mojada, tal y como me susurró al oído. Sin separar nuestras lenguas, empecé a desabotonarle el vestido hasta dejarlo completamente abierto. Me detuve un momento en contemplar sus pechos comprimidos por un sujetador casi transparente que le hacía un precioso canalillo y marcaba sus pezones. Le observé el vientre y el borde de los pantys transparentes que dejaban ver su poblado vello púbico. Dios, qué cachondo estaba. Mi boca empezó a bajar por su cuello hasta mordisquearle los pezones. Se arqueaba y su culo estaba al borde del asiento. Mi mano jugó con sus muslos hasta llegar a su coño. El tacto de los pantys siempre me ha enloquecido, y si bajo ellos hay un coño sin bragas, empapado, la calentura era mayor. Empecé a masturbarla, primero frotando la palma de la mano sobre su coño abierto, con las piernas muy separadas. Luego metí dos dedos a través de los pantys. Su culo se retorcía, me mordía los labios, gemía... Se vino en mi mano sin dejar de gemir, Apretó los muslos para retenner mi mano en su coño. Los pantys estaban empapados. Me miró con unos ojos de golfa difíciles de olvidar. Me desabotonó la camisa y empezó a lamerme el pecho, los pezones. Su mano me desabrochaba el cinturon y bajaba la bragueta. Levanté el culo para que los pantalones dejaran espacio. Me magreó la polla por encima de los slips, apretámdola, diciéndome obscenidades. Me estiraba de los huevos hasta que mi verga se escapó del slip. Me puso la palma de la mano enmi boca y escupí en ella un par de veces. Empezó a pajearme, Lo hacía como me gusta: apretando fuerte la polla y moviendo despacio la mano. Mientras, metí mi mano bajo sus pantys y empecé a follarla con dos dedos. Cómo chorreaba.
Agachó la cabeza y empezó a comerme la verga. Succionaba y jugaba con mis huevos. Yo movía mis dedos empujando su pared vaginal. Dejó de comerme, me miró y dijo:
-Me voy a venir otra vez.
Soltó un chorro de flujo que empapó hasta el asiento. Saqué la mano y me chupé los dedos, uno a uno. Siguió mamando, cada vez más profundamente. Me iba a correr y se lo dije por si quería sacarla de la boca. Todo lo contrario. Aceleró su succión y me vacié. No sé cuánta leche solté, pero fue mucha. Se la tragó. Me limpió la polla con la lengua hasta dejarla relucientte. Nos morreamos.
Luego se lo comí a ella y ella me hizo una paja. Parecíamos una pareja de novios de 16 años. Antes de que acabara la película nos recompusimos y salimos a tomar un café. Hablamos de ello. A los dos nos había encantado. Nos separamos y quedamos en llamarnos. Pero esa ya es otra historia.