En el cuarto oscuro
Cuando entré al baño y encontré a un tipo ahí, me imaginé que el baño probablemente tenía varios espacios y que, por la naturaleza del lugar, era unisex; así que no le di demasiada importancia y caminé buscando donde sentarme
Cuando entré al baño y encontré a un tipo ahí, me imaginé que el baño probablemente tenía varios espacios y que, por la naturaleza del lugar, era unisex; así que no le di demasiada importancia y caminé buscando donde sentarme. Descubrí que solamente había una taza y voltee a ver al hombre, como preguntándole si se pensaba salir o me salía yo; pero él me dijo que no había problemas, que es más, él me iba a cuidar. No le vi malas intenciones y estábamos a una puerta de mucha gente, así que me subí lo poco que me cubría el minivestido, y me bajé las mallas de red y la tanga hasta las rodillas para sentarme en el retrete y proceder a lo que iba. Entonces el muchacho puso el seguro de la puerta y me dijo “para que estés más segura”. Ya sabía yo que lo que él quería era mirarme las piernas y las nalgas mientras yo hacía lo mío. Tratándose de un lugar como éste, no me extrañó ni me preocupó más. A eso íbamos todos a ese bar: nosotras a mostrarnos y ellos a mirar; y ambos grupos a ver qué conseguíamos. Además, lo que me acababa de pasar en el cuarto oscuro, me había dejado con una mente más abierta que la que tenía el entrar.
Recuerdo que cuando crucé la puerta del cuarto oscuro, entre la penumbra apenas distinguí una pareja besándose y acariciándose justo en la entrada. Al pasar junto a ellos, sentí una mano tocándome las nalgas y, más aún, unos dedos buscando mi ano aprovechando lo poco que me cubría el minivestido. Me desconcerté un poco y él aprovechó para tomarme de la cintura y acercarme a él. Me empezó a besar la nuca y a pegar mis caderas contra su sexo. Yo sentí tan rico que empecé a mover las nalgas hacía atrás y hacía adelante; así, él gozaba de mi culo y yo de su pene, por encima de la ropa. Como ya me estaba acostumbrando a la penumbra, pude percibir la molestia de su pareja, por lo que preferí seguir avanzando al interior del cuarto oscuro. Me quedé maravillada cuando descubrí que, además de un sofá donde había otra pareja con un tipo acariciándole las piernas a otra vestida, había otro cuarto más interno con dos camas y en una de ellas una vestida estaba siendo penetrada por un hombre sin nada de ropa. Mientras me recuperaba de lo que veía, varias manos buscaban mis caderas entre la oscuridad y yo me calentaba más allá de lo que había logrado el tipo de la entrada. Me dirigí a la salida pero un señor me abrazó por la espalda y me pegó su pene erecto en la cadera. Como ya estaba muy ardiente, le empecé a sobar su miembro por encima de la ropa. Él me preguntó si me gustaba, y pues respondí la verdad: que sí. Me volteó y se la sacó mientras me llevaba al sofá y me decía que se la chupara. Vi mejor al hombre y no me gustó, así que le respondí que no y me salí del cuarto oscuro.
Por eso cuando entré al baño estaba yo en otra idea y no me extrañó ni me preocupó el tipo que se ofreció a “cuidarme”, mientras yo hacía lo mío en la tasa. Cuando el muchacho, éste más joven, más robusto y más atractivo que el señor del cuarto oscuro, puso el cerrojo, no sentí preocupación y sí algún gusto por sentirme deseada. Mientras yo estaba sentada en el retrete, él empezó a sobar su pene por encima del pantalón, lo que me excitó mucho. Por eso cuando se encaminó hacia mí, abriéndose la bragueta, lo único que se me ocurrió hacer fue ayudarlo a sacar su pene de su encierro y acariciarlo. Me preguntó si se lo chupaba y yo, como respuesta, solamente le pregunté si traía un condón; pensando que si no lo tenía ahí se acabaría todo. Sin embargo, sacó uno y se lo puso rápidamente. Consecuente, cumplí su fantasía, pues creo que eso era lo que buscaba en el baño: una vestida sentada en la tasa, con las pantaletas hasta la rodilla, mamándole su verga. Ambos nos calentamos más y me preguntó si quería que él me la metiera. Me levanté de la tasa y con la ropa como la tenía me agaché contra la pared, levantando las nalgas para facilitar la entrada de su pene en mi culo. Lo intentó, pero apenas me pudo entrar la cabeza; nada más. Le sugerí irnos al cuarto oscuro, pero me dijo que ya se tenía que ir. Nos acomodamos la ropa, me preguntó mi nombre, yo el suyo y nos salimos del baño entre las miradas de otras personas que estaban afuera del baño, y que me veían como puta; seguramente se imaginaron que en el baño había pasado mucho más. Lo malo es que eso me sentía yo en ese momento: una puta bien caliente, que originalmente llegó como una vestida muy decente, acaso vestida provocativamente, pero muy decente; que había venido a ver cómo era la cosa en este bar, pero que ahora deseaba a toda costa gozar una verga en su interior.
Caminé por el bar y conversé un poco con una vestida que había encontrado primero en el vestidor, y luego en el cuarto oscuro. Le pregunté cómo le había ido en ese lugar y me respondió desaminada que mal, que no había ligado nada y que probablemente así se iría a su casa. Me extrañó su respuesta, luego de todo lo que a mí me había pasado en tan corto tiempo, pero lo aduje a que ella no era muy atractiva. Noté que había una especie de recibidor que, al entrar, había cruzado sin darle importancia. En él había varias personas y le hice la plática a un muchacho joven, moreno, que lucía unos músculos marcados debajo de la playera. Me dijo que a ver si nos encontrábamos dentro del cuarto oscuro. Yo no estaba para posibilidades, así que a la primera oportunidad, le dije que entráramos de una vez. Nos paramos por el área del sofá y me abrazó como a una novia, lo besé con pasión y él me tomó de la cintura con una mano, mientras con la otra me acarició fuertemente las piernas y las nalgas. De inmediato nos prendimos, lo que en su caso fue notorio pues sentí su pene endureciéndose contra mi cuerpo. Me puso de espaldas a él para que lo sintiera mejor y yo empecé a balancear las caderas para que el contacto se convirtiera en roce. El tipo se calentó y me pegó hacía él con fuerza, besándome el cuello y sujetándome de las piernas. Bien calientes los dos, me preguntó al oído si se me gustaría mamársela; en el estado en que yo me encontraba solamente había una respuesta, así que nos fuimos al otro cuarto y me hinqué cerca de la pisera de una cama, para que él sacara su pene. La única condición que pedí fue que se pusiera un condón. Como lo hizo, en cuestión de minutos de haber llegado al bar, ya tenía yo una segunda verga dentro mi boca y haciendo mi mejor esfuerzo para no tocarla con los dientes y succionarla fuertemente. Él me sujetaba con suavidad de la cabeza y, a pesar de la penumbra, se deleitaba con le vista de las nalgas que yo echaba hacía atrás para provocarlo. Funcionó mi estrategia, pues al poco tiempo, me dijo que si me dejaría que me la metiera; como eso era lo que yo deseaba, por supuesto que respondí lo que él quería escuchar. Me subí a la cama y me puse en cuatro, con la cabeza pegada al colchón y la cadera en alto. Me bajó las mallas hasta las rodillas y yo me hice a un lado el hilo dental de la tanga. Con sus dedos abrió mi cola y me puso su verga justamente en el ano. Me la quiso meter un poco rápido pero le controlé el ritmo y él, caballeroso, me espero hasta que su pene fue entrando poco a poco y él iba haciéndome mujer enfrente de todas y todos los que estaban en esa habitación. De pronto nos aceleramos y me dolió un poco, así que lo detuve, pero la calentura fue mayor y apenas superado este pequeño dolor, lo dejé metérmela completamente y me empecé a mover para hacerlo gozar y disfrutar yo de una verga, que tanta ganas tenía yo de ser penetrada por un hombre. Entonces caía en la cuenta de casi desde que su pene había entrado en mí, varias manos ajenas se estaban deleitando con la piel de mis piernas y de mis nalgas. Uno más atrevido me acariciaba la cara y metía sus dedos en mi boca, mientras yo gemía por la sabrosa penetración que me estaba haciendo el muchacho. Aún no me acostumbraba a la extraña sensación de ser objeto de caricias ajenas cuando algunos de los acomedidos me empezaron a mostrar su pene, ofreciéndomelo para que me lo metieran en la boca. Les hacía señas de que no con las manos y uno de plano, con el muchacho dentro mi culo, se acercó a mi oído para preguntarme “¿no quieres?”. Le respondí que yo nada más con uno sólo. Pero después de unos minutos fue mi pareja el que, con su verga bien adentro de mí, se acercó a mi nuca para pedirme que a la vez que él me estaba cogiendo, le gustaría que yo se la mamara a otro. Le contesté lo mismo, que yo nada más con uno a la vez.
Siguió cogiéndome con fuerza y yo moviendo las nalgas para atrás y para adelante, para los lados, gimiendo y gritando como loca en medio de todos; mientras varios de ellos aprovechaban y me manoseaban a su antojo ante la mirada excitada de mi pareja. Después de unos minutos así, logré que se viniera dentro de mí con mucha fuerza, empujando fuerte y rápido para después quedarse quieto mientras yo desfallecía a causa del orgasmo anal. Caballeroso, hizo algo que de pronto me preocupó. Después de sacármela, me dio papel higiénico de un rollo que se encontraba en una de las paredes. Me preocupó que, con su empuje y mi calentura, el condón se hubiera roto. Me limpié el culo y el ano pero no encontré nada extraño. De pronto, cuando terminé con mi aseo y voltee a buscarlo, una vestida le estaba agarrando el pene y se estaba hincando para chupárselo; él por supuesto, se dejaba feliz de la vida. Un poco desconcertada, pues sí esperaba tomar algo con él después de tan buena cogida, me salí del cuarto oscuro.
Cuando, todavía con la respiración sofocada, caminaba entre las mesas, un cuarentón muy guapo, con cuerpo de gimnasio, me ofreció una silla y un cigarrillo mientras me preguntaba irónico, que qué había hecho, que por qué venía tan sofocada.
- Es que vengo del cuarto oscuro.
- ¿Y qué tal te fue?
- ¡Muy bien! Por eso vengo así
- Ah, pues qué bien.
Conversamos de varias cosas, y rápidamente me abrazó y me empezó a acariciar las piernas. La verdad era que el tipo era sumamente atractivo, por lo que yo lo dejaba hacer lo que él quisiera; era un sueño estar siendo manoseada por un tipo tan atractivo. Se levantó unas pocas veces; para ir el baño y para traerme algo de tomar. En todas las ocasiones que lo hizo, tan pronto me quedaba sola, se me acercaba alguno de los acomedidos del cuarto oscuro, me acariciaban las piernas y me pedían ir a ese lugar para meterme la verga por el culo; no siempre lo decían, pero era claro lo que buscaban. Les respondía algo que no sé si correspondía a una amante, a una fichera o a una puta: que ya estaba con él.
Casi para que cerrara el lugar, mi nuevo acompañante me dijo que aprovecháramos lo que quedaba de tiempo y que nos fuéramos al cuarto oscuro. Con lo que me gustaba el señor, no dude en decirle que sí. El único problema es que, ahora que iba decidida a darle las nalgas, las camas estaban llenas; así que me llevo a un sillón para que se la mamara y ahí tuve una impactante impresión. El hombre no solo era guapo y con cuerpo trabajado en gimnasio; además, tenía un pene de enormes dimensiones. Me lo metí en la boca y no pude evitar compararlo con los otros dos que había disfrutado esa noche. Apenas cabía de lo grueso en mi boca. Mientras estaba sentada en cuclillas, tratando de manejar semejante miembro con mi boca, sentí una caricia extraña en las nalgas; voltee a ver para descubrir que se trataba de una vestida que me tocaba la cola con su zapatilla. Le dejé hacer.
Calientes él y yo, rápidamente buscamos que me cogiera, ahí mismo en el sillón. Lo deje sentado y me monté encima de él, bajándome las mallas y haciéndome a un lado la tanga; pensando que esta posición facilitaría su entrada en mí. No fue así; su cabeza era muy gorda y no me cabía entra las nalgas, así que me levanté y de plano me quité las mallas y las pantaletas. Me senté de nuevo encima de él y, si bien lograba abrirme más, su cabeza apenas entraba en mi estrecho culito. De pronto, una mano anónima le llevó un lubricante a sus manos; era la vestida que me había estado tocando con la zapatilla. Como pago, se llevó una nalgada de mi acompañante y se quedó atrás de mí, acariciándome firmemente las nalgas. Me levanté y la vestida tomó de nuevo el lubricante para untármelo en el ano. Muy acomedida, no dudó en usar sus dedos para que el lubricante llegara algunos centímetros en mi interior. Agradecí el favor moviéndole las nalgas hasta que creyó terminada su labor y le entregó el lubricante de nuevo a Hugo, quien con eso bañó discretamente el condón que cubría su pene. Ahora mi miedo era que la lubricación permitiera una entrada tan rápida, que su enorme verga me lastimara el recto, tan poco acostumbrado a ser invadido, para mi desgracia. Le pedí que fuera muy prudente y que me dejara a mí el ir midiendo cuánto de él iba metiéndose dentro de mí. Así lo hizo; mientras yo subía y bajaba la cola regulando su sabrosa entrada, él se limitaba a agarrarme las nalgas, a besarme los pezones, y a decirme cosas que se le dicen a unas novia cuando por fin accede a darle las nalgas a al amor de su vida. Aún no puedo entender bien a bien, cómo fue que mi culo se relajó lo suficiente para aceptar casi la totalidad de ese precioso pene dentro de mí. Comencé a moverme para que me gozara, buscando mantener la penetración en ese nivel. Por uno o dos minutos él lo aceptó, pero apenas se calentó lo suficiente me empezó a manejar con sus fuertes brazos, subiéndome y bajándome a su antojo; en una de esas bajadas, me la dejo ir completamente, arrancándome un grito de placer que hizo voltear a muchos y a muchas de los que estaban en el cuarto. La vestida se emocionó y me acercó su verga a la cara. Amablemente la retiré y ella se fue al otro cuarto para masturbarse; yo en cambio me concentré en gozar a este mango de hombre que me estaba metiendo la verga más grande que jamás me había tocado.
Se vino de manera explosiva, bajándome y subiéndome rápidamente y con fuerza. Para terminar me bajo y se me quedó quieto mientras eyaculaba, dejándome encajada toda su verga por muchos segundos. Grité de placer y le pedí que me siguiera bajando y subiendo. Lo hizo con velocidad y fuerza hasta que me vine gritándole que yo era su puta, que me encantaba su vergota y que siempre que me las pidiera, sería suya, ahí o en cualquier otro lugar. Nos levantamos buscando la ropa perdida y regresamos al bar. Ahí me invitó un trago más y me entregó una servilleta con su número de teléfono móvil. Feliz, me salí vestida al auto y me dirigí a casa a descansar.