En el confesionario
Mi trabajo es escuchar a la gente y darle consuelo, esa es mi vocación.
En el confesionario
Mi trabajo es escuchar a la gente y darle consuelo, esa es mi vocación.
Soy sacerdote, cura, presbítero, o como queráis denominarme, y como tal, parte de mi actividad es ejercer el sacramento de la penitencia. Hay ahora tendencias que intentan suavizar dicho sacramento, intentando que sea un dialogo más humano, eso dicen, pero a mi eso no me convence. Pertenezco a una congregación religiosa bastante tradicional y creemos que las formas y los símbolos tienen un sentido, y en ese aspecto sigo siendo estricto.
La fe en si, pues no se, si la he perdido o no, tal vez me haya profesionalizado, mi vocación se ha ido deteriorando, pero ceo que cumplo un papel social y a ello me dedico. No penséis que os voy a contar escabrosas aventuras, ¡no!, solo os voy a describir de forma impersonal algunas de las penitencias que he mandado cumplir a mis fieles, de esta manera otros clérigos en situación similar a la mía podrán ejercer correctamente su ministerio.
Mi parroquia esta compuesta fundamentalmente por mujeres, mujeres de una edad media avanzada, aunque últimamente intuyó que la media de edad se va rebajando, una nueva ola de correcto conservadurismo va venciendo y logrando una juventud sana y espiritual.
Entre las beatas que se acercan a la rejilla del confesionario son frecuentes las confesiones en las que se acusan de tener sueños lascivos, que se despiertan corridas, e incluso que ansían hacer realidad esas fantasías. Mi consejo es siempre el mismo, les hago ver que tales sueños no son mas que errores de la mente y el cuerpo, y que además de purificarla mediante oraciones deben sufrir dichos supuestos placeres, les recomiendo que se introduzcan en el ano los dedos, que se inserten objetos sin lubricar en sus partes pudendas, y que se froten con estropajo los senos. No falla, pocas creo yo que han vuelto a relatarme esas oníricas prácticas.
Los escasos hombres que vienen, suelen ser de edad avanzada, y sus pecados se centran más en la envidia, la avaricia y la ira, sobre todo con sus familiares, la lujuria no me la suelen citar, aunque obviamente no estarán exentos de ella. Intento que se mortifiquen, para ello les obligo a que se gasten el dinero, ese dinero que siempre quieren guardar para no se qué, les indico que se lo gasten en prostitutas, que estas les humillen, que les orinen encima y que no les dejen copular, de hecho incluso les doy alguna dirección conocida, la de una puta especialmente piadosa, que cuando viene me relata sus impíos y sucios actos, y de esta manera controló el cumplimiento de las penitencias.
También vienen los hijos de las beatas, brutales y obscenos animales en plena pubertad, en los que además de los habituales vicios solitarios, intuyes que realizan otras perversiones, les asustó con el deterioro de su salud, si siguen masturbándose o espiando a sus hermanas mayores cuando estas exponen sus tiernos cuerpos al asearse.
Como ya os he comentado cada vez vienen más jóvenes, en especial sanas chicas, las cuales me cuentan sus ardores, sus lecturas prohibidas y sus ansiedades. Sus agradables alientos atravesando la rejilla son un magnifico contrapunto al resto de la clientela habitual, a veces querría hasta chupar sus aún inexpertas lenguas. A estas les hago rezar largas retahílas de oraciones ante el altar, así puedo prolongar la visión desde mi refugio, puedo ver esos cuerpos que se intuyen debajo de esos castos vestidos, cuerpos que el Creador o la Naturaleza, o quien sea, ha formado para casto disfrute del hombre, cuerpos que luego serán germen de familias unidas y cristianas. Algunas supongo que llevadas por el pudor, no me describen sus pecados, y soy yo el que tengo que irle descubriendo sus faltas. Les tengo que recordar que la exploración exhaustiva de sus genitales puede dar lugar a lascivas sensaciones, que los pensamientos relativos a los falos, ya sea tocamiento o degustación o incluso penetración solo se pueden dar bajo la férula del sacramento del matrimonio cristiano.
Les hago describir su ropa interior, pues este es un camino que el maligno aprovecha para introducirlas en el mundo de la perversión. Me informan si sus senos se protuyen mucho por las prendas, si los pezones se les irritan por las texturas elegidas, si corren riesgo de ser excitadas por bragas que se introduzcan entre sus labios vulgares.
Algunas incluso parecen sorprendidas cuando les interrogó sobre practicas contra natura en las que el ano es penetrado, parecería que ni se les hubiera ocurrido, pro yo se que a esa edad, como a cualquier edad, la mujer no es más que una maquina ansiosa de lujuria, que desea ser penetrada por todos sus orificios.
La penitencia que les impongo a estas incipientes pecadoras, además de los rezos, es que se humillen, igual que con los viejos, la humillación es un gran recurso que empleo a menudo. Les digo que se imaginen violadas por extranjeros de razas exóticas, que mientras las deshonran exclaman groseras imprecaciones en dialectos e idiomas confusos, que evoquen cuando tengan la tentación de pecar escenas en que animales de portentosas e inflamadas vergas les empalen su trasero mientras les babean con sus fétidos alientos. No falla, algunas han llegado posteriormente a inclinarse a la vida conventual, es bonito conseguir vocaciones para la Iglesia.
A veces hasta yo mismo, de tanto oír lúbricos pensamientos, mi carnal cuerpo se rebela, y noto como mi reprimida virilidad se amotina. Me humillo, me escarnio, no soy nadie, y quiero hundirme en el fango de la cochambre para luego poder resurgir. Con el fin de mancillarme aun más me busco por debajo de la sotana el instrumento del pecado. En esas ocasiones suelo esperar a que al otro lado de la celosía, alguna piadosa señora, de esas respetables mujeres con las que suelo entablar afable conversación a las salida de los oficios, empiece a desgranar sus penas. Mientras ella describe sus frustraciones, sus temores, sus dudas referentes a sus hijos, yo cadenciosamente empiezo a masturbarme, me imaginó yaciendo entre la piadosa mujer, a la cual he desnudado violentamente, y sus hijas, cuyos pecados conozco bien. Cuando finalmente le doy la absolución a la buena dama, muchas veces mi mano esta pringada por mi desperdiciado semen.
Lo más trabajoso sin embargo es cuando voy a confesar las hermanas de una congregación religiosa cercana a confesarse, soy su capellán. Nunca pensé que entre monjas se pudiera pecar tanto, las envidias, los comentarios, frecuentemente incluso algunas me cuentan los errores de las otras, en vez de sus propios defectos. La ambición, el ansia de poder dominan la vida de la clausura. Excepcionalmente, en vista del violento cariz que tomaban las relaciones entre ellas me reuní con la madre superiora, le sugerí una experiencia de penitencia colectiva, que acepto obedientemente.
En una pequeña sala de juntas que tienen, les hice que se reunieran y que se desnudaran todas, que se vieran como Dios las trajo a este valle de lágrimas, que se vieran en su sencillez y pobreza. Doce cuerpos blancos, casi marmóreos, excepto la cara y las manos curtidas por las labores, se exponían humildemente, les dije que se juntarán, que se abrazarán, que se tocarán. Desde la novicia hasta la más veterana se buscaron, cuerpos virginales sudando y oliéndose entre si, yo que estaba discretamente a un margen tuve una erección que apenas pude reprimir. Tendré que hacer penitencia ..
He ido a dar los últimos auxilios a una anciana, parroquiana habitual, tras reconfortarla he empezado a dialogar con su exigua familia, su hija. No recuerdo que esta en su juventud viniera a expiar sus pecados, pero seguro que si, son tantos los que vienen.
Ella, una mujer joven, me agradece la visita, me comenta que aunque ella no es creyente, su madre, como bien se, es extraordinariamente cándida, y que mi ayuda le habrá sido grata.
Me indignó, no soy un mero recurso, soy un vehículo del Señor, no un engañabobos para viejas meapilas. La empujo, la ira me ciega, le he hecho rodar por el suelo, y ha quedado inconsciente al golpearse con una mesita baja. ¿Qué he hecho? Mientras, la anciana duerme placidamente en la habitación contigua,
La mujer esta tumbada, la falda algo levantada, dejando ver sus muslos, le doy la vuelta, parece que respira regularmente, su pechos se mueven pausadamente. Le he abierto la camisa, sus senos se me ofrecen y yo pongo mis manos en ellos abarcándolos, noto en la palma los pezones de esta hembra. Ha empezado a despertar, esta aún atontada, me mira con cara de pánico, le he tapado la boca, y le digo que se calle que va a despertar a su moribunda madre, ella parece resignarse, y me siento encima de ella, el habito me impide moverme bien y me deshago de él, ahora soy un hombre, un hombre como todos, que busca placer en la carne. Le he quitado la ropa, ella tirada en el suelo no quiere gritar, pero alguna slagrimas van aflorando en sus ojos, cierra las piernas, su pubis velloso se me niega, no deja que mi pene entre, controlo mi ira, y encima de ella, con un pie a cada lado de su cuerpo desnudo e impuro por falta de perdón, me froto el miembro y eyaculo, su cuello se impregna. Ella llora calladamente y yo soy feliz.
Lo mejor del caso es que la madre se ha recuperado y la hija no se atreve a denunciarme para que su madre no se sienta frustrada y desengañada de su fe, he logrado que esa agnóstica perversa, esa zorra atea, tenga por fin sentimiento de culpa, y tenga que venir a pedirme perdón, y yo se lo doy.