En el cuerpo de ella (00: Introducción)

Una discusión entre madre e hija traerá unas consecuencias imprevisibles. Capítulo cero de este relato de sexo-ficción que incluye masturbaciones, incesto y mucho morbo. (M-sola, mast).

¡Otra vez han llamado de la escuela diciéndome que no has llevado los deberes hechos! Eva, eres un desastre, tendré que hablar con tu padre y castigarte otra vez sin televisión ni consola. Ya van tres veces este mes.

Pero mamá...

¡Ni pero ni nada! ¿Tú que te has creído? Siempre holgazaneando: que si ‘espera que quiero ver este programa’, que si ‘he quedado con una amiga’, que si ‘sólo juego una partida más y luego hago las tareas’... Y tu habitación sin arreglar, como siempre. No te mereces nada, te lo damos todo hecho, tienes todo lo que quieres y nos pagas así.

Eva se dispuso a aguantar la bronca de su madre. Sabía de memoria lo que le estaba diciendo. Siempre era lo mismo. Era como oír llover: un ruido monótono e incesante que martilleaba su cerebro. Un "blablabla" que se repetía varias veces a la semana. Ahora tocaba escuchar toda la serie de errores y faltas que ella había cometido los últimos días y que la prodigiosa memoria de su madre iba anotando en sus neuronas. Al menos esta vez su padre estaba de viaje y no acompaña a su madre con sus "tiene razón".

Pero en un momento dado su joven cerebro reaccionó, sacándola de su ensimismamiento: ¿que estaba diciendo su madre?

... Mientras tú sigues haciendo el vago, yo me mato para que a tu padre y a ti no os falte nada, lo tengáis siempre todo listo: ropa limpia y planchada, comida hecha, la casa ordenada. Y tú, ¿qué haces tú? Ni siquiera me has ayudado nunca a hacer la comida un fin de semana o a tender la ropa. ¿Que te parece si un día dejo de hacerte la comida o de lavarte la ropa? ¡Si ni siquiera eres capaz de ordenarte la habitación!

Esto sacó de sus casillas a la pequeña Eva. Normalmente aguantaba impasible la bronca de su madre hasta que esta se cansaba de gritar y ella podía irse a su habitación. Pero esta vez saltó y contestó a su madre.

¿Pero que dices? Si tú esto lo haces en un par de horas. Papá tiene que estar trabajando para traer dinero a casa y yo tengo que estar todo el día en clase, ir a inglés tres tardes a la semana y además hacer deberes en casa. ¿Y tú? ¡Tú si que eres vaga, que te quedas en casa para hacer cuatro cosas y siempre te quejas!

Un bofetón cruzó la cara de la niña. Su padre nunca le pegaba y su madre raras veces. Pero esta vez Eva se asustó. La expresión de Ana reflejaba una ira infinita: los ojos vidriosos a punto de salirse de las órbitas, las mandíbulas apretadas, la boca cerrada firmemente; su cara entre roja y granate contenía una mueca que la pequeña nunca antes había visto.

De los ojos de la niña empezaron a aflorar gruesos lagrimones.

¡Ojalá tuvieras que ir tú todos los días a clase! Ojalá tuvieras tu que soportar a los profesores. Ojalá... - su llanto interrumpió su voz.

Ojalá supieses lo que es la vida de un adulto. ¿Te crees que todo es tan fácil como cocinar, lavar y planchar? ¡Vete de mi vista, mocosa! A tu habitación y no quiero verte para nada.

A la hora de cenar Ana llamó a su hija. La chiquilla estaba tirada en la cama, sollozando.

Tira para la cocina y te haces tú misma la cena.

No tengo hambre.

Sin hambre o con ella, te haces la cena y comes. ¡Venga!

Con la cabeza baja Eva se dirigió a la cocina, cortó un poco de pan, lo untó con margarina y lo comió con jamón dulce que encontró en la nevera. Mientras, su madre iba y venía por toda la casa, llevando cosas, pasando el polvo y fregando el suelo. La niña sabía que siempre que su madre estaba enfadada empezaba a limpiar y a hacer cosas frenéticamente, y esto, a ella, la ponía muy nerviosa. Cuando acabó de comer se dirigió a su habitación.

¡Eh! El plato y los cubiertos al lavavajillas. Y guarda la margarina en su sitio.

Eva rompió a llorar mientras hacía lo que le habían ordenado. Que desgraciada es la vida de una niña, pensaba, que ganas tenía de ser mayor ya y librarse de la tiranía de su madre.

Una vez que consideró que su hija ya estaría dormida, Ana se tumbó en el sofá. Seguramente había sido demasiado severa con ella, pero le sacaba de sus casillas que siempre estuviera abstraída y fuera incapaz de cumplir con sus obligaciones. Esa mocosa se distraía con cualquier cosa y no prestaba atención a nada.

Seguramente había contribuido a su mal humor el hecho de que su marido estuviera de viaje. Ana no llevaba muy bien dormir sin su esposo y por suerte sólo se ausentaba un par de noches al mes para ir a reuniones a Madrid. Pero esta vez habían sido cuatro noches consecutivas. Su empresa afrontaba una fusión con otra compañía del sector y él era el delegado de zona. Por suerte llegaba al día siguiente por la noche.

La mujer se levantó del sofá, se dirigió a una estantería, eligió una película pornográfica y la colocó en el aparato reproductor. Eso la ayudaría a relajarse y a conciliar el sueño. No estaba acostumbrada a estar tanto tiempo sin sexo. Incluso después de llevar doce años casada con José no se habían apagado los ardores del principio, como pasa muchas veces, y tenían una rica vida íntima.

Se acomodó nuevamente en el sofá y, con el mando a distancia, buscó alguna escena de sexo. Eligió una en que se veía a una rubia algo madura con dos hombres de color de gruesos y largos miembros. Su mano abandonó el mando y se dirigió al interior de sus bragas, buscando la humedad de su vulva. Con los dedos pulgar y medio abrió sus labios vaginales y metiendo unos centímetros del dedo índice en su coño, lo humedeció.

En la pantalla la rubia de grandes tetas de silicona cabalgaba sobre el miembro de uno de los negros mientras chupaba de forma mecánica el del otro. Su ya mojado dedo índice se deslizó hacia arriba hasta llegar al clítoris y empezó un lento y corto movimiento arriba y abajo, con la presión justa para no irritarlo. De su boca se escapaban ahogados gemidos mientras por su mente pasaban escenas que mezclaban la película que estaba viendo con la cara de su marido. Fantaseaba con que su esposo la compartía con alguno de sus clientes para poder así cerrar una importante venta. Intermitentemente dirigía su índice a su vagina para volverlo a humedecer y luego lo volvía a llevar a su inflamado clítoris. Mientras la rubia era penetrada simultáneamente por los dos hombres, uno por la vagina y otro por el ano, Ana sentía como su orgasmo se aproximaba. El movimiento de su dedo se hizo más rápido, colocándolo sobre la punta del clítoris y desplazándolo de izquierda a derecha, aumentando ligeramente la presión. Se agarró el pecho derecho con la mano mientras sus caderas se arqueaban hacia arriba y empezaba a correrse entre gemidos ahogados. Era un orgasmo fabuloso, deseado, delicioso.

Cuando finalmente dejó caer sus caderas otra vez sobre el sofá, aun con la mano dentro de sus bragas, Ana sintió como se había liberado de las tensiones que le habían atenazado estos últimos días. En el televisor, la actriz abría su boca ampliamente, arrodillada en el suelo, mientras los dos sujetos masturbaban sus respectivas vergas oscuras hasta eyacular una abundante carga de semen sobre ella. Ana tomó el mando y apagó el aparato.

De camino a su habitación entro a ver a su hija. La chiquilla estaba dormida tranquilamente, desparramada sobre la cama y con la sábana arrugada a sus pies. Ya era primavera, pero todavía hacía un poco de frío para dormir sin sábana. Al taparla, la mujer se dio cuenta que la ropa que había llevado la niña ese día estaba tirada en un rincón de la habitación. Tomó el uniforme escolar y lo colgó de la silla. Luego recogió las braguitas y los calcetines para tirarlos al cubo de la ropa sucia. Se marcho del cuarto pensando que seguramente sí que esa mocosa debería saber lo que es la vida de una persona adulta.

Ana puso el despertador para levantarse, preparar el desayuno y la ropa para su hija y mandarla al colegio. Mañana ya era viernes y regresaba su marido. Estaba harta de dormir sola en esa cama tan grande. Se tomó la píldora anticonceptiva y comprobó que todavía le quedaban unas diez pastillas para acabar el ciclo. Apagó la luz y cerró los ojos, quedando profundamente dormida en unos instantes.

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