En El Gym
Las experiencias de un hetero recién divorciado en el gym
En el gym
Después de varios años de casado hace pocos meses que me separé de mi esposa. Estos cambios, al principio traumáticos, dan lugar a que rebroten en nuestro interior antiguas inquietudes dormidas. Acostumbrado a compartir casi todo mi tiempo libre con ella me encontré de pronto con que disponía de muchas horas a solas con las que no sabía que hacer.
Una de las primeras cosas que decidí hacer fue apuntarme al gimnasio para corroborar el dicho de mens sana in corpore sano.
Allí empecé a hacer una tabla de ejercicios de mantenimiento y otra para aumentar un poco mi musculación. La sala de pesas apenas si la frecuentaban mujeres. Hermosos cuerpos varoniles, jóvenes y musculados, a veces en exceso, rezumaban sudor y testosterona. De vez en cuando recibía alguna mirada de soslayo al igual que las que a mi mismo se me escapaban. Casi sin darme cuenta me hallaba levantando unas pesadas mancuernas y pensando en lo agradable que sería acariciar uno de esos cuerpos mientras mis ojos, con voluntad propia, se posaban en sus bíceps, labios o paquete y sentía como bajo el chándal mi miembro se removía ansioso y juguetón. Algún día incluso había tenido alguna potente erección que disimulaba lo mejor que podía, habitualmente marchándome a las duchas a toda velocidad.
Las duchas también eran otro lugar curioso del gym. Estaban dispuestas a ambos lados de un pasillo, enfrentadas entre si y sin ningún tipo de puerta o cortina por lo cual desde la tuya se veían con claridad y sin esfuerzo tres de las cabinas de enfrente.
Muchas veces estaban vacías, pero otras alguno de aquellos sudorosos cuerpos se enjabonaba con delicadeza y esmero. Los contemplaba con disimulo girado hacía la pared para esconder mi visible excitación. Como me hipnotizaban esas visiones. Cuando con sus manos se agarraban el miembro y lo frotaban o cuando se escondían entre la comisura de sus nalgas mi pene daba un fuerte respingo.
Después de haber hecho mis ejercicios y de darme esta primera ducha iba un rato a la sauna. Una habitación oscura de madera en cuyo interior la temperatura era tan elevada que a veces resultaba insoportable permanecer allí más que unos pocos minutos. En La hermosos cuerpos sudaban espontáneamente y brillaban como untados en aceite. También aquí debía ocultar como podía la excitación. La mayor parte de las veces me tumbaba boca abajo y cerraba los ojos para dejar de ver lo que tanto me excitaba aunque el contacto de la madera caliente con mi pene y el recuerdo de mis visiones, me proporcionaba un placer añadido que, a veces, rozó el orgasmo.
Nunca había tenido demasiadas inquietudes en cuanto a mi sexualidad. Me consideraba hetero por completo y esas nuevas sensaciones de excitación que me provocaba un cuerpo masculino me preocupaban. Sin embargo, me daba cuenta de que durante todo el día deseaba con ansiedad que llegara la hora de ir al gym.
A fuerza de ir a diario, ya me resultaban familiares muchos de los rostros de aquellos que frecuentaban las instalaciones en el mismo horario que yo. Uno de ellos en particular me resultaba especialmente atractivo. Con solo verlo sentía un cosquilleo entre piernas y, los días que coincidíamos, apenas si podía concentrarme en hacer algo más que evitar mirarlo y ocultar mi erección. También era usuario habitual de la sauna y allí me enloquecía la visión de su marcado paquete tras un bañador de fina lycra que esculpía con gran detalle el grueso tronco de su enorme pene y la exquisita y amplia redondez de su glande.
Llevaba dos semanas de entrenamiento y aquel día de lluvía torrencial y de frío invernal me había metido en el gym casi sin ganas. Tan sólo por el hecho de que pasaba por delante en él camino de regreso. El gimnasio estaba casi vacío. Después de haber sudado durante media hora en la cinta fui a la sala de musculación. Allí había una persona tumbada en un banco levantando pesas y el cuidador que leía distraído una revista en su garita transparente.
Al acercarme a las mancuernas vi que el chico que estaba tumbado con las pesas era aquel que tanto me excitaba. Se incorporó hasta sentarse a horcajadas y me sonrió. Le devolví la sonrisa y sentí como me sonrojaba. Intentando parecer indiferente me puse a hacer mi tabla de ejercicios. Me senté en un banco frente a un gran espejo, cogí dos mancuernas y empecé a levantar los brazos en alternancia completando varias series de diez repeticiones. Mientras lo hacía miraba a través del espejo los movimientos de aquel chico que, a su vez, también me observaba con detenimiento lo cual, en cierta manera, me cohibía.
Estaba repitiendo el mismo ejercicio pero esta vez con más peso cuando se me acercó por detrás. A través del espejo vi su cuerpo aproximarse. Sus ajustados shorts marcaban su prominente paquete que avanzaba ante él como un mascarón de proa. Se colocó a escasos centímetros justo detrás de mío. Su voz me devolvió a la realidad.
- Tienes una mala postura y así te puedes lesionar. Es importante que mantengas la espalda bien recta, y mientras lo decía se arrimó más a mi y sujetó mis dos brazos elevados con suavidad y firmeza. Los estiró un poco para arriba obligándome a tensar más mi espalda que, en esta nueva postura, rozó el bulto inconfundible de su pene. No hice nada por evitar el contacto, más bien al contrario, intentando que pareciera lo más casual posible, con cada nuevo levantamiento hacía que el contacto fuese más intenso. No noté por su parte el más ligero indicio de apartarse y me pareció apreciar alguna ligera contracción de su miembro. Contemplaba nuestros cuerpos a través del espejo y nuestras miradas se cruzaban un tanto pícaras a través de él. Era como ver una película. Era yo y no era yo, era una imagen de mi, y lo que veía me alteraba y me gustaba. Me imagine girándome, bajando aquel short y acariciando aquel pene, metiéndomelo en la boca y chupándolo con fruición. Mi mente lógica se escandalizaba por sentir esos deseos. Me avergonzaba que él pudiera notar mi acaloramiento. Esperaba que confundiera mi rubor el enrojecimiento y sudor frutos del esfuerzo físico. Sin embargo, su mirada me decía lo contrario. Parecía saber lo que estaba pensando y sintiendo. Me atravesaba dulce y calida y me atraía con su profunda claridad.
Nos presentamos. Se llamaba Kris. Cuando acabé con mis repeticiones se apartó un poco de mi. Pude apreciar entonces que su bulto era un poco más prominente. Me pidió que le ayudase con su siguiente ejercicio y yo no quería levantarme por temor a mostrar mi completa erección, hasta ahora disimulada por los pliegues de la camiseta. Aún así y adoptando posturas que intentaran hacer menos evidente mi estado le acompañé hasta una máquina de fortalecer los cuatriceps de las piernas. El funcionamiento de la máquina es peculiar. Uno se sienta y en los lados externos de las piernas hay unas superficies almohadilladas contra las que hay que ejercer presión abriendo y cerrando los muslos. Me explicó que se ponía mucha resistencia en ese ejercicio para muscular más y que es en las últimas repeticiones cuando más se trabaja, justo en aquellas en las que estas casi sin fuerzas y que en alguna de ellas igual necesitaba mi ayuda para abrir los paneles de la máquina.
La garita del cuidador quedaba justo al otro lado de la sala y por detrás de la máquina así que ahí estábamos totalmente ocultos de su mirada. Hizo la primera y la segunda serie sin dificultad. Sus piernas se abrían y cerraban y al abrirse asomaban por su corto pantalón de deporte los mofletes de sus nalgas y los pelos de las ingles, y su paquete apretado contra la tela se marcaba más y más. En la tercera serie, en la séptima repetición, pareció quedarse sin fuerzas a mitad del recorrido de apertura. Me acerque de frente y puse una mano en cada almohadilla y empujé hacía afuera. Pesaban muchísimo y dada su posición baja tuve que arrodillarme para poder contar también con el apoyo del suelo. Al conseguir abrir las almohadillas mi rostro quedo justo en frente y a escasos centímetros de su sexo. La visión que tuve fue tan repentina que mis músculos se aflojaron y la máquina de cerró; con ella las piernas de Kris también se cerraron empujando mi cabeza cuyo rostro quedo aprisionado contra aquel robusto pene. No se si fue por la sorpresa o por el deseo que tenía de hacerlo pero lo cierto es que mi boca había quedado abierta con el contacto y que dentro de ella notaba un gran bulto cilíndrico y caliente al que de vez en cuando se le escapaba algún espasmo. Kris desbloqueó la máquina y mi cabeza quedó liberada. La eché hacía atrás y lo miré a los ojos de los que se escapaba una sonrisa entre ingenua y maliciosa. Permaneció inmóvil, como esperando mi reacción. Comprobé por un hueco entre las máquinas que el cuidador estaba enfrascado ahora en la lectura de un libro y bajando sin miramientos aquel short contemplé la belleza imponente de aquel enorme pene en estado de casi completa erección. En la punta de su glande rosado brillaba como una perla una gota de líquido preseminal. Sujeté el tronco de aquella verga que se endureció un poco más con el contacto de mi mano, la giré hacía mi y con la punta de mi lengua recogí aquella gota de sabroso néctar. Lamí suavemente aquel bálano y lo puse entre mis labios que lo acariciaron con pasión. Me lo introduje en la boca y empecé a chuparlo avidez. Kris soltaba de vez en cuando algún gemido mientras sus dedos masajeaban mi cabeza al tiempo que, con delicadeza, me marcaban el ritmo del movimiento arriba y abajo. De vez en cuando paraba y me apartaba para contemplar aquella belleza que vibraba sujeta en mi mano de la que no dejaban de salir gotitas transparentes que lamía y saboreaba para volver de nuevo a metérmela en la boca y continuar con la felación. Los gemidos sordos se hicieron un poco más intensos y en un momento sentí las violentas palpitaciones de aquel pene que descargó toda su leche en mi boca. Sentí como me llenaba de aquel líquido caliente, salado y viscoso y como caían los chorros que no me daba tiempo a tragar por la comisura de mis labios. Seguí chupando aquella polla hasta que no le quedó ni una sola gota de semen para ofrecerme.
Kris se subió el pantalón y sonriendo me dijo que ahora me tocaba a mi hacer ese ejercicio. Obediente me senté donde había estado él hacía unos instantes. Se arrodilló ante mi y lanzó la misma mirada de control al cuidador. Entonces bajo mis pantalones hasta los muslos y dejó en libertad a mi pene enhiesto que cimbreó de un lado a otro. Lo sujeto del tronco con su mano y con sus labios bajó la piel de mi prepucio dejando en libertad al glande totalmente mojado y brillante por la excitación. Con habilidad de cortesana acariciaba, frotaba y lamía mi miembro proporcionándome un placer exquisito. De vez en cuando alzaba su mirada pícara a mis ojos y sus manos jugueteaban con mis testículos y entre mis muslos. Estaba totalmente entregado. Podía hacer de mi lo que quisiera. Mi orgasmo se aproximaba inexorable. Él lo sabía y disfrutaba dilatando ese momento, jugaba conmigo, me hacía desearlo más y más. Con sus labios me llevaba al borde de la eyaculación y entonces se detenía, se apartaba y lo frenaba con otros juegos y otras caricias. Por fin una de las veces no le permití parar y sostuve su cabeza entre mis manos impidiéndole dejar de lamer y chupar. También le marqué el ritmo del movimiento y cuando estaba a punto de estallar sentí como uno de sus dedos que había estado jugueteando por las inmediaciones penetró por completo en mi ano relajado que lo recibió virgen y sorprendido. El placer que me proporcionó fue tal que me hizo soltar un gritito semiahogado al tiempo que una gran cascada de semen salía a borbotones de mi pene llenando su boca. El orgasmo era inacabable. Las palpitaciones de mi sexo no cesaban y con cada una de ellas un nuevo chorro de blanco placer iba a parar a la garganta de Kris que no dudaba en tragar con deleite. Me arrancó hasta el último vestigio de placer y quedé extasiado y extenuado. Sin mediar palabra Kris se apartó y siguió con su tabla de ejercicios. Yo me arreglé las ropas y permanecí sentado allí mimo recuperando fuerzas y sintiendo aun en mi cuerpo estremecimientos de placer. Pasado un rato y sin ganas de seguir ejercitándome bajé a las duchas con intención de meterme después un rato en la sauna...