En el cuerpo de ella (01: Confusión)

Ana despierta y descubre que está dentro del cuerpo de su hija. El terror se apodera de ellas ante el inesperado suceso. ¿Cómo lo solucionarán? El nuevo y esperado capítulo de esta serie de sexo-ficción (n-sola, mast, CiFi).

Ana se despertaba poco a poco. Se sentía algo extraña esa mañana. Normalmente su reloj biológico le hacía levantarse de la cama unos minutos antes de sonar el despertador. Buscó a tientas el interruptor de la luz, pero tropezó con una pared. Se asustó. ¿En qué posición estaba acostada? Se giró hacia el otro lado de la cama, intentando situarse, y notó como se acababa el colchón. No estaba en su cama. ¿Que estaba pasando? Intentó tranquilizarse y situarse con la tenue luz que entraba por una rendija de la persiana. Estaba en la habitación de su hija, en la cama de su hija. Encendió la luz y no pudo dar crédito a lo que estaba ocurriendo.

La cama, las sillas, el interruptor, la habitación, todo, parecían haber crecido. Sus pies ni siquiera llegaban al final de la cama. Apartó la sabana y no reconoció esos pies como los suyos. Llevaba un pijama de Disney igual al de su hija, pero de su tamaño. ¿O no? Un escalofrío recorrió su cuerpo. Se tocó la cara, se llevó el pelo de la cabeza hacia adelante para observar aterrorizada que no era el suyo, era rubio, como el de su hija. Se llevó las manos a los pechos. No estaban, tenía el pecho prácticamente plano. Con cuidado se incorporó y se dirigió al espejo del armario de la habitación de la niña. Ante ella aparecía reflejada la imagen de Eva. Se le antojaba muy alta, pero sólo hasta darse cuenta de que nada había crecido. Lo estaba viendo todo desde los ojos de una niña. La cruda realidad es que estaba atrapada dentro del cuerpo de su hija. Las fuerzas le abandonaban. Tenía que ser una pesadilla.

Entonces oyó el agudo sonido intermitente del despertador y, con el temor de lo que pudiese encontrar, se dirigió raudamente a su habitación. Al abrir la puerta e intentar encontrar el interruptor, tuvo que recordar que debía buscarlo más arriba de donde habitualmente lo encontraba a oscuras. Cuando se hizo la luz sus ojos no podían dar crédito a lo que vieron: su propio cuerpo mirándola atónitamente. De la boca de ambas mujeres surgió un grito desgarrador. Ana, dentro del cuerpo de Eva, no pudo asimilar todo lo que estaba ocurriendo y se desvaneció.

No debió pasar mucho rato, unos segundos, un minuto a lo sumo, pero Ana volvió en sí. El despertador continuaba pitando, ahora con más potencia, convencido de que aun no había cumplido la misión de despertar a su dueña, mientras el cuerpo de Ana, en ausencia de su mente llamaba alternativa e incesantemente a mamá y a papá. Fue entonces cuando la mujer comprendió lo que estaba pasando: ella y su hija habían intercambiado sus cuerpos esa noche. O mejor dicho, sus mentes. Y allí tenía, delante de ella, a su hija, dentro de un cuerpo adulto, presa de un ataque de pánico.

¡Eva, Eva! Tranquila, soy yo, mamá. Para de gritar. Para, por favor.

Se acercó hacia ella, paró el despertador que continuaba sonando y se subió a la cama. La niña se apartó asustada, muda de pánico. Ana pudo observar como empezaba a formarse una mancha húmeda bajo el culo del cuerpo adulto y el olor inconfundible le anunció que su hija se estaba meando de miedo. Literalmente. Para no asustar más a la pequeña, no le dijo nada y dejó que acabara de vaciar su vejiga. Conocía de sobras sus meadas matutinas y eran muy abundantes a causan de todo el líquido que habían filtrado sus riñones por la noche. Sintió vergüenza, pues aunque no era su mente la que lo ordenaba, si era su propio cuerpo el que estaba relajando los esfínteres y mojando aparatosamente la cama. Cuando consideró que ya estaba, habló a la chiquilla, rodeándola con su pequeño brazo.

Eva, no te asustes. Soy mamá. No sé que ha pasado, pero hemos cambiado de cuerpo. Tu ahora estás en mi cuerpo y yo en el tuyo. Pero tranquila, ya verás como lo solucionaremos.

Quiero volver a ser yo. - acertó a sollozar la chiquilla.

Si a Ana se le había hecho extraño oír como las palabras que pronunciaba sonaban con la voz infantil de su hija, mucho más raro se le hacía escuchar su propia voz. Y aún más abrazar su enorme cuerpo para intentar tranquilizar a la niña que contenía. Le daba besos, le hablaba cariñosamente e intentaba tranquilizarla. Tardo unos buenos veinte minutos en conseguir que dejara de sollozar.

Ahora quédate un momento quietecita mientras yo voy a ver que puedo hacer. Ahora vengo.

No te vayas por favor, mamá...

Vengo enseguida, no te muevas.

Ana se dirigió al baño mientras pensaba que podía hacer. No podía llamar a nadie de confianza ya que semejante historia explicada por boca de una niña iba a sonar increíble. Tampoco podía hacer que Eva llamara ya que su nerviosismo por la situación y su mente infantil le impedirían exponer el problema de una forma clara y creíble. Creíble. Precisamente eso no era la situación. Puede que la mejor opción fuera esperar la llegada de su marido e intentar explicarle lo que había pasado.

Se sentó en el inodoro mientras continuaba pensando. Un chorro de orina salió de la vulva de ese cuerpo de niña. Le resultaba extraña aquella visión, ese estómago plano, esa ingle sin pelos, tan sólo con un ligero vello rubio que empezaba a despuntar. Tomo un poco de papel higiénico y seco el coñito que ahora le pertenecía.

Mientras volvía a la habitación, iba pensando en como se lo explicaría a José. En ese momento sonó el teléfono. Estaba segura que eran del colegio de la niña que llamaban para preguntar por que no había ido a clase. ¿Que podía hacer? No podía contestar ella con la voz de su hija, ni su hija estaba lo suficientemente serena para hacerse pasar por ella. Esperó a que dejara de sonar, lo descolgó y se dirigió a su cuarto, donde le esperaba la niña, sentada en la cama, con los brazos rodeando las rodillas, pálida aun del miedo que había pasado.

Mama... me he hecho pipí en tu cama... perdona... se me ha escapado...

Tranquila, ha sido a causa del susto, no pasa nada, ya lo limpiaremos y daremos la vuelta al colchón. Venga, vamos a la ducha. Si quieres yo te ayudo, ¿vale?

¿Y que haremos ahora?

Bueno, esperaremos en casa a que venga papá. Ya verás como todo se arregla.

Cuándo dije ayer que ojalá que fueses una niña para que tuvieras que ir al cole, no lo decía en serio... ¡Quiero volver a ser yo! - empezó a llorar de nuevo.

Venga, vamos, no llores más. Te duchas, nos tomamos algo para tranquilizarnos y vamos a dormir un poco. A lo mejor, cuando nos despertemos ha pasado todo.

Ana intentaba tranquilizarse ella misma ya que cada vez que se le pasaba por la cabeza que aquel intercambio de papeles pudiera durar mucho le sobrevenía el pánico de nuevo.

Eva se incorporó y bajó de la cama. Sus pasos eran tambaleantes. Ese cuerpo era demasiado grande para lo que ella estaba acostumbrada. Ambas mujeres se dirigieron hacia el baño y se desnudaron. Ambas se quedaron observando la una a la otra. Se les hacía extraño ver sus cuerpos desde otros ojos. Ana pudo observar que su bien conservado cuerpo tenia algunas estrías en las nalgas y un par de pecas demasiado grandes que afeaban su espalda.

Eva entró en la bañera y abrió el grifo de la ducha. Su madre también entró. La niña empezó a enjabonar su cuerpo adulto.

Lávate bien el chochito para que no te huela a pipí. Y las axilas.

¿Tengo que ponerle champú al pelo de abajo?

No - rió Ana - no hace falta, con el gel es suficiente.

La madre pudo observar como su hija enjabonaba todo su cuerpo, aprovechando para tomar contacto táctil con su nueva realidad: pechos completamente formados, vello en la ingle, los genitales externos más desarrollados...

No te toques tanto ahí.

Me has dicho que me lo lavara bien.

Pero no hace falta que lo laves tanto, que se desgastará - intentó bromear.

Lo tienes raro, como arrugado, con muchos pliegues...

Cuando seas mayor tú también lo tendrás así. Ahora deja de tocarlo.

Se sentía incomoda viendo como la niña manoseaba sus partes. A ella no le costaba mucho excitarse y en muchas ocasiones se había masturbado en la ducha. Como no sabía si esa facultad era física o psíquica, prefería evitar que su hija hiciera descubrimientos poco apropiados a su edad real. Pero lo que no pudo evitar es que al llegar el momento de enjabonarse ella, la curiosidad de saber cuales eran las diferencias que había encontrado la niña al tocar sus partes más interesantes, hiciera que sus manos realizaran un recorrido exhaustivo por el cuerpo prepúber. La piel era suave y agradable al tacto. Los pechos eran dos simples montículos que abarcaban poco más de lo que luego sería la aureola y coronados por dos pezones en formación, algo más grandes que una lenteja, de un color rosa claro. El vientre era liso, plano y duro. Aprovechando que su hija se encontraba de espaldas mientras se aclaraba el jabón, decidió explorar esa pequeña vulva. Efectivamente, los labios mayores eran más gruesos y duros que los de una mujer adulta. Sin mucha decisión, Ana, los separó para buscar el clítoris. Lo encontró enseguida y, al intentar excitarlo, sintió como se ponía rápidamente erecto. Retiró inmediatamente la mano al sentir un placentero cosquilleo que le recorría todo el cuerpo. Efectivamente el cuerpo de su hija reaccionaba igual e incluso mejor que el suyo. La excitación sexual, pensó, depende de la mente.

Las dos hembras se acabaron de duchar y se secaron. Ana retiró las sabanas sucias de su cama pero no consiguió darle la vuelta al colchón, debido a su tamaño. Le pidió ayuda a su hija, pero como esta todavía no dominaba su nuevo cuerpo, les costó una eternidad girarlo. Luego, entre las dos, colocaron sábanas limpias.

Bueno, ahora tómate estas pastillas y ya verás como enseguida te duermes. Dormiremos las dos juntas, ¿de acuerdo?

Sí, mamá. No quiero que me dejes sola.

Ana le proporcionó a su hija dos potentes somníferos, pero ella no tomó ninguno ya que sólo eran indicados para adultos. Se tomó unas pastillas de valeriana esperando que le hicieran el efecto deseado. A la chiquilla no le costó nada dormirse y enseguida estaba respirando profundamente. En cambio, su madre no conseguía dormir. Estaba muy nerviosa y asustada. Continuaba manteniendo la esperanza de que al despertarse ambas habrían vuelto a sus respectivos cuerpos.

Al cabo de media hora de no poder dormir, se le cruzó un pensamiento por la cabeza. ¿Sería malo utilizar la misma técnica que uso la noche anterior para relajarse? En su interior luchaba esa idea fija, de masturbarse para relajarse y poder dormir, y la certeza de que para hacer eso debía usar el inocente cuerpo de su hija. Acabó decidiendo que tampoco le iba a hacer nada malo, que iba a ser una cosa que no dejaría ningún tipo de marca y que sólo su mente sabría lo que había pasado.

Se quitó el pantalón del pijama y empezó a pensar en alguna cosa que le excitara. Aunque a Ana nunca le habían atraído las mujeres, le vino a la cabeza la visión que había tenido de su propio cuerpo desnudo. Le parecía hermoso y sensual.

Ana abrió las piernas de par en par, humedeció sus dedos con saliva y la distribuyó abundantemente por la vulva del cuerpo que la albergaba. Volvió a meterse los dedos en la boca para mojarlos con más saliva y abrió los labios mayores con su mano izquierda buscando el clítoris con esos dedos. Las sensaciones que el pequeño botoncito transmitían a su mente eran formidables. Miles de corrientes eléctricas recorrían todo su cuerpo. Antes de que se diera cuenta se estaba pajeando frenéticamente. En su mente una imagen evolucionaba sensualmente a cámara lenta: su hija dentro de su cuerpo en la bañera explorando sus genitales y tocándose las tetas. Sus dedos bajaron un momento a la abertura vaginal de la niña y la hallaron totalmente encharcada de jugos virginales. Continuó con su enloquecida masturbación hasta que notó como se acercaba un tremendo orgasmo. En ese momento no pudo controlar lo que pasó: sus piernas se cerraron atrapando sus dedos sobre el clítoris; las caderas empezaron un movimiento hacia adelante y hacia atrás, buscando la fricción contra esos dedos; una corriente de placer indescriptible la recorrió de pies a cabeza; emitió un ahogado gemido; el cuerpo se tensó. A partir de ahí un tremendo orgasmo, dulce, intenso, le estuvo provocando unos espasmos incontrolables por espacio de casi un minuto, que la dejaron exhausta. Abundante flujo se escurría por entre sus nalgas y mojaba la cama.

Ana nunca había experimentado algo así. Envidió a su hija. Si esto era lo que iba a sentir con el sexo la chiquilla, esta zorrita iba a ser incluso más caliente que ella misma. Después de esa monumental corrida, ya sólo le quedaron fuerzas para sacar la mano de entre las piernas y se quedó dormida en esa misma postura.

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