En el cuerpo de ella (02: Llega papá)

Nuevo capítulo de esta caliente historia de sexo-ficción. José llega a casa y se encuentra con la extraña situación creada entre su esposa y su hija. Puede que la noche solucione el problema con un sueño reparador. O no. (Hn, mast, nc)

Ana despertó sobresaltada cuando oyó la llave en la puerta. Con sólo tocarse el pecho supo que la pesadilla continuaba y que aun estaba dentro del cuerpo de la pequeña. Se volteó a zarandear a su hija para que se desperezara y salió disparada a recibir a su esposo, sin pensárselo dos veces.

  • ¡Cariño, cariño, cariño! Menos mal que has llegado. - gritó arrojándose a los brazos de su marido.

  • ¿Que pasa niña? - preguntó José, separándose de su hija, sorprendido de le llamara cariño - ¿Qué haces desnuda y por que no estás en la escuela? ¿Dónde está tu madre?

  • Ha pasado una cosa increíble... No soy Eva, soy Ana... Esta noche no sé que ha ocurrido, pero nuestras mentes han cambiado de cuerpo. La niña está...

  • ¡No digas tonterías, Eva! No estoy para bromas. - interrumpió José, visiblemente enojado - ¿Dónde está mamá? He tenido que venir urgentemente por que teníais el teléfono descolgado y me han llamado al móvil desde tu colegio. ¿No os encontráis bien? ¿Ha pasado algo?

  • José, ya sé que suena a película de ciencia-ficción barata, pero ya te he dicho lo que ha pasado. Créeme, por favor... ¡Yo soy tu Ana!

El hombre miró a la niña notablemente irritado. Estaba a punto de gritarle que ya estaba bien de juegos cuando vio aparecer a su mujer por la puerta de la habitación de matrimonio. Le miró un instante y se dirigió a él corriendo.

  • ¡Papá! Que bien que ya estás aquí...

Debido al efecto de los tranquilizantes y al poco control que tenía todavía sobre un cuerpo tan grande, Eva dio un traspié y cayó al suelo, justo delante de José.

  • ¿Pero que clase de broma es esta? Hoy no es el día de los Inocentes. He venido todo el viaje preocupado por si os había pasado algo, jugándome la vida en la carretera y ahora resulta que os dedicáis a jugar conmigo... Levántate. ¿Se puede saber por que la niña no ha ido al colegio y no has llamado para avisarles? ¿Se puede saber que hace el teléfono descolgado?

  • Oye, - replicó Ana, perdiendo los nervios - lo que te acabo de contar es la puta verdad. Escúchame hablar. Soy yo. La que te mamó la polla la mañana que te marchaste, justo antes de que abrieras la puerta. ¡Soy tu mujer, joder!

José levantó la mano para darle una bofetada a la niña por su osadía, pero enseguida recapacitó. Si era una broma, era muy pesada, y no creía que su mujer permitiera esas palabras en boca de su hija sin ni siquiera pestañear. Eva, que ya había conseguido levantarse, no acertó a comprender que había dicho su madre, pero sabía que había soltado un par de palabrotas.

  • Papá, que ella es mamá... que Eva soy yo... Por favor, papá, créenos, no estamos diciéndote ninguna mentira. - empezó a sollozar la chiquilla.

  • Un momento... – replicó José, haciendo una señal con las manos.

El hombre quedó como ausente un momento. Con los ojos fijos en el infinito, depositó la maleta y el maletín en el suelo y se dirigió mecánicamente a sentarse en el sofá del salón. Su cabeza hervía valorando posibles explicaciones. No era una broma pero tampoco podía ser cierto. Para ser una sorpresa de cámara oculta era de muy mal gusto. Una locura simultánea de su mujer e hija tampoco era muy factible. Pero lo que tenía muy seguro es que lo que le explicaban no era posible. Esas cosas no pasaban. Se sabría. Lo habría visto en algún documental o en las noticias. Las mujeres seguían esperando a que él articulara alguna palabra.

  • A ver, tú, - dijo señalando a Ana dentro del cuerpo de Eva
  • ve a la habitación y te vistes. Y luego os sentáis las dos aquí y me explicáis con pelos y señales que está pasando aquí.

Ana se puso los pantalones del pijama que yacían tirados en su habitación y volvió al salón. Madre e hija se sentaron en sendos sillones de orejas que había a ambos lados del sofá y empezaron a relatar todo lo ocurrido desde la tarde anterior. Intentaban no olvidarse nada y se corregían la una a la otra constantemente. Obviamente, Ana evitó narrar los episodios sexuales ya que no consideraba que tuvieran ninguna importancia. José las escuchaba alucinado. Conforme iban hablando, se iba dando cuenta por la forma de expresarse y el vocabulario de que efectivamente estaban la una en el cuerpo de la otra. No podía dar crédito a lo que veía y oía.

Cuando acabaron la narración se hizo un silencio sepulcral, únicamente roto por los sollozos de Eva y alguna sirena lejana que pasaba por la calle.

  • Bueno, supongo que si ambas deseáis volver a ser las de antes con la misma fuerza o más que deseasteis que la otra ocupara vuestro lugar, esta noche todo volverá a la normalidad. – intentó tranquilizarlas

  • Sí, papá, yo quiero volver a ser yo...

  • ¡Por supuesto que lo deseo! Ya me explicarás que hago yo convertida en una cría.

José había intentado parecer convencido de lo que había dicho, pero estaba pensando en otras soluciones, pues si no encontraba lógico un cambio de mentes entre dos cuerpos, más increíble le parecía que eso ocurriera dos veces seguidas. Una consulta exhaustiva en Internet le sacaría de dudas.

Las horas del día iban transcurriendo. A Eva le resultaba muy difícil hacer las tareas escolares que tenía pendientes ya que los bolígrafos y libretas le parecían ahora más pequeños de lo habitual. También le costó familiarizarse con el nuevo tamaño del mando de la consola o, en realidad, de sus manos, cuando intentó jugar unas partidas a uno de sus juegos favoritos. Lo mismo le ocurría a Ana cuando se puso a hacer la comida o la cena. Debía pedir ayuda constantemente a su marido ya que no llegaba en muchas ocasiones a los ingredientes y los utensilios de cocina. Por otro lado José se sintió terriblemente extraño viendo a su ‘mujer’ hacer los deberes del colegio o mirando series de dibujos animados en la tele, mientras su ‘hija’ hacía la comida. Y más extraño se le hacía explicarle a su ‘hija’ como habían ido esos días en Madrid. Una fusión no era una cosa fácil: su empresa matriz, extranjera, había decidido absorber una compañía de la competencia. Por suerte no había delegación de los absorbidos en su zona, pero igualmente él debía decidir que dos agentes de su sucursal iban a ser despedidos. Demasiadas cosa en la cabeza como para encontrarse ese problema ahora en casa.

Al cabo de un rato de haber cenado, Ana mandó a su hija a dormir.

  • Venga, Eva, a dormir, que es muy tarde. Ya verás como mañana todo habrá pasado.

  • No quiero dormir sola, tengo miedo mamá.

  • Venga, ya vengo yo a taparte. - dijo José, levantándose.

La niña se dirigió a su habitación y se echó en la cama, esperando a que llegara su padre a arroparla. Todavía se sentía un poco desorientada dentro del cuerpo adulto de su madre. José llegó enseguida y se quedó mirando unos instantes. La imagen de su mujer en camisón, abrazando fuertemente uno de los muñecos de peluche de su hija contra sus pechos, en la cama de la habitación de la pequeña le pareció increíblemente erótica. Dominando sus impulsos y mentalizándose de quién era en realidad la persona que tenía ante sus ojos, se acercó a la cama, cubrió a la niña con la sabana y le deseó buenas noches con un beso. Un beso en la mejilla, aunque a punto estuvo de dárselo en la boca.

De vuelta al salón se sentó en el sofá al lado de la niña que contenía a su mujer y la rodeó cariñosa y castamente con un brazo. Estaba muy confundido con esa situación. Ana le miró a los ojos.

  • José, ¿crees de verdad que todo volverá a la normalidad mañana?

  • No, la verdad es que lo dudo mucho. He estado mirando en Internet y no he encontrado ningún caso parecido. Ni en páginas serias ni en sitios raros. Nada. Cero absoluto. Nadie habla sobre cuerpos que intercambian mentes. Hay posesiones, endemoniados, demencias paranoicas y esquizofrenias, pero nada sobre esto.

  • ¿Y que vamos a hacer? No me puedo quedar así.

  • No lo sé... si lo explicamos nos tomaran por locos y nos encerrarán a los tres en el psiquiátrico.

  • ¿Qué?

  • Digo que...

  • No, no, espera... - a Ana se le iluminó la cara - Y ese psiquiatra amigo de tus padres, ¿no sabría algo sobre esto? Es profesor de la universidad, ¿no?

  • Catedrático, exactamente. Y una autoridad en desordenes mentales. Puede...

  • Llámale mañana a primera hora si esto continúa igual.

  • Esta bien, no pierdo mucho por intentarlo. Mañana veremos. Ahora vamos a dormir.

Una vez en la cama, antes de apagar la luz, Ana pegó su cuerpo al de su marido, apoyó la cabeza sobre su pecho y empezó a acariciarlo.

  • Te quiero mucho mi amor.

  • Y yo a ti, Ana - se esforzó por pronunciar claramente el nombre de su esposa, quizás para reafirmarse a si mismo que no era su hija quien estaba con él.

  • Te he echado mucho de menos estos días.

  • Sí, lo sé. A mí me ha pasado lo mismo.

  • Pero he sido mala un par de veces, ¿sabes?

  • ¿Ah, sí?

  • Sí, me he masturbado un par de veces pensando en ti, en las cosas que hacemos y las fantasías que tenemos.

  • Vaya pues yo me he reservado para ti, para tener más ganas cuando... Bueno... Como comprenderás, ahora no puede ser.

  • Lo siento cariño. Me siento culpable por no poderte dar una noche de sexo después de tantos días. Debes estar muy cargadito. - Ana dirigió su mano a los testículos de su marido.

  • Bueno, - contestó José, apartando la mano de su mujer de sus genitales - cuando esto se arregle tendremos todas las noches que queramos. No es culpa tuya. Ahora a dormir.

  • Bien. - respondió con voz triste - Buenas noches, amor.

Ana se acercó a dar un beso en la boca a su marido. José tuvo que hacer un esfuerzo para no retirar la cara y evitar que la situación fuera más violenta para su pobre esposa.

Al cabo de una hora o dos, la mujer sintió como su marido se había girado en la cama y la tenía abrazada desde atrás, con su miembro apoyado en su pequeño culo. Era habitual que algunas noches pasara eso. Normalmente José acababa despertando muy excitado y hacían el amor. Sólo que hoy no podía ser así. Ella estaba limitada por el pequeño cuerpo virginal de su hija y su marido estaba bloqueado por esa circunstancia.

No obstante Ana decidió probar. Lentamente empezó a mover las caderas acompasadamente para que su magro culito rozara la polla de su marido arriba y abajo. Notaba como iba creciendo y poniéndose más y más dura. Cuando consideró que ya había suficiente, se giró y empujando lentamente a José para que quedara boca arriba, le desabrocho los botones del pantalón de dormir y liberó su miembro. Al asirlo le pareció increíble lo que notó. Lo que normalmente era un pene normal tirando a pequeño, debido al tamaño del cuerpo y la mano de su hija, ahora le parecía una inmensa barra de carne rígida que no le permitía cerrar sus dedos alrededor. Empezó a pajearlo pausadamente; ya que no podía mantener sexo con su marido, al menos le iba a dar placer con la mano.

  • Mmmm... ¿Qué? - espesamente se despertaba.

  • ¡Shhhh! - Ana quería evitar hablar para no emitir la voz de su hija.

  • Pero...

  • ¡Shhhh! - repitió mientras aumentaba el ritmo de la masturbación.

  • ¡Oye! ¿Pero que haces? - reaccionó José al recordar la situación peculiar que estaban viviendo.

  • ¡Shhhh! - intentó de nuevo Ana.

  • No, no, no puede ser. ¡Eres mi hija! - dijo apartando la mano de su erecto miembro.

  • Una mierda, soy tu mujer. – replicó Ana, entre dolida y enfadada.

  • Sí, pero este cuerpo es el de mi hija.

  • Pero si solo te hacía una paja, no pretendía que me desvirgaras, capullo.

  • ¿Por quien me tomas, por un maldito pedófilo? Ni pajas, ni nada. Respeta el cuerpo de tu hija, maldita sea.

  • Pero José, que sólo es una mano y nadie se va a enterar ni van a quedar rastros o marcas...

  • He dicho que lo dejes. Vamos a dormir. Ya solucionaremos esto y luego, lo que quieras.

Ana se giró de mal humor. Estaba esperando que se durmiera su marido para masturbarse. No tenía muchas ganas de sexo en esos momentos, más bien era una especie de venganza por el desplante que le había dado su esposo. Pero al cabo de unos minutos los dos dormían profundamente.

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