En el metro

Lo sensual que puede resultar disfrutar del metro...

Me gustaría compartir una experiencia que he vivido viniendo a casa desde el trabajo. Suelo aprovechar los trayectos en transporte público para leer, aunque reconozco que también utilizo el espacio como un observatorio humano, donde la sensualidad alcanza cotas altísimas, a mi parecer.

Había encontrado esta mañana un libro interesante que me había propuesto comenzar a leer sin dilación así que, lo abrí nada más sentarme en un asiento del andén esperando el metro.

Era tarde, pasadas las nueve y media de la noche, y a esas horas el andén del metro ya estaba casi vacío. Solo en un banco, habrían dos personas más en el andén.

Apenas había comenzado mi lectura advertí con la vista periférica, que acababa de llegar al andén una preciosa mujer muy arreglada con chaqueta de corpiño muy ajustada, falda negra por debajo de las rodillas y unos preciosos zapatos de tacón abiertos que dejaban entrever las puntas de sus pies, y los empeines. Aprecié disimulando, que se le marcaban unas preciosas venitas en sus empeines según se acercaba.

Es curioso, como cuando siento la presencia de una mujer que me da morbo, me pongo muy nervioso e intento disimular la lucha interna entre el deseo irresistible de mirar detenidamente sin ser visto. Aún así, creo que se notaba muchísimo que no podía parar de observarla de arriba abajo ahora que ella estaba situada delante mía.

Aún quedaban un par de minutos hasta la llegada del siguiente metro y toda mi energía iba destinada a intentar poder sentarme una vez dentro delante de ella para poder observar mejor sus estupendas piernas sin medias, sus empeines y sus deditos de fresa, y es que el negro de sus zapatos y el rojo de su esmalte ya estaban empezando a ponerme malísimo.

Con gran disimulo fingía leer mientras observaba de soslayo su gracioso andar de un lado a otro del andén. No aparentaba más de 35 años y se veía muy digna, muy ejecutiva, aún arreglada después de una agotadora jornada laboral.

Estaba ensimismado en mis pensamientos imaginándome de dónde vendría, qué tipo de trabajo tendría y verla con esa actitud tan altiva y morbosa me motivaba cada vez más.

Llegado el tren traté con disimulo de acercarme lo más posible al vagón al que ella se iba a subir, y era evidente que ella se estaba dando cuenta sintiéndose observada y deseada, tal era mi torpe habilidad por tratar de hacerme el despistado.

Una vez abiertas las puertas, no lo podía creer !! El vagón estaba medio vacío y ella se sentó al lado de la puerta, poniendo sus empeines en punta según cruzaba las piernas.

No pude más que sentarme enfrente con mi tembloroso libro entre las manos tratando de ocultar el bulto que de golpe, iba creciendo en mi pantalón.

Ella parecía que apenas se había fijado en mí, y eso me animaba a ser cada vez más descarado. No podía parar de mirarla los pies, esos empeines que, con los tacones parecían estar más en punta y esos deditos que asomaban eran una auténtica delicia para mis estimulados sentidos.

Era un auténtico regalo para la vista, después del duro día, el poder disfrutar tan de cerca los encantos de una mujer tan bella y sensual.

Las miradas eran cada vez más y más descaradas, y aunque yo insistía en querer seguir leyendo sabía que estaba tan cachondo que no podría concentrarme y ella parecía que estaba empezando a ponerse también nerviosa.

No podía dejar de mirar sus pies y de repente ella se levantó acercándose delicadamente hacia la puerta. Uff, como estaba de buena, era increíble, su faldita negra bien ceñida marcaba un tanquita que marcaba la frontera entre sus preciosos glúteos.

Me estaba poniendo malísimo.

Bajé la mirada y pude ver sus musculadas piernas, pues tenía realmente unas piernas como de bailarina que acababan en unos tobillos de escándalo.

Justo al parar el vagón en la estación se giró y me miró el paquete que lo tenía bastante abultado y empezó a sonreir mientras se marchaba...