En el gimnasio del hotel

Carlos llega a Madrid y descubre lo divertido que puede ser el gimnasio.

Una de pistas que te da un hotel bueno es lo que te encuentras encima de la cama, esta vez había una pequeña caja de cartón con el logotipo del hotel impreso a todo color y una tarjeta que decía "Bienvenido a nuestro hotel Sr Díaz, le deseamos que pase una agradable estancia con nosotros."

Dentro de la caja había bombones de chocolate, tres para ser exactos.

-Parecen ricos - dijo Carlos mientras los cogía y los dejaba en el escritorio que estaba enfrente de la cama.

Dejó su maleta de cabina a un lado de la habitación y se tumbó en la gran y mullida cama.

  • Madrid, por fin.

Cerró los ojos unos minutos y se incorporó para sacar del bolsillo de su pantalón el teléfono móvil. En la pantalla tenía varios mensajes por leer,  entre ellos había varios de Grindr.

  • Esta vez no hay tiempo chicos, tendrá que ser para la próxima.

Carlos apagó su teléfono y llamó a recepción del hotel desde el teléfono que había encima del escritorio.

  • Hola, ¿tienen gimnasio?. Perfecto, segunda planta. Gracias.

Carlos entró en el gimnasio equipado con una camiseta de manga corta de color azul celeste y unos pantalones negros de lycra un tanto ajustados y que eran a veces un imán de miradas cómplices y es que su bulto no pasaba desapercibido por los que andaban buscando algo más que mover pesas arriba y abajo.

El gimnasio no era muy grande pero estaba muy bien equipado. Tenía forma de L, se entraba por la parte superior y en la parte inferior derecha habían dos puertas que daban a los vestuarios, uno para hombres y otro para mujeres, él ya venía cambiado de la habitación así que podía empezar a hacer sus ejercicios.

Era la tarde de un domingo y el gimnasio estaba desierto, tenía todas las máquinas para él.

Empezó con un poco de cardio, se puso encima de la cinta de correr y la puso en marcha, al cabo de unos minutos cuando se le empezaba a humedecer la frente escuchó que alguien entraba en el gimnasio. No pudo ver quien era porque las cintas de correr estaban al lado de las puertas de los vestuarios. Esperó intrigado por ver quien aparecía y al par de minutos vió un chico que debería tener unos 25 años, bastante fibrado pero no tanto cómo Carlos. El chico llevaba una camiseta negra y unos tejanos, no parecía que fuera a hacer ejercicio sino que tenía toda la pinta que quería echar un vistazo.

  • ¿Hola? - dijo el chico.

  • Hola - respondió Carlos.

El chico se puso encima de la cinta de correr al lado de Carlos y la puso en marcha.

El chaval empezó a correr y Carlos siguió con lo suyo. A los pocos minutos empezó a sudar y desde el espejo que tenía delante vio como el chaval no apartaba la mirada a su paquete, parecía hipnotizado por los vaivenes de la polla de Carlos dentro de sus calzoncillos. Carlos paró su máquina y por el espejo seguía viendo como el chaval no apartaba la mirada de su paquete. Carlos se sentó en la banqueta detrás de la cinta de correr, mientras se secaba el sudor de su cara abrió las piernas para que el chaval viera que su polla estaba empezando a crecer. De golpe la cinta del chico dejó de hacer ruido.

  • Menudo paquete. -  dijo el chico que se había puesto enfrente de Carlos. - ¿La puedo ver?.

  • Claro - respondió Carlos mientras mostraba su polla de casi 21 centímetro s.

El chaval la empezó a tocar, estaba durísima. Bajó la piel del glande dejando al descubierto la gran cabeza. Una gota de líquido preseminal asomaba por el agujero, sin pensarlo, el chico se arrodilló y con la punta de la lengua absorvió la gotita. Luego con la lengua empezó a lamer el glande, cuando ya estaba bien humedecido se la metió en la boca, poco a poco, mientras con las manos hiba acariciando sus huevos.

Empezó a mamarla, con suavidad pero luego con fuerza, hasta el fondo. Carlos notaba como el chaval succinaba la polla y como con la lengua seguía jugando con su glande. Por la forma cómo jugaba con la lengua y por cómo presionaba la traquea el glande se podía decir que no era la primera vez que se comía una bien grande.

Mientras el chaval seguía chupando se quitó los pantalones y Carlos vio que no llevaba ropa interior. El chico se incorporó se giró ofreciéndole su cubo y Carlos lo empezó a lamer, lo tenía un poco abierto y algo enrojecido, parecía que alguien se lo había follado no hacía mucho.

  • Vaya - dijo Carlos - parece que ya vienes lubricado

  • Sí, pero nunca es suficiente. - dijo el chico - Métemela - pidió el chico.

Carlos se levantó y con su polla bien dura y húmeda por la saliva del chaval se la metió. Entró fácilmente y notó lo húmedo y caliente que se estaba dentro.

  • ¿Cuántas? - preguntó Carlos

  • Cuatro - dijo el chaval.

A Carlos le pareció más de cuatro porque a los pocos segundos empezó a ver como salía de su culo restos de varias corridas que iban goteando y deslizándose por el interior de sus piernas.

  • ¿Y donde ha sido eso? - Preguntó Carlos

  • En nuestra habitación

  • ¿Nuestra? - pregunto sorprendido Carlos.

  • Sí, la de mi marido y yo. Si no te importa y quieres subir, ya sabes.

  • Porque no

  • Pero antes, córrete aquí y ahora, así cuando subamos a la habitación estará más lubricado para que me podáis follar a la vez.

  • Como quieras.

Carlos puso el chaval tumbado encima del barco mirando al techo, le abrió las piernas y se la clavó,

hasta los huevos. Con esa embestida salió más leche de dentro del chaval.

  • Hazlo más grande. -  pidió el chaval.

Carlos empezó a poner un dedo junto con su polla, luego dos. El chaval seguía dilatando. Tres dedos, cuatro dedos.

  • Pajéate dentro de mí - dijo el chaval.

Carlos poco a poco empezó a meter su mano, cada centímetro que entraba, más corrida que salía de su culo.

Sin darse cuenta tenía su polla y su mano derecha dentro de ese chaval, empezó a pajearse, solo su mano se movía

  • Sí, no pares, dame tu corrida. - dijo el chaval.

  • Aquí la tienes.

Carlos notó con su mano derecha los espamos de su polla al correrse dentro y como su leche inundaba todo el interior del chaval.

Carlos con suavidad sacó su mano y luego su polla, haciendo que del culo del chaval saliera una buena cantidad de corrida, dejando un buen charco en el banquillo del gimnasio.

  • Vaya - dijo el chaval al ver el charco de lefa en el banquillo - tendréis que llenarme de nuevo.

Carlos limpió el charco con la toalla y una vez vestidos salieron del gimnasio en dirección al ascensor.

El chaval sacó de su pantalón un teléfono móvil.

  • Voy a decirle a mi marido que subes conmigo.

  • Perfecto. Por cierto, ¿nos hemos visto antes? - preguntó Carlos.

  • Seguro que no porque sino te recordaría. Menudo pollón que tienes. - dijo el chaval mientras le tocaba el paquete. - Cuando he salido a por hielo te he visto y te he seguido hasta el gimnasio, espero que no te importe.

  • No, para nada. ¿Y el hielo?

  • Ahora vamos a por él.

¿Quieres saber que pasará dentro de la habitación? Escribe lo que te ha parecido este relato y seguiré con las aventuras de Carlos.