En el espejo
En el segundo relato de Trazada, nos podemos encontrar con que a veces la leyendas urbanas más conocidas tienen un final imprevisto.
Conjuraste al destino.
Desnuda ante el espejo, repetiste "Verónica" nueve veces para que tu invocación despertara a las sombras y las moviera a reflejar signos de futuro en el cristal azogado.
Corrías el riesgo de desvelar terribles verdades, tal vez de ver tu propio cuerpo amortajado al otro lado del espejo. Conocías que había quien enloquecía al enfrentarse con su destino, que cabía la posibilidad de morir en el mismo momento de buscar la verdad. No te importó.
Al decir por novena vez "Verónica", retuviste la respiración y aguardaste el prodigio.
Ninguna novedad. Nada en el espejo salvo tu propia imagen. Luego, poco a poco, tu imagen fue difuminándose, perdió consistencia y textura y desapareció. Quedó en el espejo el reflejo de la habitación vacía, pese a que yo también estaba allí.
No comprendiste lo obvio. No entendiste nada, pese a revelarse tan a las claras tu futuro. Fue el momento en que te mordí en el cuello hasta regalarte la eternidad en vida-muerte, y tú como yo, como todos los que son como nosotros desde los oscuros tiempos de Transilvania, dejaste de reflejarte en los espejos.
Verónica ya te lo había adelantado.