En el Cole

De como mi ambicionado compañero me follo dejandome claro que no todo es lo que se ve por fuera.

La tengo dura- susurró Hipólito, inclinando su enorme hombro hacia mí. Estábamos sentados en un pupitre doble, en la clase de história. No podía arriesgarme a devolverle el saludo. Los ojos del profesor eran muy agudos, a pesar de sus sesenta años. El Sr. Vilas era muy duro con los chicos que hablaban en las filas de atrás, así que inocentemente garabateé "Y eso ¿por qué?" en una hoja limpia de la libreta y se la pase sobre la maltratada superficie de madera, con los ojos clavados en el profesor, que estaba sonriendo con una mueca alos Mussolini, tras haber hallado un paralelismo entre el Senado de Roma en tiempos de Cicerón y el actual Gobierno.

Hipólito me contestó con letras muy grandes:"¡Porque tengo una edad muy mala, Pelliscos!". Bueno, mierda, también yo tenía esa edad, tampoco podía controlar mi polla; se me ponia dura como un como un taco de billar cada vez que me echaba de espaldas o cuando notaba una vibración en el culo, como cuando nos sentábamos en el autocar, con el motor en marcha. ¡Cielos, en muchas ocasiones incluso me corría en los pantalones!, pero ¿en la clase de historia...?

Miré celosamente alrededor de la clase, para tratar de descubrir quién estaría poniendo caliente a Hipólito. Seguro que no era ese momio engreído del estrado, con sus ojillos negros como cuentas de cristal y su bigote blanco; ¿y los chicos?, bueno, admito que en la oscuridad de la noche yo mismo tenía fantasías eróticas acerca de unos cuantos de ellos. Desde entonces yo estaba sentado, tenía una vista tentadora de sus cogotes,  cayendo sobre sus cuellos bronceados y sus blancas camisas. A veces me entraban unas ganas tremendas de ensuciar esa fingida pureza. De todas formas a pesar de mis obscenos pensamientos, yo aún era virgen.

Claro que Hipólito no podía estar pensando ni en dar ni en que le dieran por el culo; él era el ejemplo clásico del atleta héroe escolar, además de ser todo un aventurero. Muchas de las histórias que se contaban sobre él tenían que ver con las chicas del pueblo; pero siguiendo la tradición de la clase, no hablaba de lo que hacia cuando saltaba la tapia por las noches, aunque tampoco se molestaba en desmentir lo contrario.

Hipólito tomó el papel y escribió: "Pálpamela y verás, compañero".No me pasó la hoja, sino que la inclinó para que la pudiera ver. Esto me sobresaltó, al tiampo que me excitaba; como muchos otros en la escuela, se me hacia el culo calderilla cuando contemplaba sus poderosos músculos trabajando en el gimnasio o cuando me comía con la vista su perfecto cuerpo desnudo en las duchas, en especial su polla no circundada, del tamaño de la de un caballo. Cuando, por la noche, me la pelaba, a menudo pensaba en él; pero jamás me había dado la impresión de que se la pudiera meter mano...hasta ese momento.

En cambio, él sí que conocía mi culo. Ya desde el principio de curso había descubierto que me podía hacer dar un salto de un palmo, con solo pellizcarme el trasero cuando estábamos en la fila; de ahí venía el apodo de "Pellizcos". Al principio mi dignidad se había sentido ofendida, pero con el tiempo había empezado a gustarme la sensación y empecé a buscar situaciones en las que su mano se acercase a a mi trasero. La cosa había ido a más, a veces, su dedo índice se insinuaba en mi esfínter a través de mis delgados pantalones de deporte y yo fantaseaba acerca de lo que pasaría si me follase allí mismo, delante de todos. Aquel pellizcar y tocarme el culo había llegado a ser algo que nos unía, aunque Hipólito, con mucho tacto por su parte, jamás me llamaba "Pellizcos" delante de los otros.

Sin apartar la mirada del maestro, que ya estaba muy enfrascado en su disertación, puse la mano izquierda bajo el pupitre, sobre su rodilla. De inmediato Hipólito la tomó y la metió por el bolsillo de su pantalón. Tuve un sobresalto al notar carne desnudo. ¡Pues no había cortado el borro del bolsillo!. Miré con desesperada atención al Sr. Vilas; sus ojos de rayos X se clavarón en los mios, pero el tacto de los músculos de la cader de Hipólito, duros y suaves como el marmol, era demasiado intoxicante como para pensar en retirar la mano.

"No me pida que pólemice con usted, señor, le supliqué en silenco, mientras le devolvía la mirada al anciano.Ni siquiera tengo jodida idea de lo que está hablando..."

-Pareces asombrado, Adrián-me dijo el viejo mamón, con una mueca y ansioso de una buena discusión sobre política. Esperaba que yo le dijese algo en relación con el tema, pero Hipólito estaba guiando mi mano sobre su cadena derecha.

-Debo admitir, señor, que su comparación es...., esto...,asombrosa y plausible -el resto de la clase se giró para mirarme, desencantados por mi poca habitual falta de combatividad; pero lo que menos me preocupaba ahora era que pareciese que me doblegaba ante el Sr. Vilas; lo que temia era que, con la intuición que tienen todos los quinceañeros salidos, pudieran leer una clara ansía sexual en mi rostro. Lo pero de todo era que Sergio, que estaba sentado a mi derecho, al otro lado del pasillo, estaba en posición de ver mucho más que el maestro, así que alce mi pierna derecha hasta tocar la parte interior del pupitre, para bloquearle la visión.

Entonces perdí todo interés de enfrentarme con el Sr. Vilas o siquiera de pensar, las yemas de mis dedos habían tocado el duro, húmero e increíblemente sedoso pene de Hipólito. Él tuvo un estremecimiento y yo pude notar como mi cara enrojecía. Los otros chichos habían esperado que yo recorriese ágilmente sobre los hechos históricos y, al menos, hubiera hecho trabajar dialécticamente al profesor, pero al ni siquiera intentarlo, ahora me consideraban derrotado. ¡Bueno, pues que los follen a todos!, en realidad, yo no tenía una idea muy definida de política y no era mi intención convertirme en héroe de nadie; además, Hipólito no me dejaba sacar la mano de su bolsillo y yo no deseaba soltar aquella carne amorosa.

También a mí se me habia puesto dura.

-Bueno- me dijo amablemente el maestro, lamento haberme humillado-. Daremos a Adrían un respiro para que consulte sus textos y prepare para mañana su brilante defensa.

El suelo se estremeció un segundo antes de que la campana de la escuela tocase el final de la clase. Hipólito soltó mi muñeca y, de mala gana, yo retiré la mano de su bolsillo. La clase estaba en pie, camino de la puerta. Me fije en Sergio, que estaba mirando a otra parte, con su rostro de querubín, rojo como un tomate.

Hipólito había doblado dos veces el papel y luego lo había pasado bajo los dedos.En el camino de gravilla, de vuelta al edificio "B", lo saqué de mi bolsillo y los desplegué. Había escrito:"Nnos vemos en el almacén del equipo después de la cena", había dibujado una llave para darme a entender que podía entrar en el almacén.

Casi no pude comer. Sentado al otro extremo del comedor, los ojos de Hipólito sólo se cruzaron una vez con los miós. No sonrió, en cambio estaba codo contra codo con Segio;podía notar sus miradas ansiosas y, me temo, también amorosas. Seguio sabía que algo habia pasado en la clase de historia, y me temo que lo habia adivinado todo.

Después de la cena me dí una ducha rápida, me cepille los dientes y me puse unas gotas de colonia en la entrepierna.Luego me vestí con muda limpia, una camisa blanca nueva y mis delgados y suaves tejanos; después me aventuré a salir al frio aire nocturno de Noviembre, caminando siempre por entre las sombras.

La puerta del almacén del equipo estaba cerrada, pero al acercarme a ella se éntreabrió un poquito, así que la empujé para abrirla y me deslicé hacia el interior. Dentro, estaba oscuro cual boca del lobo; la única ventana estaba cubierta con el sedimento de muchos años. En la atmósfera había una mezcla a partes iguales de sudor, linimento y liquido limpiador industrial; pero por encima de todo aquello, me llegaba el aroma de la colonia de Hipólito. No podía verle, pero podía oírle respirar. Sin siquiera tocarle, pude notar que estaba desnudo; quizá fuera el olor de su cuerpo limpio, con una pzca de glándulas excitadas....el mismo aroma que llenaba mis narices cada vez que jugueteaba con mi polla..

Y entonces, de repente, estuvo contra mí, con su rostro pegado a mi pecho. Automaticamente extendí las mano y palpé sus desnudas y musculosas caderas. Atraído por mi magnetismo animal, al que no podía resistirme, fui subiendo las manos hasta que toqué las duras curvas de su culo desnudo. Muchas veces había comido con la vista esas nalgas prietas en las duchas, hasta empezar a tener una erección y tener que ir corriendo a vestirme; claro que a menudo, mientras hacía ver que trasteaba con las cosas dentro de mi taquilla, me la machacaba dentro de mi pantalón de deporte....Pero el caso es que ahora casi me sentí desmayar, cuando mis dedos llegaron a la raja del culo de Hipólito. Sus manos se estaban haciendo un lio con el botón de mis tejanos. Al fín logró bajarme la cremallera, y sus cálidos y potentes dedos se deslizarón dentro y atraparon mis pelotas.

-Desnúdate, Pellizcos- me susurró.

Unos segundo antes quizá me hubiera negado y hubiese salido a la estampida de allí, pero ahora como un abyecto esclavo, me quité los zapatos y los calcetines, notando bajo mis platas el húmero cemento.Luego me quité la camisa y los tejanos; con cada prenda que sacaba, notaba como iba cayendo más y más, bajo su control.

-¿Me lo quito todo¿ -mi voz era un jadeo y una súplica, como si no desease hacerlo. La implicada sumisión era tan halagadora para él como deliciosa para mí.

-¡Si....si!- la excitación sexual estaba afectado su voz.

Me quité la camiseta y los calzoncillos, notando el frió aire nocturno en los pezones, el culo y los genitales.Y ahora, desnudo, notaba que realmente no tenía otra elección que aceptarlo todo. Su voz se había tornado amenazadora, y me espetó como si fuese un sargento instructor:

-¡Ponte de rodillas, joder! ¡Las manos a la espaldad!

Tembloroso le obedecí. Entonces pensé que iba a obligarme a chupar su gran polla y, a pesar de lo muchos que me asustaba la idea, sabia que era algo que estaba deseando, que llevaba mucho tiempo deseando.

Noté como Hipólito me ataba las muñecas una contra la otra con una corbata...¡Tenía que ser la corbata de la escuela!, el simbolismo de todo aquello me puso muy tensa la verga. Noté como el aire me cosquilleaba la parte inferior de la polla, y como la suave punta me daba contra el estómago, ahora estaba lujuriosamente inerme.

Sus rodillas me apretarón las caderas, así que supe que también el estaba genuflexo. Noté el calor de su rostro y olí su colonía. Su aliento era cáldo y húmedo contra mis labios, mientras me hablaba con voz baja y ronca:

-Pelliscos, tu me deseas...¿no?

-Si..-le contesté.

Pero él no estaba dispuesto a aceptar una respuesta inconcreta. Su voz se hizo más dura, casi irritable:

-Quiero decir que estás loco por mi cuerpo, ¿no? -yo estaba demasiado estremecido como para poder contestar- ¿No?

Su rostro estaba pegado al mío. Agarro mi polla y apretó contra ella la parte inferior de la suya; este contacto casi me hizo desmayarme. Le escuché escupir, y luego su mano humedecida se deslizó arriba y abajo por nuestras pichas. Su voz se hizo más grave y convincente:

-Te he visto mirarme en los vestuarios. ¿A que quieres esta gruesa verga en tu boca? Si, seguro que quieres mamar mi gran pollón.¡Ya lo creo que la deseas, marícón.

-¡No!- mi voz se había tornado quebradiza y aguda. No sé porque le conteste eso, quizá la palabra "maricón" se me cruzó en la garganta; pero la verdad es que tenía tantas ganas de chupársela, que me iba a morir si tenía que volver al dormitorio sin haberlo hecho.

Soltó mi pene y, apretando su tripa contra la mía, aplastando nuestras pollas contra las carnes prietas, me agarró la cabeza con las manos y me morreó los labios con una fuerza salvaje. Noté en ellos el sabor del jérez, posiblemente estuviera un poco alegre. Me estaba chupando los labios, metiéndoselos en la boca. Notaba su húmeda y fuerte lengua penetrando entre mis labios; estaba dándome el más húmedo de los besos. Su tácto me recorrió la boca entera, como si me poseyesé....que supongo era cierto. Seguí saboreando el dulce jérez.

Sacó la lengua y me susurró, con los labios tocando mi oreja:

-Vas a dejar que te meta la polla en la boca, ¿verdad Pellizcos?

-¡Si! -jadeé, totalmente sumiso-. ¡Si!, ¡Si!, ¡Déjame mamarte la pola, Hipólito!

Al instante me rodeo, con sus rodillas agarrando mi cuerpo. La cálida y lujuriosa cabeza de su polla tocó mis labios; abrí mucho la boca para poder tragármela. Me la metió, era tán grande que solo la punto parecía llenar mi boca. Notaba su suave piel contra mi lengua y labios. Mi boca había estado seca por la excitación, pero ahora se despertaron las glándulas salivares y cubrieron de saliva la cabeza y los cinco centímetros de su herramienta. Al introducirla me había rozado la lengua raspándola, pero ahora estaba tan resbalosa como si la hubiera lubricado.

La sacó hasta que solo el extremo quedó junto pegado a mis labios y la punta de mi lengua encontró el agujerito de mear, saboreando el suave y cremoso liquido, que brotaba en gotitas.Luego la volvió a empujar hacia dentro, más profundamente, hasta que el extremo de su polla, palpó la entrada de mi garganta. Fue una penetración tan profunda que me atragante, y sentí una nausea; estaba aterrorizado.

-¡Vale, vale!, me dijo, sacándola un tanto-.Poco a poco te vas a tragar mi cipote entero, pero no será esta noche, amiguito; esta noche voy a soltar mi caliente lecho en tu bonito culo.

Me desató, me hizo poner la espalda contra el suelo, abrió mis piernas y se arrodilló entre ellas.Note un sopló de aire frió en el trasero.

-¡Por favor Hipólito, no me hagas daño!. gemí, no importándome ya lo ansioso y poco macho que sonase.

-No más de lo que sea necesario- me dijo, con una calma un tanto aterradora, mientras me alzaba el pandero.

Agarrándome las piernas por detrás de las rodillas, las abrió aun más y tiró de ellas hacia arriba, hasta que mi rodillas quedarón por encima de sus hombros, y se inclinó sobre mí. No podía moverme; mis talones estaba contra su espalda, a la altura de su cintura.Noté como sus dedos se paseaban sobre mi erección y sobre mis pelotas; agarró éstas con fuerza y dio un ligero tirón. Deslizó sus dedos por debajo, siguiendo la hendidura, hasta el agujero de mi culo. Yo estaba temblando, pero cada milímetro del camino de sus dedos hacia mi ano, aumentaba hasta lo insoportable mi deseo de ser follado; mis gemidos de miego se estaban convirtiendo en exhalaciones de pura lujuria.

Puse las manos sobre los tensos músculos de sus caderas; las yemas de sus dedos tocaron mi agujero y yo empuje mi trasero hacia ellas, para acelerar la penetración....,pero él se tomó su tiempo. Al fín un dedo se centro en mi enfínter y apretó suavemente; noté como mis carnes cedían y el dedo se hincó hasta la primera falange en el anillo de mi ano. Hizo una pausa de casi un minuto, aún estaba tranquilo, pero yo podía notar su excitación creciente en el jadeo de su respiración.

-¡Oh, sí!- gruñó-.Tienes un encantador culito virgen. ¡Lo que me va a gustar follarte! ¡He deseado hacerlo desde la primera vez que de ví.!

Podía imaginarme como le caía la salida del labio inferior por el modo que decía "follarte". Su dedo se deslizó hasta la falange siguiente y noté como si ya me hubiese follado. Empezó a mover su dedo arriba y abajo, acariciando las paredes de mi ano. De repente me sentí más excitado de lo que jamás me había notado; era como si hubiese apretado el botón que ponía la maquína del placer en marcha.

-¡Estás caliente como una coneja!- exclamó.

Extrajo su dedo, con un sonido como el de una botella que ha sido descorchada y, tomando mi mano derecha la llevó hasta su rígido pene. Mis dedos índice y pulgar no se podían tocar mientras rodeaba su mango; sentí el temor de que nunca iba a poder meter toda aquella carne poderosa, tan dura como una roca, en el culo. Estaba como en trance mientras la tomaba, así que guié la regordeta punta hacia el agujero, dejando por su dendo y me sentí maravillosamente bien. Entonces su mano apartó a la mía y note la suave presión de su capullo, impelida por el poder, aún contenido, del ariete de su mango.

-Relájate, Pellizcos- me dijo con ternura, como si fuese un amable doctor que realizace una operación delicada-.Inspira y expira profundamente.

Mientras hablaba, notaba como la presión iba en aumento. Noté como el músculo de mi culo se estiraba de un modo aterrador. Gruñí, sobre todo de aprensión, pero él estaba empujando con más fuerza; entonces aullé de insoportable dolor. ¡Me iba a desgarrar el culo, a partirme en dos!

-¡Cállate ya, joder!- su sólida mano apretó mis labios contra los dientes-.Alguén podría oírte.

El dolor no disminuyó, pero tampoco aumentó; empezaba a disfrutar, aún en mi agonia, de la presencia de la punta de aquella polla en mi culo.Era algo parecido a la sensación de excitación sexual que notaba cuando me estaba castigando con lavara, sólo que un millar de veces más satisfactorio. A medida que el gureso falo iba deslizándose lentamente dentro de mi, iba olvídándome del dolor, estaba disfrutando de la gloriosa sensación de ser totalmente poseído.

La punta se detuvo en algún punto dentro de mí y noté como su áspero vello púbico, primero me hacia cosquillas y luego quedaba aplastado contra mi raja.

-¡Oooh!- exclamó Hipólito en pleno éxtasis.

Yo gemía a coro con él. Se echó hacía atrás uno tres o cuatro centímetros y luego volvió a entrar con esa sensasión de deslizamiento que mi ano ansiaba ahora, con la pasión que se tiene por una droga adictiva.

-Oh, sí! -exhalé-.¡Jódeme, Hipólito! ¡Dame por el culo!

Mientras se hundía, y ahora ya sin contenerse, en mi insaciable agujero y volvía a salir, yo me agarré a sus nalgas, tan duras y suaves como madera pulimentada, sorprendido de que su solidez se contrajese y expandiese con cada embestida. Mi mano izquierda correteó por la parte inferior de su torso, que se inclinaba hacía atrás mientras me la clavaba, y hacía delante cada vez que su polla se deslizaba fuera de mi esfínter. Pensé que me iba a correr solo con la sensación de acariciar su cuerpo.

Naturalmente sabía perfectamente que Hipólito no era más que un salido egoísta, un manazas tocón, que estaba aprovechándose de la disponibilidad de mi cuerpo para saciar su lujuría juvenil, pero la verdad es que no me importa una mierda, estaba dispuesto a poner el culo para él en cualquier momento y en cualquier lugar.

-¡Oh, que gusto!- exclamó. Noté como sus pesadas bolas abofeteaban con más fuerza mi trasero. De pronto detuvo todo movimiento y se quedó derrumbado sobr mí, doblandome aún más. Su sudor...., ese sufor que me había dado escalofrios mientras lo veía jugar por los colores de la escuela, caía ahora sobre mi cara. Su cuerpo se estremeció y noté el tremendo escupitajo de semen dentro de mí recto. Su polla retrocedió una y otra vez y, en cada ocasión notaba el borbotón de leche que llenaba mi agujero.

Finalmente se quedó totalmente inerte, aunque lo escuchaba jadeando por encima mía. Su falo se deslizo fuera y dejó que mis talones cayeran contra el suelo. Entonces pude oír como se ponía la ropa.

¿Estás bien?- me preguntó, cuando notó que yo9 me movía.

Yo no podía decirle que tenía una erección como la de un caballo.¿Que iba a hacer?, ¿pedirle que me la menesase? Estaba demasiado esclavizado por él para atreverme a pedirle nada.

La puerta se abrió y vi su silueta salir, dejando la abertura no totalmente cerrada. En ese momento el ronco reloj del colegio empezó a sonar, eran las nueve. Seguí de espaldas en el suelo y comence a notar como el semen de Hipólito bajaba por mi recto.

De repente me sentí totalmente aterrorizado, pues la puerta volvió a chirriar, primero abriéndose y luego cerrándose.La luz de una linterna se deslizó por el suelo, llegando hasta mí y quedándome entonces quieta a altura de mi polla, que estaba empinada como la torre de Pisa.

-Soy yo-dijo una voz temblorosa y suave. La luz de la linterna me dejó para iluminar su rostro. ......................